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Glenn

—¡Glenn!

—Espera, Glenn.

Las voces de los miembros de mi manada no dejaban de llamarme, de pedirme que los esperara, que aflojara el paso.

No lo hice.

No hasta que la gigantesca mano de Carter me aferró con fuerza el antebrazo. Mi instinto de alfa quiso gruñirle, volverse hacia él y pegarle una dentellada por atreverse a tocarme. Mi parte humana —que era la balanza perfecta que mantenía mi lado más impetuoso bajo control —simplemente hizo que, al fin, me detuviera. Fue entonces cuando me di cuenta de que hiperventilaba, de que un sudor pegajoso me bañaba entero y de que el sabor metálico de la sangre de Mikhail Morozov todavía no había desaparecido de mi boca.

Los miembros de mi manada me rodearon y sentir su calor, su olor tan familiar, logró que mi respiración se normalizara y que mi cuerpo dejara de sudar. Me apoyé en la pared de ladrillo de uno de los edificios que se alzaban en la zona más baja y pobre del extrarradio de la ciudad. La noche todavía era joven y las calles, sucias y apestosas por la basura y el mal estado del alcantarillado, estaban llenas de vida. Humanos de ambos sexos iban de un lado para el otro buscando pasar una noche de diversión que les permitiera olvidar su penosa vida. Alcohol, droga, sexo... Todo estaba permitido bajo el amparo de la oscuridad.

Ojalá para mí fuera tan fácil.

Ojalá pudiera ser uno de ellos y poder olvidar qué y quién era. A los Linheart, a los vampiros, a la guerra.

A todo.

El sabor de la boca y de la sangre de Mikhail también.

La mano de Liam me hizo volver al mundo real. Sus dedos recorrieron mi mejilla derecha antes de posarse en mis labios y acariciarlos. Lo hizo lentamente, con delicadeza, pero con la intención de impregnarlos con su olor y el sabor de su piel. Cerré los ojos.

—¿Se puede saber qué acabas de hacer?

La pregunta demandante de Valerio hizo que recuperara la compostura y que mi momento de debilidad con mi beta quedara como algo anecdótico. El alfa que había en mí sacó pecho, golpeando con furia a mi débil y asustadiza parte humana.

—Lo que debía para garantizar nuestra alianza.

—¿Y por eso te has puesto a ligar con un vampiro? Ha faltado poco para que os follarais el uno al otro.

Liam gruñó a Maya por su comentario inapropiado, pero esta ni se inmutó.

—Si con eso consigo manteneros a salvo y conseguir lo que quiero, lo haré.

—¡Estás loco!

—¡Maya!

—Oh, cállate, Liam—le gritó la loba encarándose con él.

Las hembras no se sentían intimidadas por los betas, a diferencia de los lobos macho normales. Aunque tampoco es que las hembras se sintieran muy intimidadas por los alfas fuera de las temporadas de celo y de apareamiento. En verdad, la jerarquía de dominio era más para los machos que para las hembras. Ellas solían seguir a los alfas que les inspiraban mayor confianza y protección sin que las feromonas que segregábamos las afectara en lo más mínimo.

—Creo que todos deberíamos calmarnos un poco —intervino Tara interponiéndose entre Liam y Maya antes de que su hermano Valerio se metiera de por medio para defender a la loba —. Dejemos que se explique.

—¿¡Que se explique!? —exclamó Maya con las manos a la cabeza.

—Maya —siseó Derek con una mirada letal en sus ojos aguamarina. La loba frunció los labios ante la regañina del lobo.

—¿No se supone que deberías estar de mi parte si quieres que siga acostándome contigo?

—Cuando tiene relación con el alfa de nuestra manada, no. Y más si todavía no se ha explicado.

—¿Y qué hay que explicar? ¿¡Es que estáis todos ciegos!? ¡Acaba de hacer un intercambio de sangre con un vampiro!

—Y no uno cualquiera —añadió Valerio apoyando a su hermana y alzando el brazo izquierdo de forma dramática—. Con uno de los mayores asesinos de licántropos de los últimos siglos: Mikhail Morozov.

—Precisamente por eso lo he hecho —dije frunciendo el ceño y dando un paso adelante. Valerio retrocedió y Maya también, muy a su pesar. Puede que las feromonas de los alfas no la afectaran, pero cuando estas desprendían algo más que enfado, incluso las hembras sabían que era mejor claudicar —. ¿Es que no lo veis? Ahora ni él ni su clan podrán traicionarnos. No si quieren que uno de sus mejores vampiros muera.

Los ocho lobos se miraron unos a otros sin estar muy convencidos.

—Pero los Ancianos te dieron su palabra —apostilló Josh. Cómo se notaba que era el más joven de la manada. Su candidez e inocencia en las cuestiones de honor eran dignas de admiración.

—Palabra que no tienen más valor que tantas otras —repuse volviendo a ponerme en movimiento para regresar a nuestra guarida. Seguir en el exterior no era seguro—. Ahora somos útiles para el Clan, pero nada nos garantiza que nuestra utilidad llegue a su fin antes de lo pensado.

Di la conversación por terminada hasta llegar a zona segura y toda la manada me siguió en absoluto silencio con los sentidos alerta. Liam, como siempre, se puso a la cabeza y Tara, la mejor rastreadora de todos, se adelantó para asegurarse de que no tendríamos ningún contratiempo para llegar a salvo a nuestro escondite. Maya, visiblemente contrariada por mi acción, la siguió para alejarse de mí y para intentar calmarse. Yo contuve un suspiro.

Cuando creé mi propia manada, cuando luché contra mis hermanos para hacerme con el puesto de heredero de la familia Linheart y futuro alfa de la manada, jamás imaginé el peso que debería cargar sobre mis hombros. Un peso que, estaba seguro, no dejaría de crecer hasta que mi vida llegara a su fin.

Pero todo merecería la pena si lograba conseguir mis objetivos. Y si para ello debía estar emparejado, ligado a través de la sangre con un vampiro, que así fuera.

Ninguno de ellos podía entenderlo. Ni siquiera Liam, que era mi mejor amigo, mi segundo al mando. Ni si quiera alguien que era más que un hermano para mí era capaz de comprenderme. ¿Cómo podrían hacerlo? Ellos eran licántropos puros y yo... Yo una aberración de la naturaleza que solía eliminarse antes de exhalar un segundo hálito de vida.

Aunque las relaciones sexuales entre licántropos y humanos no estaban prohibidas, lo que se consideraba un atentado contra la naturaleza era tener descendencia con un humano. Dentro de una sociedad patriarcal donde la legitimidad la daba el padre, padre que debía ser un lobo, las lobas que se quedaban embarazadas de un humano eran desterradas, en el mejor de los casos, u obligadas a perder a la criatura y relegadas a un papel suicida en la guerra contra los vampiros. En el peor... las mataban. Si, en cambio, era una humana la que tenía el hijo o la hija de un lobo... Bueno, al lobo no le pasaba nada y se consideraba un desafortunado accidente que quedaría resuelto con la muerte de la criatura y el cese de todo contacto con la humana.

Chasqueé la lengua y me clavé las uñas con fuerza en las palmas cuando el rostro de mi madre cruzó por mi mente a traición. Por mucho que lo intentara, por mucho que escondiera todo lo referente a ella en lo más hondo de mi mente, de mi corazón, siempre acababa emergiendo para buscar oxígeno y hundirme con ella en el abismo. Para herirme y hacerme sangrar. Para atormentarme.

Apreté los dientes y el paso, adelantando a Liam que, al verme tan frenético, se limitó a caminar a mi lado en vez de intentar detenerme para que permaneciera tras él. En momentos como ese, cuando me encontraba agitado y mi parte de lobo y de humano pugnaban, sabía que debía darme mi espacio.

Al poco de vislumbrar los contornos del destartalado edificio donde nos escondíamos de los Linheart, comencé a calmarme. El lugar desprendía el olor de mi manada y el de la seguridad, siempre que se pasara por alto el de la podredumbre y el de la humedad. Tara y Maya nos esperaban en la entrada. Tara me musitó que todo estaba tranquilo y despejado mientras Maya me contemplaba en silencio con los brazos cruzados. Ambas esperaron a que yo y Liam entráramos para seguir nuestra estela.

La oscuridad nos dio la bienvenida mientras recorríamos la entrada de lo que, en el pasado, fue un hotel bastante lujoso. La recepción, con los muebles carcomidos por las termitas y llenos de polvo, se caía a pedazos. Las butacas, dispuestas para que los clientes esperaran cómodamente a ser atenidos, tenían la tela descolorida y comida por las polillas. Pasé de largo hasta las escaleras. Al no tener corriente eléctrica, los ascensores no nos servían de nada y eran una reliquia más en todo aquel conjunto deteriorado por el tiempo.

Seguido por mi manada, ascendí hasta el segundo piso. Aquel edificio contaba con cinco plantas. La quinta estaba completamente derruida y la cuarta comenzaba a fallar, cayéndose algunos cascotes de vez en cuando. La estructura de la tercera parecía fuerte, así que el lugar más optimo era la segunda planta. Cuando faltaban tres puertas para llegar a mi destino, silbé una tonadilla para avisar al último miembro de mi manada de nuestra presencia. Sería muy útil contar con móviles, pero no podíamos para evitar que mis perseguidores dieran conmigo. Con todos nosotros.

La puerta de la habitación doscientos dieciséis se abrió y asomó el bonito rostro de Zara.

― Estaba a punto de dormirme, que lo sepas ―me dijo a modo de saludo. Yo me acerqué a ella para abrazarla y darle un beso en la frente.

― Perdón, los vampiros tardaron más de lo previsto en venir a hacernos una visita.

―He estado muy preocupada. No las tenía todas conmigo después de que planearas encontrarte con ellos.

Sonreí y volví a besarla antes de acariciarle el abultado vientre.

― Tranquila, todo ha ido bien.

― Sí, Zara ―intervino Maya entrando en la habitación y lanzándose a muerte en uno de los sofás que habíamos arrastrado hasta allí ―, todo ha ido perfecto. Tanto que nuestro alfa ahora está vinculado a Mikhail Morozov.

― ¿Cómo? ― El rostro de Zara se tornó más pálido de lo que ya lo tenía a causa de su avanzado estado de gestación ―. ¿El mismo Mikhail el Exterminador?

― El mismo que viste y calza ―asintió Valerio que se acercó a Zara para arroparla entre sus brazos. Ella le dio una palmada en el antebrazo a modo de amonestación antes de apoyarse contra su pecho―. ¿Qué? ― preguntó con voz lastimera ―. No le he dicho nada irrespetuoso.

― Pero tampoco le has hablado con el respeto que merece, Val.

El susodicho soltó un resoplido lobuno y fue a sentarse al lado de su hermana que se había agenciado una cola de la mini nevera, pues aquella habitación era la única que habíamos enganchado a la red eléctrica cercana de manera ilegal. Lehanna soltó una risotada antes de lanzarse con cariño sobre Zara y pegar la oreja en su vientre para escuchar el latido del corazón del bebé.

―Sentirte hablar es como escuchar a Kenneth.

La embarazada le acarició las rastas castañas con dulzura.

―Tantas veces le escuché sermonearos que se me ha pegado.

―Tanto mejor ―asintió Josh ―. Así es como si todavía estuviera con nosotros.

―Josh ― suspiró Derek llevándose una mano a la cabeza.

El joven agachó la cabeza y, si estuviera en su forma lobuna, también habría agachado las orejas.

― Lo siento, Zara, no pretendía... Glenn. ― Sus ojos grises se posaron en mí, brillantes como piedras preciosas.

Un silencio incómodo se apoderó de la estancia y de toda la manada. No es que fuera un tema tabú hablar de Kenneth. En muchas ocasiones solía salir su nombre a relucir o un recuerdo gracioso donde Kenneth se enfadaba con nosotros y nos perseguía para darnos una tunda de palos. Pero siempre obviábamos el hecho de que ya no estaba entre nosotros. De que dio su vida para que pudiéramos escapar de las garras de mis hermanos.

― Kenneth no habría aprobado lo que has hecho, Glenn ― susurró Maya aplastando la lata vacía de refresco.

― Maya, por favor ― murmuré cansado.

― Tiene razón, Glenn ―se puso de su parte, esta vez sí, Derek. Carter, a su lado, asintió. Las miradas de Tara y Lehanna expresaban la misma opinión que el resto. Incluso Liam no estaba convencido de mi actuación.

Porque no había hecho un intercambio de sangre con un vampiro cualquiera, sino con una leyenda. Con alguien que, en los dos últimos siglos, solamente había vivido para dar caza a los licántropos. Ante su letalidad, ferocidad y desalmados actos, se había ganado el sobrenombre de El Exterminador.

― ¿No ibas a dejar que me explicara?

― Adelante ―me concedió.

Solté el suspiro que llevaba conteniendo desde que saliéramos de la discoteca y me senté en la única butaca de la sala. El "sitial del Alfa", el lugar físico que jerarquizaba la relación que tenía respecto a los demás en esa habitación destartalada dentro de un territorio que, a pesar de la tregua con los vampiros, seguía siendo peligroso y hostil. Mi manada se acomodó frente a mí, en los dos mejores sillones que habíamos encontrado en todo el hotel, y esperaron en silencio.

Y así siguieron hasta que terminé de hablar. 

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