𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝟐
La investigación de Izuku, lamentablemente, no había dado fruto alguno, habiendo malgastado ya más de diez páginas en su libreta y teniendo que comenzar otra para continuar con sus recercas sobre los tipos de romances que habían existido a lo largo de la historia.
Para el peliverde era normal escuchar de betas masculinos uniéndose a omegas femeninos, pero a parte de ese romance atípico, jamás había llegado a ver un beta masculino uniéndose a otro beta masculino, siendo que no podrían cumplir con el objetivo por el cual todos nacían, es decir, reproducirse, un omega masculino y un omega femenino o dos omegas del mismo género.
Mucho menos había visto dos alfas aliándose en el ámbito amoroso, pero había escuchado hablar de algunos casos en el pasado donde los enamorados no habían terminado de la mejor manera posible.
Todo ello era por culpa de los prejuicios que la sociedad había inculcado a sus habitantes, cambiando la forma de pensar de todos aquellos que aun no poseían capacidad de pensamiento propio, como los niños que aun no habían desarrollado ninguna jerarquía y que solían creerse todo lo que la sociedad les decía.
Izuku, en cambio, jamás había vivido con esas palabrerías, siendo que su madre era una beta, frecuentemente confundida con una omega por su actitud insegura y sumisa, realmente abierta a las otras opiniones que había batallado todo lo posible para evitar que su hijo cayese en los pensamientos intolerantes que muchos otros alfas, betas e incluso omegas tenían.
Porque en el mundo actual, cuando un alfa dictaba algo, todos debían obedecer sin rechistar. Si un alfa decía que los omegas no merecían tal cosa, ellos acaparaban esa orden sin cuestionar nada, como simples cacharros sin pensamiento propio.
Por lo que, de cierto modo Izuku se alegró de haber podido convertirse en un alfa que no tuviese que hacer caso a las tonterías que los demás dictaban.
Para fortuna de Midoriya, a lo largo de su vida había conocido pocos alfas de ese tipo, y la mayoría de sus conocidos eran personas tolerantes y con puntos de vista de la sociedad bastante maduros y justos hacia el resto de personas.
Kacchan era uno de aquellos alfas a los que admiraba sin lugar a duda.
Aunque a simple vista el rubio ceniza pudiese parecer alguien agresivo y el tipo de alfa que maltrata a sus inferiores por puro gusto, en su interior había un sentido de la justicia del cual Midoriya se percató poco tiempo después de presentarse como alfa.
Katsuki odiaba los estereotipos que había dictado la sociedad, y eso era visible cada vez que Midoriya lo veía defendiendo a los demás omegas cuando estos recibían insultos por parte de los demás solamente por ser el género débil (como eran llamados en los libros), aprovechando su fuerza física para lograr que los alfas más obstinados dejaran esos pensamientos tan podridos y primitivos, y así habiendo hecho una gran cantidad de amistades y personas que lo admiraban actualmente, entre ellos el mejor amigo presente de Bakugou: Kirishima Eijirou.
Si Kacchan le había maltratado durante todos esos años, era por el hecho de que Midoriya, cuando era mucho más joven y era influenciado por las palabrerías de los adultos, creía que los omegas debían seguir un patrón de sumisión y respeto extremo hacia los demás.
Ese pensamiento llevó al rubio cenizo a humillarlo verbalmente —aunque alguna que otra vez llegó a golpearlo— con el objetivo de que Izuku se defendiera y se diese cuenta de una vez por todas que el género al que fuese asignado no tendría que afectar a su personalidad.
Midoriya aun recordaba el día en el que le dijo a Bakugou que se había presentado como alfa, habiéndose ganado grandes burlas del rubio por lo irónico que resultaba todo aquel asunto.
—¡¿Ves, idiota?! ¡Tú estúpido género no tiene por qué influenciar en tu jerarquía! —le espetó con burla el alfa mientras se reía con sequedad, pero Midoriya ese día pudo ver un brillo enfadado en los ojos de Kacchan.
—Bueno, es decir, yo tenía todos los requisitos para convertirme en un omega... —titubeó con nerviosismo el peliverde mientras jugaba con sus dedos.
—De todas maneras, imbécil, debes aprenderte a defender de los demás —le interrumpió el alfa con voz aburrida y cortante—, no creas que la gente tendrá piedad contigo cuando crezcas por más que ahora seas un alfa. En este mundo, desgraciadamente, los más débiles son los que mueren primero. Y gente como tú y los omegas se hacen a la idea de que son incapaces de valerse por su cuenta, y por ello, echan a perder sus vidas.
—Kacchan —murmuró Izuku mientras sus ojos brillaban en una admiración espléndida, maravillado por lo increíble que Katsuki podía llegar a ser—. ¡Me esforzaré, ya lo verás!
—Piérdete —le dijo el alfa rubio mientras se alejaba de Deku, quien guardó cada una de las palabras del contrario en su mente, fascinado ante estas.
Tanto así fue que, en el inicio de su décimo cuaderno, apuntó tales palabras con toda la exactitud posible, preparado para poderlas releer cuantas veces quisiera y poderlas comprender a la perfección.
En sí, Kacchan se refería a la mentalidad que habían adquirido los omegas con el paso de los años a pesar de haber logrado gran cantidad de derechos a comparación del pasado.
De forma involuntaria, ese lado de la jerarquía se había hecho con la idea de que debían ser personas sumisas, débiles ante los ojos de los demás alfas y betas, talentosos en las artes de las tareas del hogar y la cocina y dispuestos a complacer a sus parejas cada vez que estas lo desearan.
Era una forma de pensar que se había implantado en sus mentes desde el inicio de esas tres jerarquías que Bakugou odiaba con toda su alma y que poco a poco Izuku comenzaba a repudiar; cada persona tenía derecho a ser como fuese sin necesidad de ser marcados por sus géneros y el cómo la gente pensara de ellos.
Ahora, Izuku apuntaba en su libreta los últimos apuntes que tenía acerca de la personalidad de Todoroki, preguntándose qué clase de mentalidad tendría este y si había sido marcado por los lujos que su familia poseía, esperando que no fuese así, ya que eso rompería su visión amable de él y tal vez empezaría a distanciarse de él mucho más de lo que ya hacía.
Por desgracia, en su clase existían tales prejuicios por parte de sus compañeros, y por más que Midoriya los intentaba ignorar, era casi imposible siendo que a cada hora se hablaba de lo perfecta esposa que sería Yaoyorozu Momo en el futuro, lo adorable y sumisa que se veía Uraraka o el cómo algunos incluso creían que Bakugou era el típico alfa dominante que amaba hacer daño a los omegas por placer propio.
Lo único que llegaba a hacer que su ira mermara ante tales comentarios inapropiados era que su profesor de aula, Aizawa Shota, amenazara con una inminente expulsión a cualquiera que hablara de esa forma despectiva de sus compañeros por los géneros a los que pertenecían.
—¡Izuku, la cena está lista! —su madre le llamó de forma repentina, haciendo que Midoriya tuviese que dejar su libreta en la mesa junto a los nuevos apuntes incompletos.
El pecoso aun era incapaz de mostrarle el final de la decimotercera libreta a Uraraka y a Iida, pero les había enseñado los antiguos apuntes que tenía, sorprendiendo a sus amigos de forma grata y haciendo que estos insistieran en que llevara las libretas para que fuesen editadas y publicadas, a lo que el pecoso siempre se negaba.
Seguía sin tener suficiente confianza en lo que hacía por más que lo intentara, y al parecer Uraraka se había dado cuenta de aquello, pues siempre que Midoriya respondía bien en clases la chica le felicitaba con una de sus angelicales sonrisas y le decía que era increíblemente talentoso, cosa que hacía que mucho de sus compañeros sospecharan entre ellos dos y creyesen que eran pareja o alguna cosa por el estilo, a lo que el peliverde siempre se negaba.
A pesar de que Ochaco era una chica maravillosa y una omega increíblemente hermosa e inteligente, jamás podría llegar a verla como algo más que una mejor amiga o incluso hermana menor a la cual proteger, y tan solo pensar en ella como su pareja era algo desagradable por el hecho de que estaría dañando de una forma irremediable su amistad, la cual por ahora se había convertido en algo puro y sin malas intenciones.
O por lo menos, él veía su amistad de aquella manera, pues no tenía ni idea de cómo la vería Ochaco y si ella pensaba lo mismo que él acerca de la confianza que estaban tomando poco a poco, y temía que la omega llegara a malinterpretar sus intenciones con ella: él solamente deseaba poder ser un buen amigo para ella y un pilar donde esta pudiese apoyarse cada vez que lo necesitara urgentemente.
Él no tendría ningún problema en ayudar a Tenya y a Ochaco si tenían algún que otro problema, ya que ellos dos le habían hecho bastantes favores en clase o cuando Kacchan se acercaba a él con el objetivo de corroborar cuánto había avanzado en su promesa de volverse alguien más capaz de sí mismo, cosa que siempre ponía en un aprieto a Midoriya al haber avanzado simples pasos de hormiga a lo largo de aquel tiempo.
—¿Qué tal te está yendo en Yuuei, Izuku? —le preguntó Inko a su hijo en mitad de la cena, feliz de que su hijo se mostrara tan alegre y atento desde que entró en la academia, sabiendo que no había cometido ningún error al dejarlo intentar postular para esta—. ¿Los exámenes son muy difíciles?
—¡Claro que no! —respondió con una gran sonrisa Izuku mientras devoraba su bol de arroz—. Los profesores explican muy bien y mis compañeros no suponen ningún problema a la hora del aprendizaje, por lo que me va mucho mejor de lo que me esperaba.
Izuku respondía sinceramente, pues si debía ser honesto, al principio creyó que Yuuei solamente serían promesas falsas y huecas de un buen aprendizaje que al final resultaría un gran fraude, pero al final eso solamente fueron pensamientos idiotas y sin sentido, pues las cosas habían acabado yendo mejor de lo que jamás podría haber imaginado.
—¿Cómo es vuestro profesor de aula? —preguntó la mujer con una suave sonrisa, interesándose en el equipo docente que se encargaría de enseñar a su pequeño Izuku durante aquel año.
—¡Ah! ¡Se llama Aizawa Shota! —exclamó Midoriya mientras recordaba la primera vez que vieron al hombre que se encargaba de impartirles la mayoría de clases, rememorando el saco de dormir en el que estaba envuelto nada más se presentó ante la clase—. Es... Un maestro único a su manera, aunque a veces da bastante miedo.
—¿Miedo? Entonces debe ser un alfa, ¿no? —supuso la madre del pecoso, quien negó con la cabeza algo confundido y con la mirada perdida en un punto de la pared de la cocina.
—La verdad es que nadie sabe qué es —contestó con honestidad—. Algunos dicen que es un alfa, otros dicen que es un omega y algunos sospechan de que puede ser un beta, pero como no tiene olor nadie ha acertado todavía —explicó a su madre, la cual se removió algo confundida ante aquellas palabras—. Quizás es un beta sin olor.
Aizawa, si había destacado por algo en específico, no era por su apariencia desaliñada y cansada —aunque aquello también dio bastante de lo que hablar—, sino por su ausencia de olor, y con ello, la confusión de todos al no saber a qué sexo de la jerarquía pertenecía el hombre.
Algunos afirmaban que se trataba de un beta sin aroma, una condición bastante extraña que sucedía poquísimas veces en las personas, otros aseguraban que era un omega que procuraba tomar los supresores necesarios para eliminar por completo su olor y otros, al ver la gran presencia que imponía, creían que era un alfa, pero nadie podía decir cuál era la verdad que ocultaba Aizawa Shota, y ni tan solo Hizashi Yamada, profesor de inglés en la academia y mejor amigo de Shota desde secundaria según lo que habían podido escuchar, quería acabar con sus dudas.
Si pensaba fríamente, Izuku no sabía la mitad de los géneros de su clase, y no era porque no se hubiese querido fijar en los olores de sus compañeros, sino porque no le importaba demasiado quiénes fueran omegas, betas o alfas, sino que le interesaba más bien los sueños que cada uno de ellos persiguiera.
Por ejemplo, Uraraka había ingresado a Yuuei tras muchos años de ahorros para poder conseguir una carrera capaz de hacerle conseguir el dinero suficiente para sostener a sus padres, quienes estaban sumidos en una terrible situación económica.
Por otra parte, Iida había entrado en la academia para poder seguir con el legado de su familia y conseguir el título que le ayudase a lograrlo con más facilidad y sin tener que depender del apellido de su familia (el cual con solo pronunciar le aseguraba grandes lujos al instante) o Kacchan, quien había entrado en la academia probablemente para comenzar un partido de ayuda hacia los omegas o algo por el estilo.
—¿Por qué demonios Bakugou ha querido entrar en Yuuei? —se preguntó para sí mismo el chico mientras comenzaba a murmurar distintas posibles teorías, aterrorizando así a su madre, la cual se apresuró todo lo posible en acabar su comida para así hacer que Izuku dejara sus pensamientos profundos y murmullos escalofriantes.
Fuese cual fuese el motivo por el cual Bakugou se había unido a Yuuei, suponía que debía ser admirable, así que no le daría muchas más vueltas. Confiaba en que Katsuki tenía un motivo noble por el cual hubiese decidido estudiar allí.
Nada más el pecoso regresó a su habitación, volvió a abrir el cuaderno y repasó los apuntes que tenía sobre Todoroki, sonriendo ante los dibujos que había hecho del alfa y preguntándose por qué demonios un alfa había llamado de tal forma su atención cuando él también era un alfa, y supuso que sería la simple curiosidad de estar tan cerca de un alfa tan cotizado, pero por otra parte sabía que su género no influía en el por qué deseaba poderlo conocer mejor, sino sus ojos, esos ojos heterocromáticos que habían llamado su atención desde el primer día que los vio y que estaban plagados de una extraña melancolía que no lograba descifrar de ningún modo.
—¿Qué ocultas, Todoroki? —susurró a la luz de la lámpara Izuku, acariciando con su pulgar el retrato más detallado que tenía del chico, suspirando y sintiendo su pecho ofuscarse ante la idea de que Shoto pudiese estar sufriendo por algún motivo en concreto y nadie le pudiese ayudar—. Te aseguro que descubriré lo que te sucede y te ayudaré.
Midoriya sonrió mientras su corazón martilleaba contra su pecho de forma dolorosa como sucedía cada vez que sabía que alguno de sus conocidos estaba pasando por una racha de tristeza.
—Prometo que te ayudaré cueste lo que cueste —afirmó, y cerrando el cuaderno junto a sus brazos, se quedó dormido sobre la mesa, soñando durante toda la noche con aquel alfa que provocaba una sensación tan cálida en su corazón.
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