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Capítulo #1: ''El día en que la Junior cumplió dos''

NA: Este apartado se lo dedico a Stefi; porque tus comentarios en NAYND me dieron un montón de ideas; además de reírme un montón.



¡Buen día, buena tarde o buena noche! Por las dudas, porque no sé dónde se encuentran.

Mi nombre es Patricia.

¡Ah! No tengo ni la menor idea de cómo hacer esto, estoy nerviosa. Mi amiga me lo recomendó, por alguna razón dice que a ella le funcionó.

Que acá no te juzgan (bueno, no todo el tiempo) y que si lo hacen, por lo menos dan buenos consejos.

Lo he retrasado todo lo que puedo, pero al final pienso: ¿Qué tengo que perder?

Quiero contarles una historia de amor.

Mi historia de amor.

En verdad, no sé cómo empezar.

Probablemente si lo pienso, tendría que ser desde el principio, ¿cierto? Sería lo más lógico. Y es lo que la Patricia de antes de todo esto pasase, hubiese hecho.

Haría una lista y le daría a cada punto sus pros y contras. Les explicaría el por qué estar en esta posición era lo que tenía que ser, y que por más que la gente se queje, o piense que estoy loca, es la decisión correcta.

O pienso que es la correcta.

Pero ahora, no lo sé. Fuera de lo pragmático, del orden y de lo correcto y lo incorrecto, me cuesta encontrar quién fui.

Entonces, propongo hacer algo loco ¡Jaja! ¿Qué tal? ¿Y si la contamos en desorden, empezando por el final? Ya que, como bien me enseñaron en la escuela, el orden de los factores no altera el resultado.

Por más que internamente quisiera que así fuese.

«Probablemente me esté volviendo loca...»

Pero bueno, acá va entonces, bienvenidos al desorden de la que pretendía ser la vida muy organizada de Patricia Fernández. Tal vez ustedes podrían darme un par de consejos para intentar acomodarla.

29 de noviembre del 2025. Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Actualidad.

A mi alrededor los niños corren y los adultos hablan, conversaciones llenas de risa no se escapan a mi oído. Veo todos los colores alrededor y me siento orgullosa con el trabajo que le puse a toda la decoración. ¡Ja! Y decían que estaba loca por intentar la temática del arcoíris. No había sido fácil, no les voy a mentir. Pasé las últimas semanas acostándome bien entrada la madrugada y yendo a trabajar con brillantina en toda la cara.

Pero valió toda la pena. El jardín parece un muy hermoso cuento de hadas.

«Y, es para Maggie. Por quien daría el mundo entero.»

La veo con su abuela, sonriendo, mientras hacen un montón de burbujas con la máquina que compré.

Es por ella y para ella que tomé todas y cada una de mis decisiones los últimos dos años. Es mi prioridad, mi vida entera.

Por lo que trabajar todos los días hasta bien tarde para darle la mejor calidad de vida posible no me ha pesado jamás; No, al menos, hasta que me di cuenta de que al hacerlo me había estado perdiendo de cosas que también importaban.

De repente, de un tiempo para acá, la excusa de que encerrarme en el trabajo es para beneficio de mi hija se vuelve cada vez más débil.

Se acercan, mi nena corre en mi dirección y la alzo en mis brazos. Mi mamá me dice algo que tiene que ir a preguntarle a mi tía y simplemente me limito a asentir.

Y es cuando lo veo, saliendo por la puerta que da hasta el patio en donde nos encontramos.

Entiendo ahora lo que tal vez debí haber entendido hace mucho tiempo, pero tenía mucho miedo. No había conocido jamás a nadie con la capacidad de sacarme de mi zona de confort, hacerme sentir cosas para las cuales no estaba preparada, que me hiciera sentir que no todo tenía que ser lineal o planeado. Entonces hice lo que cualquier cobarde haría y lo alejé. Lo pateé tan lejos que, al final, la única conexión que quedó entre nosotros es la hermosa hija que compartimos.

Todo lo que puedo escuchar son los latidos de mi corazón mientras todo alrededor parece pasar en cámara lenta. Camina en mi dirección y una sensación de náuseas me llena cuando lo veo pasar uno de sus brazos alrededor de su cintura.

En mis brazos, Maggie se emociona, grita con alegría cuando ve al hombre que más ama en este mundo, su padre. Estira sus bracitos cuando llega a nuestro encuentro, y este, soltando el agarre que tenía en su acompañante, la recibe, abrazándola con fuerza contra su pecho.

—Feliz cumpleaños, mi amor —le dice mientras deja un beso en su frente— . Te amo muchísimo.

Maggie sonríe y niega con la cabeza, sus rulos se vuelven como locos.

—Papi... —responde, y vuelve a abrazarlo.

La imagen de ambos me hace darme cuenta del rápido paso del tiempo. Ese que no perdona a nadie. Mi hermosa beba ya no tan chica, dos añitos.

Y Francisco, vestido ahora de traje y formal, con una barba creciente de un par de días, parece todo menos el niño que antes era.

Mi mirada se cruza con el marrón claro de los suyos, y saluda con un asentimiento:

—Hola, Pat —su voz baja, bastante formal. Luego, dirigiendo su mirada a la mujer a su lado, añade—: ¿Recuerdas a Daniela, mi novia?

Mi vista se dirige a la chica de pelo rubio y vestido floreado parada a su lado. Sonríe tímidamente y me extiende una mano en modo de saludo.

La recuerdo. La chica de las clases de los viernes por la noche, la que Francisco me presentó en aquella ocasión en la Facultad. Solo que para aquel entonces, éramos eso, compañeros.

Suspiro y haciendo uso de los dotes de actuación que no tengo, logro forzar una sonrisa y estrechar su mano:

—Un placer volver a verte —respondo, aunque en el fondo sé que siento todo menos eso.

Intercambiamos un par de palabras más, luego Francisco se va con Margot y Daniela a la zona de los inflables.

Respiro hondo intentando normalizar los latidos de mi corazón; una descarga de adrenalina me recorre e intento con todas mis fuerzas no largarme a llorar.

¿Qué mierda me pasa? Los gritos de niños a mi alrededor me hacen caer en la realidad, en dónde me encuentro. Soy una adulta y esta es la fiesta de cumpleaños de mi hija. Logro reponerme (lo que creo, es lo mejor que puedo hacer en el momento) y dejar el resto de los pensamientos para más tarde, cuando esté sola, en mi habitación.

—Las mini hamburguesas están increíbles —dice una voz a mi lado y me sobresalto un poco. Me volteo para encontrarme con mi mejor amiga, que, con una bandeja en la mano, parece estar terminando ya su tercera.

—Vos y tu amor por las hamburguesas —respondo, mientras niego con la cabeza.

—Son lo más perfecto de este mundo —hay emoción en su voz mientras termina de tragar lo que tiene en la boca.

—Que no te escuche tu marido —comento en tono de broma. Ambas dirigimos la mirada hacia la mesa de donde Maggie proviene; un Manuel con el pelo un tanto más largo y barba crecida de un par de días también se adueña de una bandeja de hamburguesas.

Mi amiga ríe y hay un cierto brillo especial en su mirada, ese que siempre tiene cuando lo mira.

—Manuel está claro que entre él y las hamburguesas no puede haber una competencia justa, porque las hamburguesas siempre ganarán.

«Esa no se la cree ni ella.»

Siento un pinchazo en el corazón.

«Podría haber tenido eso también, pero no me lo permití.»

Le sonrío. Al menos quiero creer que eso es lo que hago. Y por la expresión en su rostro, me doy cuenta de que he fallado miserablemente.

—Vos sos mucho más hermosa —asiento y entiendo el por qué se ha acercado mientras comía; debe haber presenciado toda la escena desde la mesa.

Su mirada se desvía a los inflables, donde mi hija juega mientras Francisco la supervisa.

—Estoy bien —respondo, aunque no me lo haya preguntado.

—Dile eso a tu cara entonces —noto cierto tono irónico en su voz, y sé que me lo merezco. No es la primera vez que mantenemos un tema de conversación parecido. —...sabías que esta era una posibilidad —esto último lo dice en un tono más bajo, mientras apoya la bandeja en una mesa a nuestro lado— y vos dijiste que estabas bien con eso.

Es casi hasta gracioso, si tengo que recordar que un par de años atrás era yo la encargada de dar las charlas motivacionales mientras ella estaba en su propio drama amoroso. En aquel entonces, cuando era su turno, solía frustrarme con ella porque no podía entender cómo, cuando todo era tan evidente, ella parecía no verlo o no quería verlo. Ahora, que me toca a mí, entiendo que quizás fui un poco dura con ella.

—Lo sé —respondo, esa sensación como del inicio de una migraña se adueña de mi cabeza—. Puedo llegar a ser muy testaruda, como te habrás dado cuenta.

Suelta una carcajada mientras asiente, y no puedo evitar darme cuenta de lo hermosa que se ve. Se cortó el cabello largo y ahora cae a la altura de sus hombros, con un vestido azul claro y una sonrisa de oreja a oreja. Parece relajada, feliz.

«Yo también quiero estar relajada y feliz.»

«Quien me manda a pelotuda.»

—Y aún así te queremos, muchísimo —dice una vez que puede hablar nuevamente, colocando una mano en mi hombro.

—Yo también te quiero —respondo, sonriéndole— y sé que tienes razón, pasa... que no puedo evitar pensar en que tal vez cometí un error.

Me mira, como diciéndome "¿Tal vez?".

Sin embargo, cuando finalmente responde, dice:

—Las cosas no terminan hasta que terminan, Pat.

Levanto una ceja, visiblemente confundida.

—¿Qué querés decir?

—Que si existe algo por lo que vale la pena pelear, la batalla no termina hasta que hayas agotado todos y cada uno de los recursos.

Por un par de minutos ninguna de las dos dijo nada más. Vuelvo a mirar en dirección a los inflables. Francisco acaba de bajar a Margot de uno de los juegos, y mientras empiezan a dirigirse a la mesa con la comida, su mirada se cruza con la mía y, como siempre que eso pasa, siento cómo se detiene el mundo.

El trance dura segundos, aunque para mí podría tratarse fácilmente de una vida. Luego, tomando la mano de su novia, siguen su camino.

Suspiro, visiblemente cansada.

—¿Qué pasa si los agoté todos? —pregunto finalmente en voz baja, mientras los veo alejarse.

Maggie sigue mi mirada y, negando con la cabeza, responde:

—Ambas sabemos que eso no es cierto.

No pude decir nada ante eso. Porque, en el fondo, sé que por más que quiera ser optimista, la cagué en todas las formas en las que podía. Y sé que, por más que lo desee con toda el alma, no hay vuelta atrás de eso.

Por eso, cuando cambia el tema, lo agradezco enormemente:

—Vamos —me toma del brazo— que es el cumpleaños de la tocaya, y tenemos que ir trayendo la torta.

Asiento, siguiéndola hasta el interior de la casa, a la cocina.

Me despojo de los sentimientos que no puedo manejar en el momento. Ya lidiaré con ellos luego.

23 de noviembre del 2025. Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

6 días antes.

—¿Y tu madre? —pregunto en tono calmo mientras termino de encender el televisor y colocar las caricaturas.

Maggie aplaude un par de veces contenta al ver aparecer ''Las pistas de Blue'' en la pantalla.

Francisco me mira; puedo ver el dolor en su mirada. Mi corazón se encoge.

—No hemos hablado en un par de meses, así que dudo mucho que aparezca —responde finalmente mientras se encoge de hombros.

Suspiro. Sabía que las cosas estuvieron tensas entre ellos los últimos meses, pero tenía la esperanza de que se hubiesen resuelto. Aparentemente no.

Tampoco es que hablemos mucho como antes. Últimamente, al menos que sea un tema que específicamente afecte a Margot de alguna forma, no sabemos nada de la vida del otro.

Sé que es mi culpa. Subestimé tal vez que la paciencia, incluso la del más santo, tiene sus límites.

Sobrepasé los límites. Malgasté todas mis oportunidades. Y ahora tengo que atenerme a las consecuencias.

Por eso sé que por más que muero por preguntarle, no voy a hacerlo. No puedo pedirle, después de todo lo que ha pasado, que me permita ser su pañuelo de lágrimas. No lo merezco.

Asiento. Nos quedamos en silencio un par de minutos; tan solo el sonido de la televisión encendida parecía querer disimular la tensión creciente en la habitación.

Me pregunto por qué se ha quedado tanto tiempo. Normalmente, después de buscar a Maggie del jardín y darme algún parte de lo que le hayan dicho las maestras, no se queda más tiempo.

Pero está ahí, parado justo a la puerta. Y sé que ya no se debe al hecho de que lo haya detenido para preguntarle si su madre asistiría a la fiesta de cumpleaños de Maggie de la semana próxima.

Tiene esa expresión en su rostro. La conozco bien. Esa que siempre tiene cada vez que quería decirme algo, pero tiene miedo de mi reacción. La vi muchas veces mientras trabajábamos juntos, y muchas veces más después de eso.

—Suéltalo, Fran —me sorprendo diciendo. Me ve y suelta una risa nerviosa.

—Me conocés bien, Pat.

—Tal vez demasiado para mi propio bien —murmuro, más para mí que para él—. ¿Qué pasa?

—Estoy saliendo con alguien —suelta de golpe—... estoy comenzando a tener sentimientos profundos por ella.

No conozco esta forma de latir de mi corazón. Frena de golpe como si acabase de sufrir un accidente; luego, como si fuese sus últimas fuerzas, empieza a latir con excesiva lentitud. Un escalofrío recorre mi cuerpo, como si me fuese a enfermar del estómago, y sé que mi cara debe ser alguna especie de poema.

Intento disimularlo, pero él también me conoce bien. Quiere decir algo, pero nada más sale de su boca.

Sabía que esta era una posibilidad; inclusive tuvimos esta conversación un par de meses antes. El empezar a salir con otra personas; inevitablemente pasaría tarde o temprano. Pero, una cosa es saberlo y otra tener que realmente vivirlo.

Respiro hondo un par de veces. Intento que el aire llene mis pulmones, a ver si de alguna forma mi corazón vuelve a latir de manera normal.

—Bueno... —carraspeo un poco porque la primera sílaba salió más como una especie de alarido— me alegro por vos, Fran. En serio.

Le doy la espalda y entro a la cocina, las compras. Tengo las bolsas con la compra de super sin guardar ahí. Empiezo a sacar las cosas, cuando siento que se adentra también.

—¿Estás bien? —pregunta, está muy cerca de mí, a mi espalda.

Sopeso las posibles respuestas a esa pregunta. La verdad y la mentira, y cuál, probablemente escapará primeramente de mis labios.

«No, no estoy bien.»

Pero no puedo decirle eso.

—Che, Fran. Estoy bien —respondo, aunque no sé si para convencerlo a él o a mí—, solo me agarraste de sorpresa, es todo.

No lo veo de frente, pero sé que está peleando una batalla interna.

No me gusta la dirección en la que toma esta conversación, por eso, mientras coloco una bandeja de carne picada en el freezer, le pregunto: —¿Cuál es su nombre?

—Daniela —contesta en un tono bajo, y nunca antes sentí tanto desagrado por un mero nombre.

Volteo a verlo y finjo una sonrisa mientras asiento.

—Bien, ¿y Daniela viene?

Arquea una ceja, visiblemente confundido.

—¿Qué?

—Si Daniela viene a la fiesta de cumpleaños de Maggie —aclaro, como si fuese lo más normal del mundo— . Así puedo contarla en la comida.

Suspira. Entiendo que por más que intento hacer las cosas fáciles para él, parece que no estoy haciendo un buen trabajo.

—Solo si vos estás bien con eso —su mirada es intensa, a mí me duele el alma.

¿Bien con eso? Qué buen chiste.

—¡Claro! —respondo, restándole importancia al asunto— ¿Por qué habría problema?

Francisco va a decir algo, pero en eso escucho a Maggie desde el salón: —¡Mamá!

—Voy, mi amor —salgo de la cocina con sus ojos marrones clavados en mi espalda.

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