1. Perfectos desconocidos
—Cuando vuelvas, vamos a tener una conversación seria acerca de lo que pasó.
—No quiero hablar de él, Ve —le respondió Miranda a su amiga mientras entraba en la habitación—. No quiero hablar de él y no quiero escuchar de él en los próximos diez años. Y sé que sucedió hace unos meses, pero no sé porqué tengo la sensación de que me está pasando factura justo ahora.
—Eso es porque estabas demasiado ocupada como para pensar en él. Y ahora que no lo estás, supongo que es inevitable que tu mente te haga una mala jugada. No voy a presionarte para que hables de él. Ninguna de nosotras lo hará. Solamente estamos preocupadas por ti y de esa repentina decisión de viajar sola.
››No puedes huir así como así y no hablar las cosas. Eso no es bueno, necesitas desahogarte. Y aunque digas que se te pasará estando unas semanas a solas, no sé... me preocupa.
—Sí puedo. Ya lo hice —Miranda se tumbó en la gran cama color blanco y miró hacia el techo—. Además, no es como que tú hables mucho acerca de lo que te molesta.
No le estaba gustando el ritmo en el que iba la conversación. Se supone que no tenía que pensar en su terrible exnovio estando en Cancún. Esa discusión no la estaba ayudando.
—Sí, sí. Ya me callo. Y te dejo. Por favor, disfruta mucho de Cancún. No te quedes en tu casita de playa todo el tiempo —Verónica se quedo un momento en silencio y agregó, en un tono más divertido: —Quien sabe si sales y te consigues a un tipo que te quite todos los males.
—¿Cómo es que pasamos de hablar de una cosa a la otra? —Logró soltar una sonora carcajada—. No creo que lo más sano sea enredarme con alguien más para curar mis males.
—No hay nada que un buen acostón no solucione, Miranda. Pero uno bueno, eh. Uno excelente. Algo que valga la pena.
—Si tú lo dices. Aunque, pensándolo bien, no suena mal.
—Es pura joda. Tómate el tiempo que necesites. Pero es en serio, diviértete, distráete, visita lugares, ve de compras, cierra este ciclo y regresa siendo la Miranda que conocemos. No dejes que ese idiota te arruine las cosas. Más de lo que ya lo ha hecho.
—Gracias, Ve —ella sonrió, aunque su amiga no la estaba viendo.
—Nos vemos, M.
—Hasta pronto —dijo ella, para luego colgar y quedarse un momento viendo hacia arriba.
Había ansiado ese viaje para ordenar su cabeza, su vida y ya que estaba en eso, arreglar sus sentimientos que bastante habían sido dañados últimamente.
Pero Miranda sospechaba que su amiga tenía razón, estar sola no mejoraría por completo su estado de ánimo. Pero por lo menos lo calmaría un poco ¿verdad? Si evitaba pensar demasiado en eso, si mantenía su mente centrada en divertirse, entonces lo lograría.
Decidió que tenía que disfrutar esos días al máximo. Hacer cosas que nunca había hecho, distraerse mucho y poner su cabeza fría de nuevo. No le gustaba sentirse mal por un chico, menos por uno tan idiota como su ex, pero todo se le venía encima de una manera que ella no podía controlar. Cuatro años no pasaban en vano. Hacía casi tres meses desde su ruptura y ella no lo había vuelto a ver. Tampoco había pensado mucho en él. Claro que todo eso se debía a que la universidad la mantenía lo suficientemente centrada como para no flaquear por un rompimiento.
Pero ahora... era el momento de saber si realmente lo había superado. Con la cabeza despejada, sin pensar en planos, diseños y maquetas, tenía que ver si había logrado sacudírselo de la mente y el corazón
El calor del verano, la frescura del mar y el suave sonido de las gaviotas volando encima del océano eran el ambiente perfecto que ella necesitaba para hacer borrón y cuenta nueva.
🌊🌊🌊
Luego de haberse dado un largo baño que la relajó bastante, Miranda salió a dar un paseo por la playa. Extendió una esterilla en la arena donde se encontraba acostada boca abajo, tomando un poco de sol.
Tenía un libro entre las manos, cuyas páginas pasaba a penas leyendo algo de lo que en ellas había escrito. Era su libro favorito, pero no le estaba prestando la atención que se merecía, así que se incorporó y lo guardó en su bolso, levantando su vista hacia el mar.
¿Quién leía en la playa? ¿En Cancún? Solo ella.
Dejó su vista en un punto fijo, ahí donde las olas chocaban con las rocas y luego el agua caía de nuevo, siguiendo su camino. Y se sintió un poco contrariada, ¿por qué no podía ella simplemente recuperarse así de rápido? Había chocado contra una roca, pero no sabía ahora qué hacer exactamente. Estaba enojada consigo misma por dejarse afectar tanto. Él no era el último hombre en la tierra y desde luego que esa no era la primera vez que se decepcionaba de uno. Pero pensaba, que lo que más le dolía y le enojaba a la vez era que antes que nada, él había sido su amigo. Lo que más se reprochaba era cómo había podido dañar una amistad de ese modo tan horrible.
Pensó de repente en su padre, él había sido el primer hombre que la había decepcionado, y se preguntó si eso de alguna manera afectaba su juicio con el género masculino. Y como siempre, al pensar en su padre, todo se ponía peor.
‹‹A la mierda. Ninguno de los dos dañará mis vacaciones›› pensó.
Se recogió el largo cabello teñido de azul en una cola de caballo y se volvió a recostar boca abajo, apoyando la cabeza en los antebrazos. Cerró los ojos y decidió cambiar el curso de sus pensamientos.
La playa era su lugar favorito de todos. El olor a sal, la cálida brisa y el agua le recordaban a los momentos felices de su niñez. A su hermano y a su madre. De pequeña, solía ir mucho a la costa de su país con su familia. Recordó a su madre ataviada en sus largos vestidos playeros y aquellos sombreros anchos que usaba para taparse del sol, se sentaba en la orilla de la playa y les decía que no nadaran demasiado lejos. Extrañaba mucho esos momentos. Pero su hermano se había ido a vivir a Estados Unidos y ella llevaba unos cuantos años sin verlo.
Le había pedido a su madre que la acompañara, pues a pesar de que quería estar sola, su madre nunca estaba de más. Pero su progenitora se había negado, tenía mucho trabajo por hacer y poco tiempo para la entrega.
Ansiaba que estuvieran de nuevo los tres juntos.
Una lágrima se le resbaló por la mejilla y cayó en su antebrazo. Perfecto. Estaba llorando. Pero, ¿por qué? ¿Nostalgia?
¿O era algo más? ¿Su padre, Diego?
Resopló y se colocó boca arriba mirando hacia el cielo. Quizás lloraba porque no lo había hecho en un buen tiempo. Había dejado que muchas cosas se le acumularan en el pecho, era el momento de dejarlas salir.
Pero no era el sitio, ¿por qué le daban ganas de llorar en un lugar tan concurrido?
Se incorporó y enseguida sintió que el mundo dio un giro. Un dolor punzante se instaló en sus sienes e hizo que se mareara. Agachó la cabeza, se la sostuvo con ambas manos y cerró los ojos mientras tomaba pequeñas respiraciones.
Estaba comenzando a calmarse cuando una voz masculina la sacó de su ensimismamiento.
—Eh, disculpa, ¿te encuentras bien?
Ella alzó la vista de golpe, lo que le provocó otra oleada de dolor. Arrugó la cara y entrecerró los ojos para ver al dueño de la voz. Entre sus ojos llorosos y la vista un poco borrosa por el mareo, vislumbró un par de ojos azules que la miraban junto con un ceño fruncido.
—¿Me hablas a mí? —masculló ella. Tenía la boca seca y sentía los párpados pesados. Estaba haciendo mucho esfuerzo por mantenerlos abiertos.
—Sí —murmuró el hombre, con un tono preocupado. Estaba acuclillado a su lado. ¿En qué momento pasó eso? Ella no lo sabía—. Luces algo pálida y tienes los labios muy blancos.
Miranda movió la cabeza en un vago gesto afirmativo. Quería decir que estaba bien, pero la verdad era que no, el hombre se estaba desenfocando y un montón de puntos negros empezaron a nublarle la vista.
Oh, no. No. No. No.
Antes de que pudiera decir algo más, los ojos se le cerraron y se desmayó.
🌊🌊🌊
Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a un hombre rubio de pie frente a ella, estaba de espalda mientras hablaba por teléfono. El cabello y la camiseta le ondeaban debido a la brisa.
Miranda se incorporó y se relamió los labios, mirando a su alrededor. Estaba recostada en una tumbona blanca y tenía los pies montados sobre unas cuantas toallas dobladas. Ella reconocía la razón de eso, se había desmayado suficientes veces como para saberlo.
Buscó sus cosas con la vista y se dio cuenta de que estaban en la silla a su lado. La esterilla estaba enrollada y se encontraba junto a su bolso, además de eso había otra mochila de color negro que ella no reconocía.
Se quedó un momento pensando cómo había llegado hasta allí y luego volvió a mirar al hombre que estaba de espalda.
Oh, Dios. No. Que vergüenza. Se había desplomado en los brazos de ese hombre y ni siquiera lo conocía. Ojalá la arena se abriera y se la tragara. Por supuesto eso no pasó.
El rubio se dio la vuelta y colgó el teléfono. Cuando reparó en que ella estaba despierta, se acercó y se sentó en la misma silla donde estaban sus cosas.
Sacó una botella de agua de la mochila negra y la miró con una expresión sobria clavada en el rostro.
—Ten, bebe —Miranda se le quedó viendo un momento y luego aceptó la botella.
—Muchas gracias. —logró decir después de beberse casi media botella de agua. No quería verlo a los ojos porque le daba muchísima pena lo que había pasado, pero no podía evitar apartar la mirada de sus ojos azules. Eran como una extraña y hermosa mezcla entre verde aguamarina y azul turquesa.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí —asintió—. Yo... gracias, de nuevo. Y lamento haberme desmayado sobre ti.
Él sonrió y se le marcaron dos hoyuelos, uno en cada mejilla.
—Bueno, mejor que te hayas desmayado sobre mí y no que te haya pasado estando sola. ¿Suele sucederte a menudo?
—Puede que sí. Aunque últimamente no me había pasado —Miranda asintió avergonzada—. ¿Por qué lo preguntas?
—Solo preguntas de un médico.
—Así que eres médico —ella sonrió—. ¿Por qué no me has llevado a un hospital?
—Todavía puedo llevarte a uno. Preferí esperar a que despertaras, porque no has estado mucho tiempo inconsciente. Pero siempre puedo llamar a una ambulancia —él agito su teléfono—. ¿Entonces... por qué?
—Deficiencia de hierro —recitó Miranda.
Él asintió.
—Asumo que no trajiste contigo tus medicamentos.
—Oh, sí que los traje —ella señaló su bolso—. Están allí. Pero no me he desmayado por eso. Sé que eres médico y sabes más que yo, pero no me he olvidado de tomarlas. Así que no pudo haber sido por eso.
—¿Es esta tu primera botella de agua en el día, cierto?
Ella asintió.
—¿Has comido? —observó la hora en el reloj que llevaba en la muñeca izquierda y luego la volvió a mirar—. Ya es la hora del almuerzo. Probablemente lo que causó que te desvanecieras fue la deshidratación y no tener nada en el estómago desde el desayuno.
—Ni siquiera he desayunado —masculló.
—¿No has ingerido nada desde hace cuanto?
El estómago de Miranda rugió, respondiendo a la pregunta del joven. El muchacho arrugó la frente.
—Okey, he escuchado suficiente. Vamos a comer.
—¿Qué? —le sorprendió su soltura para invitarla a comer, pero también sus tripas sonando de nuevo al escuchar dicha palabra. No había tenido hambre en todo el día, pero ahora su estómago le estaba reclamando por hacerlo ayunar sin ningún motivo.
—¿Puedes levantarte? —la miró con expresión seria—. Te invitaré a comer.
—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó ella.
—Parker Miller, ¿y el tuyo?
—Miranda Castillo. Escucha, Parker, te agradezco mucho que me hayas ayudado, me trajiste hasta aquí y te quedaste para asegurarte de que estaba bien, pero no puedo aceptar más. A penas te conozco, siento que estaría abusando de tu amabilidad.
Él soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—Ni creas que voy a dejar que te vayas así como así. Podrías desmayarte de camino hacia donde sea que te estés quedando. La verdad es que me sabe bastante mal irme y dejarte aquí sola. A menos que me digas que estás con alguien más y puede venir a recogerte no me iré.
Miranda sopesó su propuesta durante un momento. Quizás necesitaba un poco de compañía, especificamente de alguien completamente desconocido que no supiera nada acerca de ella. Quizás podía mantener una conversación agradable con alguien en lugar de sumirse en sus pensamientos.
—Está bien. Iremos a comer.
—Entonces, ¿vamos? —él le sonrió.
—Seguro —ella asintió y se puso de pie. Había olvidado de que todo lo que tenía puesto era un traje de baño azul de dos piezas. Genial, se había desmayado en ropa interior apta para todo público.
Tomó su bolso, sacó el libro que había estado leyendo antes, pues no quería magullarlo mientras buscaba la ropa apretujada en la pequeña mochila.
—El hacedor de ilusiones —dijo Parker. Ella alzó la vista hacia él y se dio cuenta de que el muchacho estaba observando el libro desde su altura—. Es un excelente libro. Lo leí cuando tenía como trece años.
Miranda lo vio con sorpresa.
—¿Lo has leído? Porque es mi libro favorito y no conozco mucha gente que lo haya leído. —intentó esconder la emoción en su voz, pero falló.
Él asintió sonriendo.
—Por supuesto, es de un autor de mi país. Es una muy buena historia. Debería ser más reconocido.
Ella volvió a sentirse más sorprendida aún.
—Espera, ¿eres venezolano?
—Sí, y tú también. Tienes acento.
—¿Cómo es que tú no? —Miranda lo vio mientras se vestía con la blusa y el short que había llevado puestos cuando llegó a la playa. No le avergonzaba vestirse frente a él, de igual manera ya le había pasado algo peor. Además de que él no la estaba viendo. Había tomado el libro y estaba examinando una de las páginas.
—Mi padre es estadounidense. Nací en Venezuela, pero me mudé a los catorce por el trabajo de mi padre. Supongo que con el tiempo he perdido algo de nuestro acento.
Miranda se llevó la mochila al hombro y recogió la esterilla.
—Estoy lista.
Él le entregó el libro y recogió su propia mochila, luego ambos comenzaron a andar.
—¿Y tu padre es médico también?
—Sí. Es cirujano cardiotorácico.
—¿Y te obligó a estudiar medicina o a ti te gustó?
—Me encanta. Desde pequeño estoy enamorado de la carrera. Me estoy especializando en neurocirugía.
—Eso es excelente —ella sonrió.
A Parker esa sonrisa le pareció hermosa. A simple vista, le pareció que Miranda estaba recuperándose del síncope que le había dado. Tenía los labios un poco más colorados y la palidez de su rostro se había ido un poco gracias a que se había bebido media botella de agua. Pero no quería dejarla sola aún, no hasta asegurarse de que estaba completamente bien.
Un rato antes él se encontraba en la playa con un par de amigos cuando la habían visto a ella apretándose la cabeza con las manos. Él fue quién se acercó para ayudarla, la forma en que se apretaba las sienes y temblaba le decía que la chica no estaba pasándola muy bien. La preocupación en él aumentó cuando estuvo lo suficientemente cerca para verla, completamente pálida con los labios como papel y los ojos rojos. Cuando se desplomó en sus brazos, Parker pudo notar que la chica tenía el rostro surcado en lágrimas —fue un detalle que decidió dejar pasar una vez que ella despertó, le parecía demasiado preguntarle por qué había estado llorando—, entonces la gente empezó a reunirse a su alrededor, sus amigos se encargaron de ahuyentar al público y lo ayudaron a llevarla hasta la tumbona más cercana.
Brett y Sam se habían ido poco antes de que ella despertara, pues ambos tenían una conferencia a esa hora.
Miranda era una chica bastante guapa, tenía los pómulos acentuados, los ojos cafés enmarcados por unas espesas pestañas negras y las mejillas se le estaban comenzando a colocar rosadas debido a la exposición al sol, lo que le quitaba un poco el aspecto de haberse desmayado. El cabello, teñido de un color azul eléctrico, le caía en ondas poco pronunciadas desde lo alto de la cola de caballo.
—Y dime, ¿tú a qué te dedicas? —dijo él.
Llegaron a un pequeño local cerca de la playa. Las mesas estaban repartidas al aire libre y cada una estaba provista de una sombrilla y sus respectivas sillas. A pesar de estar todas al aire libre, el olor a carne cocida y aliños se concentraba en el lugar.
—Estudio arquitectura. Acabo de terminar el noveno semestre —dijo ella, escogiendo una mesa y sentándose.
—Estás muy cerca de graduarte entonces —tomó asiento en la silla frente a ella y agarró uno de los menús que estaban encima de la mesa—. ¿Qué quieres comer?
—Ni idea, escoge por ambos. No sé qué se debería comer después de varias horas de ayuno —ella alzó las cejas y lo miró con media sonrisa—. ¿Algo ligero?
—Mmm no creo que puedas encontrar algo ligero en este menú. ¿Comes picante?
Miranda arrugó la nariz.
—Me da miedo, no sé qué tan picante sean las cosas aquí.
Parker se rió.
—Créeme, mucho.
Mientras ojeaba el menú, una chica pequeña y pelinegra se acercó a la mesa y les sonrió.
—Hola, ¿están listos para ordenar? —dijo, mirándolos alternativamente.
Parker cerró el menú y miró a la chica.
—Hola —le sonrió—. La verdad es que no, ¿qué nos recomiendas ordenar?
—Puedo traerles el especial de hoy, es cochinita pibil y tortillas para acompañar.
—Eso es cerdo —intervino Miranda, arrugó la cara y luego lo miró—. No como cerdo. Pero si a ti te gusta puedes ordenarlo tranquilamente, no te preocupes por mí.
Parker advirtió en que ella estaba avergonzada. Él no sabía si era porque la estaba invitando a comer, o porque no le gustaba ni el picante ni el cerdo y sentía que estaba molestando.
—¿Eres vegetariana, Miranda?
—No. Solo que no como cerdo.
—¿Hay algo que no tenga cerdo? —él miró a la joven morena.
—Tenemos queso relleno, huevos motuleños y sopa de lima —ella los miró alternativamente—. Los huevos motuleños son bastante buenos. Aunque normalmente los hacemos de desayuno, igual pueden prepararse.
—Creo que he escuchado de ese plato, ¿lo acompañan con plátano frito, cierto? —Miranda vio a la chica con ojos brillantes.
Ella asintió.
—Que sea eso, amo el plátano frito.
Parker estuvo de acuerdo.
—Sí, yo también quiero eso.
—¿Algo de beber?
—Jugo de naranja, por favor —dijo Miranda.
—Yo una limonada, gracias —le sonrió nuevamente a la pelinegra y ella asintió con la cabeza para luego alejarse—. ¿Por qué no comes cerdo?
—No puedo comerlo. Sí que lo he comido algunas veces, pero mi estómago al parecer no lo soporta. Así que si puedo evitarlo, lo hago.
—De acuerdo. Valiosa información.
—¿Por qué no has pedido eso para ti?
—El plátano frito me pudo.
—Es demasiado bueno. Podría comerlo todo el tiempo y no me aburriría.
Él sonrió y se la quedó viendo.
—Cuéntame de ti, Miranda. Aparte de desmayarte mucho y estudiar arquitectura, ¿qué mas haces?
Ella soltó una carcajada y lo miró.
—Pues también me olvido de tomar agua, no puedes pasar ese detalle por alto. No hay mucho que saber sobre mí. Tengo veintidós, ya sabes lo que estudio y de dónde soy. También sabes parte de mi historial médico, así que no tengo mucho que decir. ¿Qué hay de ti?
—Tengo veintisiete, vine aquí porque tengo un congreso de medicina. Son varios días de conferencias.
—Eso quiere decir que esto es un viaje de estudio, ¿no? —Miranda alzó las cejas—. Pero estamos en pleno verano.
—Sí, exactamente. Han invitado a especialistas de diversas áreas y me anoté porque el aprendizaje nunca está de más. Y no importa que sea verano, en cualquier momento se es médico. Por ejemplo, hoy cuando te vi moribunda en la playa.
—No estaba moribunda. —Se quejó ella, pero curvó los labios en una sonrisa—. Solo... no sé. Normalmente aguanto mucho más antes de desmayarme.
—Bueno, agradece que mis amigos y yo estábamos cerca.
—¿Amigos? —ella parpadeó.
—Sí, estaba con dos amigos. Pero se fueron luego porque tenían una conferencia a mediodía.
Miranda sintió que la sangre se le subía a la cara.
—O sea que alguien más me vio en ese estado, que vergüenza.
—Casi toda la playa.
Ella se tapó el rostro con ambas manos y sacudió la cabeza.
—No puede ser —su voz sonó amortiguada contra las palmas de sus manos y él no pudo evitar reírse.
—Oye, no es algo malo. Podría pasarle a cualquiera.
Se quitó las manos de la cara.
—Que horror. Y de paso estaba en bikini.
—Bueno, son cosas que pasan.
—¿Y tú por qué no estás de conferencia?
—Me inscribí en horarios distintos. Me parece mejor tener la mañana ocupada y luego la tarde entera para disfrutar de este sitio tan bonito.
—Es espectacular —ella echó un vistazo alrededor y luego lo miró de vuelta—. En fin, Parker. ¿Cómo supiste qué querías ser médico?
Miranda realmente sentía admiración por las personas que estudiaban y trabajaban en el área de salud. Básicamente, se preocupaban más por la vida de las demás personas que por la de ellos. Y pasar más horas en un hospital que en su propia casa con su familia para salvar vidas desconocidas, era digno de admirar.
—Bueno, como ya sabes mi padre es médico. Es mentira si te digo que siempre estaba en casa, pero las veces que lo estaba, era el mejor del mundo. Cuando tuve edad suficiente para ver sangre y demás, solía llevarme a su trabajo —Parker sonrió y ella pudo notar como la mirada se le iluminó—, y el estar ahí, rodeado de gente haciendo todo lo posible por salvar una vida, ver a mi padre haciéndolo, me hizo querer ser como él. Lo admiro muchísimo.
—Eso es grandioso, es muy bonito trabajar en lo que amas.
—Lo es, y es gratificante saber que puedes hacer algo bueno por las personas.
Miranda asintió y observó que la chica que los había atendido estaba llegando con su orden. Colocó los platos sobre la mesa junto con las bebidas y les deseó buen provecho antes de irse.
Los huevos motuleños eran más que huevos. El plato consistía en una tortilla frita que tenía salsa, jamón, frijoles y un huevo frito encima, además acompañado de plátanos fritos. Se veía delicioso. Grasoso pero delicioso.
—Esto huele realmente bien —dijo Parker, mientras probaba un bocado.
Miranda lo imitó y probó un poco. Era como una explosión de sabores en su boca. Sentía que su estómago lloraba de felicidad porque por fin ella lo estaba alimentando.
—Y sabe realmente bien. Dime, Miranda, ¿a ti que te hizo escoger tu carrera?
—En la escuela tuve una profesora de historia del arte que enseñaba tan bien y con tanta pasión, que no pude evitar que me gustara. Solía mandar maquetas de templos griegos, romanos, esculturas de arte antiguo, columnas egipcias, todo lo que puedas imaginarte. Recuerdo que hice una de La Puerta de Ishtar, fue mi favorita. Amé cada detalle de ella, como quedó, fue espectacular. También en ese tiempo leí mucho acerca de la evolución de la arquitectura a través del tiempo, el avance es superinteresante. Y simplemente quedé enamorada de todo eso. Mezclar la utilidad con el estilo, utilizar un espacio de manera que los resultados sean óptimos para las necesidades que se requieran. No solo se trata de tomar un espacio y construir algo, ¿sabes? Se trata de utilizar lo que tienes y hacer algo único y bello, algo que te represente como arquitecto.
Parker estaba embelesado.
—Entonces tú también tienes la dicha de estudiar lo que te gusta. Hablas con mucha pasión acerca de ello.
—Tú no eres diferente. Tu historia también fue muy bonita —dijo ella sonriendo y luego tomando otro bocado de la comida.
—¿Puedo confesarte algo?
—¿Qué cosa? —dijo Miranda, mientras se llevaba la bebida a los labios.
—Creo que acabo de tener un flechazo contigo.
Parker la vio fijamente mientras que ella se había quedado con el vaso fijo a pocos centímetros de su boca.
Parpadeó un momento y luego alzó las cejas, con la cara algo roja.
—¿Te han dicho que sueles comentar cosas de manera muy sorpresiva?
—Esa era la idea —dijo él, sonriendo.
—Por casualidad tú... —hizo una pausa y dejó el vaso sobre la mesa—. Podrías decir, ¿qué estás intentando ligar conmigo o aún no has empezado?
—Pues no he empezado a intentarlo aún. Sólo estoy siendo sincero. Eres guapa, me gusta como te expresas y te he dicho que me has flechado. No estoy intentando nada —él sonrió y se echó hacia atrás en la silla, a ella le sorprendió que pudiera decir eso tan fácilmente. Tan simple como había sonado. Él la miró con una sonrisa de lado y un hoyuelo marcándosele en la mejilla y continuó—. No estoy intentando nada. Todavía.
Miranda no sabía qué decir, ni siquiera sabía que cara poner. Nunca un chico había sido tan directo con ella, mucho menos su exnovio. No es que los estuviera comparando. Pero lo que más la sorprendía era que no se encontraba molesta. Sólo no sabía cómo actuar ante alguien que parecía ser tan transparente.
Hasta podía decir que tenía un poco de ganas de seguirle la corriente, pero otra parte de ella seguía un poco afectada por todo lo que le había pasado. Recordó lo que Verónica le había dicho y la insultó mentalmente por el hecho de que esa mujer parecía tener el poder de predecir las cosas.
Así que sólo sonrió como pudo y sacudió la cabeza.
—Me siento muy halagada con tus cumplidos...
—¿Pero...? —él entrecerró sus ojos y ella pudo ver un atisbo de sonrisa en su cara, mezclado con curiosidad.
—No hay ningún pero. Eres muy dulce, en serio —dijo ella tranquilamente—. Y es muy agradable hablar contigo, y agradezco mucho que me hayas ayudado. Quien sabe qué estaría haciendo en este momento si tú no hubieras aparecido. Por Dios hasta me invitaste a comer...
—Oye —él sacudió la cabeza y la miró—, no quiero que te sientas obligada a nada. En serio me agradaste, por eso fue que te invité. Además, de que necesitabas comer algo. De verdad me preocupaba que te quedaras ahí sola. Si me iba así, mi conciencia iba a reclamármelo todo el día. Quizás hasta toda mi vida. Lo hice porque me nació, de verdad. Y recuerda que aún no estoy intentando nada.
Ella asintió con la cabeza y sonrió.
—Bueno, pues ya que aún no estás intentando nada, está bien.
—Que bueno que captes el mensaje —dijo él, guiñándole un ojo.
Ella sonrió y desvió un momento la vista hacia la ventana, y Parker pensó en que probablemente había alguna otra razón para que ella se encontrara así un rato antes. No podía sacarse de la cabeza su rostro mojado por las lágrimas. No quería inmiscuirse en su privacidad. Aunque quería ayudarla, decidió que era mejor no agobiarla y seguir con una conversación corriente.
Abrió la boca para hablar y ella giró la cabeza para verlo.
—Alguna vez en tu vida —se adelantó a decir ella—, ¿has sentido como si siempre esperaras demasiado de la gente y eso hace que te termines decepcionando mucho más?
La pregunta tonta que Parker tenía en la punta de la lengua le bajó de golpe por la garganta cuando la escuchó decir eso. Él no sabía de dónde había surgido su pregunta tan de repente, pero sí sabía como se sentía lo que ella acababa de preguntar. En algún momento de su vida esperó demasiado de alguien que terminó decepcionándolo y más aún, destruyendo la confianza que él le había dado.
Él asintió lentamente con la cabeza mientras los recuerdos llegaban a su mente.
—Lo he sentido, sí. He vivido esa desagradable experiencia. Y luego de que sucedió, me castigué a mi mismo por un tiempo diciéndome que si no hubiese esperado tanto, probablemente no habría dolido como lo hizo.
—¿A ti también te pasó? —ella soltó una risa seca—. Supongo que en algún momento a todos nos pasa.
Él asintió y suspiró. Aunque no sabía de qué estaba hablando. Probablemente tenía algo que ver con la razón por la que había estado llorando. O quizás él le daba muchas vueltas al asunto y ella solo estaba llorando porque se sentía realmente mal físicamente. Quizás eso era todo.
—Pero no crear expectativas es imposible —continuó él, mirándola fijamente—. Siempre vas a terminar esperando algo de alguien, por mínimo que sea.
Ella lo miró detenidamente y asintió.
—¿Y crees que eso sea bueno o malo?
—La verdad es que no lo sé. Pongámoslo de esta manera: cuando quieres demasiado a alguien, siempre esperarás algo de esa persona, porque quieres que lo que das te sea retribuido de igual forma. Eso es lo que todos queremos ¿cierto? Porque si no esperas nada, entonces ¿para qué estar con esa persona para empezar? Aunque yo creo que todos tenemos distintas formas de dar amor, y que quizás la forma en que lo recibimos no es la que esperamos que sea, lo cual también termina decepcionándonos. Supongo que la posibilidad de que te decepcionen siempre está presente, cuando empiezas a querer a alguien, cuando depositas tu confianza en esa persona, ya le has dado el poder de hacerte daño. Es algo inevitable.
Miranda lo observó fijamente durante un momento, sopesando sus palabras. Parecía que la entendía de alguna forma, probablemente llevaba con él el peso de muchas decepciones, todas las personas lo hacían. Solo que de diferente forma. Parker hablaba con seguridad, no con tristeza. Era como si se hubiese liberado de ese peso hacía ya mucho tiempo y ya no lo veía como algo doloroso, sino como un aprendizaje. Como algo que lo hizo más fuerte. Y ella no dudaba que lo era.
Lo había conocido ese mismo día, pero sentía que llevaba años conociéndolo. Podía sentir un ambiente de paz, una especie de tranquilidad y armonía estando con él, siendo perfectos desconocidos que tenían mucho más en común de lo que creían.
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