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Carta 4: Una pluma

La motocicleta rugía entre el viento de la carretera. Alex apretaba el acelerador mientras observaba los hermosos paisajes que iban apareciendo a medida que avanzaba. Bajó la vista y sonrió melancólico.

—Es hermoso, ¿no crees, Storm? —suspiró viendo el atardecer— Creí que no volvería a vivir esto... —Regresó la vista al frente para virar cerca de una gasolinera.

Alexander bajó y se quitó el casco dejándolo en el asiento del piloto. Se acercó a la máquina, tomó la manguera para ponerle la gasolina a su vieja motocicleta. Sus manos estaban vendadas, ya había aprendido a protegerse tras su excursión por todo el país de pueblo en pueblo dejando Oblivos en el olvido.

Tras escuchar el "click" de la máquina que anunciaba que el tanque de su máquina estaba lleno, se dirigió a la pequeña tienda para comprar un par de snacks y pagar el combustible.

—Buenas tardes —dijo la chica de la caja con una gran y brillante sonrisa al ver a su viejo amigo.

Alexander subió la mirada para clavar sus ojos grises en los de la mujer.

—No creo que seas real —dijo atontado y casi con la boca abierta.

—Pensé que te habían matado —respondió ella.

—Pensé que habías sido un sueño.

—Casi —respondió la chica con un tono juguetón. —¿Qué te trae por acá?

—¿Qué no me trae por acá? —sonrió el muchacho y acomodó sus cortos cabellos plateados.

—La última vez que te vi eras un adolescente, no tan alto...

—Uno muy estúpido —afirmó Alex y extendió su tarjeta.

La chica soltó una carcajada con un ligero sonrojo.

—¿Estás ocupado? Te invito algo. —Atenea tomó el plástico y lo miró fijamente.

El peliplatinado enarcó la ceja y señaló el hombro derecho de la mujer.

—¿Qué es eso?

La mujer bajó la vista y tomó la pluma blanca que se encontraba sobre este.

—No sé cómo llegó esto aquí... —Atenea notó la presencia de un hombre en uno de los pasillos y se apuró a cobrar para que no comenzara la fila. Le extendió la pluma al chico con una sonrisa amistosa. —¿Aceptarás mi invitación?

Alexander miró por el vidrio con una gran sonrisa.

—Me encantaría, pero por ahora traigo compañía... tal vez en otro momento. Cuídate, mujer de hierro.

Ella asintió sonriente y le devolvió la tarjeta.

—Hasta pronto, soldado.

Alex tomó las cosas y cruzó miradas con el hombre detrás de él.

—Gracias —le susurró a Imran.

—Pensé que tardarías un siglo más, necesito llegar al hotel ya —le dijo Roberto abrazando a Storm.

El peliplatinado negó sonriente y se acercó a sus labios.

—Nunca cambiarás, ¿verdad?

—Ya lo veremos en la cama —susurró el de cabellos de oro con una ceja levantada y tomó al más alto para darle un beso profundo mientras apretaba los cabellos del chico con fuerza. —Las cicatrices me hacen más sexy... —sacó la lengua de forma lasciva.

Storm, por su parte, escapó de los brazos de Roberto para llegar al pavimento y comenzó a ladrar mientras daba vueltas.

—Bien, bien, ya nos vamos, pequeña cosa blanca —Alex lo tomó y lo volvió a subir a la motocicleta. 

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