Capítulo 3. Pacto con la mafia
El portal nos lleva a un lujoso casino.
Es hora de volver a cambiar de forma. Mi truco favorito. Muevo lentamente los dedos. Empezando a cambiarme las facciones físicas del rostro, luego mi cabello de blanco a negro. Nos podemos ver a través del espejo de los baños donde nos ocultamos y esperamos terminar de adaptarnos a estas pieles humanas. A mí no me cuesta demasiado trabajo, estoy acostumbrado. Lo que tarda más es el color de ojos, puesto que tienen que pasar de negros a rojos y de rojos a el color que queramos; yo siempre ocupo el gris, me gusta cómo me hace ver imponente, además combina con mi gran altura y fornido cuerpo. Ahora los tres lucimos majestuosos con un impecable smoking oscuro. El traje se ajusta a mi cuerpo, lo siento estirando la tela de los brazos, espero no se rompa.
—Es hora de salir — Mammón se acomoda los gemelos. Parece tener más confianza ahora que estamos rodeados de humanos.
—¿Listo? —pregunta Zauron.
Yo simplemente asiento despacio.
—Primero los veré en acción, si me gusta, quiero pactar con el jefe. —Mammón y zauron se miran entre sí, asombrados.
—Si quiero algo, lo quiero en grande. —me cruzo de brazos. Aun puedo ver que mis ojos tardan en cambiarse a grises, está tardando demasiado en pigmentarse, apenas llevan la mitad.
—Bien— suspira derrotado Mammón.
Murmuran en voz baja el hechizo en latín que los hará visibles a los ojos humanos. Yo únicamente los sigo una vez que terminan.
El casino está lleno, demasiada gente camina de un lado a otro con copas de vino en las manos, otros juegan en las maquinas con esperanza en los ojos y hacia donde ellos se dirigen están tan tranquilamente en la planta alta, la zona VIP, viendo mujeres desnudas bailarles sobre la mesa bajo la luz roja que ilumina todo el segundo piso del casino y tomando pequeños tragos a sus bebidas mientras ríen y cantan.
Dos hombres altos y rellenos, con cara de malos custodian las escaleras. De vez en cuando echan una rápida mirada al piso de abajo donde se encuentran los jugadores.
Se sientan en los lugares vacíos.
Los hombres se tensan apenas los ven y dos de ellos que portan en el dorso de su mano los sellos de pacto los saludan chocando los puños, pero están alertas, incluso huelo su respeto hacia los demonios que me trajeron, así que supongo son ellos. Todos llevan smoking y brillantes joyas adornan sus dedos y cuellos, como esa gigante cadena que porta el más grande. Tienen pinta de maleantes recién sacados de prisión.
Miro a Mammón con una ceja arriba y los brazos cruzados, el niega.
—Marc —lo llama e inmediatamente uno de los pactados gira a prestarle atención. —Querías que viniera ¿para qué?
—Oh si...—se acerca a él, casi susurrándole al oído, por lo que me acerco igual. —el jefe tiene problemas para sacarle información a uno de los regalitos que le trajiste la otra vez.
—¿Dónde está? — el hombre señala abajo y Mammón asiente.
Zaurón se recarga en el asiento, me señala discretamente las joyas que cargan, asiento despacio.
Joyas, mujeres desnudas, bebidas. Me lamo los labios. Hmm lo pensaré.
Mammón me hace señal que lo siga y voy detrás. Bajamos las escaleras bajo la atenta mirada de uno de los guardias y entramos por una puerta de vidrio hacia un pasillo donde se empiezan a oír golpes y gemidos lastimeros, huele demasiado a sangre, tanto, que ya me está dando hambre.
Al fondo se encuentra un hombre con cabello entrecano, de mediana edad, con un llamativo smoking café, pero sin el saco, golpeando sin piedad a un hombre más joven que yace sentado y atado en una silla a medio cuarto apenas iluminado por una pequeña ventana muy arriba, sangrando a borbones por la boca y nariz.
Puedo oler el miedo en él, puedo sentir que está a punto de rendirse pues su cabeza está perdiendo la batalla contra quedarse despierto. Su desesperación e impotencia por no poder salir de aquí hacen que me interese por el caso. Su alma esta machada, lo que la hace apetitosa.
— ¡Tú me das lo que quiero y punto! ¡No preguntas! — golpea su rostro con el puño.
Miro a Mammón a mi lado. Él observaba todo con diversión. El hombre mayor levanta la cabeza y sonríe mostrando un diente de oro.
Alrededor hay más de seis hombres con traje oscuro y armas en las manos. Todos con tatuajes y miradas vacías y frías.
No son demonios. No son de los míos, pero... están muy cerca de serlo.
—Carl, traigo a alguien que te será muy útil.
—¿Quién? ¿otro niñito debilucho?
—Hay alguien que lo puede hacer mejor. —le dice Mammón. —Más que un pactor, es uno de los hijos de Lucifer, es el demonio de la guerra, hábil y despiadado, como con los que te gusta trabajar. —el hombre lo mira sin entender unos segundos, se queda pensante hasta que reacciona. Le brillan los ojos.
— ¿Trabajará para mí?
—Más bien, tú para mí.
Murmuro el hechizo y aparezco ente sus ojos haciendo mi fabulosa entrada. El joven se desmaya mientras el hombre que ahora sé que se llama Carl, me observa tranquilamente. Se acerca a mí limpiándose los nudillos ensangrentados en su elegante camisa, escudriñándome con unos grisáceos ojos cansados.
— ¿Él también es...? — le pregunta a Mammón y él asiente.
—Si— me alzo de hombros, mirándolo fijamente con el mentón arriba.
—Él nos ayudará.
—Bueno, entonces ¿tengo que hacer pacto contigo? — alza una de sus grandes cejas.
—Así es... —me cruzo de brazos.
—Yo te ofrezco mujeres, lujos e incluso conseguiré comida para los tuyos.
Esto me empieza a interesar.
—¿Tú que me ofrecerás a cambio?
—Quizás esto ayude — levanto mi mano en su dirección y murmuro el conjuro de la juventud lo que le reduce unos cuantos años. Sigue siendo entrecano pero su piel elimina algunas arrugas. —Esto es solo uno de los beneficios. Yo te doy lo que necesitas y tú me das lo que quiero. ¿Qué dices? ¿aceptas? — cuestiono antes de que diga algo.
Se observa las manos, se toca el rostro. Su mirada de incredulidad me divierte.
—Hecho
Sonrío para mis adentros.
—Perfecto, ahora debes darme sangre impura para cerrar el pacto.
—Considéralo hecho — su sonrisa de ensancha y extiende la mano. —Silf, llévalo a las puertas— le hace señas a uno de ellos. —tengo lo que lo que buscas—después vuelves para cerrar los términos y condiciones del trato.
Me quedo confundido ¿términos y condiciones? ¿de qué habla? ¿eso habrán hecho Mammón y Zauron?
Lo seguimos hasta las salas de juegos, cruzamos de extremo a extremo el casino y entramos a una puerta roja donde se refuerza la seguridad. Hay muchos guardias con radiotransmisores en los chalecos antibalas, armas en la cinturilla del pantalón, ropa oscura. No se atreven a ver a Mammón, huelo su miedo, estoy seguro que cuando me conozcan, Mammón solo será un pequeño demonio con apariencia de un hombre joven adinerado incapaz de hacer daño.
El amplio pasillo conecta con un club de luces neón donde las bailarinas lucen poca ropa y bailan a hombres que las observan con los ojos vidriosos.
Nos lleva detrás del escenario, donde se encuentran unos improvisados camerinos. Muchas mujeres sonríen y me recorren con la mirada, como sea, me da igual. Me señala la segunda puerta que está a la derecha y al abrirla dan hacia abajo unas escaleras, puedo escuchar por encima de la fuerte música del exterior, unos lamentos y quejidos dolorosos, excitantes para mí. Unas cadenas arrastrándose y jadeos van haciéndose más fuertes conforme bajamos. Decenas de ojos se clavan en nosotros apenas llegamos abajo. Mujeres de todas las edades están encadenadas a un tubo horizontal fijado a la pared. Se ven descuidadas con el cabello revuelto y ropa desgarrada, labios resecos y blancos, con ojeras adornando sus oscuros ojos cansados y apagados.
Me gusta su sufrimiento, es más, me pone, me excita, me hace babaear.
—¿Qué te parece? — me siento como niño en una dulcería. — algunas están viejas y otras están embarazadas por eso ya no sirven así que puedes servirte las que quieras.
Esa sola palabra hace que se me haga agua la boca: "embarazadas", son las más deliciosas. Saben rico y tienen doble ración que incluso sabe mejor.
—Me gusta.
Nos miran entre confundidas y angustiadas. Pero es el miedo el que me fascina, el que me invita.
—¿Cuántas quieres?
No puedo elegir, todas huelen tan bien.
—Las quiero todas—abre los ojos impresionado.
—Pero son casi veinte—simplemente me alzo de hombros y me froto las manos.
—No podrás con todas.
—¿Te quedarás a ver? —veo como se sacude, como si un escalofrío le hubiera atravesado el cuerpo. Niega y sube las escaleras.
Mammón quiere hacer lo mismo, pero lo detengo y con agresividad lo empujo contra la pared, lo elevo del suelo y me acerco a su rostro mostrándole mis ojos y mis dientes demoníacos.
—Tú me debes más de veinte almas —abre los ojos asustado
—Aquí conseguirás más de las que crees, ya verás que él puede darnos diversión y...
Entre cierro los ojos.
— ¿Qué tanta mierda le has dicho? ¿Lo sabe todo?
—Le hizo preguntas a Balaam, ya sabes que él no se puede negar.
—Y...
—Él es peligroso Alexander. También hizo pacto con Azazel para que le enseñara a hacer armas incluso contra nosotros.
—Trabajar con Carl es mucho más divertido y te dará mucho más que olvidarás lo de las almas —dice con el labio inferior temblándole
—Eso espero Mammón porque esta vez no te tendré piedad — lo suelto y asiente en repetidas ocasiones.
Sube corriendo las escaleras.
Entonces voy despachando una por una, desangrándolas, arrancándoles la ropa y follandomelas mientras arranco su cuello a mordidas delante de las demás que gritan horrorizadas, haciendo música para mis oídos. Cuando la hago venirse inhalo su alma y la saboreo lentamente mientras voy por la siguiente y así continuo...
Pasa tan rápido el tiempo que cuando subo solo están los guardias y el hombre que nos trajo hasta aquí, sentado bebiendo tranquilamente mientras ve limpiar el desordenado lugar a unas sexys mujeres vestidas de conejitas.
Apenas me ve y se levanta.
—Te llevaré con Carl— asiento y lo sigo de regreso.
Cuando llegamos Carl sigue golpeando al muchacho en la silla, gritándole amenazas a diestra y siniestra.
—¿Qué hay que sacarle? —me lamo los dedos manchados de sangre.
—Lo más que se pueda sobre la mercancía robada. Dejaré que te lo cenes si lo logras. —Rápidamente el joven inhala asustado cuando escucha lo último.
Joyas, mujeres, bebidas y puedo sacarle sangre a lo humanos, joder esto es la gloria.
Regreso a casa muy satisfecho, me agrada por fin sentirme así.
Ya solo debo terminar con los problemas de casa para poder pasarla bien en ese grupo humano.
Así que lo primero que debo hacer es despertar a mi ejército, por lo tanto, tengo que ir directo a la última batalla, donde mi padre los mandó a dormir porque según ya no había más batallas que pelear, pero todos sabemos que no era así, él le teme a lo pueda hacer, no quiere que le arme una rebelión como lo hizo él al abuelo en su momento.
Salgo del portal en Grecia...
Grecia... fue en este lugar...donde por primera vez pise la tierra...
Me asome, no había nadie, por la chimenea de una casa. Porque aún no sabía cómo ubicarme en la calle. Confundido y perdido. Lleno de hollín del humo, salí.
—Me gusta tu disfraz— me dijo en tono de burla un hombre con aliento alcohólico que venía por el pasillo con una botella de vino.
Sonreí e incliné la cabeza a un lado. Entonces el hombre supo que esa noche moriría.
Lo atravesé con mi puntiaguda cola. Directo al corazón.
El hombre emitió un sonido de sorpresa y seguido un quejido. Su rostro se transformó en un gesto de dolor. Me acomodé la gabardina con naturalidad y salí de la casa de aquel desafortunado y caminé entre la gente. Me coloque la oscura capucha, no quería ser molestado otra vez. Poco a poco y viendo los aspectos de los hombres, cambie el mío a uno más humano. Mis ojos pasaron de negros a verdes claro, de piel rojiza a un tono bronceado, largos colmillos y dientes puntiagudos a unos perfectos dientes humanos, mis garras cambiaron a unas uñas cortas, escondí mis cuernos y cola.
Ahora me veía como alguien humano. Un hombre de unos 20 o 25 años, caminando con una larga gabardina oscura y capucha cubriendo hasta la mitad de su rostro.
Los hombres pasaban con sus plateadas armaduras, las mujeres con su vestimenta de una sola pieza y los niños corrían por las calles. Los griegos eran algo difíciles de ignorar.
Iba directo a la batalla...
Termino de cortar las ramas de los más frondosos árboles del bosque donde me encuentro. Las arrastro metros adelante donde hay terreno seco y empiezo a clavarlas hasta formar un pentagrama, en el centro clavo otro y chasqueo los dedos índice y pulgar para hacer salir una llama de entre ellos, los llevo a la rama y la enciendo. Me concentro en ellos. Cierro los ojos y empiezo el conjuro. El cielo se va nublando conforme continúo. Extiendo los brazos y el piso empieza a crujir.
Todo va bien hasta que la llama se apaga y llega un exasperante olor a rosas.
Frunzo el ceño y abro los ojos, enfadado.
—No es necesario tu ejército.
Oh joder, lo que me faltaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro