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Carta 1: Púdranse

¿Qué sucede cuando alguien te destroza en pedazos? Todo el mundo tiene la oportunidad de romperte, pero duele menos cuando tú les das el poder y no cuando te arrebatan ese derecho.

Odio estar encerrado... Me pregunto día y noche si realmente merezco estar aquí y, parece ser que sí, así es.

¿Quién soy realmente? ¿Por qué la sociedad cree que puede definirte en unas horas? Te sientan en una silla por algunos días y deciden tu destino señalándote justa o injustamente.

Cuando apenas empezaba la adolescencia, mi padre decidió venderme como si fuese una bolsa barata de papas. Escuchaba desde afuera de la recámara, siempre era el mismo procedimiento: tomaba el teléfono, hablaba por unos minutos y finalmente conseguía al mejor postor.

Primer golpe, segundo golpe, tercer golpe, una espalda llena de cicatrices y un hombre asqueroso satisfecho de su gran compra. Recuerdo estar acostado; el lugar olía a puro del más caro, las sábanas estaban destendidas, me encontraba con la mirada perdida, intentaba moverme, pero mi cuerpo no respondía y de nuevo volvía al espacio exterior para caer a lo más profundo.

­­­­­­­—Vamos, campeón, tú puedes —dijo el otro astronauta con una gran sonrisa antes de soltar mi mano.

Mi nombre es Alexander Quintana Bossieu y estoy en el corredor de la muerte por el asesinato de dos seres asquerosos... ¿Realmente lo eran? No puedo decidirlo, pero ya que estoy sentenciado a muerte y mis días están contados... ¿por qué no sacar todo al sol? Una sonrisa se pinta en mi rostro de tan solo imaginar el gran escándalo que se crearía si alguien fuera de mi círculo encontrase este cuaderno, si viera cada palabra que terminará impregnada en este papel...

¿Sigues leyendo? ¿Realmente quieres conocer mi historia? ¿Tanta curiosidad te causo? Bien, continuemos, extraño voyerista. Bienvenido a mi alma.

Mi familia está conformada por Alonso Quintana y Alexandra Bossieu, quienes manejan el "Imperio Quintana". Lamentablemente no esperaban que eso fuera a costarles tanto. Dicen que para llegar muy alto debes tener una mente malvada, aprender a mentir, a controlar las masas, debes darlo todo por el poder. El poder enferma al humano.

¿Qué costo le damos a salir en los periódicos?

El humano es un ser retorcido que haría cualquier cosa por sus intereses. No creas que por ser un chico lindo y el protagonista de la historia soy perfecto. Asesiné a alguien que se hacía llamar "mi mejor amigo" en los tiempos difíciles, esa es la realidad.

Sería capaz de "traicionar" a mi familia por un amor que ahora me ha rechazado. Entiendo el rechazo, todos estamos rotos por dentro y algunos no pueden soportar nuestros demonios, pero sé que Roberto lo hacía y yo soportaba los de él; amaba cada defecto y cada virtud, cada alegría y cada tisteza que me causaba. Después de todo, me pregunto... ¿cuál será la definición real del amor verdadero?

Siempre he sido un hombre reservado. No me gusta abrirme con la gente, algunos se hacen pasar por buenas personas, pero cada palabra que dices es como entregarles una bala de una pistola que están apuntando hacia ti.

¿Odio? Una palabra muy fuerte que todos hemos sentido. El odio es el amor que duele hasta matarte, es aquel que se ha convertido en el veneno de tu alma. Odias a tu peor enemigo, deseas destrozarlo. ¿Por qué te importa tanto una persona como para siquiera prestarle atención? Indiferencia es la respuesta, pero para mi mala suerte, esta historia está llena de odio.

Una vez conocí a un chico tan lleno de odio que no había día que no lo viese con algún hueso roto o algún moretón. Roberto: un ser lleno de odio y luz. Lamentablemente su luz era opacada por sus demonios ante el ojo común.

Un hombre está sentado en su cabaña, mira a lo lejos el paisaje del campo amarillo por los plantíos de trigo. El hombre fuma un cigarrillo, el ambiente se llena del humo denso. Un pequeño rayo de sol entra por la parte trasera de la estructura, pero el hombre decide ignorarlo. Mira a su alrededor, todo está nublado, no logra ver la luz, se ahoga con su propia putrefacción. Observa la pared apenas visible y nota un título con mil premios. "Eres un héroe", se dijo a sí mismo  y sonrió en paz. La luz del sol ya no lo alcanza. ¿De qué sirve pudrirse en esa triste silla, en esa casa llena de oscuridad por un simple marco en la pared?

Me gustaba pensar que el humano era un ser perdonable, que la gente realmente quería sentarse bajo el rayo de sol, pero muchos tienen el alma podrida y aman vivir en su propio estiércol.

¿Te estás conectando con mis pensamientos? ¿Qué estás haciendo con tu vida? Has mentido alguna vez para tu propio beneficio, de eso estoy seguro. Más de una vez has sido un asco de persona, pero te justificas.

Te crees especial, pero no lo eres, llevas la misma fórmula por dentro. ¿Eres un ser arrogante? Sí, eres demasiado genial, perfecto y tienes una vida tan feliz que consideras que estas palabras no quedan para ti o tal vez no eres tan arrogante y las aceptas, pero el resultado es el mismo, un ser asqueroso lejos de la luz.

Intentarás odiarme, juzgarme por lo que hice, intentarás enterrarme y hacerme menos para darte el consuelo de que alguien está más jodido que tú. ¿Lo ves? Si el humano aplasta puede sobresalir, o tal vez sientas lástima por mí. PODER, ORGULLO. Te estás pudriendo en mayores o menores cantidades.

Si es que eres lo suficientemente valiente, terminarás de leer cada sentimiento, pensarás en mejorar tu vida, el orgullo te tomará para poder callarme la boca, demostrarme que puedes ser mejor, pero cuando te topes con la realidad, más podrido estarás, mi querido amigo. O tal vez cierres esta pila de hojas  y sigas con tu triste vida al final. 

¿Te sientes incómodo? Seguro el orgullo te dicta que no es así, pero busca en lo profundo de tu alma, reflexiona cada palabra que dije y que diré, porque de una vez te aviso, cada renglón encaja perfectamente, cada renglón te dirá un sentimiento que tal vez esté escondido. TE RETO.

Una humillación, un desamor, la falta de admiración, aceptación, la falta de empatía y comprensión. ¿Estás solo? ¿Qué es lo que te tiene solo? ¿Qué es lo que hace que tu alma se mezcle en el aire de tan pulverizada que está? ¿Qué te sucede, Alex?

Un sueño fracasado, un sueño que alguien te destruyó.

Francisco es el primer nombre que viene a mi mente. En realidad puedo hacer una larga lista: Alonso, Owen, Francisco, Drake, Magaly, Samantha... ALEXANDER QUINTANA.

Cuando tenía 16 años entré a la armada. Mi familia estaba lejos con los trabajos, así que no tenía que preocuparme más por las cosas del pasado. Extrañaba a Magaly, dejarla era difícil para mí después de haber sido prácticamente mi mano derecha, pero también era mi momento de despegar y caminar hacia mi sueño.

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—¡Alexander Quintana, un paso al frente! —gritó uno de los soldados.

El rubio siguió la orden e hizo un saludo militar.

Francisco observaba al menor de pies a cabeza. Ese chico le generaba algo inexplicable.

—Cien lagartijas. ¡Ahora!

—¿Qué? P-pero señor...

—¡Silencio, Quintana! Debe aprender lo que es la puntualidad.

Alexander refunfuñó en su mente y se tiró al suelo para comenzar con el cometido. Lamentablemente era un mal hábito llegar tarde a los entrenamientos matutinos.

Una chica de cabello oscuro observaba al rubio del otro lado del campo, miraba sus brazos flexionarse sin parar.

Francisco levantó la mirada y notó a la mujer que tenía la vista fija en su compañero de cuartel.

El rubio se levantó y clavó sus ojos grises y profundos en la chica. Una ligera sonrisa salió de su rostro. Alex desvió la mirada al nombre en la bandera de ese batallón. El escuadrón 107, un grupo prohibido para su corta edad, uno para los chicos más astutos y avanzados. Un novato de 16 años observaba a aquella mujer que probablemente tendría unos 19. El adolescente se dio la vuelta y cruzó miradas con el chico de cabello castaño que ya antes se había presentado con el nombre de Francisco Galindo.

—¿Por qué llegaste tarde? —preguntó el castaño.

—Me pedí en el bosque —contestó el rubio con una sonrisa orgullosa y siguieron con el entrenamiento habitual.

Por la noche Alexander paseaba cerca del lago, ya que era su hora libre para descansar y amaba ir a ese lugar, pero esta vez parecía que alguien le había ganado el sitio. El hombre se acercó lentamente como si fuese una pantera.

—Buenas noches. Veo que han usurpado mi propiedad.

La mujer volteó y le dedicó una sonrisa al reconocerlo.

—Buenas noches, caballero. No era mi intención. No se preocupe, no busco guerra por territorios. —La muchacha se levantó y miró al chico de la misma estatura. —Mucho gusto, Atenea. —Le extendió la mano con una sonrisa pícara.
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Atenea... Una mujer como nunca vista. El primer amor que te deja una y mil confusiones. La primera atracción al mundo del otro sexo. Atenea era una soldada que había llegado al cuartel por cosas del destino y, aún mejor, la vida la había puesto en mi camino. Sus ojos eran oscuros como la noche; oscuros, pero iluminados por las estrellas. Su cabello azabache, largo como los recorridos de un bosque encantado. Era alta, medía 1.75m y su piel parecía de porcelana, marcada por varias cicatrices de la guerra llamada vida.

Solía pasar mis noches con aquella mujer, sentados frente a un hermoso lago que representaba la tranquilidad de nuestras almas al estar juntos. El aire soplaba lo suficientemente fuerte para que el aroma de su ser llegase hasta mis fosas nasales. Sus labios se movían como un vals perfecto y cada palabra que pronunciaba era como una melodía llena de ingenio e inteligencia.

En el pecho de la mujer habitaba un gran corazón hecho trizas por un monstruo furioso. Tenía un corazón que latía con fuerza a pesar de trabajar en trozos. Su respiración era como el reloj que marcaba el tiempo de la vida; un reloj que hubiera deseado que siguiera su mecanismo por toda la eternidad.

Sus nudillos estaban acompañados de marcas que indicaban que venía de alguna lucha con algún bastardo en el cuartel.

"Quiero llegar muy lejos. Quiero vengar este mundo y ser lo suficientemente fuerte para..." siempre paraba en esa última palabra y nunca logró completar la oración; un gran nudo aparecía en ella y las puertas de su alma se cerraban con fuerza, aunque cada vez lograba llegar más y más lejos, pero nunca las atravesé.

Mi corazón se aceleraba al verla y mis labios suplicaban por robarle un cálido beso, pero no era capaz de irrespetarla, no solo porque era una dama, sino que cuando alguien llegaba a abusar de sus deseos, se producía un huracán que podría arrasar con mil aldeas. Un ser divino y si hubiera estado totalmente cuerdo, juraría que esa mujer era un ángel caído que venía a proteger a los más débiles e inocentes.

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—Buenas noches. ¿Qué hacen aquí, par de tórtolos? —preguntó Francisco tambaleándose por el exceso de alcohol.

Atenea lo miró de reojo con asco.

—¿Se te perdió algo, niño?

Francisco negó con una sonrisa boba y apuntó al rubio con la media cerveza que le quedaba.

—Vengo por... vengo por mi hombre —dijo con la lengua arrastrada.

Alexander lo miró nervioso y sonrió apenado.

—N-no sé de qué habla. No le hagas caso, ya sabes cómo son los de mi...

—Alexander... No tienes que darme explicaciones. —La mujer se levantó y se fue.

El rubio miró a Francisco.

—¿Qué? ¿Tanto te importa? —El castaño rio y sus amigos alcoholizados le siguieron el juego.

Alex negó sonriente.

—Anda, vamos a dormir. Aún no aprendes tus límites. Pareces ser el menor de todos nosotros.

Los muchachos rieron y se encaminaron al dormitorio antes de que Francisco se detuviera a vomitar y gritar a todo pulmón el nombre de sus amigos. El rubio soltó un suspiro y regresó para cargar al mayor cual costal de papas. Alex lo depositó en su cama cuando fue jalado por su amigo.

—Bésame, bésame, bésame —suplicó el más bajo en un susurro cercano a sus labios.

Alex rio y negó.

—Estás muy borracho, no soy gay y acabas de vomitar, viejo. Me das asco.

Francisco soltó una carcajada.

—Puedes engañarte a ti mismo, pero a mí no. Reconozco esas miradas. Finges estar enamorado de esa... ¿soldada? Pero como me miras... eso no miente, Alexito.

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Francisco Galindo. Francisco es la droga que encuentras en los momentos de caos. Con ese hombre conocí el primer amor y si pudiera, regresaría el reloj para borrarlo de mi existencia.

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—Hola, Alex. ¿Estás ocupado?

El rubio miró hacia la puerta para ver a la mujer alta con ropa táctica color negro. Subió una ceja con extrañeza y guardó la ropa en su cajón para ir hacia la entrada del dormitorio.

—¿Qué sucede, mujercita? —preguntó preocupado al notar la expresión tan seria de la chica.

—Vengo a despedirme. Me asignaron una misión en Polkia.

—¿P-polkia? Pero, Atenea, ese lugar... sabes lo peligroso que es ¿verdad?

La chica asintió y le dedicó una ligera sonrisa al hombre.

—Lo sé y por eso me asignaron la misión. Soy la más apta para esto.

El muchacho asintió, sabía que esa era la última vez que la vería con vida y no podría evitar su viaje. La miró unos segundos y habló con pena.

—Antes de que te vayas... necesito decirte algo —dijo tímido y se aclaró la garganta—. El tiempo que he pasado contigo ha sido exquisito. Cada segundo a tu lado... He aprendido grandes cosas. Has sido la luna que ha iluminado cada noche en el cuartel. Atenea... Yo...

La mujer sonrió y sin dejar que terminase de hablar se pegó a sus labios con un suave y lento beso, un beso que no llegó a ser profanado, uno que simplemente selló la dulzura y cada segundo que habían pasado juntos frente a ese lago.

—Adiós, mi ángel caído.

El chico sonrió con melancolía y asintió para darle un fuerte abrazo.

—Adiós, Atenea —le susurró en medio del abrazo y se separó lentamente para verla partir.

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Atenea me hizo falta dentro del caos. No supe nada más de ella, era como si hubiese desaparecido del mapa de nuestra dimensión. A veces sentía que estaba loco y que la había imaginado porque nadie más volvió a hablar de ese ser tan hermoso... tampoco esperaba que lo hicieran, los de mi dormitorio se la pasaban borrachos cada vez que se atrevían a hablarle a una mujer.

Las noches se hacían tediosas, hasta que comencé a compartir con Francisco quien, para mi grata sorpresa, no estuvo borracho en ese tiempo.

[+++]

—¡Corre, Alex! —Francisco le jalaba la mano al menor para llevarlo al lago a la media noche en pleno verano.

Alexander reía divertido y cuando estuvieron cerca del lago se comenzaron a quitar el uniforme miliar para finalmente aventarse al agua fría.

El rubio se sumergió y mojó sus cabellos de oro.

Francisco flotó cual muerto.

—¡Te dije que sería una buena idea, no aguantaba el calor! —dijo el castaño.

Alex sonrió y le aventó un poco de agua al mayor para comenzar una guerra.

Una noche maravillosa y llena de vida hasta que ambos se quedaron completamente serios y callados. Sus miradas se conectaron y ambos se comenzaron a acercar.

—¿Por qué me trajiste? —preguntó el menor.

—Mira eso... Como me miras, sabía que no estaba equivocado. Te gusto, Alexander.

El rubio se sonrojó y comenzó a titubear. Jamás se había sentido atraído por otro hombre, y Francisco lo había sacado de su zona de confort sin previo aviso.

El castaño se acercó aún más y beso al muchacho; solo depositó sus labios sobre los de él y se separó unos segundos después.

—Y-yo... —Las manos de Alex temblaban.

Francisco lo besó de nuevo, pero esta vez con pasión, profanando su boca y recorriendo cada rincón de él.

Las respiraciones se aceleraron y los cuerpos de ambos reaccionaron cuando un Sargento les gritó al otro lado del lago.

—¡SOLDADOS!

Ambos pegaron un brinco para salir de inmediato de tan acalorado beso y no dudaron en correr para tomar sus vestiduras y dirigirse lo antes posible a su dormitorio.

Alexander entró detrás de Francisco sin zapatos y cerró la puerta, jadeante.

—Eso estuvo cerca... —Soltó una carcajada y ambos se dirigieron a la litera que compartían.

—Gracias a Dios es de noche —susurró Francisco para quitarse la ropa y ponerse unos bóxers secos.

Alexander lo miraba recostado desde su cama. Miraba la espalda del hombre de baja estatura, analizaba su piel clara y su cabello castaño y despeinado. Su mente volaba y no estaba dispuesto a detenerla.

—Buenas noches, doctor. —susurró el rubio y dejó caer toda su ropa para cubrirse con las sábanas, ya que no le gustaba dormir con ropa.

[+++]

Desearía borrar cada momento, cada segundo. Odio a Francisco, jamás había odiado tanto a alguien... ni siquiera a los hombres que abusaron de mí.

Jamás te puedes imaginar que el ser al que le entregaste tus sueños, tus ilusiones y tu vida, te destruirá en todas las formas posibles.

Jamás supe lo que pasaba en la mente de Francisco. ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Sabía lo que eso causaría?

Sentía un deseo por él, no podía ocultarlo y era algo que traspasaba fronteras, no tenía nombre para mí al momento. Sí, deseaba fundirme en la piel de Francisco lentamente, sentir su calor, los besos apasionados, que quemara mi alma como si acabase de entrar al infierno, deseaba que nuestras almas conectaran, que cada caricia fuera solo mía, pero no solo eso, también deseaba que fuera dueño de mis sonrisas, de mis miradas y mis palabras de amor. Deseaba entregarme en alma y cuerpo a él.

Con cada momento que pasaba con el castaño, mi alma florecía, mis ilusiones se hacían presentes. Me sentía confundido ¿Cómo podía sentir todo eso por un hombre?

Dios, estaba completamente enamorado, lo sabía, pero tampoco deseaba admitirlo.

En el cuartel se podía ver ese asqueroso machismo y, sin duda fuimos víctimas de la homofobia, pero al final logramos salir de las dificultades... O al menos eso era lo que mi mente me hizo creer antes de su caída tan baja.

Al ser hombre aprendí que los machos, en general, son seres asquerosos, pero no por eso todos tenemos que seguir el mismo camino ¿o sí?

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—¡Quintana, ven acá! —gritó uno de los soldados frente al televisor en el que todos estaban reunidos. —¿Ves eso? Eso es un hombre de verdad.

—¿Por qué hacen eso? —preguntó Alex con repulsión, evitando ver la película porno de mala calidad en la televisión.

—¿Hacer qué? ¡Anda, disfruta y deja de andar como nena! ¿Acaso eres homosexual?

—No veo el porqué rechazar sus porquerías me calificaría de inmediato como un homosexual. Deberían aprender a respetar más.

—Niño, estás en la guerra, no vas a ganar del respeto y, mira como se cogen a esa puta, a eso se dedica. Cuando salgamos a cortar algunas cabezas, habrá mujeres muy hermosas en los pueblos, tienes que aprender a aprovechar el momento o te quedarás virgen para siempre.

Alexander rodó los ojos y clavó la vista en Francisco, quien venía empapado y reía con una chica pelirroja.

—Ahhhhh ¿Ya vieron esto? —El soldado se paró y se acercó al rubio para empujarlo y hacerlo caer—. Estás celoso de tu amiguito. ¿Es por su novia o por él? —El hombre se acercó tanto que dejó su bulto a escasos centímetros del rostro del menor.

Alexander lo miró furioso desde abajo y le escupió en los zapatos.

—Me das asco, Abel. —Se levantó y empujó al hombre, haciendo que todos se botaran de la risa.

—Te haremos un hombre, Quintana.

Dos soldados lo sujetaron de los brazos y Abel comenzó a golpearlo sin piedad. Francisco se levantó rápidamente.

—¡¿Qué sucede aquí?!

—Ya llegó tu perra a salvarte. —Abel le dio un último puñetazo a Alex y miró al castaño. —Tu novia nos está jodiendo la película y le estamos quitando lo marica a golpes. Me pregunto si eso también funciona con su noviecita. —Lo miró con picardía y se tronó los dedos con deseo de dejar igual o peor a Francisco.

—Oye, a mí no me metas en tus cosas, yo traje a mi novia.

—Demuéstranos que no eres homosexual. Cógetela.

—Oh, eso ya lo he hecho muchas veces.

La chica miró bastante incómoda a Francisco, quien la miró de reojo y regresó la vista a Alex, con quien acababa de formalizar las cosas hace unos días.

El castaño asintió y se acercó a la muchacha que se rehusaba a desvestirse frente a tantos hombres, pero terminó siendo obligada por Francisco entre los gritos.

—¿Ves? Ese es un verdadero hombre. —rio Abel, sosteniendo la mandíbula del rubio.

Alexander hacía un esfuerzo por no mirar la escena, pero le era imposible al estar sujetado por dos soldados y por Abel. Intentó aguantar las lágrimas por el dolor de ver a la persona que amaba con otra y, porque los recuerdos de su infancia volvían al ver a la chica siendo obligada.

—¡¿Qué está pasando?! —gritó el Capitán al ver la escena.

La mujer tomó sus cosas y salió corriendo desnuda, llena de lágrimas.

Alexander se levantó lleno de sangre y Francisco se subió rápidamente los pantalones.

—Solo nos estábamos divirtiendo, señor —dijo el mayor, aclarándose la garganta.

El Capitán los miró molesto.

—¡Galindo, a mi oficina! —Miró a Alex—. Y alguien lleve a este hombre a la enfermería.

[+++]

Hay gente tan enferma en este mundo...

Si pudiera buscaría a Abel, aunque en este momento me imagino que es un desgraciado de veinticinco años, pudriéndose en la cárcel.

[+++]

—Así que ya tienes novia.

—Alex... Sabes que es para aparentar, no me imagino lo que pasaría si se enteraran de lo nuestro, solo mira como quedaste. —Francisco se sentó a su lado en la cama de la enfermería.

—No me asusta lo que piensen de mí, pueden golpearme todo lo que quieran y eso no hará que deje de amarte. Lo que le hiciste a esa mujer fue imperdonable. ¿Acaso pensaste en lo que yo estaba sintiendo?

El castaño lo miró de reojo y negó.

—Debes estar pensando que soy un monstro, pero solo quería protegerte.

—Sí, tendrás que hacer algo para quitarle esos traumas a tu "novia" y, no creo que una simple cena lo compense. Pensé que el entrar sería diferente. Pensé que tú serías diferente, no te pareces en nada a ellos.

Francisco negó y se acercó lentamente al rubio para besarlo suavemente, ya que la enfermería estaba vacía.

—Soy diferente, te lo voy a demostrar. Nada de novias, te presentaré como mi novio.

[+++]

Comencé a entrenar cada vez más y más, estaba ganando músculo y notaba cada vez más cambios en mi cuerpo al ser víctima del famoso golpe de la adolescencia: medía 1.80m y seguía creciendo, mi mandíbula se estaba marcando y mi voz ya era lo suficientemente gruesa. Me sentía fuerte físicamente, pero anímicamente no estaba al 100.

Francisco comenzó a cambiar para bien. Todos se terminaron enterando de que éramos algo más que amigos y, la verdad ya no me importaba lo que me dijeran, mínimo tenía una pelea a golpes a la semana por estos motivos. Francisco no solía pelear, ya que yo era el que lo protegía y él tenía los suficientes amigos para crearse un "escudo" y yo, por el contrario, era un chico solitario y callado, siempre estaba absorto en mis pensamientos y cada vez me cerraba más al mundo.

Los días eran cálidos cuando tenía que entrenar con el castaño. La rutina era simple: nos levantábamos a las 400 hrs. para correr, volvíamos a las 530 y a las 600 ya estábamos listos para ir a desayunar con los demás. Siempre intentamos mantener distancia en los grupos para no tener más problemas de los que ya había, así que solo por las mañanas y por las noches disfrutábamos un rato juntos.

Francisco fue ese hombre que hizo que mi corazón latiera al grado que sentía que perdería la conciencia, una sola caricia inocente hacía que las mariposas en mi estómago comenzaran a revolotear. Qué triste que la historia tuviera que terminar así.

Todo había comenzado un tiempo antes, pero este fin de semana fue el que me encaminó a la destrucción total: un viaje que me drenaría por completo.

Había pasado un año de relación, habíamos tenido momentos difíciles, pero nada que no se pudiera arreglar... Realmente estaba ciego.

Le había hecho una promesa a mi novio, juramos que ahorraríamos para las vacaciones de nuestro primer año. Sería fácil si tomaba la tarjeta de mi padre, pero realmente deseaba vivir algo de mi propio esfuerzo. No fue difícil conseguir el permiso para volar, mi padre firmaría cualquier "estupidez" sin leerla si se trataba de mí.

Compré los boletos de avión y reservé el hotel en aquellas playas paradisiacas. El vuelo había salido perfecto para ser el primero de Francisco, creí que tendría más miedo, pero logró salir bien de eso... Dios, si tan solo pudiera plasmar la sonrisa boba que se pinta en mi rostro al escribir esto... A pesar de todo, aún sonrío, creo que es el efecto del primer amor.

Nos recibieron en el hotel y nos dieron una habitación con vistas al mar. Habíamos logrado hospedarnos en un hotel solo para adultos, asumieron que, al ser soldados, no tendrían problema con mi comportamiento.

Me recosté en la cama, dando un largo suspiro al dejar mis maletas y miré los ojos oscuros de Francisco. Creo que ahí fue cuando su mal genio salió a flote; algo le molestaba, pero no lograba comprender lo que era, intentaba hacer que se sintiera amado, pero era como si él hubiese construido una gran barrera para que no pudiese tocarlo, o siquiera verlo.

[+++]

—¿Quieres que me abra contigo? —sonrió el castaño y se acercó al balcón para ver la hermosa vista. Se mantuvo quieto por unos segundos y finalmente se dio la vuelta—. Bien, lo haré, te enseñaré lo que hay en mi mundo, pero necesito saber que tú quieres verlo, realmente verlo.

Alexander asintió y se levantó feliz, no podía creer que un pequeño rayo de sol había emanado en su ser tan nublado. El rubio se acercó lentamente a Francisco y le depositó un beso suave para darle la vuelta al horizonte y abrazarlo por la cintura.

—Éste será el viaje de nuestras vidas.

—Lo prometo —contestó el castaño y depositó un beso en la mano aterciopelada del menor.

Ambos se cambiaron y bajaron en la playa para pasar la tarde, todo era mágico. El sol era cálido, todo se pintaba de colores dorados, indicando que el anochecer estaba a punto de caer para dejar solo la luz tenue de la luna.

Alexander salió del agua y se acurrucó junto al castaño, dejando que algunas gotas de agua resbalasen por su piel. Reía feliz ante las bromas del mayor. Se levantó y comenzó a saltar y bailar con el corazón completamente encendido.

—¡Vamos, baila conmigo! —le gritó al mayor.

Francisco negó con una sonrisa y se levantó para seguir sus pasos, todo desapareció, solo eran dos almas vibrando en la misma frecuencia, bailando sin ningún ritmo en lo absoluto.

—¡Te amo, Francisco! —gritó al aire y sonrió para abalanzarse al hombre y hacerlos caer en la arena. Alexander lo miró fijamente con esos ojos gris brillante. —Prométeme que esto será un para siempre. Te estoy entregando todo de mí.

Francisco permaneció callado y simplemente asintió.

Alex sonrió y lo tomó de la barbilla para fundirse en sus labios. Esa noche fue mágica. Por segunda vez sellaron su amor, haciéndose uno solo ante la luz de la luna. El rubio se acostó a su lado con la respiración agitada.

—¿Qué ves en las estrellas? —preguntó con suavidad, escuchando el oleaje tranquilo. —Yo... yo veo un futuro simplemente hermoso. —Lo volteó a ver y tomó su mano.

—¿Cómo es un futuro hermoso? —Francisco acarició sus labios, observando la mandíbula marcada del hombre.

Alexander miró al castaño con la misma ilusión con la que veía las estrellas.

—Es... solo te veo a ti, un hogar realmente feliz, nos veo... acostados frente a la chimenea, sin decir nada, solo sintiendo tu calor, sintiendo como cada parte de mí está unida por la magia de tu amor. Deseo tomar tu mano, volar, sentir la brisa en mi rostro, poder mirar tus ojos toda la eternidad. Sí, quiero mostrarte todo el mundo, quiero hacernos volar, quiero cumplir todos tus sueños, todas tus ilusiones. Quiero... Dios... quiero darte todo lo que tengo. —El chico se dio la vuelta y puso la mano del mayor en su pecho, limpiando unas cuantas lágrimas de felicidad que lo habían traicionado. —¿Sientes ese latido? Estoy perdidamente enamorado de ti, daré mis sueños por ti.

Francisco lo miró unos segundos y sonrió levemente.

—Está enfriando, creo que deberíamos volver a la habitación.

Alex sonrió y asintió para levantarse y vestirse nuevamente.

Cuando entraron al cuarto, Alex preparó un baño de burbujas para ambos. Vio a Francisco en la cama y se acercó a él.

—Amor, te preparé un baño caliente para que te quites la arena. —Le susurró y sonrió para darle un beso rápido.

Francisco suspiró fastidiado.

—Ya voy.

El rubio negó y lo tomó entre sus brazos para cargarlo y llevarlo.

—¡Suéltame! —gritó Francisco con furia. —¡Estoy cansado de ti! ¡Estoy cansado de tus cursilerías!

Alexander se quedó atónito y se alejó un poco.

—¿Qué sucede, amor? —Se acercó rápidamente a él y tomó su mano. —¿Pasó algo? ¿Por qué me dices estas cosas? ¿Hice algo malo?

Francisco le arrebató la mano y le escupió en la cara.

—Me das asco. Solo mírate, ese cabello estúpido, las cursilerías que dices, tus asquerosas cicatrices. ¡Aléjate de mí!

El rubio se quedó completamente callado. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué había dicho para que Francisco le dijera esas palabras? Una lágrima brotó de sus ojos grises y se levantó para irse al baño.

El castaño rodó los ojos y sacó una bolsa con cigarros de marihuana.

Alexander se observaba en el espejo. Se dio la vuelta y se miró por encima del hombro, observando cada cicatriz en su espalda. Se mordió los labios, intentando ahogar su llanto. Soltó un largo suspiro y se metió en la bañera para sumergirse bajo el agua. Los recuerdos venían a su mente como el oleaje de esa noche escura. ¿Tardaría en salir de nuevo el sol?

Los pensamientos lo comenzaron a atormentar, estaba completamente destrozado, no habría amor alguno que lo mantuviera unido, cada palabra había abierto más cara herida sangrante de su alma.

El muchacho volvió a la superficie y tomó aire.

«Sé que hice algo mal... Tal vez debería disculparme, tal vez estaba tan concentrado en mí... Quizá no he medido las palabras de lo que digo. ¿Hice algo malo mientras bebía?». Alex buscaba cada error en sus actos, pero no lograba encontrar alguno.

[+++]

He aprendido bastante, me doy cuenta de lo ciego que estaba por amor. Muchas veces hemos sido juzgados por no actuar ante los abusos, hemos sido tachados de estúpidos por caer en los juegos de un abusador, pero cuando lo vives es otra cosa. El amor nos ciega, nos desconecta las neuronas y por eso debemos saber a quién entregarnos, aunque a veces no hay elección y simplemente nos autodestruimos.

Esa noche tuve un colapso mental, cada sentimiento, cada pensamiento me carcomía. "Solo necesitas fumar un poco más" repetía y repetía. Me relajé tanto que ni siquiera recordaba mi nombre y, mi alma sentía que descansaba, no había más lágrimas.

¿Cómo debía tomarme los insultos? ¿Debía llorar?

Nunca nos imaginamos lo mucho que nuestras palabras pueden afectarle a alguien. Siempre he creído que cargamos con la peor arma de todas, la boca: una simple palabra puede destruir contratos millonarios, desgarrar un lazo familiar, desplomar la estabilidad emocional de alguien y, lo peor es que podríamos usar esa "pistola" sin siquiera desearlo. Me preguntaba si Francisco realmente estaba disparando con dolo.

[+++]

Alexander se despertó con sangre seca que había escurrido por su nariz, estaba lleno de polvo blanco y el cuarto se encontraba repleto de botellas vacías. El cuerpo le dolía como jamás le había dolido y todo le daba vueltas. Miró a Francisco a su lado y dio un largo suspiro.

El castaño roncaba profundamente cual bebé, dejando en claro que el loco de la noche había sido Alex.

El rubio tomó su ropa interior y se la colocó para caminar al baño con una terrible jaqueca. Se miró unos segundos en el espejo. La barba ligeramente creciente, sus cabellos de oro despeinados, las grandes ojeras, el polvo blanco besando sus mejillas, una pequeña herida en la frente y la sangre seca en su nariz.

—Mierda... —susurró con dolor y levantó la taza del WC para atinarle con trabajos. Se acomodó los bóxers y se levó las manos cuando sintió un ligero ardor en la espalda; miró por encima de su hombro y vio las marcas que el mayor le había dejado.

Finalmente lavó un poco su rostro y pidió un jugo a la habitación para reponerse y darse un baño caliente. Cuando salió vio al castaño ya despierto, metido en su celular.

—Buenos días, amor —le dijo a su hombre y se acercó para depositarle un suave beso.

—¿Cómo te atreves a besarme después de la tremenda escena que me hiciste ayer?

Alexander miró alrededor y levantó las cejas con una sonrisa nerviosa.

—Lo-lo siento, no recuerdo nada de ayer.

El castaño desbloqueó su celular y mostró al chico que gritaba por el balcón.

Alexander suspiró con vergüenza.

—Lo siento, no pasará de nuevo, ayer fue una mala noche.

—Bien, como sea, solo me baño y bajamos a desayunar. —Se levantó el más bajo con una ligera sonrisa.

Alex se puso una playera blanca para playa, unos shorts grises, unos tenis blancos y unos lentes de aviador color negro con un degradado azul brillante que combinaba perfecto con su hermoso cabello.

Francisco lo miró al salir.

—Te ves bien. —dijo sacando su ropa.

Alex miró sus zapatos y sonrió con las manos en los bolsillos.

—Ya reservé mesa para el desayuno. —Se acercó al balcón para ver las olas desde el décimo piso. —Oye, ¿por qué me hiciste eso en la espalda? Creí que no te gustaban mis cicatrices... No pensé que me harías más.

El mayor se encogió de hombros.

—¿Quieres que deje de hacerlo?

—¿Qué? ¿Qué me digas cosas horribles? Sí, por favor deja de hacerlo. ¿Qué dejes de marcar mi cuerpo? Sí, también deja de hacerlo, por favor. Nada de alcohol o drogas en los días que nos quedan aquí —dijo en un tono pasivo-agresivo.

—Bien, como desees. —El chico rodó los ojos y suspiró con fastidio. —Ya que dejaste de actuar como niña chiquita, bajemos a desayunar.

Alex lo siguió hasta que llegaron al bufé. Todo se veía exquisito y para el hambre del menor, simplemente quedaba perfecto. Llegó con cinco platos llenos de comida, un café y un chocolate frío.

Francisco lo miró con asco.

—¿Vas a comerte todo eso? Te vas a poner gordo.

El rubio lo miró de reojo y masticó más lento para finalmente limpiarse los labios y fruncir el ceño.

—No veo cual es el problema, vivo haciendo ejercicio...

—No puedes comer así. —Francisco le retiró dos platos y el chocolate caliente. —Si vas a estar conmigo no puedes embutirte tanto, solo soy un doctor que se preocupa por tu salud.

Alexander lo miró unos segundos en silencio, analizando sus palabras.

—Bien, suficiente. No voy a permitir que me estés amargando el desayuno, ya fue suficiente con lo de anoche como para que sigas molestándome. Si no te gusta lo que como, puedes conseguirte a alguien más. —Tomó sus platos y se cambió de mesa para continuar su desayuno con tranquilidad.

El castaño se levantó y dejó un par de billetes en la mesa para gritarle al chico.

—¡Tal vez ya lo hice!

El de ojos grises lo miró unos segundos y negó, no podía ocultar que eso le había dolido.

—No deberías bromear así —susurró para si mismo y continuó. Un par de horas más tarde se dirigió a la alberca en la que yacía Francisco hablando con un par de chicos.

Alexander depositó las toallas en el camastro y se quitó los tenis y la playera para echarse un clavado y acercarse al pool bar en el que estaban riendo todos.

—Una canica, por favor. —Dijo el rubio, llamando la atención de su novio.

Francisco lo miró por encima del hombro y siguió platicando con los hombres.

—No puedes ignorarme todo el día, ¿lo sabes? Finalmente soy tu novio. No entiendo el porqué de tu comportamiento conmigo, no te he hecho nada malo, siempre he sido bueno contigo. Si quieres terminarme puedes hacerlo, pero en todo caso, espero que tengas un buen pretexto. —Frunció el ceño al ver la luz del sol reflejada en la piscina.

El mayor miró su bebida y suspiró para negar y por fin darse la vuelta para ver bien a Alex.

—No sé por qué soy así contigo. Simplemente... hay algo...

—¿Algo o alguien?

El castaño se quedó callado.

—Entonces hay alguien. ¿Quién es? ¿La chica que violaste en el cuartel?

Al escuchar esto, los muchachos que hablaban anteriormente con Francisco se fueron.

—Cierra la boca.

Alexander rio y negó con una sonrisa incrédula.

—No puedo creerlo. ¿Ahora tienes miedo de que hable? ¿Qué harás? Di la verdad, eres un asco de persona. Ni siquiera sé como pude fijarme en ti y lo peor es que ni siquiera sé cómo puedo amarte tanto. Un violador, un drogadic...

El castaño le dio un puñetazo en la nariz antes de que el chico pudiese terminar la palabra y se fue.

El de ojos grises lo miró marcharse y quitó su mano para ver que ésta estaba llena de sangre.

El bar tender le entregó un bonche de servilletas.

—Deberías ir a la enfermería, eso no pinta bien.

Alex le sonrió levemente al hombre y salió de la alberca, intentando parar el sangrado con su playera blanca. Entró a la enfermería con una expresión preocupada.

Una chica lo atendió, dedicándole una ligera sonrisa.

—¿Cómo es que pasó esto?

—Me pegué con la alberca —contestó el chico con los ojos llorosos.

—No sé que tan distraído puedes ser para golpearte así. —La mujer rio con ternura. —Creo que te rompiste la nariz.

Quintana miró los ojos oscuros de la mujer, quien le hacía sentir que todo estaría bien.

—¿E-eres un ángel?

La chica rio y negó.

—¿Tan fuerte fue el golpe?

—Lo siento, solo... me recordaste a una mujer.

—¿Crees que soy un ángel solo porque me parezco a otra mujer? ¡Ouch, creo que la del golpe fuerte fue otra! —Fingió estar ofendida y tomó otra gasa.

—No, yo, yo no intentaba decir eso, lo siento, no fue...

La chica lo interrumpió.

—Tranquilo —rio—. Te entiendo.

Alex miró alrededor, notando que había dos camas y solo un escritorio.

—¿Trabajas sola?

—Sí, soy la única aquí la mayoría del tiempo, eso es bueno, pero a veces me siento un poco sola, así que pongo música. Respira profundo. —La mujer hizo un movimiento rápido y le acomodó la nariz. Tomó un par de cotonetes y se los metió por la nariz, haciendo que el muchacho sacara un ligero gemido de dolor y le puso una cinta para mantener todo en su lugar. —Creo que debí avisar antes de hacer eso. Lo siento. No los toques, esto te ayudará. ¿Cuánto tiempo pasarás aquí?

El rubio miró a la nada por unos segundos.

—La verdad no sé. Me gustaría volver ya a mi casa, pero no vengo solo, mi novio me acompaña.

Ella lo miró de reojo y llenó una receta.

—Empiezo a creer que tu novio se llama "alberca". No sabes cuantas veces me han dicho exactamente lo mismo que tú. —Le entregó el papel y puso la música. —Te daré unas pastillas para el dolor. Si empeoras tendrás que ir al hospital. No puedes estar bajo el sol y trata de no hacer esfuerzos, ya que eso te hará respirar más rápido y no queremos eso ¿vale? Es normal si sangras un poco.

Alex tomó el papel y asintió con una ligera sonrisa, observando como la chica bailaba como si el no estuviese ahí. Irradiaba una luz hermosa y parecía ser el único ser realmente vivo en ese hotel.

[+++]

Fue la primera vez que Francisco me había golpeado de esa manera. Fue incómodo traer esa cosa todas las vacaciones, pero el golpe físico realmente no me había dolido, esto iba más allá de una ruptura de nariz.

Me alegro de que Francisco se haya ido al otro lado del mundo con Emiliano porque yo nunca hubiera podido cortar esa relación. Lo amaba con toda mi alma, le perdoné eso y muchas cosas más... Ahora me arrepiento de todo.

La historia no fue tan larga. Francisco se salía desde el amanecer hasta la media noche; yo bajaba a desayunar, comer y cenar, a veces visitaba a la enfermera, otras me quedaba encerrado en el cuarto y muchas veces me iba a la playa después de que el sol había bajado.

Ver las olas, respirar ese olor salado, sentir la brisa simplemente me relajaba, me recordaba a Magaly... mi mejor amiga de la infancia. Tomábamos clases de surf juntos, realmente me sentía feliz con ella. Hace poco me di cuenta de que esa mujer es otra escoria más en mi vida; hablaré de eso más adelante.

Todo en el cuartel transcurrió como "debía". Tuve más aventuras con Francisco, me dejé crecer más el cabello y me lo teñí, mi relación había mejorado considerablemente y mi hombre ya no había sido grosero conmigo.

A primera hora de la mañana el Capitán me estaba llamando a la oficina. Jamás me imaginé que ese día sería el final de mi sueño.

[+++]

—Alexander Quintana Bossieu, a la oficina del general ¡AHORA!

Todos en el cuartel vieron consternados al Capitán. Alex se paró y lo siguió hasta la oficina en la que ya lo esperaban varios comandantes.

—Adelante hijo, pasa.

Alex miró a todos asustado y se sentó frente al escritorio.

El General aventó a la mesa una bolsa llena de marihuana.

—Puedes explicarme ¡¿qué hacía eso debajo de tu almohada?!

El peliplatinado abrió grande los ojos, reconociendo la bolsa con la droga de Francisco.

—Yo... eso... —Pasó grueso.

—Esto es inadmisible. El día de hoy dejas tu puesto. Ya van dos grandes faltas y no podemos permitirnos tener a un teniente como tú en nuestra armada.

[+++]

Nunca supe la razón, solo estaba seguro de que Francisco me quería fuera de la armada. Nunca entendí sus razones, pero creo que me comenzó a odiar en algún punto y no sé el porqué. Ser General era mi sueño, él sabía lo mucho que esto llegaría a destrozarme y no se tentó el corazón, no le importó. Al principio creí que había sido un accidente, que la había olvidado, pero no, fue un plan bastante bajo.

Sacaron mis papeles y les pusieron un sello que anunciaba que estaba completamente fuera de la armada. Miré al Capitán e intenté contener las lágrimas. "Gracias por haberme permitido trabajar para nuestra nación, señor" fue lo último que le dije, dando un saludo que, si bien no era para el Capitán, fue para lo que realmente había perdido; era un saludo para mi mayor ilusión.

A casi seis años, aún no logro expresar lo que sentí en ese momento, lo roto que me sentí.

Mi piel se había congelado, moría de frío, sentía como si estuviese en el Denali a punto de morir congelado. Mi piel no tenía color, mis manos temblaban, mis piernas se debilitaban. Caminé hacia el dormitorio y me dejé caer en el suelo junto a mi litera.

Me hundo por completo, la tierra me traga lentamente y esta vez no siento desesperación, solo resignación. No podía dejar de llorar, lo hice hasta que me sequé por completo. Tomé todas mis cosas y salí sin mirar atrás, estaba dejando atrás años de ilusión.

¿Le diría algo a Francisco? ¿Haría algo al respecto?

No, mi sueño había sido más importante, no buscaba venganza, no buscaba enfrentarlo, mi cuerpo se había desconectado por completo de mi mente y mis emociones estaban completamente muertas. Caminé por horas sin rumbo. Dormí en un parque frío. Me sentía completamente solo.

¿Podía caer más bajo?

Lo dudé.

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