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Glenn

El olor del desinfectante me estaba mareando. A pesar de que las ventanas del todoterreno robado estaban abiertas, el estar todos juntos y apretados no ayudaba. Ni siquiera los que estaban sentados en la parte trasera descubierta se encontraban mejor que yo. Zara, en el asiento del copiloto, nos miraba con preocupación. Dariya también nos observaba por el espejo retrovisor, pero ella lo hacía más por precaución; vigilando a los de dentro y a los de fuera de posibles movimientos o acciones sospechosas.

Después de seguir a los vampiros hasta la puerta trasera de la discoteca subterránea, Dimitri y Dariya nos habían rociado con desinfectante de ozono sin mediar palabra, colocando esta última a Zara tras su espalda con cierta delicadeza para evitar rociarla. Las protestas por parte de Maya y Valerio no se hicieron de rogar cuando el desagradable olor nos nubló los sentidos.

―Es por vuestro bien ―soltó Petrov dejando a un lado el equipo de desinfección ―. Así vuestros perseguidores os perderán el rastro.

―Esto hace que cualquiera lo pierda ― dijo Val como pudo sin dejar de toser.

Dimitri sonrió con diversión.

― Es el mejor truco para dejaros el olfato inutilizado por unas cuantas horas.

Liam le dedicó una mirada asesina y el vampiro lo amenazó con rociarle el poco desinfectante que quedaba en el tanque de plástico.

―Vámonos, no podemos perder el tiempo ― intervino Dasha tomando a Zara por el brazo ―. Ella viene conmigo. No creo que sea bueno para su estado que os acerquéis mucho a ella.

Antes de que la manada objetara yo asentí.

Siguiendo a los vampiros, abandonamos el local y tomamos un callejón estrecho, lleno de escombros y de inmundicia, para salir a una calle más grande y con algunos vehículos aparcados cerca de las aceras. Los vampiros se miraron y, sin mediar palabra, el rubio se adelantó hasta una vehículo gris todoterreno lo suficientemente grande como para que todos cupiéramos. Sin miramientos forzó la cerradura y le hizo un puente sin muchas complicaciones por ser un vehículo antiguo.

La vampira no tardó en ocupar el asiento del conductor y le dijo a Zara que se sentara a su lado. Atrás nos colocamos Tara, Lehanna, Josh y yo. En la parte trasera descubierta, Dimitri vigilaba, además de a Liam, Carter, Derek, Maya y Valerio, a posibles perseguidores.

Josh, sentado sobre mí, tenía casi toda la cabeza asomada hacia el exterior. Al ser el más joven de todos era el más vulnerable. Posiblemente más que Zara. El pobre no había dejado de tener arcadas y su rostro estaba más macilento que el de Tara o Lehanna. Seguramente yo no estaba mejor que ellos.

Pareció transcurrir casi una eternidad hasta que pudimos ver los contornos de la mansión del aquelarre de Misha en lo alto de una colina. Rodeada por un bosque de pinos extramuros, los terrenos que rodeaban el gran edificio me recordaron a los de la mansión principal de los Linheart, solo que a menor escala. El todoterreno ascendió serpenteando la carretera hasta llegar a una verja gigantesca de hierro con un puesto de vigilancia. Dariya frenó y salió del vehículo. Por su parte, Dimitri se levantó y ocupó el lugar de su compañera mientras ella hablaba con el vampiro que estaba instalado cómodamente tras un grueso cristal antibalas y que abrió unos centímetros. Este nos observó y le dijo algo a la morena que no pude llegar a entender. Sin estar muy convencido, el vampiro cerró la ventanilla y la reja se abrió mientras Dariya se adelantaba corriendo hacia la mansión para hablar con los demás vampiros. Cuando la abertura fue lo suficientemente grande para pasar, Dimitri pisó el acelerador y todos nos tensamos nada más traspasar aquella frontera de hierro.

Estábamos en el hogar de un aquelarre de vampiros, su santuario sagrado, el lugar seguro donde refugiarse de sus enemigos: nosotros.

Al tener mi sentido del olfato prácticamente anulado por el desinfectante de ozono, no podía captar el olor de los vampiros en todo su esplendor, pero era lo suficientemente alto y potente como para percibir una décima parte del total. Y, en esa décima parte, reminiscente en el aire, estaba la fragancia de Misha.

Pasaron unos cinco minutos hasta que el vampiro aparcó el vehículo y nosotros, al fin, bajamos de él. Nada más hacerlo, Josh no pudo aguantar más y, tal y como me temía, vomitó detrás de unos arbustos con la ayuda de Lehanna. Zara se colocó a mi lado junto con Tara antes de que los demás miembros de mi manada me rodearan. Dimitri, a unos pasos de nosotros, permanecía inmóvil con la vista puesta en el pequeño tramo de escaleras que portaban hacia la entrada del edificio.

― ¿Y ahora? ― quise saber.

Él no se volvió hacia mí cuando me respondió.

―Esperaremos a que Dariya hable con los demás para que ninguno de ellos se sienta tentado de mataros antes de que llegue Misha.

―Cuanta hospitalidad ― musitó Maya.

―Por una vez, estamos de acuerdo ―secundó Liam.

Ante los comentarios, Carter asintió y Derek puso los ojos en blanco. Yo me limité a permanecer a la espera sin apartar la mirada de la puerta.

Pasaron unos diez minutos y nada cambió. Veinte. Los míos ya se estaban impacientando, aunque el estar en el exterior bajo la humedad del ambiente y el viento el desinfectante de nuestra piel y ropa se disipó completamente. Treinta minutos. La puerta finalmente se abrió. Un vampiro muy joven, puede que tanto como Josh, bajó los escalones y se acercó a nosotros. Vestía de una forma informal, pero elegante, con un jersey de punto gris con el cuello de pico, unos pantalones oscuros y unas deportivas blancas. El vampiro se colocó al lado de Dimitri y el rubio y él conversaron en susurros muy bajos y rápidos. La comunicación vampírica. Ni nosotros, con nuestro buen oído, podíamos escucharlos.

― En marcha.

Todos seguimos a los vampiros hasta el gran edificio de dos plantas de diseño victoriano. Entramos a un gran recibidor decorado con un gusto exquisito y nos detuvimos justo en el centro de la sala, bajo el descansillo superior, en donde se unían las escaleras que portaban a la segunda planta. En perpendicular con los pasillos que había a derecha e izquierda, aguardaba el resto del aquelarre. Contando a Misha y los tres vampiros que se habían quedado con él en la discoteca, más el que seguía a los enviados de mi hermano, el aquelarre estaba formado por trece vampiros. Y, delante de nosotros, había cinco de ellos con los brazos cruzados y el semblante tan rígido que parecía que se les fuera a resquebrajar aquella piel que tenían tan parecida al mármol.

― ¿Qué es lo que está pasando Dima? ― preguntó el que estaba en el centro con los brazos a cada lado del cuerpo y el cabello castaño claro ondulado recogido sobre la nuca con un lazo color burdeos.

― Lo que ves, Antosha ―respondió el interpelado.

― Misha no nos había dicho nada. Nadie ―puntualizó ― nos había dicho nada de «acoger» a lobos. No creo ni que esté permitido.

― Ninguna ley o costumbre lo prohíbe. Tampoco es que a mí me guste todo esto.

― Es recíproco, vampiros ―saltó como el lobo que era Liam. Valerio lo secundó con un «exacto» y Maya parecía a punto para decir la suya.

― Suficiente ―intervine antes de que el frío y opresivo ambiente se enfriase más. La ira de los vampiros, por lo que había podido comprobar, era tan punzante y helada como el hielo mientras que la nuestra era ardiente y descontrolada como el fuego. Lo único que tenían en común era que ambas quemaban ―. Será mejor que nos calmemos. Todos.

Mis palabras no le gustaron nada al vampiro. Tampoco a los que estaban junto a él.

― Cállate, lobo. No tienes derecho a hablar ―la amenaza en su voz era tan real que se me erizó la piel y mi parte lobuna quiso arrancarle la garganta de una dentellada para que no osara hablarme así.

― Ahí te equivocas. Tu líder a jurado protegernos a mí y a mi manada, a darnos techo. Hemos pactado como iguales. Creo que tengo derecho a intervenir cuando él no esté para poner orden.

― Él jamás haría eso ―intervino la vampira de la izquierda de Antosha ―. Os odia. Os odia tanto que estuvo dos siglos dándoos caza. Vosotros fuisteis quienes...

― ¡Ylena! ―el grito de Dimitri fue ensordecedor y tan inesperado que todos pegamos un bote y nos volvimos hacia él ―. Basta. Él tiene razón. Nada hacemos peleándonos cuando Misha ha tomado una decisión que debemos acatar. Si no os veis capaces, podéis iros.

Yo fruncí el ceño. ¿Por qué la había cortado de aquel modo tan brusco y casi desesperado? ¿Qué era lo que estaba a punto de decir la vampira que Dimitri no quería que supiera? El sonido de dos motores me distrajo de esos pensamientos. Los vampiros, sin moverse, dirigieron su mirada hacia el exterior que se entreveía por la puerta abierta y yo hice otro tanto. Ambos vehículos, de alta gama ―como los demás aparcados salvo el todoterreno robado ―, fueron aparcados y una figura salió de unos de ellos dando tal portazo que medio vehículo quedó destrozado. El viento me trajo el aroma dulce de Misha con un matiz que me advertía de su estado de ánimo. Estaba muy enfadado. No. Lo que estaba era furioso.

Casi como un vendaval, Mikhail entró en la mansión ignorando a todo el mundo, salvo a mí. Sus ojos negros parecían más oscuros si cabía y su rostro más mortecino que el de Josh cuando estaba a punto de expulsar por la boca hasta el hígado. Me aferró con fuerza la muñeca y tiró de mí.

―Ven conmigo ―musitó entre dientes. Iba a preguntarle qué pasaba, el motivo de su rabia y de aquel estado de agitación. Pero antes debía calmar a los míos para que no estallara el conflicto con los vampiros.

― Liam, Dimitri ―los miré a los ojos, intermitentemente, para que se hicieran cargo de la situación. El ambiente no debía empeorar más o correría sangre.

Dejándome arrastrar escaleras arriba, y sin quejarme de lo innecesario que era que me cogiera tan fuerte, no proferí ni un solo sonido cuando me lanzó al interior de una amplia habitación. Un dormitorio. Su dormitorio. Todo el lugar estaba decorado de forma equilibrada, sin ostentosidad, pero con la elegancia típica del propio Misha. De no ser porque las casas de los vampiros, como las nuestras, estaban construidas con materiales ultrarresistentes, la puerta y media pared habrían salido volando por la fuerza y la violencia con la que cerró la hoja. El golpe hizo temblar la estancia y el estrépito me hizo temblar a mí. El dolor por aquella brusquedad acústica se fue expandiendo por el interior de mis oídos. Tan concentrado estaba en intentar sacudirme aquello de la cabeza que no vi a Misha venir hacia mí hasta que sus manos me cogieron por el cuello de la camiseta.

― Rainer.

― ¿Cómo?

― Dime todo lo que sepas de Rainer Linheart. Ahora.

Su demanda me pilló por sorpresa hasta que una parte de mí comprendió.

― ¿Rainer lideraba al grupo que nos está buscando?

―Eso no es lo que te he preguntado, lobo.

El tono de su voz me aterró, porque no se parecía a ninguno con los que se había dirigido a mí hasta entonces. A pesar de que estuviera molesto, aunque lo había condenado a depender de mí para vivir, jamás había utilizado un tono que prometiera dolor hasta el fin de los tiempos. Dolor que se traducía a tortura; una que te haría suplicar una muerte que no pensaba darte.

― Es el beta de mi hermano Marko.

― ¿Qué más?

―¿Que más de qué? ―pregunté confuso, sin saber a dónde quería llegar. Sorprendido también porque mi hermano hubiera enviado a su hombre de confianza a por nosotros. Marko estaba jugándose el todo por el todo para matarme de una vez por todas.

― Hace doscientos años, en la Batalla de los glaciares, ¿participó tu familia?

Coloqué mis manos sobre las muñecas de Misha para que aflojara su agarre, pero él se mantuvo firme. El vampiro que tenía ante mí ya no era Mikhail Morozov, sino El Exterminador.

A pesar de la presión física y también psicológica que estaba ejerciendo en mí, intenté hacer memoria. Como hijo de Louis Linheart, me habían educado e instruido para conocer la historia de la familia. Por ello, me habían explicado todas las batallas en las que la manada había participado y, una de ellas, una de las más gloriosas, fue la Batalla de los glaciales. En ella los vampiros perdieron muchos efectivos, siendo los más importantes algunos purasangre y un Primero. Fue una batalla atroz que duró dos días en las que se combatió sin descanso. Esa fue la primera vez que mi hermano fue a una batalla contra los vampiros y Rainer, como su beta, lo acompañó. Lo que ocurrió en ella hizo que ambos fueran aclamados como héroes y que Marko fuera nombrado heredero sin que ninguno de sus demás hermanos o familiares se opusieran. Porque ambos, Marko y Rainer, mataron a uno de los primeros vampiros que habían habitado en el planeta.

Al fin comprendí. ¿Cómo no lo había hecho antes, máxime cuando había escuchado aquellas palabras de Dimitri? Mikhail era el último vampiro con el apellido Morozov porque todos los demás murieron aquel día.

―Morozov... ―musité mirándolo a los ojos ―. Aleksandr Morozov fue el purasangre que te convirtió. ― Él se estremeció cuando pronuncié aquel nombre, pero no supe entender por qué ―. Rainer y Marko... ambos acabaron con su vida. Ellos...

Mi espalda y la parte trasera de mi cabeza chocaron con fuerza contra la pared y solté un gruñido de dolor. Algo pegajoso descendió hasta mi cuello y olí el aroma de mi propia sangre. Las fosas nasales de Mikhail se dilataron y vi hambre en sus ojos, pero pronto aquellas sensaciones viscerales fueron de nuevo ahogadas por la ira. Por el dolor. Por el sufrimiento más atroz que un corazón podía soportar.

―No vuelvas a pronunciar su nombre, lobo, o lo pagarás. Tienes la boca demasiado sucia como para mentar a Sasha.

Sasha, el apodo de Aleksandr. Un cuchillo invisible atravesó mi corazón al ver a Misha ser El Exterminador por ese purasangre que solo conocía de nombre. Porque las palabras de la tal Yelna tenían ahora todo el sentido del mundo. Si se había pasado dos siglos cazando licántropos fue con la esperanza de encontrar a los asesinos de Morozov. Pero Marko estaba a resguardo en el territorio de los Linheart y Rainer estuvo esos dos siglos inactivo, cosa que hizo que Marko eligiera a un segundo beta para remplazarlo. El perfil bajo de ambos había sido para evitar que Mikhail Morozov, El Exterminador, los matara. Y por ellos, por su culpa, muchos otros lobos fueron cazados por un vampiro que estaba ahogándose en una pena tan grande que solo la venganza podría terminar de ahogarlo.

― Fuisteis vosotros ― gruñó sin dejar de apretar su agarre. Me estaba costando respirar ―. Vosotros lo matasteis. ¡Matasteis a lo único que tenía! ¡A quien lo era todo para mí!

Cuando casi no me quedaba oxígeno y mis pulmones parecían a punto de estalla, me soltó. Caí de bruces al suelo y tosí mientras intentaba recuperar el aliento perdido. En mis tímpanos retumbaba con fuerza el latido desbocado de mi corazón junto con mi errática respiración. Alcé el rostro e intenté incorporarme, pero me detuve. Misha volvía a estar ante mí, pero no era ninguna de las versiones que había visto hasta entonces. Sus bellos ojos estaban llenos de lágrimas, unas que recorrían sus mejillas lamiéndole la piel de forma obscena. Porque no debería estar llorando, porque no debería estar roto. No debería ser el espejo de mi alma.

― Misha, yo...

― No te atrevas a llamarme así, no con el nombre que él me dio. —En sus iris, hasta entonces negros, aparecieron vetas rojas. Una sonrisa irónica cruzó sus labios ―. Esto debe de ser una broma, un nuevo castigo por lo que hice. Ahora que al fin parecía que todo podría marchar bien, ¿por qué has tenido que cruzarte en mi existencia?

― Yo ni siquiera había nacido, yo no...

¿Qué estaba intentado justificar? ¿Que no debería odiarme y descargar su ira sobre mí por lo que habían hecho mi hermano y Rainer? Puede, pero yo había provocado que el dolor que mantenía escondido, recluso en una caja con mil candados, se abriera de golpe.

―Ojalá no existieras. Ojalá nunca nos hubiéramos conocido.

Sin añadir nada más, Misha se marchó y me dejó solo en aquel cuarto que olía a él. Apreté los puños y golpeé el suelo, destrozando una parte y haciendo que mis nudillos sangraran. No importó. Porque el dolor que sentía dentro, en mi corazón, era mil veces mayor.

Acababa de descubrir que me había enamorado de un vampiro, uno que estaba atado a mí hasta que yo muriera y que me odiaría hasta el final de sus días.    


NOTA DE LA AUTORA:

Hola lector. Muchas gracias por haber llegado hasta aquí y haberte adentrado en esta novela que escribí durante la pandemia del 2020 y que terminé en febrero del 2021. Es una obra muy especial para mí que escribí en un periodo convulso y que me ayudó a seguir adelante. Por ello agradecería muchos comentarios en los capítulos, votaciones en la estrellita para que así llegue a más público y poder, con vuestra opinión, mejorar y aprender para futuras novelas. Las opiniones de los lectores siempre nos ayudan, además de que nos motivan, a continuar.

Un abrazo.

Ester. 


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