𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖚𝖓𝖔
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Como nereida, Yang Jeongin recordaba siempre las advertencias de su madre: nunca llegar a la orilla del mar. Ha vivido obedientemente en el Mar Amarillo, hogar de las nereidas, cuya entrada se hallaba en la bahía de Kyonggi, refugio de las sirenas. En comparación con otras criaturas terrestres, la población de seres marinos era escasa. Por ello, Jeongin atesoraba los recuerdos de su infancia, donde solo contaba con dos amigos: una sirena etérea y una nereida encantada. Eran excelentes compañías, aunque a veces se volvían molestos, pero siempre reconfortaba saber que estaban a su lado...
Tampoco es que tuviera muchas opciones. De su edad, solo él y su vecino eran los únicos infantes entre las nereidas.
Gracias a su tamaño pequeño y al hecho de que el Mar Amarillo no era tan vasto, conoció a una sirena de cabellos de luna, de su misma edad, lo cual lo llenó de alegría. Así, no tendría que seguir las estrictas reglas de los padres sobreprotectores de su amiguito y podría disfrutar de la compañía de alguien más mientras su otro amigo cumplía su castigo por haberlo seguido en sus travesuras.
En el mar hay mucho trabajo, especialmente en aquellas áreas tocadas por los humanos. Sin embargo, los mayores respetaban el tiempo de crianza libre de los infantes, permitiéndoles ser niños hasta que sus huesos fueran lo suficientemente fuertes para no romperse. Aun así, levantar una roca era una tarea ardua para cualquier criatura marina, a excepción de los tritones, que eran un caso aparte.
Jeongin se sentía afortunado de tener una familia numerosa: dos tíos, dos abuelos y una madre. Para él, eso era suficiente para recorrer toda su área y quedar libre de trabajo apenas comenzaba la marea baja, por lo que nunca había trabajado arduamente. Mas, le daba lástima su amiga Minjeong, quien solo tenía dos padres. Una chica tan linda como ella trabajaba mucho, especialmente cuando el agua se calentaba y los extraños seres, que su familia no le permitía ver, les ponían más peso a sus hombros de sirena. Apenas tenía tiempo de jugar con Seungmin, quien también solo tenía dos padres. Pero, gracias a que los tíos de Jeongin se habían quedado en esta zona después de graduarse, las nereidas no tenían mucho trabajo debido a la ayuda de los tritones.
Youngbae, el tío de piel morena de Jeongin, era un tritón, al igual que otro tío mucho más joven que su mamá, Yongguk. Milagrosamente, ambos decidieron quedarse a cuidar de sus padres y de su hermano nereida, desafiando la tradición que dictaba buscar una pareja y migrar a otro lugar para establecerse y formar una familia. La razón de todo esto radicaba en el hecho de que la madre de Jeongin no había formado un enlace, y, además, los abuelos no tuvieron suficientes hijos que los respaldaran y les otorgaran buen augurio y divinidad. Porque sí, tener tres hijos es poco, demasiado poco, considerando que, ya sea sirena o nereida, estos seres pueden cargar con camadas de mínimo cuatro. Tener solo una criatura por embarazo es signo de mala suerte, y eso pesaba mucho para los señores Yang.
Cuando Jeongin tenía doce años, recuerda el día en que su tío, con la piel bronceada por el sol, trajo a un pequeño tritón. Era de baja estatura, y a él le llegaba apenas al hombro, mientras que a su tío apenas le tocaba la aleta de la cadera.
─Es un pequeño aprendiz ─dijo Youngbae─. Ha visto solo dos temporadas de corrientes más que tú. Así que, desde ahora, es tu mayor. Su familia tuvo que migrar desde el océano Índico; antes vivían en el río Murray, por lo que ahora debe continuar su educación en Corea. Se llama Christopher Bang.
Esa fue la introducción de Bang Chan. Chan, como lo bautizó Minjeong, era un pequeño vástago sin identidad, o así lo veían ella y Seungmin. La familia del tritón se instaló en la bahía, convirtiéndose en vecinos de Minjeong y aligerando un poco su carga laboral. Sin embargo, su estrés mental aumentó debido a la diferencia cultural que traía el nuevo vecino. Minjeong, la rubia, llegó a la conclusión de que Christopher venía a conquistar su bella Kyonggi. Así se inició una disputa cómica entre una sirena guerrillera y un tritón confundido que solo quería hacer amigos, ahora convertido en un supuesto colonizador.
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Algo se balanceó detrás del arrecife verdoso, y la corriente plácida se transformó en varios hilos transparentes. En cuestión de segundos, una fila de burbujas siguió a una cola escamosa color mar, que brillaba mientras se reflejaba en el inexistente brillo de esa zona. Sus aletas caudales se vestían naturalmente con una seda fina, como la umbrela de una medusa, de un tono rojo oscuro con matices rosados.
El fondo del Mar Amarillo era un lugar sumamente tranquilo, aunque no se podía decir lo mismo de su bahía. Con un ambiente apartado y vacío, era perfecto para aquellos que buscaban huir y esconderse de las arduas tareas diarias.
Una delgada mano palmeada de escamas color guinda se agitó ligeramente, enviando dos pequeñas criaturas que se escabulleron detrás de él, saboteando su intento de escape. Se deslizó varios metros bajo un acantilado y se pegó a las rocas, permitiendo que la oscuridad lo consumiera, hasta el punto de que ni siquiera su aleta luminosa era visible.
El sonido de la corriente a su alrededor resonaba con un gorgoteo. Sus escamas auriculares se movieron al percibir el mar turbio; había un intruso en su territorio. Antes de que pudiera alejarse mucho, un ángel marino, una de las criaturas que lo seguían anteriormente, se acercó al lugar donde se ocultaba.
Jeongin mostró sus colmillos ligeramente afilados y delgados, como los de un vampiro clásico, pero más largos y rodeados de otros dientes puntiagudos. Trató de ahuyentar a su perseguidor, pero no tuvo éxito.
Jeongin había maximizado su afinidad con su especie, pero la palabra "aterrador" no tenía nada que ver con él. Comparado con Minjeong, sus dientes no eran lo suficientemente grandes; no tenía las uñas tan afiladas como las de Seungmin y, sin duda, era mucho más pequeño que Chan. Incluso si atrapaba un pez y lo mordía, tenía que masticarlo dos veces más para acabar con él.
La única cosa de la que estaba orgulloso era de su apariencia. Jeongin se encontraba en la cima de la pirámide entre sus amigos. No había luz solar en las profundidades del mar, pero incluso en un entorno así, se podía decir vagamente que se trataba de una nereida muy hermosa.
Esos dos pequeños ángeles del mar obviamente quedaron fascinados por esa etérea apariencia.
Jeongin no pudo evitar agitar la mano para enviar una pequeña corriente y desviarlos de él.
─¡Dejen de seguirme, no estoy jugando, me estoy escondiendo! ─les explicó a las dos pequeñas criaturas que lo acompañaban.
Un peso se posó en su hombro y un pellizco lo sobresaltó, obligándolo a nadar apresuradamente lejos de quien lo había tocado. Terminó escondido junto con sus diminutos acosadores en un conjunto de corales más arriba de la amplitud de donde estaban.
─¿De qué te estás escondiendo, Innie? ─Youngbae lo encontró fácilmente. Las orejas puntiagudas de Innie se veían a larga distancia y, gracias a su aguda vista, pudo notar un color azul verdoso asomándose de una zona rosa.
─¡Un tiburón! ─salió Jeongin de su escondite, gritando como si estuviera en peligro. Una pésima actuación si le preguntaban al tritón.
─El único tiburón que hay aquí es el martillo, y apenas puede con su propia existencia ─dijo Youngbae, volteando los ojos ante la ridícula excusa de su sobrino. Lo habían sobreprotegido tanto que se había vuelto completamente improductivo─. Seungmin está enfermo, es tu turno de guiar a las tortugas bobas a la bahía. Necesitan poner sus huevos.
─¿Por qué debería? Ni que las hubiera embarazado yo, ─respondió Jeongin, rodando los ojos y reprochando en voz baja. Pero no evitó que su tío lo escuchara y le diera una reprimenda.
─Escúchame bien, Yannie ─dijo Youngbae, señalándolo con un dedo acusador─, si no guías a las tortugas, se perderán y luego tendremos que oír a los ictiocentauros quejarse durante todo el mes. ¿Eso es lo que quieres?
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─¡Yannie! Finalmente te vas a poner a trabajar. Tus tíos cubrieron bien nuestra zona mientras mi familia viajaba al sur. Estuvo bien, pero hacía demasiado calor y había muchas criaturas terrestres en las playas ─Seungmin lo abordó con una avalancha de información sobre su visita a donde sus abuelos─. Fue un problema haberme comido ese pez gordo sin saber que me podía dar una infección. Ahora tengo que tomar reposo según mi papá.
Jeongin se rió a carcajadas: ─¿No te dio un golpe de calor? Oh, Minnie, eres tan ingenuo. ¿Cómo se te ocurre comerte un pez gordo mientras está inflado?
Yang tomó de los hombros al de cabellos de avellana y lo hizo acostarse en su cama, la parte inferior de una concha gigante mutilada, la cual estaba cubierta de algas y el colchón era un lecho de musgo marino. Las criaturas marinas no tenían tiendas comerciales donde comprar muebles, así que improvisaban como un cavernícola terrestre.
─Será mejor que descanses. Me encargaré de guiar a esas tortugas tontas.
─Bobas ─interrumpió Seungmin.
─Eso. Me encargaré de guiar a esas madres a poner sus huevos en la bahía...
─Playa ─interrumpió otra vez Seungmin.
─Ahí estás mal, Kyonggi es una bahía, no una playa ─mencionó Jeongin, con aires de una supuesta inteligencia.
─No me refiero a eso. Tienes que guiar a las tortugas al suroeste, hacia una roca en forma de círculo.
─La roca anular que está subiendo a la superficie ─Jeongin quería seguir la conversación para demostrar que sabía a qué se refería, pero recibió una reprimenda por interrumpir.
─Estas semanas, varias corrientes fuertes pasan por ahí debido a que se necesitan para el paso de nereidas que ayudan a las sirenas con la reproducción de las tortugas. Innie, tienes que saber que este día...
─¡Ya, ya entiendo! Es lo mismo que haces cada temporada. ─Calló al castaño y, con una gran rapidez, tomó un alga y la envolvió alrededor de la concha donde Seungmin estaba acostado. Quería regresar rápido de esa tarea para descansar, pero admitía que estaba emocionado de volver a ver a Minjeong.
Las nereidas y sirenas, cuando miden menos de 1,60 metros, tienen la ventaja de poder traspasar la presión del mar y relacionarse con mayor facilidad. O eso es lo que dicen. Parecerá un chico travieso, pero nunca ha desobedecido a su madre y no ha pasado más allá desde que comenzó a medir más de 1,70 metros.
Mientras llegaba al punto de comienzo del viaje, comenzó a pensar en la época de reproducción. Este año cumpliría dieciséis años, y los tritones de su misma edad ya tienen la aceptación de Poseidón para buscar pareja.
Ese proceso no se relaciona en nada con la familia del otro, aunque los tritones tienen más ventaja debido a que son más ágiles para cruzar los mares.
─Tendré que pedirle permiso a mi enlace para visitar a mi familia ─dijo la nereida, comenzando a estresarse al darse cuenta de su realidad. No sabía cazar, y por genética sólo podía tener un pequeño alevín por embarazo. Será muy bello en apariencia, pero tendría que tomar en cuenta los requisitos de los tritones para aceptarlo.
Las recientes fluctuaciones de la marea no han sido muy grandes. Si a Minjeong le alcanza el tiempo, podemos ir a molestar a Chan a su vivienda...
En medio de su monólogo solitario, se percató de que Chan era dos estaciones más viejo que él, pero aún no migraba con su pareja... Quizás porque Chan no tenía pareja, pero aun así no lo culpaba. Su tío Youngbae estaba a punto de cumplir cuarenta y todavía no había conseguido formar una familia, y lo mismo sucedía con su tío Yongguk.
El grupo de tortugas era numeroso, lo cual tenía sentido, considerando que Chan se pasaba el día alardeando sobre lo buen chaperón que era y cómo había logrado aumentar las reproducciones gracias al ambiente acogedor que había creado.
─Miren, miren ─decía Chan, inflando el pecho con orgullo─. Todo esto es gracias a mí. ¿Qué sería de ustedes sin mi talento natural para ser un anfitrión excepcional?
Las demás solo rodaban los ojos. Era imposible no reírse con las exageraciones de Chan. Una de las tortugas más jóvenes, visiblemente divertida, le dijo:
─Chan, si fueras tan bueno como dices, ya tendrías una pareja y estarías migrando. A lo mejor necesitas menos chaperonear y más ligar.
Todos estallaron en carcajadas, y Chan, aunque fingió ofenderse, no pudo evitar reírse también.
Como si conocieran el camino de memoria, ignoraron a la nereida y siguieron avanzando hacia la orilla. Jeongin, intentando evitar algún percance, les siguió nadando por detrás. Solo tenía que llegar hasta el acantilado verdoso que servía como la piscina honda en la playa, pero debía esperar la señal de Minjeong para saber que las tortugas bobas ya estaban seguras. Sin embargo, la señal nunca llegó, y Jeongin se alarmó al notar que todas las tortugas estaban subiendo a tierra y la sirena no aparecía por ninguna parte.
Jeongin emergió a la superficie y asomó la cabeza fuera del agua para observar la orilla de la playa. La luz del sol le hizo cerrar bruscamente los ojos; era muy diferente ver esa bola de fuego fuera del mar que dentro de él.
Se sumergió nuevamente en el mar. Golpeó el caparazón de la última tortuga del grupo y la alentó: ─El sol está bastante fuerte. Asegúrate de prestar atención a tu seguridad cuando llegues a la arena. No es fácil dar a luz a bebés. Espero que todo esté seguro para ustedes.
Después de un tiempo, cuando el grupo de tortugas casi se había perdido de su vista, Jeongin pensó en regresar a su hogar. Sin embargo, no podía; su aleta no quiso responder cuando intentó cruzar más abajo del acantilado. No podía ser la presión, ya que todavía estaba en una zona que consideraba no tan profunda, aunque realmente no sabía cómo funcionaba la amplitud en las playas. Nadó hasta una llanura y se acostó, tal vez estaba cansado de nadar por tanto tiempo. Jeongin normalmente no trabajaba, y esa tarea fue muy pesada para su pequeño cuerpo.
Los ojos plateados de Jeongin, con las pupilas encogidas como las de un gato arisco, reflejaban una sensación de peligro. Sin embargo, no había intruso a la vista, y sus orejas no captaban ningún sonido sospechoso. Cerró los ojos un momento y posó sus pulgares escamosos en su ceño. Algo iba a pasar, lo presentía. El problema era que, si sus sentidos no lo podían distinguir, no era ni la naturaleza ni algún ser celestial. Era la Madre Naturaleza misma.
Las aguas se volvieron turbias, así que, por seguridad, Jeongin decidió regresar a su hogar. Esta vez llegó más allá del acantilado, pero seguía sin poder encontrar el camino de cuevas que había tomado para llegar a la playa. Ahora, intentaba regresar a la bahía.
Se rindió después de unos pocos minutos y decidió buscar a Chan para que lo ayudara a pasar. Pero, si Minjeong no estaba, Chan probablemente tampoco estaría allí. Aun así, Jeongin no perdió la esperanza y comenzó a buscar en los alrededores, fallando estrepitosamente. Su cuerpo le dolía debido al esfuerzo físico después de tanto tiempo de inactividad. Sentía sus aletas dorsales y sus brazos adoloridos por intentar nadar más profundo sin éxito.
Una hermosa nereida emergió del agua con un chapoteo estridente, sólo para ser lanzada violentamente contra una roca en la orilla del mar. Esta vez, la frágil criatura no opuso resistencia, y el mar no mostró piedad alguna. Forzada por las olas tormentosas, intentó nadar en varias direcciones, pero sin poder adentrarse en las aguas más profundas, se dirigió al sur, hacia la playa donde las tortugas ponían sus huevos, colindante con una isla. Aunque no estaba cerca, sus aguas estaban momentáneamente más calmadas.
Jeongin cesó su lucha cuando notó que las olas se habían detenido. Su anatomía delicada no estaba diseñada para soportar corrientes tan fuertes, y dudaba que cualquier sirena pudiera mantener la serenidad ante tales embates. Antes de que pudiera terminar sus maldiciones internas dirigidas al mar, una ola lo golpeó nuevamente. Había nadado más lejos de la playa en su huida ciega, y las olas, aunque pequeñas, lograron alejarlo aún más de su hogar. Su cuerpo, fisiológicamente débil y carente de buen rendimiento físico, no pudo resistir y se resignó, pensando que encontraría otra manera de regresar a la costa.
Finalmente, el pánico se apoderó de Jeongin, quien agitó su cola vigorosamente para nadar hacia atrás, pero el mar costero no era tan misericordioso como el profundo. El agua, que normalmente lo acariciaba con ternura, ahora era despiadada. Vio cómo varias olas se fusionaban en una gigantesca de un metro de altura no muy lejos, y la corriente golpeó a la criatura con furia desmedida.
El tiempo pareció detenerse durante unos segundos. Jeongin, inconscientemente, curvó sus palmas, pero sólo logró agarrar un puñado de arena. Incluso su gran cola azul, que tanto cuidaba, ahora estaba cubierta de líneas de agua turbia. El sol brillaba implacable, obligándolo a hundir su rostro en la arena, demasiado caliente.
Entonces, inexplicablemente, quedó varado. Sus huesos crujían bajo la presión del golpe, y el dolor se extendía por todo su cuerpo. Los rasguños en su piel escamosa ardían con el contacto del agua salada, intensificando su sufrimiento.
Las palmas de la nereida no se mostraron acuosas después de haber estado llenas de arena. En cambio, revelaron una textura rugosa y protectora bajo la luz del sol. Jeongin se incorporó dejando sus palmas apoyadas en la arena, arrastrándose hacia donde la marea no siguiera golpeándolo.
Aquella había sido una gran ola de mala suerte. Cuando se dio cuenta de que las olas ya estaban a más de dos metros de distancia, empezó a recriminarse. El mar era muy caprichoso; insultarlo por no ser dócil lo había llevado a una isla muy lejos de la bahía. La nereida amaba su apariencia, pero su físico actual, sucio y maltratado, le hacía aceptar su incompetencia.
Las gaviotas que volaban sobre su cabeza lo alertaron; nunca había visto a esos animales tan cerca. Se inclinaron ligeramente sobre Jeongin, y el viento caliente que llevaban sus alas rugió sobre su piel húmeda.
Jeongin levantó las pestañas ligeramente, ─¡Oye! Está bien que me seque el sol, pero ¿todavía quieres secarme más? Eso es demasiado, me voy a quemar.
Las aves no podían entender las palabras, pero también podían sentir la intención de Jeongin de ahuyentarlas, por lo que cada una graznó una o dos veces antes de volar.
─Solía pensar en cómo sería tomar el sol, pero ahora parece que tomar el sol no es realmente divertido... No es nada cómodo.
La mano de Jeongin ya había tocado el fondo de la arena, que aún guardaba humedad, lo cual logró darle una sensación de frescura. No podía decir lo mismo de la superficie de la arena. Se sintió un poco más vivo luego de hacer un hueco para meter su cabeza, pareciendo un avestruz, aunque él no conocía esa ave, así que no importaba lo ridículo que se veía. El calor se intensificó, volviéndose cada vez más abrasador. Este calor ardiente se extendió directamente desde el pecho hasta la punta de su cola, y con cada latido de su corazón, sentía cómo sus huesos crujían y su piel se tensaba. El dolor era agudo, como si el sol mismo estuviera intentando devorarlo. Cada respiro que tomaba era una lucha contra el ardor, su cuerpo se estremecía con el esfuerzo, y el sudor se mezclaba con la arena, creando una capa espesa y sofocante sobre su piel.
Jeongin tuvo que levantar la cabeza de la arena y mirar hacia atrás. Su cola se veía bien, pero de eso que dice uno "bien, bien, bien chidote", pues no. Las escamas que cubrían desde su cadera hasta su pecho se veían apagadas y sus branquias se sentían más estrechas. Pero no importaba, se recuperaría cuando entrara al mar nuevamente. Por lo pronto, descansaría en la arena caliente. Esta vez, debía descansar bien cuando regresara y permanecer tranquilamente en su pequeña cama de concha. Debería aplicarse una máscara de algas a su cola.
El sonido de las olas resonó en sus oídos. Las aves parecían tener una lucha interna, formando un coro de chirridos no muy lejos. No solo eran ruidosas, sino que también volaron hacia la playa donde las tortugas habían puesto sus huevos, al ver que ya no había madres cuidando de ellos.
Jeongin movió la punta de su cola, pero sintió un estancamiento anormal, como si su cola no obedeciera sus órdenes.
¿Será que llevaba demasiado tiempo fuera del agua y tenía la cola un poco rígida debido al sol? Jeongin volvió a usar sus manos para arrastrarse, esta vez hacia el agua, y finalmente tomó impulso y se empujó hacia las olas, que ya estaban calmadas.
Ese empujón lo hizo sumergirse directamente en el agua. Afortunadamente, tenía branquias para filtrar el oxígeno, pero el sonido que había escuchado con brusquedad hace un momento se proyectó más claramente en sus sentidos a través del agua. Sentía cada escama como un fragmento de vidrio incrustado en su piel. Al sumergirse, el agua salada quemaba sus heridas, pero también traía un alivio inmediato. Los músculos de su cola, rígidos y tensos, se relajaban lentamente en el abrazo del mar.
Su corazón latía salvajemente sin motivo alguno. Hizo todo lo posible por aclarar el ruido en su mente y escuchar cómo la arena se hundía bajo unos pasos que parecían resonar con el peso de los titanes. No era un peso que un animal pudiera generar, pero algo se movía, no muy lejos de él. Un zumbido en su cabeza hizo sonar la alarma, y un mal presentimiento se apoderó de su ser. La nereida estaba tan nerviosa que incluso sus pupilas se agudizaron, reflejando el pánico en su interior.
El sonido se acercaba más y más. Cuanto más lo escuchaba Jeongin, más crecía su miedo. Quería enterrarse en la arena allí mismo. Pero su cola había dejado de funcionar por completo. El agua salada del mar, cerca de la orilla, no tenía ningún efecto calmante; desde la punta de su cola hasta su base, sentía un dolor denso y punzante, como si miles de agujas se clavaran en su piel.
Sin molestarse en intentar ir más hacia el mar, Jeongin respiró aire caliente con dificultad. De repente, con un crujido siniestro, sintió que sus orejas puntiagudas comenzaban a deformarse, doblándose y amasándose en un espasmo doloroso. Alarmado, llevó las palmas de sus manos a sus orejas, tratando de masajear esa zona, pero al tacto una punzada surgió desde el interior de su tímpano, atormentándolo sin piedad.
Las sucesivas punzadas hicieron que el cerebro de Jeongin se apagara por completo. Con la frecuencia del ritmo en sus oídos, supo que no podría regresar al mar a tiempo, aunque intentara sumergir todo su cuerpo. Sin embargo, esto no era lo más desesperante.
El extraño dolor en su cola finalmente llamó su atención. Giró la cabeza y vio, con horror, que las escamas azuladas de su cintura desaparecían lentamente. El lugar donde debería haber estado su cola de pez ahora estaba cubierto, centímetro a centímetro, por una piel blanca y fría, como la de una morsa. Jeongin estaba completamente aturdido. Sus ojos estaban desorbitados y sus labios pálidos, ligeramente abiertos, revelaban el shock extremo que sentía.
La transformación era grotesca, una danza macabra de dolor y metamorfosis. Su piel se rompía y sangraba, los huesos crujían y se reconfiguraban en un tormento indescriptible. La sangre brotaba, oscura y espesa, mezclándose con la arena, creando un lienzo de agonía. El dolor era insoportable, como si las Furias mismas estuvieran desgarrando su carne.
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