Capítulo 3
Hacía poco, la preparatoria Yuuei había decidido hacer un viaje para todos los cursos, dejando que cada clase de cada grado votase por el lugar en el que les gustaría ir y logrando así una experiencia inigualable para todos los estudiantes, o por lo menos para los más emocionados, pues a algunos, como Katsuki Bakugou, no les hacía nada de gracia tener que compartir un dormitorio con diez chicos o más durmiendo allí y ahogándolo con sus terribles olores corporales y característicos, e incluso si sabía que ellos no podían cambiar esas esencias, seguía siendo un terrible calvario tener que soportarlos, sobre todo si habían omegas entre sus compañeros de cuarto.
Por suerte, Bakugou no tuvo que compartir cuarto con nadie, pues al haber votado y seleccionado por mayoría casi absoluta el marcharse a la montaña, cada par de personas, parejas que podían ser escogidas por los mismos estudiantes y que les otorgó algo más de libertad, debía montar una tienda de acampada, y por supuesto el rubio cenizo prácticamente obligó a Kirishima a ser su pareja durante el resto de viaje, negándose a compartir su espacio privado con alguna persona a la que no soportara o que simplemente le molestase (cosa que casi toda su clase hacía, sobre todo Izuku). Al menos Eijirou no sintió esa amenaza como tal, y nada más el alfa le pidió el que durmiese con él aceptó con buena cara y casi sin dudar, emocionado por ello.
Ahora, ambos jóvenes se encontraban en el exterior de la tienda de acampada mientras todos los demás estudiantes dormían, observando el cielo estrellado mientras permanecían en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos que no eran tan diferentes entre ellos, dedicados en su mayoría a analizar al contrario y a poder aclarar sus sentimientos, sobre todo Bakugou, quien sabía que probablemente nadie de su círculo de amigos aceptaría que él, uno de los alfas más respetados de la universidad y con uno de los futuros más brillantes asegurado gracias a eso, estuviese enamorado de lo que muchos llamaban simple humano normal y corriente, pero él sabía que Kirishima no se trataba de cualquier persona o de cualquier beta macho, lo sabía muy bien gracias al aroma que podía percibir por parte del pelirrojo, uno que según la opinión de todos sus conocidos, no existía.
Y aunque el poder sentir el aroma de Kirishima siendo que este se había presentado como un beta, y, además, uno sin olor (palabras que habían sido reafirmadas por el doctor que había evaluado a Eijirou), le preocupaba, y sabía que debía haber un motivo tras ello. Pero no había nada que le aterrase más que guardar el secreto de que llevaba sintiendo ese dulce perfume proveniente del cuerpo de su mejor amigo desde que habían cumplido un año de amistad, y en ese entonces era imposible que Kirishima ya se hubiese presentado casi sin darse cuenta como un beta por la edad que ambos tenían en ese entonces.
Por más que le buscaba una explicación lógica a todo aquello, no se le ocurría absolutamente nada lógico para ello, pero, si era sincero, todo aquel asunto no se le era tan terrible, siendo que hasta había llegado a acostumbrarse a ese olor a cerezas, y bastantes veces lo usaba para guiarse cuando perdía a Kirishima entre la multitud cada vez que iban de compras al centro comercial por órdenes directas de Ashido o por gusto propio, y ahora pasaría una semana entera sintiendo ese aroma casi embriagador más cerca que nunca, y agradeció ser una persona con principios —aunque no lo demostrara mucho al actuar siempre guiándose por sus impulsos—, pues sino ya se habría lanzado sobre Kirishima para preguntarle de dónde demonios salía ese empalagoso perfume.
Kirishima, por su parte, inhalaba el aire combinado con la extravagante combinación de aromas que poseía Bakugou, riendo por el hecho de lo mucho que contrastaba la dulzura del caramelo con la potencia de la pólvora, pero a la vez divertido por saber que se había hecho adicto a él, y varias veces, cuando se sentía mal y lo sentía, sus malestares desaparecían como si no tuviesen importancia alguna, cosa que ayudó bastante a la obsesión que había desarrollado por ese olor. Y, aunque estaba dedicando la mayor parte del tiempo a liberar sus nervios gracias al aroma corporal de las feromonas de Bakugou, también observaba de forma disimulada el rostro relajado del alfa, pensando maravillado lo hermoso que se veía a la suave luz de la Luna.
Siempre se preguntaba cuándo comenzó a surgir su amor por Bakugou. Siempre su mente se dirigía hacia los primeros años en los que conoció al chico que todavía no se había presentado como alfa, cuando su admiración por él comenzaba a florecer tras haber visto la fuerza del rubio cenizo, y recordaba como si fuese ayer la pelea en la que lo conoció. Aunque Kirishima no participó en tal acto de violencia, este se originó por causa de unas burlas acerca de su apariencia, ya que un estudiante había comenzado a quejarse de que él parecía un débil y triste omega sin futuro alguno y, justo en ese momento, Bakugou pareció escuchar esas palabras de desprecio y actuó guiado por sus instintos como de costumbre.
Eijirou, desde aquel día, admiró la fuerza, la táctica y la estrategia que Katsuki Bakugou poseía, pero no fue hasta un par de años después que no comenzó a sentirse diferente con él al darse cuenta de que, al contrario de lo que sucedía con muchas de las personas que se acercaban por admiración al actual alfa, él no había sido despreciado o alejado al momento. Es más, aunque al día de ahora el rubio no lo admitiese, fue él el que se acercó a Kirishima para preguntarle si se quería unir a su séquito, cosa a la cual Kirishima no se pudo negar.
También influenció bastante el ver cómo el físico de Bakugou fue desarrollándose a la par de su inteligencia y de su forma de ver el mundo, y cuando se presentó como alfa en mitad de secundaria Kirishima ya se sintió del todo hechizado por él, pues era el alfa más único que había visto antes, acostumbrado a los que solo buscaban omegas con las que procrear más no marcar, mientras que Katsuki se dedicaba principalmente a sus amistades, sobre todo a Kirishima, y a sus estudios, aunque de vez en cuando se metía en peleas con otros alfas que malinterpretaban sus acciones y le retaban a peleas que eran animadas por los otros alfas o por los betas más valientes que se atrevían a pisar el territorio de Bakugou.
—Bakugou, ¿recuerdas el día en el que nos conocimos? —Kirishima fue el primero en romper el silencio en el que se habían sumergido, esbozando una sonrisa nostálgica ante sus palabras, bajando la mirada con tristeza. El tiempo pasaba más rápido de lo que le gustaría, y pronto sus caminos se separarían, ya fuese por asuntos románticos o por los estudios.
—Por supuesto que sí, idiota, ¿cómo podría olvidar el día en el que te salvé el trasero de ese imbécil que se creía con el derecho de humillarte? —masculló con molestia Bakugou, arrugando levemente su rostro, no del todo enfadado, pues los recuerdos enternecieron un poco su corazón, recordando la apariencia de Kirishima en primaria, su cabello negro y lacio que ahora había sido reemplazado por uno de color rojo y en terminado de pinchos, su gran sonrisa puntiaguda, la cual por suerte seguía estando en el presente, y su antiguo cuerpo enclenque, el que ahora se había vuelto atlético y sumamente atractivo.
—En esa época todos se metían conmigo por mi cuerpo, pero nada más me defendiste nunca más se metieron conmigo —susurró melancólico Kirishima, recordando los motivos por los que había comenzado a ejercitarse día a día y cambió su cabello para volverlo más masculino y atractivo—. Aunque nunca te lo pude agradecer correctamente.
—Mierda, no tienes por qué ponerte sentimental, shitty hair —reclamó Katsuki al escuchar lo suave que había salido la voz de Kirishima, aunque la suya no se quedaba atrás. Su faceta de chico insensible siempre desaparecía cuando se trataba de su pasado con Eijirou, lo cual reafirmaba que este se trataba de su única debilidad.
Si era sincero, en primaria Kirishima le había llamado la atención desde hacía muchísimo tiempo antes de que la pelea surgiera, pero siempre creyó que su actitud negativa acabaría por asustarlo. Nunca supo si se trataba del potencial que estaba desperdiciando ese joven al quedarse callado ante las burlas, la que había llevado escuchando desde hacía mucho tiempo, o el que su corazón se agitase cada vez que lo veía por los pasillos, solitario, sin nadie a su lado, tal como si se tratase de un alma en pena lo que llegó a llamarle la atención, pero actualmente sabía que no se había equivocado al haberlo defendido y al haberle propuesto unirse a su séquito, el cual con el paso de los años fue distanciándose hasta que en secundaria reavivó con diferentes integrantes, siendo el único que no se había marchado Kirishima.
—Bakugou, ¿por qué desprecias tanto a los omegas?
El nombrado ladeó la cabeza, confundido por la repentina pregunta por parte de Kirishima y sin saber muy bien qué responder ante eso. ¿Debía ser sincero con su opinión? No lo sabía muy bien, pero si él quería saber la respuesta, no tenía nada más que hacer que darle lo que quería.
—Me parece estúpido que actúen como si no supieran hacer nada por cuenta propia —respondió escueto—. Creo que podrían intentar defenderse más por cuenta propia, por más que sus celos les vuelvan algo más sensibles a los alfas durante un par de días o tres.
—Pero eso no justifica tu odio, los omegas no pueden controlar sus celos y sus hormonas —replicó Kirishima, confundido por la explicación de Bakugou.
—No pueden, pero de ser por ellos podrían aprender a defenderse desde pequeños, tomar clases de defensa, tomar las precauciones necesarias para poder contraatacar si, por algún casual del destino, son agredidos por alguien —retomó su explicación Katsuki—. Pero ellos han asumido desde pequeños que son el género débil de la sociedad, que no pueden defenderse por el simple hecho de que han sido criados con enseñanzas estúpidas que han condicionado sus formas de verse a sí mismos.
—Bakugou... —susurró Kirishima, dándose cuenta por fin del por qué odiaba a los omegas. Lo que detestaba Bakugou de ese género de la sociedad era el hecho de que no se hicieran respetar, que permanecieran a un lado pensando que no tenían los mismos derechos que los alfas o los betas.
—Se condicionan por su género. Sé que en la antigüedad los omegas no eran tratados como iguales, pero ahora las cosas han cambiado, y ellos, en vez de aprovechar el presente y las ventajas que este ha traído, se han quedado estancados en el pasado viéndose como el sexo débil de la sociedad, como si no pudieran lograr nada sin ayuda de los demás. —Katsuki desvió su mirada, contemplando el rostro sorprendido del pelirrojo a su lado, cada vez más cerca suyo—. ¿Sabes por qué odio a Deku?
—¿Por parecer un omega? —cuestionó inseguro Kirishima.
—No del todo. Lo odio por el hecho de que desde pequeño actuó seguro de que sería un omega en el futuro, y cuando se presentó como un alfa siguió actuando como lo que creyó que sería toda su vida: alguien débil y sin derechos. —Katsuki suspiró—. Muchas veces he tratado de que se defienda cuando intento golpearlo, pero en vez de eso él simplemente acepta los golpes, como si él fuese más débil que yo o que cualquier otra persona. Es ese pensamiento primitivo de que los omegas no tienen derechos a defenderse o a tener un futuro brillante el que me ha llevado a odiarlo. Si los omegas se lo propusieran, podrían ser más fuertes de lo que se imaginan.
—Vaya, nunca pensé que fueras un defensor de los derechos de omegas. —Kirishima sonrió mostrando sus dientes, sintiendo su corazón acelerado ante las palabras de Katsuki y la convicción que tenía al decirlas.
—Es por eso que cuando vi que te molestaban llamándote omega como si fuese algo malo no pude contenerme. Es por personas como esas que los omegas siguen creyéndose débiles y sumisos ante la sociedad, y no puedo soportar que ese pensamiento primitivo siga divulgándose —masculló con molestia—. También me molesta que los omegas se refugien en las lágrimas cada vez que son amenazados o que vean a los alfas o betas más atractivos como objetos sexuales con los que satisfacer sus instintos, como sucede al revés. Al parecer, en esta sociedad solo cuenta el sexo y nada más, y eso me irrita.
—¿Pero entonces, odias a todos los omegas por igual?
—Por supuesto que no. Realmente, hay algunos omegas que han luchado por sus derechos y por llevar vidas en las que sus géneros no importen —le dijo con la voz algo más suavizada—. Y también hay alfas que luchan por eliminar ese pensamiento de la sociedad actual. Lo que yo odio en concreto son las personas que se rinden con sus derechos, que se autodenominan débiles y sin opinión propia, ya sean omegas, betas o alfas.
—Eso significa que solamente te enfadan las personas que se creen débiles porque la sociedad lo ha dictado así desde hace tiempo, ¿cierto?
—Exacto —asintió Bakugou, y entonces comenzó a levantarse—. Levántate, ya es tarde, y mañana debemos levantarnos temprano. Espero que hoy haya podido responder todas tus dudas.
—Eso y mucho más —respondió Kirishima, enrojecido por la actitud determinada y segura de Bakugou, agradeciendo que no se viera gracias a la oscuridad de la noche.
Nada más entraron en la tienda de campaña que horas antes se habían encargado de montar, se tumbaron exhaustos sobre sus camas, y poco a poco fueron cediendo al sueño, pero antes de que Kirishima llegase a dormirse, fue acercándose de forma lenta hacia el lugar donde Katsuki descansaba, en busca del calor corporal de este, pero un gesto por parte del rubio cenizo le hizo sobresaltar: uno de los brazos del alfa rodeó su cadera con calidez, acercándolo aún más a él, y nada más intentó pedir explicaciones, Bakugou habló por él con voz soñolienta y molesta.
—No hagas como si nunca antes hubiésemos dormido juntos, pedazo de mierda —le recriminó Bakugou, cosa que hizo recordar al pelirrojo las veces en las que, por cuestión de espacio, tuvieron que dormir en la misma cama en cada noche de chicos que organizaron con su grupo de amigos—, así que no reclames y duérmete.
—¡Sí, Bakugou! —exclamó en acuerdo el beta mientras pasaba su mano sobre el brazo de Bakugou que le rodeaba, apoyando su cabeza sobre el fornido pecho del alfa, quien sintió un escalofrío recorrer su cuerpo nada más sintió el aroma de Kirishima inundar sus fosas nasales—. Me encanta tu olor, Bakugou. El aroma a pólvora te da mucho toque personal.
—Cállate de una vez, joder —se quejó Bakugou intentando ocultar sus nervios, y pronto sintió que el cuerpo de Kirishima se destensaba bajo su agarre, cosa que significaba que ya se había dormido.
De forma involuntaria, el alfa esbozó una sonrisa ladeada y nerviosa. El rubio cenizo se dedicó a observar el hermoso rostro de Kirishima con la poca luz que travesaba la tela de la tienda de acampar, tranquilizándose gracias a ese olor de cerezas tan intenso, y con cariño comenzó a revolver el cabello rojizo de Eijirou, el cual se había alisado como sucedía siempre a final de día, sintiendo su corazón latir acelerado ante esa cercanía. Era cierto que habían dormido juntos muchas veces, pero hacía tiempo que no sucedía, y ahora se sentía como la primera vez que compartió cama con ese beta, nervioso, torpe e inseguro acerca de cómo debía comportarse con el pelirrojo o las acciones que debía evitar cometer para no incomodar a Kirishima.
—El tuyo también —comenzó a hablar de forma pausada por culpa del sueño, entrecerrando sus párpados, inhalando nuevamente el fresco aroma a fruta que parecía salir del cuerpo de Eijirou—, el tuyo también me encanta, Kirishima...
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