FOUR
Cuando Len y Yuki se fueron, Luka se quedó con una sonrisa en el rostro.
De alguna manera habían conseguido darle un poco de alegría. Alegría que se esfumó cuando el timbre de su celular sonó.
Rápidamente lo sacó de su bolso y miró la pantalla. Era su esposo. De seguro había llamado al ver que no estaba en la casa.
Luka tuvo esperanza, creyendo que su esposo le llamó porque le preocupó que no estuviera en el departamento.
Sin embargo, al recordar todo le que había pasado esos últimos días, cerró la tapa del celular con mucha fuerza. Ella imaginó que estaba cerrando el ataúd de su marido.
—Imbécil —murmuró, levantándose de la banca del parque y caminando con rapidez.
Después de estar caminando un par de calles para regresar a su departamento, el timbre de su celular volvió a escucharse. Lo sacó de su bolsillo. Esa vez era solo la notificación de un mensaje.
Luka se detuvo a leerlo al mirar que era de su esposo. Hacían meses que no le mandaba mensajes, mucho menos por la preocupación.
Ella comenzó a imaginar un montón de frases cursis que él utilizaría para convencerla de volver.
Pero al leer el mensaje solo encontró una frase:
"Mañana quiero desayunar waffles"
Waffles.... Unos estúpidos waffles.
—¡Maldito sinvergüenza! —gritó Luka con la cara roja, mientras las personas se le quedaban viendo.
Ese mensaje solo la cabreó más. Se dio media vuelta y decidió que no iba a regresar a casa y mucho menos prepararía Waffles.
Regresó a paso apresurado por unos cuantos callejones hasta dar con la iglesia a la que asistía cada domingo en la mañana.
No sabía a dónde ir, pero en esos momentos lo menos que deseaba era llegar a casa.
Entró en la bella estructura de la iglesia. Las paredes color durazno y los adornos dorados le daban una apariencia muy elegante y tranquila. Disfrutaba mucho estar ahí, con la paz que el silencio le ofrecía.
Sin embargo, toda esa tranquilidad fue reemplazada por un miedo inmensurable. Tan solo poner un pie dentro de ese lugar, sintió las ganas de echar a correr. No se sentía con el derecho de estar en ese lugar, en la casa de Dios, ese Dios al que le había dado la espalda en una noche de lujuria y pecado.
Mientras más avanzaba por el largo pasillo, el aire le comenzaba a faltar y sus piernas también temblaban.
Al levantar la cabeza y darse cuenta de que estaba frente al altar, su respiración se detuvo. Ante sus ojos se hallaba una figura de la Vírgen Maria, más bella y más radiante que nunca.
Se detuvo por unos segundos, con la respiración agitada. Un nudo se le comenzó a formar en la garganta, combinado con una presión horrible en el pecho.
Cuando ya ni siquiera podía respirar, salió corriendo de ahí a los jardines traseros de la iglesia. No había nadie, aunque no faltaba mucho para la misa de medio día.
Al llegar a las bancas, Luka soltó un largo suspiro. Se sentó, con la respiración todavía agitada.
Después de un par de minutos logró tranquilizarse.
Observó los jardines con melancolía. Hacían casi cinco años que no estaba en ese lugar. Había olvidado lo mucho que le gustaba estar ahí, lo mucho que la calmaba.
A su alrededor no había un alma. Supuso que las monjas debían de estar haciendo sus tareas.
Sin embargo, los pasos de alguien llamaron su atención. Al voltear a donde provenía el ruido, se percató que se trataba de una joven monja.
—Disculpe... ¿Se encuentra bien? —le preguntó con timidez la joven.
Luka le reconoció al oír su voz. Era la chica que siempre se ponía afuera de la iglesia para recaudar dinero. La niña rubia que siempre le dedicaba una sonrisa.
—Sí, estoy bien, gracias —respondió Luka.
—Si quiere le puedo traer agua o algo.
—No, de verdad, solo me sentía un poco acalorada, eso es todo.
La joven monja solo se quedó en silencio por unos segundos. Luego se acercó unos cuantos pasos a dónde estaba Luka.
—Usted es la mujer que siempre deja dinero, ¿no?
—Sí. Es un gusto, me llamo Luka —saludó. Extendió su mano para estrecharla con la muchacha.
Ella aceptó el gesto con nervios, desviando la mirada.
—Yo me llamo Rin.
La chica se quedó observando un rato a la pelirosa, a lo que Luka se vio un poco incómoda.
—Oh, lo siento. Perdón, es que no suelo hablar con mucha gente —se disculpó la rubia.
—¿Desde hace cuánto estás en el convento?
—Apenas llevo dos años —respondió Rin.
—Oh, no parece ser poco. La mayoría de las monjas de aquí solo entran un año antes de darse cuenta de que no tienen la vocación —Luka le sonrió a Rin, quien asentía—. ¿Planeas quedarte aquí siempre?
La joven reflexionó por un rato lo que la pelirosa de dijo. Tenía un nudo en la garganta y parecía que iba a llorar. Sin embargo, tragó saliva y respondió.
—Sí.
Cuando Rin dijo eso, un montón de recuerdos borrosos llegaron a la mente de Luka. Recuerdos de una niña que tenía el deseo de permanecer pura.
Luka, unos años antes de casarse, también había estado en ese convento como monja. Sin embargo, decidió salirse cuando conoció a su futuro esposo. ¿Las razones por las que entró? No las recordaba. Siempre que pensaba en ello, un nudo le comenzaba en la garganta.
—Señora Luka... —Rin la sacó de sus pensamientos.
—¿SÍ?
—Su teléfono ha estado sonando desde hace un minuto —señaló la rubia, apuntando el aparato que yacía entre las piernas de la mayor.
—¡Lo siento! Perdón, me distraje un rato.
Tomó el celular y miró la pantallita. Se trataba de un número desconocido. Luka se levantó y se alejó unos cuantos metros y contestó.
—¿Con quién hablo? —dijo Luka.
—Hola.
Los ojos de Luka se abrieron a más no poder. La reconoció en el momento que la escuchó. Esa linda y dulce voz.
—¿Sigue ahí? —preguntó al otro lado de la línea.
—Sí. Discúlpeme.
La pelirosa quería colgar, pero algo no se lo permita.
—Lamento si es incómodo para ti que vuelva a llamarte, pero estuve buscando tu teléfono con el portero de tu edificio. Llamé un par de veces y me contestó tu esposo.
—¿Mi esposo? —tartamudeó la pelirosa.
—Sí. Pregunté por ti y me dijo que habías salido, pero me dio tu número. Y ahora te estoy llamando.
Luka no sabía qué decir. ¿Se había tomado tantas molestias solo para conseguir su número? De pronto todo se sentía irreal. Estaba hablando de nuevo con esa joven a la que decidió olvidar, y, sin embargo, ella no lo quiso así.
—¿Luka? ¿Sigues ahí?
Ella había averiguado su nombre. Jamás se había sentido tan intimidada al escuchar su nombre. Bueno, a excepción a cuando su madre o su padre lo decía.
—Sigo aquí.
—Lamento molestarte. Entiendo perfectamente si solo querías algo de una sola noche, pero en lo que va del día no he parado de pensar en ti. Necesito verte otra vez.
—No puedo —murmuró Luka—. Lo siento, en verdad no puedo.
—No es lo que crees. No quiero tener sexo, solo me gustaría charlar contigo. ¿Podrías venir, por favor? Estoy en la casa de moda Le Noir. Está a unas cuadras del jardín principal. Ahí trabajo.
—¿No es malo que te moleste en tus horas laborales?
—No hay problema. Tengo un par de horas libres.
—No lo sé, en verdad, no creo que sea prudente.
—Por favor, dime que vendrás.
Luka se lo pensó unos cuantos segundos. Se había propuesto a olvidarla, pero ahí estaba, hablando con ella por teléfono.
—Llegaré en diez minutos.
Alcanzó a decir antes de colgar el teléfono con brusquedad.
Suspiró y dio media vuelta hasta regresar a dónde estaba la joven monja.
—¿Era algo muy grave? —preguntó Rin al ver el rostro pálido de la mayor.
—Ah, no, no lo era. Solo estaba hablando con una amiga —negó—. Supongo que tengo que irme, Rin. Nos vemos luego.
—Está bien.
Luka salió de la iglesia como alma que lleva el diablo. Caminó unas cuantas cuadras hasta llegar al jardín donde había estado en la mañana. Le preguntó a uno de los transeúntes por la casa de moda y ellos amablemente le indicaron dónde estaba.
Mientras se dirigía a ese lugar, no paraba de mirarse por el reflejo de su celular y de acomodarse el cabello.
Finalmente, al llegar a una esquina pudo divisar a esa linda joven de cabello aqua.
Ambas hicieron contacto visual.
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