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Glenn

A nadie le gusta ver a quienes aman llorar. Por eso acaricié las mejillas de Misha, para borrar las lágrimas que descendían por su rostro lleno de sangre y polvo.

—Menuda entrada triunfal, Glenn Linheart.

Me volví hacia Konstantin Egorov. Al igual que Misha, o los demás vampiros que nos rodeaban, estaba desaliñado, con las ropas sucias y llenas de restos orgánicos de vampiros y de lobos. Vampiros del Clan Egorov y Lobos Linheart. Y, a pesar de la traición, a pesar de que habían intentado matarlos, Konstantin mantenía aquella sempiterna sonrisa. La misma que me dedicara la primera vez que nos conocimos.

—Has llegado en el mejor momento, cachorro —prosiguió mientras hacía una señal a los vampiros y estos asentían —. Debemos aprovechar y poner pies en polvorosa.

Yo asentí a mi vez mientras echaba un vistazo. La mayoría de vampiros estaban heridos, pero no lo suficiente como para que no pudieran moverse y escapar. Supuse que Konstantin tenía un plan y prefería que, en aquel instante, tuviera él el mando y dedicarme a seguir sus órdenes. Además, no contábamos con mucho tiempo. A nuestro alrededor comenzaba a haber movimiento al ir desvaneciéndose el caos inicial.

—Ayudad a quienes no puedan moverse con agilidad —le pedí a Derek, Liam, Josh y Tara. Lehanna nos esperaba en el exterior junto con Zara. Liam, como si fuera una polilla que se dirige hacia la llama de una vela, se acercó a Dimitri. Le susurró algo y le colocó la mano en el hombro antes de echar un vistazo al cadáver de Rena. Dimitri se agachó y tomó a su hermana en brazos. Sentí cómo le decía que no se iría sin ella y Liam asintió. Josh fue a comprobar que su amigo estaba bien y, salvo el horror pintado en su rostro, Lyonya estaba ileso. Dasha, Vova y Kolya también parecían estar bastante enteros.

—Agh —siseó Misha a mi lado cuando caminé hacia el boquete del techo por el cual habíamos entrado. Me fijé en él y vi la herida de su muslo. Era profunda y no dejaba de sangrar. A causa de la gran cantidad de olores no había reparado en que Misha había sufrido más daños que los miembros de su aquelarre que restaban vivos.

Lo tomé por la cintura, aupando su cuerpo, y él soltó una exclamación de sorpresa por mi gesto, rodeándome al instante la cintura con sus piernas, algo que le produjo una ligera mueca por sus heridas.

—Yo te llevaré —le dije mientras le acomodaba contra mí. Misha colocó la cabeza sobre mi hombro. Estaba agotado, tanto que se mantenía en pie gracias a su fuerza de voluntad. Podía notar claramente la necesidad de beber sangre que tenía y cómo se reprimía —. Está bien, puedes hacerlo.

Los colmillos de Misha no se hicieron de rogar y mordieron rasgando la piel y la carne de mi hombro. Su lengua se pegó a mi piel cuando comenzó a succionar y yo coloqué mi mano libre sobre su cabeza mientras me preparaba para saltar.

Fue en ese momento cuando sentí una presencia que conocía demasiado bien a mi espalda. El sonido de movimiento y de cascotes siendo apartados y arrojados se estaba haciendo cada vez más patente y acuciante. Nuestros enemigos comenzaban a reagruparse, a salir de debajo de los restos de la explosión aquellos que seguían con vida o lo suficientemente enteros para moverse. Y él había sido uno de aquellos pocos que solamente habían sufrido arañazos leves y un baño de polvo y runa.

Su cabello castaño, despeinado y sucio, sus ojos dorados iguales a los míos, sus facciones duras y crueles... Marko me miró a los ojos y yo lo miré a él. Mi cuerpo se tensó, Misha lo notó y dejó de beber.

—¿Glenn?

Estaba ahí mismo, a pocos pasos de mí. Indefenso. Podría matarlo y acabar con todo. Soltar a Misha y lanzarme a por él. Cuando Marko desapareciera, todo terminaría. Podría dejar de huir y los míos estarían a salvo. Ni siquiera volvería a la mansión Linheart. Que otro de mis hermanos fuera el alfa de la manado o quien quisiera serlo, no me importaba. Nunca había pretendido ser el alfa de nadie en realidad. Si me enfrenté a Marko y a mis otros hermanos fue por vengar a mi madre y demostrar que una aberración no era inferior a un licántropo de pura raza. Quería que dejaran de humillarme y de insultarme, de despreciarme demostrando qué y quién era en realidad.

Solo debía soltar a Misha y matarlo.

Sería fácil, tan fácil.

—¿Glenn? —volvió a llamarme Misha, preocupado—. Debemos irnos ya.

Sus palabras fueron las que me impulsaron, las que hicieron que mi parte razonable tomara el control y diera el salto que nos portaría al exterior. Antes debía ponerlo a salvo a él y a los míos. Después, solo después, podría ir y matar a Marko.

***

Amanecía cuando llegamos al que, según Konstantin, sería nuestro refugio a partir de ese momento. Al menos hasta que estemos listos para luchar y regresar a casa —apuntó con su sonrisa marca de la casa.

Todos estábamos agotados, no en vano habíamos hecho todo el camino corriendo, escondiéndonos en la oscuridad, dejando rastros falsos y, en el último momento, camuflamos nuestro olor con el maldito desinfectante de ozono.

Solté un estornudo mientras me dejaba caer en un rincón. Observé mi alrededor. En verdad podía considerarse que estábamos en un auténtico refugio de vampiros, uno que era bastante antiguo. Y no era porque estuviera bajo tierra, en la falda de una montaña alejada de la ciudad que controlaba el Clan, sino que no contaba con ningún sistema de seguridad de última generación y había una gruesa capa de polvo por todos lados con grandísimas telarañas.

Mi manada se reunió a mi alrededor mientras los vampiros, con heridas leves o contusiones poco severas, iban de un lado a otro siguiendo las órdenes del Primero. Observé a Konstantin que, en un lateral de la gran sala ovalada donde nos encontrábamos, se apoyaba en el borde de una mesa de madera. A su lado, Misha lo escuchaba con atención, asintiendo o diciendo algo en respuesta. Hablaban tan bajo y rápido que me era imposible conocer el contenido de su conversación. Estaba claro que estarían hablando sobre lo ocurrido en la mansión horas antes, lo que yo les había explicado a grandes rasgos antes de sentarme en el suelo para recuperar las fuerzas y, posiblemente, sobre sus siguientes movimientos.

El asunto que nos ocupaba era grave. Mucho. Y, como tal, tendrían que avisar a los otros clanes y explicarles su versión de los hechos. Aunque, antes de hacerlo, debían sopesar muy bien quiénes eren sus aliados y quiénes no. Y, de esos aliados, quiénes habrían creído las mentiras del Clan y estaban ahora de su lado, o aquellos que fingirían que estaban de su lado hasta poder contactar con Konstantin.

Lo que en un principio había sido simplemente una guerra interna en el seno de mi familia estaba a punto de transformarse en algo más grande y complicado. Era una prueba de fuego que, de pasarla, de materializarse en una alianza entre vampiros y licántropos, en una lucha codo con codo como iguales, sería el primer paso hacia una pelea más complicada y más ardua en busca de un fin mayor. En un fin que acabaría con la enemistad y las muertes.

Este era el primer paso del final de la guerra.

Seguí con mi vista fija en los dos vampiros. Konstantin, todo gesticulaciones y cambios de expresión mientras Misha era un bloque de mármol que solamente se movía cuando no tenía otro remedio para hablar o asentir. Tenía cierta gracia ver la gran diferencia entre ambos, tanto que no pude evitar esbozar una sonrisa a pesar de todo. Porque en mi corazón se había abierto un nuevo vacío con las muertes de Valerio y Maya, unas pérdidas que me dejaban en entredicho como alfa.

No pienses en eso — se alzó mi parte de lobo.

No era el momento de sumirse en la tristeza cuando Liam, Josh, Derek, Lehanna, Tara y Zara me necesitaban. No tenía derecho a estar triste hasta que no consiguiera mi objetivo: que todos ellos estuvieran a salvo. Aquella era mi nueva meta y se lo debía. Ninguno más moriría por mi causa. Ninguno. Zara, a mi lado, se apoyó contra mí y yo le rodeé los hombros.

—¿Estás bien?

Ella asintió pasándose una mano por el vientre abultado.

—Sí, estamos bien —aseguró.

Eso me aligeró el corazón y le di un beso en la frente. Antes daría mi vida que dejar que Zara y su bebé murieran. Se lo prometí a Kenneth y cumpliría esa promesa.

Del mismo modo que cumplí la que le hice a Misha.

Apoyé la cabeza contra la pared y me fijé en Josh. El alevín de la manada acunaba a Lyonya quien, al fin, había dejado de llorar. Había sido un shock para él presenciar aquella traición del Clan y de los miembros de su propio aquelarre. Era muy joven y nunca había presenciado ni participado en ninguna batalla. Lo único a lo que había tenido que enfrentarse desde que renaciera como vampiro fueron los ceños fruncidos de Misha cuando lo molestaba en su trabajo o cuando no salían bien las cuentas en el Excel. Leonoid era un vampiro criado y nacido en la tregua y, como tal, estaba acostumbrado a un mundo sin peligros al igual que Josh. Pero Josh hacía tiempo que había descubierto la cara menos amable del mundo y el vampiro a quien abrazaba acababa de hacerlo. Ya no solo los unía la juventud, sino también el significado de la traición.

Pero no era el único que parecía a punto de derrumbarse y que, si no lo hacía, era porque estaba acostumbrado a perder y a mantenerse en pie. Liam no dejaba de mirar a Dimitri quien estaba cerca de nosotros con el cadáver de su hermana entre los brazos. Hacía tiempo que en el interior de Rena no había ni sangre ni vida, pero Dima había sido incapaz de abandonarla y no llevársela para despedirse de ella como merecía.

Dimitri y Rena no eran hermanos biológicos, sino hermanos vampíricos. Ambos fueron transformados por el mismo pura sangre— Petrov—y entre ellos no había habido demasiados años de diferencia. Se habían criado prácticamente juntos y habían congeniado tanto que, en algún momento, desarrollaron un sentimiento fraternal que no dejó de fortalecerse. Pocos hermanos vampíricos habrían estado más unidos que ellos. Entendía perfectamente su perdida. Liam también.

Me volví hacia él. Sus ojos verdes brillaban con pena y comprensión y su cuerpo, tenso, parecía estar luchando contra el impulso de levantarse e ir a su lado. Me habría gustado decirle que se levantara y que fuera con él, pero no era quien para meterme en lo que fuera que Liam tenía con Dimitri. Aunque, llegado el momento, si me necesitaba, allí estaría para él como amigo.

—Glenn.

La voz de Misha me sacó de mis pensamientos y alcé la cabeza. Cojeando un poco —pero casi completamente curado—, Misha se acercó a nosotros. Antes de detenerse frente a mí, se desvió para agacharse ante Dimitri. Se acercó a su amigo y le dijo algo que me pareció un lo siento. El vampiro rubio asintió, ausente, como si estuviera demasiado lejos. Misha pegó sus frentes y permaneció así unos instantes antes de levantarse con dificultad. Eso hizo que yo apartara con delicadeza a Zara y me alzara. Ambos quedamos frente a frente en silencio.

Misha fue el primero en hacerlo pedazos.

—Necesito hablar contigo.

Yo asentí y procedí a seguirlo hacia otra estancia de aquel refugio con más corredores y estancias excavadas en la roca de lo que pensé en un principio. Estaba a punto de decirle si no deberíamos detenernos por su herida cuando entramos a lo que parecía un almacén. Estaba oscuro y lleno de cajas de madera polvorientas. No sabía qué contendrían esas cajas, pero la madera parecía gritar «no me toques o me rompo». Convencido de que Misha me explicaría su conversación con Egorov y nuestros próximos movimientos, no pude evitar sorprenderme y quedarme sin saber qué hacer cuando me abrazó. Se me se celebran el corazón y cortó la respiración, la piel comenzó a picarme ante las ganas de rodearlo con mis brazos. Pero no podía, era incapaz de reaccionar.

Misha separó su rostro de mi pecho y clavó sus ojos oscuros que, gracias a mi visión nocturna, podía discernir del negro que nos envolvía.

—Creí que no volvería a verte.

Había tal amalgama de sentimientos en aquella frase que me dolió lo que sea que tengamos los seres vivos en nuestro interior.

—Pero necesitaba volver a verte a como diera lugar—prosiguió sin apartar la mirada—. Porque hay algo que debo decirte.

Sus palabras de la tarde anterior regresaron a mi mente.

«Hay algo que quiero decirte cuando vuelva».

—Te quiero.

¿Se podía llorar de felicidad? ¿Podían las lágrimas ser algo más que la prueba palpable y física del dolor? Podían serlo, porque mis ojos comenzaron a humedecerse y a mostrarme el rostro de Misha borroso.

Esas palabras, unas que no sabía hasta qué punto necesitaba oír, fueron el detonante para que mis brazos inmóviles cobraran vida y lo estreché con fuerza contra mi pecho. En aquella espesa oscuridad en la cual hacía años que me ahogaba lentamente, al fin, se hizo un haz de luz. 

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