THREE
El despertador matutino había sonado a las siete de la mañana en punto. Luka se levantó como de costumbre, se lavó la cara, se vistió correctamente y tendió la cama.
Mientras realizaba esta acción tan cotidiana, ella no paró de pensar en todo lo que había hecho en la noche. Con una mujer, en esa misma cama y bajo el mismo techo que compartía con su marido.
No podía negar el sentimiento de culpa, pero tampoco podía negar lo mucho que disfrutó. Llegó a sentirse más amada en tan solo unas horas que en siete años de matrimonio.
Y eso le aterraba.
Porque no se arrepentía de nada.
Jamás imaginó cometer un acto tan impuro. Y mucho menos sentirse satisfecha. La conciencia le estaba remordiendo. Todas sus convicciones habían sido puestas en contra por ella misma.
Estaba acorralada a pesar de que nadie sabía nada. A pesar de que nadie le apuntaba con el dedo.
Pero sí que había alguien que la veía todo el tiempo.
Alguien a quien le enseñaron debía temerle desde que era niña.
«Dios lo sabe y lo ve todo»
Tragó saliva al recordar esas simples palabras que su madre alguna vez le dijo. Solo ocho palabras lograron hacer que se arrepintiera de todo.
La joven de coletas se había ido hacía unas horas y ni siquiera le dijo su nombre. No había necesidad de hacerlo, después de todo, nunca se volverían a ver en la vida.
Sin embargo, Luka no paraba de pensar en ella. Su encanto, su aroma estaba impregnado en la almohada.
Ya nada se podía hacer para volverla ver. A lo mejor, si un día regresaba al bar la vería otra vez, aunque esto era improbable.
Decidió olvidarse de todo. Había estado muy estresada y mentalmente cansada como para siquiera hacer el almuerzo de su esposo. Solo decidió sentarse en la sala a leer una revista para distraer sus pensamientos un rato.
Tras esperar por un rato, la puerta del departamento se abrió. Su esposo entró con maletín en mano.
—Estoy aquí —anunció, cerrado la puerta detrás de sí.
Luka dejó de leer y se levantó del sillón. Observó a su marido de pies a cabeza, aguantando las ganas de llorar.
—Hola, querido, ¿cómo te fue? —trató de preguntar con normalidad.
—Estuvo bien. Fue algo cansado —dijo su esposo, dándole la espalda y caminando a la cocina.
—Ya veo.
Luka se quedó de pie en completo silencio por un rato. No se atrevía a mirarlo a la cara. Temía cometer una locura y terminar peleando con él.
—¿Qué tienes? —le preguntó su esposo.
—No es nada. Solo estoy algo cansada.
Luka entró a la cocina, en donde su esposo se hallaba sentado en la barra.
—¿Cansada de qué? Estás todo el día aquí, nunca haces nada —dijo él con su tono frío como de costumbre.
La pelirosa se sintió muy insultada por ese pequeño comentario.
Ella tal vez no trabajaba, pero eso no significaba que se la viviera de mantenida. Hacía las labores del hogar toda los días: lavaba, planchaba y secaba la ropa, y también realizaba las comidas de esposo, desde el desayuno hasta la cena.
Y lo que más le enfurecía es que su marido no se daba cuenta de eso. Él nunca valoraba su esfuerzo, y menos considerando que la tomaba como estúpida al engañarla de esa forma tan descarada.
Luka habría explotado con esas palabras, pero logró contenerse.
—No se por qué. Solo estoy algo mareada.
Luka se sentó al lado de su marido. Quería abofetearlo en ese instante, quería gritarle a la cara e insultarlo. Decirle que era un desgraciado traidor.
—¿Hiciste el almuerzo?
—Me acabo de levantar, lo siento.
Su marido hizo una muñeca de disgusto muy notoria y se levantó de la barra con rapidez.
—Tendré que comprar comida en el trabajo.
—¿Ya te vas? Acabas de llegar —murmuró Luka con la voz entrecortada.
—Tengo que estar de nuevo en la oficina en una hora —su marido se quitó el saco y lo aventó en la silla—. No me esperes otra vez.
Luka agachó la cabeza y se mordió el labio. Sus ojos comenzaron a nublarse. Respiró profundo y tragó saliva.
—Dijiste que me llevarías a cenar al nuevo restaurante —preguntó, haciendo que su esposo detuviera el paso.
—Tendrá que ser otro día. Hoy no puedo —dijo él sin siquiera voltear a verla.
Cuando su esposo entró a la recámara, Luka rompió en llanto. Él era un idiota insensible. Ni pidió perdón o trato de hacer otra de sus muchas promesas falsas.
Ya ni se preocupaba de no hacerla llorar o de inventar alguna excusa para justificar sus salidas.
Ella solo se quedó llorando en silencio mientras se abrazaba a si misma. Todavía no podía creer que su marido le había sido infiel.
¿Enserio él, que juró la amaría siempre, la había engañado? No tenía sentido. Ella siempre trató de ser perfecta. Siempre estuvo a su lado de forma incondicional.
De un momento para otro, toda su vida había girado ciento ochenta grados.
No supo que hacer. Solo tomó su abrigo del perchero y salió de la casa sin despedirse de él.
Caminó unas cuantas calles sin destino en concreto. Se dedicó a mirar las tiendas y los negocios mientras pasaba, tratando de pensar en algo que le hiciera olvidar su situación.
Al llegar al parque se sentó en una banca y se puso a observar a un pequeño grupo de niños que parecían estar jugando. Trató de pasar desapercibia para que no la tomarán como una pervertida.
La verdad ella siempre quiso tener un hijo. Sin embargo, Luka nunca pudo tener uno. Tal vez esa era la razón por la que su esposo la había engañado.
No era como si él ansiara tener un niño, pero aún así ella sabía que su esposo se sentía avergonzado por ese detalle. Toda sus conocidos ya tenían por lo menos un hijo, y algunos estaban esperando.
El tiempo de ser madre para Luka ya se estaba venciendo. Pronto cumpliría treinta y un años.
Esos pensamientos solo provocaron que se deprimiera más. Ni siquiera podía tener bebés. Nunca le daría un descendiente a su esposo.
Miró a los niños con lágrimas escurriendo de sus ojos, tratando de que nadie se diera cuenta de que estaba llorando. Pero una pequeña niña se dio cuenta de su mal momento.
—Señora, ¿está bien? ¿Por qué llora?
Luka levantó la mirada y se topó con una pequeña niña que parecía tener unos cinco años. Tenía una mirada inocente, a lo que la pelirosa se limpió las lágrimas.
—No tengo nada, mi niña. Solo creo que me lastimé el dedo —dijo, haciendo como que le dolía su mano.
—¿Quieres un curita? El señor Lenny siempre trae.
—Está bien, ya me siento mejor.
Luka sonrió y acaricio la cabeza de la niña, quien solo se rió con ternura.
—¿Por qué se lastimó su dedo?
La niña se sentó en la banca al lado de Luka.
—Me machuqué el dedo con la puerta. Pero no es nada, ya me siento súper bien.
La pelirosa sonrió de oreja a oreja explicándole a la niña.
—Mi mamá siempre se pincha con agujas. Por eso siempre tiene los dedos morados —murmuró la pequeña al mismo tiempo que sonreía—. Trabaja mucho haciendo vestidos, pero aún así ella no llora. Mamá es muy fuerte.
«Ah, con que ese es el amor de una hija y su madre»
—¡Yuki! ¡Yuki! —se escuchó gritar a alguien—. ¡Yuki! ¡¿Dónde te metiste?!
Ambas voltearon a dónde provenía el ruido y vieron a un joven de cabello rubio acercarse hacia ellas. Él tenía dos vasos de helado en las manos.
—Ah, con que aquí estás —exclamó el chico, suspirando de forma agotadora, agachándose para tomar aire—. No te vayas de esa manera. Casi me da diabetes del susto.
El joven por fin miró hacía arriba y se dio cuenta de la presencia de Luka, quien lo miraba confundida.
—Perdone pero, ¿puedo saber quién es usted? —preguntó Luka levantando una ceja.
El muchacho le dio uno de los helados a la niña.
—¡Perdón, Lenny! Es que me aburrí de esperar y vine porque la señorita estaba llorando —dijo la niña moviendo sus piecitos, mientras se comía su helado.
"Lenny" miró a la pelirosa y notó que sus ojos estaban algo rojos. Ella estaba apenada por la declaración de la niña.
—Soy el profesor de Yuki, señorita —se dirigió el joven a Luka—. Disculpe, tenía que cuidarla. ¿La molesto en algo?
—¿Qué? —preguntó confundida la mayor—. No, no no, nada de eso.
—Mamá dice que eres mi niñero —exclamó Yuki con burla.
—Niña tonta, no se te ocurra decirme niñero —murmuró el muchacho.
—Bueno, Lenny, voy a ir a jugar.
La pequeña se levantó de la banca y corrió con los otros niños, dejando a los mayores solos.
—Disculpe enserio. Es una niña muy entrometida y mimada, pero no tiene malas intenciones —dijo el chico, sentándose al lado Luka.
—No, al contrario, creo que me alegró el día —dijo Luka sonriendo—. Es muy dulce.
—Sí. Aunque también es traviesa y rebelde. Los niños son las criaturas más extrañas.
El chico le dio una cucharada a su helado y se dedicó a mirar a la niña mientras jugaba.
—¿Usted tiene hijos? —le preguntó a la pelirosa de repente.
—No.
Luka bajó la mirada un poco, afligida. Lenny volteo a verla con algo de comprensión.
—¿Tú tienes hijos?
El muchacho casi se atragantó con su helado.
—No, soy muy joven para eso —respondió con rapidez.
—¿Qué edad tienes?
—Solo tengo 17.
Ambos se quedaron un rato callados hasta que Luka rompió el hielo.
—¿Estás estudiando?
—Sí, apenas voy a terminar el bachillerato.
—Eso es muy bueno. ¿Este es tu trabajo de medio tiempo? ¿Es decir, ser niñero?
Lenny frunció el ceño con algo de molestia. Cruzó los brazos y miró de forma infantil a la mayor.
—Sí, aunque me gusta más el término "profesor" —explicó, haciendo comillas con los dedos.
—Ah, si. Perdón, es que la niña lo dijo así —. Ella habló con una sonrisa—. ¿Lo haces para pagar tu escuela.
—No en realidad. Por ahora mis padres lo pagan, pero quiero ganar dinero por mi cuenta para ahorrarlo. Insisten en que es su responsabilidad pagarlo, pero en un año voy a entrar a la universidad y tengo tres hermanos. No será fácil con tantos gastos.
Luka sonrió. Se acordó de ella misma cuando era joven, queriendo ser independiente sin saber nada de la vida.
—Creo que tus padres tienen razón. No está mal que quieras ganar tu dinero, pero sigues siendo un niño. Es bueno que aceptes divertirte de vez en cuando.
Ella omitió la parte: «Si no, te vas a quedar amargado como yo».
—Eso es lo que detesto de los adultos. Siempre se quejan de que somos demasiado tercos y no queremos ayuda, pero ellos mismo no la aceptan. Es contradictorio —se quejó el muchacho mientras comía su helado.
—Bueno, es lo que creo. De igual forma, haces bien en ser tan responsable aún siendo tan joven —dijo ella mientras sonreía al darse cuenta de que Lenny tenía una mancha de helado en la mejilla.
—En realidad no importa. No tengo muchos amigos que digamos, más bien soy el tipo raro al que las chicas evitan acercarse.
El joven miró su reloj y se levantó.
—Oh, mire la hora. Se me está haciendo tarde, tengo que llevarla de regreso con su madre.
—Está bien, Lenny.
Él volvió a fruncir el ceño al escuchar su apodo tan vergonzoso.
—Me llamo Len.
—Es un gusto, Len. Yo me llamo Luka.
—Te llamas cómo mi tía en Estados Unidos. Bueno, no recuerdo si era mi tía o mi prima —murmuró Len rascándose la cabeza.
Len le llamo a Yuki, quien de inmediato regreso corriendo.
—Ya nos vamos. Despídete de la señorita Luka —ordenó Len imitando, una voz militar.
—¡Sí, señor! —. La niña hizo un saludo y caminó firmemente al frente de Luka—. ¡Hasta pronto! —gritó con su voz infantil.
—Adiós, pequeñita.
—Entonces nos vemos. Fue un gusto —se despidió Len, tomando a la niña de la mano—. Adiós.
Los dos se fueron caminando con lentitud mientras Luka los miraba con felicidad. Parecían ser una hermana menor y un hermano mayor.
Se puso triste al pensar que ya nunca los iba a volver a ver.
Pero lo que ella no sabía es que ambos se verían muchas veces.
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