Misha
Al fin estaba de nuevo frente a mí, solamente él y yo.
El asesino de Sasha y El Exterminador.
Llevaba dos siglos esperando ese momento, el instante en el que hallaría al licántropo que había puesto fin a la vida del amor de mi vida, el animal que había hecho de mí un monstruo sediento de sangre, muerte y destrucción. Ni siquiera el sol del mediodía me impediría llevar a cabo mi venganza.
El único ojo de Rainer Linheart no dejaba de mirarme, estudiándome y evaluando mis capacidades después de haber matado a dos lobos sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Alguien sensato, alguien sin el deseo de matar dentro, tendría miedo por tener que enfrentarse a mí. Él no. Él lo estaba deseando.
—Tenía ganas de volver a verte, Exterminador. —Rainer se movió lentamente hacía mí—. Hace tiempo que quiero comprobar quién de los dos es más fuerte.
—Puedo hacerte spoilers si quieres: incluso bajo el sol yo soy más fuerte que tú —respondí sin moverme, inmóvil y con los brazos pegados a mis costados, observando cada uno de sus movimientos y oliendo los deseos malsanos y oscuros que exudaba su cuerpo.
Él rompió a reír a carcajadas antes de que su cuerpo cambiara en menos de dos segundo y se abalanzara sobre mí con partes de su indumentaria echas girones sobre su cuerpo gigantesco y peludo. Su organismo apestaba a adrenalina y comprendí por qué tenía el cuerpo tan lleno de cicatrices: era un adicto a ella y siempre luchaba con una sobredosis en sangre.
Desenfundé las dagas de mi espalda y las crucé justo en el instante en el que sus garras afiladas intentaban abrirme en canal. Mi cuerpo, a pesar de tener los pies bien afianzados en el suelo, se vio arrastrado un par de centímetros. El rostro horrendo de Rainer en su forma berserk se acercó a mí, haciendo que fuera capaz de ver la ausencia de ojo en su cuenca vacía. Ojo que le rasgó Aleksandr en un intento por defenderse con sus últimas fuerzas.
El odio, el dolor y la agonía hicieron acto de presencia. Puede que la venganza no me devolviera a Sasha, pero matar a Rainer me proporcionaría la paz que necesitaba para enterrar al Exterminador que mi resentimiento y sufrimiento crearon.
Pero antes de hacerlo desaparecer me serviría de él una última vez.
Mi alrededor se desvaneció y mis sentidos se concentraron y focalizaron solamente en el berserk que tenía frente a mí, tan cerca que me daban ganas de vomitar ante su repulsivo hedor. Rainer me empujó, todos sus músculos en tensión, y yo dejé que me arrastrara un poco más antes de dejarme caer en el hueco entre sus piernas con agilidad y atacarlo. Él, tan rápido como yo, eludió el filo de mi daga que se limitó a cortar algunas hebras de su largo pelaje gris. Confiado, en su elemento, Rainer se limitó a esperar a que yo lo atacara de nuevo mientras soltaba unos gruñidos que parecían las risas macabras de un muñeco de cuerda estropeado.
No me hice de rogar, no en vano era el primero que más ardía en deseos de destriparlo.
Al igual que yo, Rainer era un experto luchador curtido en las más duras y encarnizadas batallas. No podía bajar la guardia ni un segundo ni tampoco el ritmo de mis movimientos. Su cuerpo, acostumbrado a la adrenalina, le permitiría la ingesta de una gran cantidad y, con ella, una durabilidad en el tiempo prolongada. Yo me cansaría mucho antes que él y mi velocidad, fuerza y resistencia disminuirían antes de que él comenzara a sufrir los primeros espasmos por la pérdida de epinefrina.
Aun así...
La primera sangre llegó y apreté los dientes cuando un ligero quemazón y escozor me recorrieron el costado derecho a la altura de las costillas. Los cuatro cortes, aunque profundos, no eran mortales y mi cuerpo comenzó a curarse con rapidez gracias al haber bebido la sangre de Glenn hacía escasos minutos.
Rainer se lamió la sangre de las garras, sin ninguna intención de atacarme, esperando a que me recuperara. No quería que su diversión acabara tan pronto.
—Eres delicioso —habló con una voz tan gutural que me costó entenderlo —, pero la de aquel Primero era mucho más dulce.
Buscaba provocarme, hacer que perdiera el control de mis emociones y dejara de atacar usando la razón para dejarme guiar por la rabia. Lo sabía y aun así...
Dejé que la rabia saliera, que los recuerdos de aquel día, del paisaje blanco y rojo, de su cuerpo inerte en mis brazos, salieran a la superficie como tantas otras veces lo habían hecho. Fue como regresar a aquel momento y sentir los copos de nieve caer sobre mí. Sasha, a unos metros de mi posición, luchaba por su vida contra dos enemigos mientras yo, abriéndome camino como podía, intentaba llegar hasta él y ayudarlo. Salvarlo. Ese día no pude socorrerlo y ya jamás podría hacerlo. Pero sí había otros a los que podía y debía salvar.
Por eso no pienso perder ante ti.
Ataqué con todo lo que tenía. Mis manos y mis piernas se movieron a gran velocidad, la misma en la que mi cerebro les ordenaba a mis miembros cómo actuar. Las hojas de mis cuchillos largos parecían volar mientras buscaban piel, carne y hueso. La piel la hallaron pronto, primero haciendo ligeras laceraciones que, con el paso del tiempo fueron penetrando hondamente en la carne del berserk.
Con la primera herida, el ritmo de Rainer no disminuyó, pero sí que lo hizo cuando llegaron la segunda y la tercera. A diferencia de mí, sus heridas no estaban sanándose ni sus hemorragias se detenían mientras que las que yo había ido recibiendo sanaban más y más deprisa gracias a la sangre de Glenn. Era como si su fluido vital me hubiera dado unas capacidades impensables para un vampiro. Hasta el sol era una molestia menor que calentaba mi piel sin que mi cuerpo se sintiera débil o me picaran los ojos.
Permití, aguantando con todas mis fuerzas para no caerme, que Rainer me golpease en el pectoral mayor derecho con uno de sus puños. No tendría una mejor oportunidad que esa fracción de segundo en la que su pecho estaba al descubierto y a mi merced. Apreté el mango de mi arma y hundí la hoja, hasta la empuñadura, en su tórax. De la boca del berserk salió un aullido entrecortado cuando le clavé el otro justo a escasos centímetros del primero paralelamente. Nuestras miradas se encontraron antes de que yo, soltando un grito que contenía la vorágine de sentimientos que había cargado durante años, hiciera descender las hojas de mis cuchillos, cercenando todo lo que estos encontraban a su paso en el interior del licántropo. Y no me detuve hasta que los aceros se liberaron ellos mismos sin más carne que cortar.
Caímos. Él de costado, su cuerpo un cúmulo de espasmos, sangre y vísceras desparramadas. Yo, rígido, apretando los cuchillos con tanta fuerza que los mangos crujieron bajo mis dedos. Alcé la vista al cielo despejado y exhalé el aliento contenido en mis pulmones. Nunca el sol se me había antojado tan lleno de esperanza.
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