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Capítulo 28. Destrucción

Estamos en casa, la entrada a la sala de los tronos. No hay nadie aquí. Todos estan en la batalla excepto demonios de mi ejército que quedaron como guardias.

—Hola Lilith— le rodeo la cintura por atrás. Se estremece. Detiene su caminar y echa su cabeza a mi hombro.

—¿Dónde habías estado?

—Por ahí. Estamos en batalla, necesito tu ayuda. —da la vuelta. Me sonríe. Abre la puerta de al lado y me arrastra dentro. Es la sala de los tronos. Envuelve sus brazos a mi cuello y une nuestros labios con hambre. La sujeto de la cintura para despegarla pero se aferra.

—Lilith ¿qué haces? — susurro cuando logro zafarme. Tiene las pupilas azules y los labios hinchados.

—Tengo hambre— balbucea e intenta abrirme el pantalón.

—No es buena idea —pero no puedo evitar seguirla hasta los tronos. Me empuja al mio y se sube a horcadas sobre mi. Estoy a punto de ceder cuando escucho la voz de mi padre.

No era como planeaba esto pero hay que aprovechar.

Le subo el vestido y me abro el pantalón.

—Oh, si Belial —ronronea restregándose.

—Belial, ¿qué está pasando aquí? — entra Lucifer y quiero reirme en su cara pero veo mis soldados pisándole los talones. Parecen desorientados. Traen golpes y otros no traen ojos, en donde deberían estar no hay más que humo negro y sangre brotando. —¿¡Que están haciendo!?

Les quemaron los ojos. Solo se guían por el ruido.

—Pasa que Belial será el nuevo rey. —dice orgullosa. Me observa preguntando con la mirada. — ¿verdad Belial? — me acaricia la mejilla.

—¿Qué? — me quedo estupefacto. De acuerdo ese no era mi plan.

— ¿Que no es obvio? —se levanta bajándose el vestido. Me abrocho el pantalón. —tomo lo que quiero.

—¡Ustedes se estaban acostando! —ruge Lucifer encolerizado. Sale de detrás de un polar el mismo Sátiro que me encontré dejando atrás su apariencia humana, distrayéndome con sus largos cuernos y espesa barba negra. Sé que es el mismo porque aún conserva los golpes que le atine hace minutos. Se coloca a unos pasos de Lucifer. Nos acribillamos con las miradas.

—No entiendes nada.

De acuerdo yo tampoco estoy entendiendo. Aun así, toca improvisar.

Sonrío de lado. Camino hacia ella. Tomo su mano y la hago levantarse del trono. La abrazo por la cintura y le planto un beso. Para que crea que me he unido a ella.

—Dos por uno, padre.

Una sonrisa escapa de mi cuando veo entrar justo al momento a Gloria quien venía lista para atacar, pero al escuchar lo último se queda estática.

Detrás viene Ivory cargando varias manos con artículos peligrosos para nosotros. Le lanzo la mano con la sortija y me sonríe inocente. No me reconoce. Me ha olvidado.

—Juntos, gobernaremos—rodea mi cuello con sus brazos. —serás el rey de los inframundos. Crearemos nuevos y pondremos mejores castigos.

¿Ese era el plan? Vuh.

Buenos, es cierto que sus castigos son anticuados. Yo podría crear mejores. Tanto castigos como demonios. Los de ahorita parecen niños en busca de dulces. Sé que sí podría ser mejor rey que mi padre...

—Claro.

——Belial, hijo ¿Qué estás haciendo? Esto no es...

—No soy tu hijo –la interrumpo. –cuando me lanzaron al infierno, cuando fui enviado a las legiones...cuando me mataron, no lo era y ahora que estoy aquí a punto de tomar el mando, dices "hijo" –niego repetidas veces tronado la lengua. –Muy mala madre Gloria, mala madre. No mereces que te llame así.

—Fue por tu bien.

—Por el bien de quien.

Le apunto en la cien con el arma. Lucifer se pone en medio.

—Hazlo Belial—clama Lilith. –mátala y nos liberaremos de una carga más.

—Beilial, no— brama Lucifer.

Matarla no cruzaba mis pensamientos. Si, la odio, pero hay algo que por más podrido que suene, quiero su vida y no su muerte. Tal vez mi yo interior quiere que sufra antes de que al fin me decida matarla.

—Pero, Lucifer, si ella sigue con vida se deshará de nuestro futuro hijo. –tanto Lucifer como yo abrimos los ojos enormes. Sorprendidos.

— ¿Qué?

—Es la verdad, amor. ¿creías que después de tantas folladas no tendríamos por lo menos un hijo?

—Lucifer— le llama Gloria con la voz temblorosa, viéndolo con mirada de decepción — ¿es verdad?

—Hasta Belial nos ha visto. —le responde Lilith.

Parece que a mi padre le han cortado la lengua. Se queda mudo de repente.

Frunzo el ceño.

— ¿Ese niño es mío? — pregunta incrédulo.

—Sí, es tuyo. ¿De quién más, mi amor?

Uff. Esto es más entretenido que la televisión humana.

—¿Estas segura que ese hijo es mío? — le pregunta Lucifer. Y rostro se va endureciendo –por qué hace un rato te vi con Belial. –y las miradas caen en mí.

Lilith se ríe.

—No les diré, tendrán que descubrirlo por ustedes mismos. — sonríe lanzándome una mirada burlona.

—Hija de puta.

— ¿¡Ya te habías acostado con ella!?—grita encolerizado. Y yo no puedo aguantar la risa.

—Si— afirmo.

— ¡Eres un...! —y Gloria rompe en llanto. El la intenta abrazar y no sabe qué hacer al ver que lo rechaza.

Saco la espada.

—Pero, aun así, no quiero a ese niño. — y se la pongo en el cuello a Lilith. Me observa parpadeando varias veces, entre sorprendida y confundida.

—Aunque me mates, el niño nacerá. Sera tu sucesor y lo sabes.

—Un paso más y terminas aquí—le amenazo.

—Un paso más y serás mi esclavo. —sonríe y veo como alza la mano y la sortija está en su dedo índice. Tenso la mandíbula. Jaque mate. Como no la vi venir. —No me obligues a usarla. Te quiero de nuestro lado, pero no dudare ni un segundo.

Sonríe orgullosa alzando la barbilla.

Se ubica en el lugar de Lucifer y al sentarse una corona de espinas negras adorna su cabeza.

—Disfrútalo mientras te dure. Porque no reinaras los submundos.

Se cruza de pierna y se recarga en el respaldo mirándome retadora.

Veo a mis espaldas, esperando que aparezcan más de mis hombres. Pero ninguno se asoma. No hay ni ruidos.

—Sin tus soldados no eres nadie. —dice burlón el Sátiro.

— ¿Quieres ver? — en un rápido movimiento guardo la espada y le apunto con la pistola. Le disparo en la cabeza. Se retuerce mientras grita de dolor. Morirá pronto. Empujo a Lilith abajo y salto para tomarla del cabello y alzarla hasta que se arrodilla. Entonces un fuerte olor a pequeño demonio invade nuestro olfato.

Sonrío viendo la sangre rodearlo y a Lilith bajo mía. Pero mi sonrisa se borra cuando veo a Perséfone llegar corriendo con una herida en su rostro. Del ojo derecho a la boca.

Aprieto la mandíbula.

Mis ojos se vuelven rojos y mis colmillos salen a la vista, mi apetito despierta. Y al buscar el olor me doy cuenta que es Lilith pero no solo ella huele, hay alguien más.

El Sátiro es el que cubría el olor. Ahora entiendo para que lo necesitaba.

Me pierdo en el aroma. Es tan fuerte y delicioso que...me obliga a avanzar hacia ella con determinación. Sacando las garras. Ese manjar será mío.

Perséfone retrocede asustada. Tocándose el vientre. Cuando mis pasos se dirigen hacia ella.

— ¡No! — me pone la palma de la mano enfrente. — ¡espera! —se toca el vientre con la otra mano. — ¡escucha!

— Lo quiero...lo quiero ¡comer! —me sale una voz completamente diferente a la mía. Es muy grave. Mis manos tiemblan con adrenalina. Por un momento pierdo la capacidad de manejar mi propio cuerpo.

Yo te puedo dar hijos, Belial. Pequeños y carnudos como te gustan. —habla Lilith extendiendo una mano hacia mí. —solo ven a mí.

De pronto una horda de cazadores invade nuestro hogar con el hombre robusto al frente, portando otra sortija con la cual me apunta.

Salto a un lado y corro a resguardarme detrás de un pilar al igual que mis padres y Perséfone.

La tierra tiembla. Nos están invadiendo.

— ¡Ultima oportunidad Alexander! ¡únete a mí! — escucho su voz a través del caos.

Perséfone me lanza una mirada angustiada.

— Descuida, le cortare la cabeza— Perséfone salta atrás, pálida. —Supongo que el que esperas, es mío. –afirma con la cabeza.

—Supones bien –la escucho acercándose. Preparo el arma, me queda una bala y he perdido mi espada.

Oh mierda me está tentando su aroma.

Oh grandísima mierda.

—Dámelo y me lo comeré, asunto arreglado.

— ¡Eso debieron haber hecho contigo! –el pilar donde estoy se agrieta. Se caerá.

— ¿¡Que no entiendes!? ¡No puedo ser padre! No soy bueno.

—Tendrás que serlo.

Joder ¿yo, padre? No me imagino, ni siquiera quiero serlo. Detendría mis planes y cambiaria mi rutina. Definitivamente no quiero.

— ¿Qué propones? — cuestiono haciendo un plan.

—Quiero tenerlo— asoma la cabeza a mi lado. Niego instantáneamente. Lucho por no sobresaltarme.

— ¿Por qué no podía olerlo antes? — se alza de hombros.

—Creo que tiene algo que ver Sabrim.

— ¡Entonces juro que te destruiré! — grita Lilith.

— ¡Inténtalo! — respondo furioso.

Me asomo y veo más y más cazadores entrar. Mi ejercito les hace frente. Debo pensar. Me vuelvo a esconder. De pronto un brazo rodea el pilar donde nos ocultamos y una espada me es puesta en el cuello.

sal ahora mismo— es un demonio disfrazado de cazador. Odio que ordene que hacer.

Escondo el arma detrás de mí y me pongo de pie. Le doy un puñetazo rompiéndole la nariz. Retrocede cubriéndose. La sangre le brota y estoy por darle otro cuando sin más entierra la espada en mi abdomen dejándome quieto. Arde al segundo y empiezo a sentir calentarse esa parte.

Otro cazador sujeta a Perséfone y nos sacan a rastras hasta el centro del salón.

Estamos rodeados de cazadores, tienen a Ivory en similar arrodillada, mi ejército está a punto de colapsar al igual que el infierno ya que pequeñas piedras van desprendiéndose del techo y caen hacia nosotros. Las llamas se están apagando al igual que los gritos que distinguen al infierno. No encuentro a mis progenitores, pero si su energía cerca.

Una bala no servirá. No tengo más ejército.

Y para colmo la cabeza de mi bruja es arrojada a mis pies. Perséfone me lanza una triste mirada.

Algo dentro de mí se retuerce. La furia brota.

Malditos bastardos.

"Tienes el poder de la destrucción"

Busco ese poder de nuevo mientras afirmo con la cabeza.

—Vale, ustedes ganan.

Lilith sonríe al lado del hombre de piel negra y este a la vez ordena a todos detenerse. Entonces veo a Lucifer y a Gloria el fondo, siendo traídos. — ¿Qué quieren? — pregunto sintiendo mis manos arder. Lo tengo.

Las paredes van agrietándose, la tierra vuelve a temblar. Esto va a colapsar también.

—Te negaste a ser rey, entonces, yo seré la reina y tú serás mi esclavo. –sonríe arrogante poniendo las manos en la cintura. –de mi nacerá el anticristo y el será quien ponga nuestro reino en la tierra y nos elevará...

Dejo de ponerle atención. Un tic en el cuello me hace mover la cabeza, los ojos me pican, algo quema dentro de mí, algo desgarra las paredes de mi conciencia en busca de salir a flote. Algo... no está bien.

Se detiene y todos miran sorprendidos como una luz negra me posee y rodea mi cuerpo como si de un aura de tratara.

— ¿Qué es...?

—Belial, contrólalo...—vocifera Lucifer – tu puedes controlarlo.

—No...—mientras la luz va creciendo, voy sintiendo como mi cuerpo tiembla al no poder contenerla. Lucho contra mí mismo. —...puedo.

La luz ciega a todos y en su momento todo se oscurece.

Es lo último que recuerdo.

Unos leves tintineos se escuchan a lo lejos y la habitación se llena de luz. Se lo que viene así que abro un portal y estoy a punto de entrar cuando Rafael me arroja al suelo y Gabriel me sujeta los brazos contra la espalda. Trato de zafarme, forcejeamos. Los insulto e incluso trato de cambiar mi forma para escapar, pero algo me lo impide. Seguramente algo que viene de ellos. Me cubren con sus alas y la luz se hace más intensa.

Cuando me sueltan estamos en el cielo. Frente al abuelo. Si, a Dios o como le quieras llamar.

—Les has quitado la vida de la manera más vil posible. –se levanta de su trono y baja de su pedestal con simpleza. Se planta frente mío — Belial, has destruido el mundo.

Debería sentir algo. Sin embargo, me siento anestesiado, fuera de sí, no me siento como si fuera yo. Alguien pareciera que me controla.

— ¿Y qué harás al respecto? —salto a la defensiva mostrando mis puntiagudos dientes y mis ojos negros.

Se queda callado. Y clavo la mirada en los dos arcángeles que me sujetan de rodillas frente a él.

—Has matado a mis hijos, a Azazel, incluso a tus padres y a tus creaciones, ¿eso no te hace sentir mal?

Me carcajeo en respuesta.

Dios se queda pensativo y se acaricia la barba.

—Creí que te importaba cierta persona de Grecia— dice viéndome con expresión de calma, como siempre. La misma calma que me está invadiendo lentamente.

—También murió—mascullo apretando los dientes. Cielos, ella si me duele, pero no puedo mostrarlo. Algo me lo impide. Un destello de arrepentimiento cruza mi pecho. Me quiero levantar, pero Gabriel amenaza con fracturarme el brazo.

—No, de hecho, no murió, pero quiero que vayan por ella—les ordena.

— ¿¡Que!? ¡Pero para que entre aquí debe morir! ¡no es ángel! — y entonces despiertan mis sentidos. Me exalto revolviéndome.

— ¡Háganlo! —grita.

Los arcángeles me sueltan lanzándome miraditas de arrogancia.

—Voy a partirles el culo a todos. Lo juro—amenazo volviendo a juntar esa energía que acabó con todo y corro detrás de ellos, pero dos serafines me cierran el paso.

— ¡A un lado o no respondo! — bramo.

—Eso mismo va para ti—habla uno de ellos. Cruzándose de brazos.

Gruño. La energía me rodea una vez más y la libero hacia ellos al mismo tiempo que aparece Gloria transparente, como si de un fantasma se tratara y poco a poco toma color, pero lo hace justo en medio, y la destrucción la atraviesa... 

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