Misha
Rena fue la primera en caer.
Fue todo tan rápido, con una celeridad tan desproporcionada, que tardé tres segundos en reaccionar ante el hecho de que le habían disparado tres veces en tres puntos vitales: frente, cuello y corazón. Una puntería tan envidiable —y a tal velocidad— solamente podía proceder de un vampiro. De un Anciano. De alguien que conocía a mi aquelarre a la perfección.
El caos estalló en la sala antes de que el cuerpo sin vida de Rena tocara el suelo. Como buenos maestros de ceremonias, los Ancianos y sus hijos purasangre se mantuvieron al margen una vez dado el pistoletazo de salida. No era tarea suya mancharse las manos con los vampiros creados. No. La morralla como nosotros debía ser eliminada por la demás morralla. En este caso, además, habían invitado lobos a la fiesta. Porque, obviamente, tenían un plan. Uno que cada vez era mucho más retorcido y que, para desgracia mía y de Glenn, estábamos justo en el medio.
Konstantin había sido siempre el objetivo de los Ancianos. Era a él a quien querían eliminar desde que abogara por la paz y, al fin, se les había presentado la oportunidad de hacerlo. ¿Cómo iban a sospechar los demás clanes, los restantes Primeros, de ellos si lo enmascaraban con la lucha interna de los Linheart?
Y Kostya lo sabía.
Claro que lo sabía.
De no ser así, ya estaríamos todos muertos.
Stanislav, al lado de Konstantin, juntamente con los demás miembros del clan que le eran fieles, se enzarzaron en combate contra los licántropos y los aquelarres fieles a los purasangre.
Yo, por mi parte, debía ocuparme de los traidores de mi propio aquelarre. Pero antes...
—¡Lyonya, detrás de mí!
Debía proteger a Dimitri y Leonoid. El primero porque, en shock, estaba arrodillado sobre el cadáver de su hermana y el otro por ser el más joven del aquelarre sin experiencia en combate. Y, para qué negarlo, sin la capacidad de matar a sus antiguos compañeros.
Desenfundando mis dos cuchillos largos, de hojas serradas y curvas, que portaba cruzados a mi espalda bajo la chaqueta, salté hacia uno de mis antiguos camaradas. Borré su nombre de mi mente, su rostro de mis recuerdos para convertirme en un asesino letal que solamente busca derramar sangre. La personalidad del Exterminador me envolvió de pies a cabeza cuando corté y la sangre brotó de la piel blanca como si fuera una rosa que florece a gran velocidad.
Con las habilidades ganadas a base de luchas encarnizadas a lo largo de doscientos años, me desembaracé rápidamente de mi primer oponente y mis cuchillos no tardaron en hacerle dos profundos cortes en la garganta antes de bloquear los ataques de otro enemigo. Poco importó que tuviera el rostro de Nika y que Lyonya le gritara que parara, que le suplicara que recapacitara.
No me tembló el pulso. Mis movimientos no se hicieron más lentos. Nika sabía cómo luchaba, conocía mis manías, mis formas de actuar, mi forma de pensar cuando estaba ante un enemigo. Pero eso no significa nada en el momento de la verdad. Porque hay muchos factores a tener en cuenta, porque cada batalla y cada rival es diferente. Y porque yo también la conocía demasiado bien. Por ello aproveché que su punto débil era que dejaba demasiado indefenso su flanco izquierdo para atacar por ahí.
Con agilidad, enfundé mis cuchillos y la ataqué con las manos desnudas. Nika, sin soltar su espada, continuó arremetiendo, intentando en vano alcanzar mi carne. Atrapé su muñeca y se la retorcí con fuerza, rompiéndole los huesos. Ella siseó de dolor antes de gritar al verse catapultada hacia el suelo en una llave de lucha. A mi merced, tiré de nuevo con fuerza hasta que su brazo se desprendió de su lugar. El grito de Veronika se introdujo en el interior de mi cerebro. Mi lado cruel, El Exterminador, lo disfrutó. Gozó por tenerla a su merced mientras pateaba su rostro hasta que quedó irreconocible, sus facciones reducidas a un simple amasijo de carne ensangrentada.
Sin que se me hubiera agitado la respiración, sin que nada se tambaleara dentro de mí, me volví hacia mi izquierda. Galina e Ylena venían a por mí y a por los dos vampiros que debía proteger.
—Lyonya, cuida de Dima —le musité.
Porque no pensaba morir ahí ni tampoco estaría en los planes de Kostya perecer en medio de aquella conjura.
Aplasté una vez más el rosto de lo que fue Veronika y solté el brazo a un lado mientras me aseguraba que Dariya, Vladimir y Nokolai seguían con vida, luchando y sin ceder ni un centímetro. Había perdido a Rena, jugada maestra para dejar a Dimitri incapacitado y así reducir mis opciones de salvación. Pero los Ancianos parecían haber olvidado algo fundamental de mí: no me llamaban Exterminador porque sí.
—Todavía podéis hacer lo correcto y salvar la vida—les dije desenfundando los cuchillos. Veronika siempre había estado muy unida a Anton, pero Lena y Galya no tanto.
—Demasiado tarde, Misha. Ya no hay vuelta atrás. Debemos matarte para demostrar nuestra lealtad al Clan —siseó Galya con el rostro ensombrecido.
—Tienes toda la razón —le concedí —. Pero yo no moriré. Hoy no, mañana tampoco.
Porque hice una promesa y porque me había permitido volver a soñar. La esperanza que perdí había vuelto a prender en mi interior y no dejaría que volvieran a apagarla.
Por eso ataqué sin esperar a que ellas lo hicieran primero. Mi cuchillo chocó con el de Ylena, besándose las afiladas hojas manchadas de rojo. Di un paso atrás evitando que el hacha de mano de Galina se enterrara en mi pecho. Giré sobre mí mismo mientras me agachaba. La pierna de Lena pasó a escasos centímetros de mi cabeza. Rodé sobre mí mismo y me incorporé con el tiempo justo para lanzarme hacia mi izquierda. El hacha de Galya se enterró en el suelo de mármol, resquebrajándolo como si fuera un trozo de madera podrida y no un material duro.
Ylena no me dio tiempo a incorporarme cuando volvió a la carga. Me dejé caer hacia atrás y la hice trastabillar con ayuda de mis pies. Aproveché los preciados segundos de su inestabilidad para aferrarla por el pelo. Tiré de su melena e iba a darle un rodillazo cuando su cuchillo, más rápido, se hundió en mi muslo. El dolor no tardó en llegar, pero no la solté sino que la lancé contra Galina, la cual se apartó para no recibir posibles daños.
Tomé una bocanada de aire y, cuando lo expulsé por la boca, ataqué. Galya era mayor que yo con quinientos sesenta y siete años. Era fuerte y hábil, no sería tan fácil de vencer como Nika —quien siempre había dependido de otros para luchar— y, por ello, debía matarla antes de que Ylena se recuperara lo suficiente del golpetazo. Que yo estuviera herido también era un factor que debía tener presente. Los vampiros nos curábamos relativamente rápido, pero no tan rápido como nos gustaría cuando nuestra vida peligraba.
Haciendo gala de sus dotes de combate, Galina bloqueó todas mir acometidas, tapando todos los posibles huecos para que yo no pudiera romper su defensa. Las puntas de mis cuchillos eran esquivadas o detenidas con el mango de acero de su hacha. Me constaba que había pertenecido a un clan vikingo antes de dejar atrás su humanidad, de ahí que fuera tan hábil en su manejo. Tanto que la afilada hoja me rozó más de lo que me habría gustado. En mi hombro, en mi costado, en la pantorrilla, cortes poco profundos se unían a la herida del muslo, debilitándome poco a poco.
Por el rabillo del ojo vi que Lena se estaba incorporando y eso me distrajo lo suficiente para que el hacha diera un golpe más fatal, hundiéndose entre dos costillas de mi costado derecho. Solté una bocanada de aire mientras caía al suelo. El sonido de la sangre abandonando profusamente mi cuerpo me hizo estremecer cuando la urgencia de beber la sangre de Glenn me asaltó. O, más que la sangre, era su presencia física la que necesitaba a mi lado. Porque la muerte estaba frente a mí, con un hacha en la mano a punto de rematarme.
La cabeza de Galina se separó de su cuello antes de que mi mente obligara a mi cuerpo a moverse. El rostro ensombrecido de Dimitri apareció en mi campo de visión cuando el cuerpo de la vampira cayó a los pocos segundos de perder una de las partes fundamentales. Bajé la vista hacia sus manos, los nudillos más blanco de lo habitual por aferrar con tanta fuerza las empuñaduras de sus dos espadas cortas.
—¡Lena, no!
El grito de Leonoid, como si fuera el pistoletazo de salida de una carrera, hizo que Dima se moviera. Nunca había visto que un vampiro pudiera moverse a aquella velocidad, tal era la rabia y la sed de venganza que había en el corazón de mi mejor amigo por la muerte de su hermana. Como si no estuvieran cortando carne, huesos y tejidos, las espadas de Dimitri cercenaron a la vez los dos brazos de Lena, hundiéndose el acero hasta la altura de la pelvis. Como si fuera la piel de un plátano, los brazos y parte de la carne de Lena cayeron a los lados sin terminar de desprenderse del cuerpo. La imagen era grotesca, tanto como solo puede serlo la muerte que deviene de lo que no es natural. Lyonya, a mi lado, aguantó el tipo mientras me ayudaba a incorporarme y Dimitri remataba a quien fue parte de nuestra familia. Una familia que, al final, había sido una mentira. ¿Qué eran los aquelarres y los clanes? Un modo de sometimiento y de muro de contención que defendía a los purasangre. No éramos nada salvo carnaza.
—Debemos ir con Konstantin —dije justo cuando Dasha, Vova y Kolya venían a nuestro lado, desembarazándose de un lobo berserk. Vi el cadáver de Pavel a pocos metros de Dasha. De Anton no había ni rastro.
—Misha —me llamó Kostya mientras alejaba de una patada a un Berserk —, debéis huir.
—¿Y tú?
Él miró a Stas que, con heridas leves y contusiones, intentaba mantener nuestra posición en el salón juntamente con sus compañeros. Pero la situación no pintaba bien. Ellos eran más que nosotros. Muchos más. Todos no podríamos escapar sin que se quedaran otros atrás para proteger y garantizar la huida.
—Debes reunirte con Glenn. Seguro que han ido a por él y su manda. Tienes que encontrarlo y protegerlo.
¿Y quién iba a protegerlo a él? ¿Qué nos sucedería a todos si Konstantin moría?
—No voy a abandonarte.
Eso lo hizo sonreír.
—No pensé que me quisieras tanto, Misha.
Claro que lo sabía, del mismo modo que yo sabía que era alguien muy importante para él. Yo era lo único que le quedaba de Aleksandr del mismo modo que Kostya era lo único que a mí me quedaba de Sasha. Solamente nosotros lo habíamos conocido y querido de verdad, aunque de formas distintas. Kostya y Sasha habían sido amigos hasta el final, después de milenios juntos. Konstantin era el único que podía lograr el sueño de Sasha y, para ello, nos necesitaba a Glenn y a mí vivos.
—No podemos hacer esto sin ti.
La sonrisa de su rostro murió.
—Sí podéis y debéis hacerlo.
Iba a replicarle, a decirle que debíamos buscar otro modo para salir de ahí todos juntos cuando el suelo tembló a nuestros pies y un fuerte sonido nos reventó los tímpanos. ¿Había sido una explosión? Las columnas del Gran salón se resquebrajaron y algunas de las lámparas de araña del techo cayeron por el fuerte balanceo, aplastando a quien no fue lo suficientemente rápido como para apartarse. El incesante pitido en mis tímpanos dañados no me permitía escuchar a placer lo que sucedía a mi alrededor, pero mi olfato, intacto, detectó un olor por encima de todos los que me rodeaban.
Su olor.
Estaba aquí.
Había venido a por mí.
Entonces llegó otra sacudida.
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