Misha
La música sonaba a todo volumen en los auriculares de botón mientras terminaba de elaborar los documentos con las actividades económicas que habían generado los negocios de mi territorio en los últimos tres meses junto a las inversiones que tenía planeadas hacer en las próximas semanas. A veces tener tanta capacidad auditiva era una completa molestia, sobre todo cuando era una noche de sábado y la mansión estaba en plena efervescencia.
Normalmente el sonido de somieres chirriando, gemidos, risas y conversaciones alegres o subidas de tono no me molestaban, pero cuando debía tener toda mi concentración puesta en cientos de documentos, albaranes, facturas, nóminas, pedidos y un largo etcétera, me ponía de los nervios tantos ruidos a mi alrededor. El único modo que había encontrado para mantenerme lo más aislado posible era escuchar música humana —que no estaba nada mal, la verdad— con esos auriculares que se metían en lo más hondo de mis tímpanos y poner a cien el volumen del portátil.
Pero, como todo en esta vida, nada es perfecto.
Mis dedos se detuvieron en el aire cuando la puerta de mi despacho se abrió sin previo aviso, algo que me irritó más de lo que debería y que me hizo chasquear la lengua. Todos los vampiros de mi Aquelarre sabían que debían tocar a la puerta por mucho que portara los auriculares puestos con la música tan alta como en una discoteca. No en vano mi facultad auditiva —la de todos los vampiros en realidad— seguía siendo capaz de escuchar los sonidos que se emitían en un radio de cinco metros de distancia.
Me arranqué con furia los auriculares y alcé la vista de la pantalla del portátil dispuesto a matar con la mirada a quien me había interrumpido de una forma tan irrespetuosa. Pero me detuve al ver el semblante de Leonoid. Y es que el pequeño Lyonya, el último vampiro que se había incorporado al Clan y a mi aquelarre, solía tener siempre un semblante alegre y despreocupado y no aquel que me estaba mostrando. Sus ojos negros, como el de todos nosotros —siento decepcionarte, lector, pero los vampiros solamente tenemos de color rojo la sangre—mostraban alarma, la misma que exudaba su olor y la posición adelantada de su cuerpo.
—Misha —me llamó el chico con su bello y cincelado ceño fruncido —. Ha pasado algo.
—¿Algo? ¿Qué quieres decir?
Leonoid bajó la mirada al suelo enmoquetado.
—Bueno, es que...
***
El sonido de la música era ensordecedor, tanto que fruncí el ceño en vez de hacer lo que en realidad quería: taparme los oídos. O salir de allí. Porque, la verdad, odiaba tener que poner el pie en un lugar como aquel: lleno de humanos borrachos.
Lleno de lobos.
Podía sentir su olor húmedo y almizcleño, animal, con demasiada claridad. Me dieron arcadas y tragué saliva. No había en el mundo un olor peor que el de un lobo (y no, no siento desilusionaros si creíais que el olor que más odia un vampiro es el del ajo), y más si era el hedor conjunto de más de uno. Estaba claro que jamás me acostumbraría a él. Me obligué a inhalar con mayor profundidad y a separar los distintos aromas para poder identificar cuántos lobos había en la discoteca DJ BAT. De entre todos los seres vivos que había concentrados como sardinas en lata pude identificar que, como mínimo, ocho eran licántropos.
Me volví hacia los miembros de mi aquelarre. A diferencia de los lobos, nosotros solo éramos seis, pero nos las bastaríamos para poder solucionar las cosas.
Caminando a la cabeza de mi grupo, me abrí paso entre la muchedumbre de sudorosos humanos que bailaban, como si no hubiera un mañana, bajo las luces multicolores de los focos que iluminaban el interior de la discoteca subterránea. Algunos de ellos se nos acercaron provocativamente dejando a las claras que buscaban pasar un buen rato, pero una mirada furibunda de Vladimir bastó para que los incautos se lo pensaran mejor. No habíamos venido a pasar un rato de diversión, ni para bailar ni para tener sexo y, si el humano consentía, beber sangre fresca, sino a encarar a una panda de lobos que estaban donde no deberían estar.
Sentados en un reservado, rodeados de humanos de ambos sexos, los lobos reían y bebían mientras algunos de ellos magreaban a los humanos que les habían llamado la atención. Mi aquelarre y yo nos detuvimos a unos pasos de los sofás donde estaban sentados y de la mesa baja de cristal donde había una buena multitud de jarras de cerveza y platos con diferentes snacks a medio comer.
Alcé el rostro unos centímetros para contemplarlos desde una posición de ventaja, de poder y de superioridad mezclada con desdén. Los miré uno a uno y me quedé helado cuando me percaté de dos cosas. La primera: no había ocho lobos sino nueve. La segunda: el lobo que no había identificado en un principio no olía como los demás.
Fue precisamente ese lobo, que estaba sentado en una esquina y más alejado del resto, el primero en alzar la vista y mirarme. Cuando sus ojos conectaron con los míos una descarga eléctrica me recorrió de pies a cabeza y tragué saliva. Un extraño olor inundó mis fosas nasales, uno que parecía querer subyugarme y robarme la facultad de poder actuar libremente. ¿Cómo podía ser eso posible?
—Misha ― me susurró Rena colocándose a mi lado. Sentir su fragancia y su baja temperatura corporal me ayudaron a aislar aquel olor que no solamente era extraño, sino también peligroso.
Demasiado.
Mis compañeros se desplegaron y rodeó el lugar donde estaban los lobos que, al fin, se dieron por aludidos y se dignaron a dejar de comportarse como unos barbaros para prestarnos atención.
—Vaya, vaya ―dijo uno de ellos que apartó al humano que le estaba lamiendo el cuello ―, mirad qué tenemos aquí. Ya decía yo que olía a niños pijos.
— A finolis ― continuó otro que soltó seguidamente una carcajada que corearon los demás lobos menos el que no dejaba de mirarme. Y eso me estaba poniendo muy nervioso. Tanto que me estaba costando casi la existencia no lanzarme sobre él y arrancarle los ojos de las cuencas.
—No habríamos venido si vosotros no hubierais puesto un pie en nuestro territorio ― les respondió Dimitri con los brazos cruzados en una postura que, aunque parecía relajada, era totalmente ofensiva.
El lobo que había hablado primero se levantó para encararse con Dimitri. Mucho más alto que nosotros, los lobos solían medir de media unos dos metros y este los sobrepasaba, pues Dima medía un metro noventa y aquel le sacaba más de una cabeza y media. Corpulencia, ferocidad y músculos gruesos contra elegancia, esbeltez y letal velocidad.
—¿Perdona? ¿Qué has dicho? ¿Territorio de quién?
—De nuestro aquelarre.
—¿Este garito es vuestro comedero? Creía que los vampiros ya no atacabais a los humanos sin su consentimiento para dejarlos más secos que una ciruela pasa.
Antes de que Dimitri se lanzara contra el lobo, me adelanté y me coloqué entre ellos a la vez que alguien gruñía. Fue un gruñido bajo, pero lleno de autoridad. Me volví hacia el tipo que estaba sentado en la esquina y que seguía mirándome fijamente. Si el lobo que se había encarado con Dima estuviera en su forma animal habría agachado las orejas y la cola, pero en su forma humana se limitó a bajar la cabeza y dio unos pasos hacia atrás.
—Siento el comportamiento de Liam ―habló cruzando las piernas y acomodándose en el sofá para poder mirarme mejor. No: lo hizo para que yo lo viera mejor ―. Como alfa de mi manada, me disculpo.
¿Alfa? ¿Manada? Así que esos lobos que se habían adentrado en la zona de influencia que controlábamos era una nueva manda. Pero era muy pequeña y sus integrantes muy jóvenes... Una luz se encendió en mi cerebro.
—Eres Glenn Linheart ―murmuré.
—Sí. Y tú Mikhail Morozov.
Tragué saliva. Nunca habría imaginado que me encontraría cara a cara con el lobo que había hecho un pacto de colaboración con los Ancianos del Clan en un sitio como este. Tampoco que sería tan joven, apenas un cachorro de unas veinte primaveras.
—Ahora que ya sabes quién soy yo y quiénes son mis compañeros, espero que tengamos la fiesta en paz, vampiro ― dijo enfatizando mucho la palabra vampiro.
¿La fiesta en paz? ¿Se estaba burlando de mí?
—Nadie me ha informado de que ibais a estar en mi territorio, lobo.
Glenn se encogió de hombros.
—Puede que se les haya pasado. También es cierto que llevamos un par de días aquí instalados. Pero tenemos todo el derecho a estarlo, ¿cierto, Misha?
Me dio un vuelco el corazón cuando pronunció el diminutivo de mi nombre y me mordí el labio inferior ante la oleada de sentimientos y sensaciones que comenzaron a recorrerme el cuerpo. De nuevo el olor ―su olor― se me metió en las fosas nasales y me sentí mareado.
Me clavé las uñas en las palmas de las manos para recuperar la compostura, algo que estaba siendo sumamente difícil a causa de esos ojos que no dejaban de mirarme. Ojalá los Ancianos no hubieran prometido asilo y cobijo al hijo, y heredero, de una de las manadas de licántropos más poderosas y claves para acabar con las luchas y el derramamiento de sangre entre vampiros y licántropos.
Después de nueve mil años de guerra, muchos vampiros y licántropos queríamos una paz duradera que nos permitiera vivir cada cual por su lado, sin tener que vigilar nuestras espaldas ni temer por nuestras vidas. No obstante, había otros muchos que no deseaban la paz sino la aniquilación total de la otra especie.
Al igual que las distintas familias de licántropos se dividen en manadas, los vampiros estamos divididos en clanes y cada clan en aquelarres. Los clanes están gobernados por los miembros más ancianos, los pura sangre, y los jefes de aquelarres se designan por sus capacidades de liderazgo, aunque también jugaban otros factores. En mi caso hacía unos doscientos años que era líder de un aquelarre formado por trece vampiros.
Mas el caso del lobo que tenía enfrente era distinto.
Glenn Linheart no solamente era el hijo menor del actual jefe de la familia Linheart, sino que había nacido fuera de la familia y su madre era humana. Por lo que sabía, el puesto de siguiente alfa de la familia se lo había ganado después de retar y combatir con todos sus hermanos mayores uno por uno. Su osadía, junto con sus victorias, hicieron que se granjeara la enemistad de la práctica totalidad de la manada. Aunque fue nombrado heredero, la presión dentro de la familia era tan grande que Glenn tuvo que escapar con sus partidarios más fieles. Todo esto, por supuesto, era confidencial y los vampiros fuera de mi Clan no sabían nada de lo ocurrido en el seno de la familia Linheart.
—Creo que te estás extralimitando, Linheart.
Él alzó una ceja.
—¿Extralimitando?
—Puede que mi Clan y tú hayáis hecho un pacto, pero eso no quiere decir que puedas adentrarte en nuestro territorio como perro por su casa y adueñarte de nuestros locales.
—¿Locales? ¿Adueñarme? ― ¿Eran imaginaciones mías o estaba muy a gusto con esta situación? ¿Era diversión lo que olía en ese aroma que no dejaba de atolondrarme los sentidos y de provocarme sensaciones desconocidas para mí?
—Sí, locales. Esta zona retirada pertenece a mi territorio y, aunque nuestra influencia sea baja y dejemos hacer a los humanos su voluntad, no quita que sea mía.
Una sonrisa de lado apareció en su rostro, llena de seguridad y con la diversión estampada como colofón. Ese gesto hizo que me fijara más en él. Su fisonomía, a diferencia de los licántropos en general, no era tan tosca. Su mandíbula era más fina, menos robusta y bastante elegante, al igual que su nariz que era más pequeña que la de sus congéneres a causa de no ser un lobo de pura raza. Pero sus ojos, su pelo y su constitución ósea y muscular sí que eran los de un verdadero licántropo.
Glenn se levantó del sofá, mostrándome su descomunal estatura en relación con la mía. Porque, aunque era más bajo que los ocho licántropos que se habían alzado a la vez que su alfa, yo no sobrepasaba del metro setenta y el lobo mediría casi los dos metros. El corazón me dio un vuelco (sí, los vampiros tenemos un bonito corazón que nos bombea la sangre. ¿Cómo si no íbamos a poder vivir?) al sentir su cercanía y su olor con mucha más fuerza que antes. El calor descomunal que desprendía aquel cuerpo ataviado con una ajustada camiseta de manga corta, unos sencillos tejanos rajados por las rodillas y unas zapatillas deportivas, se me antojó demasiado agradable. Qué tontería, ¿verdad? Las luces de la discoteca cambiaron y me permitieron ver destellos plateados en su cabello corto ondulado rapado en la nuca y otro dorado en sus irises de pupilas dobles.
La tensión aumentó cuando el lobo alzó una mano hacia a mí. Tardé varios segundos en ser consciente de lo que ocurría a mi alrededor. La mano de Dima fue directa a aferrar la muñeca de Linheart, pero Liam fue más rápido y atrapó la de Dimitri. Los ojos de mi amigo se posaron en los verdes del lobo y Rena tiró de su hermano antes de que éste se lanzara a atacar al lobo.
—¡Dimitri! ― exclamé recuperando la compostura ante el olor reconfortante de los míos frente al de Glenn.
—No te atrevas a tocarme ― le siseó Dima a Liam antes de volverse a Linheart ―. Y tú no te atrevas a acercarte a Mikhail.
La cara de Liam se tornó tan roja por la rabia que hasta un humano podría verlo en la semioscuridad.
—Cómo dices, pijo de mier...
Glenn volvió a soltar un gruñido bajo y Liam y los demás lobos, profiriendo gruñidos lastimeros, dieron un paso hacia atrás.
—Siento mis maneras y la de los míos ― se disculpó sin dejar de mostrarse seguro y dueño de la situación. Sin miedo ante nada ni nadie. Y mucho menos de nosotros. De mí ―. Solamente quería mostrarme amistoso con Misha.
Antes de que Dima dijera nada más me volví hacia él y mis compañeros.
—Basta, recordad que somos aliados. Y tú también ― apunté hacia Glenn ―. Si pretendes pasearte por aquí, deberías haberme mostrado tus respetos y haberme pedido permiso.
—Tienes razón. No he sido muy cortés y lo siento.
Asentí. Vaya, no me lo esperaba. Al parecer sí que se podía razonar con unas bestias bárbaras.
— Bien.
—Por ello me gustaría redimirme y disculparme como es debido. ¿Qué tal un baile?
Antes de que fuera consciente de lo que acababa de decirme, Glenn me cogió de la muñeca y me arrastró hasta la pista central de la discoteca. Atónitos tanto los lobos como mis compañeros caminaron unos pasos hasta la balaustrada que delimitaba la zona de reservados con el resto de la discoteca y observaron cómo Glenn me llevaba a donde quería sin esfuerzo y sin que yo opusiera resistencia alguna.
Porque no podía.
No era solamente la sorpresa de su comportamiento, sino también ese maldito olor que cada vez se me antojaba más delicioso, más dulce e irresistible.
El ensordecedor retumbar de la música recorrió todo mi cuerpo y un extraño calor se apoderó de mis miembros, algo completamente insólito en un vampiro, cuando Glenn me pegó a él y comenzó a bailar al son de la música.
Sus manos, en mis caderas, marcaban el ritmo al igual que los movimientos sugerentes de su poderosa anatomía. Sus ojos, de nuevo, me miraban fijamente y yo, incapaz de apartarlos, me maravillé ante la belleza de sus brillantes pupilas. ¿Qué demonios te pasa, Misha? ¿Cómo es que estás a merced de un maldito lobo por muy aliado que sea y que, por la razón que fuera, te está robando la razón?
Si quería jugar, yo también sabía cómo hacerlo.
Soltándome con facilidad del agarre de Glenn, y sin romper el contacto que tenía con su cuerpo ni el ritmo de la música, me di la vuelta y pegué mi espalda a su pecho al igual que mi trasero quedó a escasos centímetros de la parte delantera del lobo. Una que parecía estar demasiado contenta, acorde con su dueño.
Y eso me hizo sonreír y pasarme la lengua por los labios.
Con movimientos sensuales ahora era yo quien llevaba el control del baile, pero enseguida me percaté de que, ese control, me lo estaba cediendo él alegremente, disfrutando con mi predisposición a seguir ese peligroso juego de seducción que había comenzado en cuanto nuestras miradas se cruzaron y nuestros olores se mezclaron.
Sus manos, más grandes que las mías, se colocaron en mis muslos, acariciándolos y tentando la zona de mi pelvis y mis glúteos. Solté un suspiro y el calor que me estaba haciendo arder, uno que había perdido cuando dejé de ser un neófito, estaba alcanzando una parte de mí que hacía años que no sentía ningún tipo de interés por nada ni por nadie. Quería que esas manos siguieran tocándome, que se colaran por debajo de mi ropa y que sus labios, a escasos centímetros de mi cuello, besaran mi piel.
Mi boca.
Me volví a girar. Sabía que no estaba pensando con claridad, sabía que me arrepentiría en cuanto el olor de Glenn me dejara volver a ser el Mikhail racional de siempre. Pero, en aquel momento, quería que la boca de Glenn Linheart, un licántropo, mi enemigo natural, me besara y que su lengua se enredara con la mía. Quería... Quería probar el sabor de su sangre.
Como si me estuviera leyendo el pensamiento, la boca de Glenn se acercó a la mía y allí se quedó. La miré unos segundos antes de fijar mis irises en sus ojos donde leí que me estaba pidiendo permiso. ¿En serio? ¿No se suponía que los licántropos eran unos asesinos sin compasión, unos brutos que conseguían lo que querían a base de violencia? ¿Y no se suponía que los vampiros bebíamos sangre sin importarnos nada y que tratábamos a los humanos como simple ganado? Sí, puede que eso fuera seis mil años atrás, pero ahora bebíamos la sangre que nos vendían los propios humanos. Eran raras las ocasiones en las que ingeríamos directamente de sus cuellos. Y esas raras ocasiones eran consentidas y solían sucederse durante encuentros sexuales.
De nuevo, como si supiera todo lo que se me estaba pasando por la mente, el lobo se inclinó más y sus labios atraparon los míos. Con suavidad primero y con más intensidad después, los labios de Glenn devoraron los míos y su lengua invadió deliciosamente mi boca mientras yo me dejaba arrastrar por su ardor dominante. Uno que, a pesar de todo, me dejaba una vía de escape por si quería alejarme. Solamente estando en mi sano juicio lo haría, y no lo estaba.
Pegué mis caderas más a las de Glenn, profundizando más el beso, rodeándole el cuello con mis brazos para anclarme en la firmeza de aquel cuerpo duro y fuerte para no caerme. Porque todo yo temblaba de deseo y de algo que me estaba haciendo estallar el corazón. Quería su sangre. Era una necesidad que me estaba matando.
— ¿Qué quieres, cariño? ― susurró contra mi boca, haciéndome gruñir por haber terminado el beso ―. ¿Quieres mi sangre?
—Sí ― musité perdido en el éxtasis del momento ―. La quiero.
El deseo era tan palpable en mi voz que Glenn sonrió triunfante antes de exponerme su cuello. Clavé mis colmillos sin pensármelo dos veces y su sabor me mareó en cuanto las primeras gotas acariciaron mi lengua. Era deliciosa. Nunca había bebido una sangre más dulce y sabrosa que aquella. Podría vivir solamente con aquel fluido vital. Solamente necesitaba aquella sangre y nada más.
Un dolor punzante en mi cuello me hizo despertar y retraer los colmillos. Glenn me estaba mordiendo. A mí. Un lobo mordiendo a un vampiro sin la intención de despedazarlo, sino la de...
Me aparté de él siendo consciente de lo que acababa de hacerme. De lo que había hecho yo. Un intercambio de sangre. Me llevé una mano a su mordisco mientras mis ojos pasaban de la zona del cuello de Glenn que acababa de morder hasta su rostro tranquilo y triunfante.
— ¿Qué has hecho? ― pregunté horrorizado.
—Lo que debía. Ahora ya no hay problema con que yo y mi manada estemos aquí y tampoco con que tu clan me traicione, ¿verdad, Misha?
Incapaz de moverme, de reaccionar, me quedé allí anclado en la pista de baile mientras él se marchaba del local seguido por su manda.
Por ahora.
Me estremecí y tragué saliva ante la gravedad del asunto. Acababa de atarme para toda mi eternidad a un lobo, a mi enemigo natural desde hacía miles de años. Y no solo eso. Porque, aunque no lo supiera todavía, Glenn Linheart era la clave para acabar con las luchas entre vampiros y licántropos.
Y mi pareja, el único ser vivo del cual podría obtener la sangre que necesitaba para vivir.
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