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Capitulo 25. La transformación de Perséfone

Salgo del portal. Me recargo en la puerta con los brazos cruzados. Está sentada en el piso con el torso en la cama y los brazos cubriendo su cabeza.

—Ya deja de llorar— ruedo los ojos. Fastidiado.

Clava sus ojos llorosos en mi unos segundos y vuelve a enterrar la cabeza en la cama. Se cubre con los brazos.

Camino hasta sentarme en la cama.

—¡Largo de aquí! — grita empujándome.

—Esta es mi casa, mi habitación y mi cama— la tomo del cabello para levantarle la cabeza. — y puedo hacer lo que se me pega la gana. —canturreo lo último.

En sus ojos se refleja el terror. Y en los míos, la satisfacción. Por fin obtengo su miedo.

—Déjame en paz, por favor.

—¿Qué te ha enseñado hoy Alicia?

—Lo mismo que tu... que no tienen corazón.

—Oh, qué pena.

—Señor, su encargo llegó— vocifera un demonio al otro lado de la puerta.

—Entra.

El demonio de ojos negros y cuernos en proceso abre la puerta y empuja a una pelinegra de poca ropa. Esta cae el piso. Bufo y voy por ella. Retrocede angustiada. Oh, joder, deliciosa.

—Ven aquí— canturreo juguetón. La tomo del brazo y la hago levantarse. —Ya vete— le ordeno al demonio.

Cierra la puerta y me acerco a Perséfone quien ve todo confundida.

—A ella le gusta ser comida de demonios— ambas chillan.

—No, por favor— Perséfone se levanta.

Justo al mismo tiempo que le clavo una garra en el cuello a la pelinegra en mis brazos y su sangre salpica mi cara. Le hago un corte de extremo a extremo. Su cabeza cuelga y su cuerpo cae flácido que si no fuera porque la sujeto ya hubiera caído al suelo.

—Bebe de ella— le ordeno.

Perséfone niega, aunque sus ojos van cambiando a rojo. Mierda, eso no debía pasar. ¿Es que tiene veneno de demonio...? Oh oh, es el mío.

Sus ojos se alternan entre rojo, luego negros y vuelven a amarillos verdosos con una línea negra.

Mierda y más mierda. ¡Joder!

—Debes dar aquí— muerdo a la pelinegra en la yugular y su sangre brota descontrolada.

—No, no, basta ¡basta! — y una bruma negra sale proyectada de su cuerpo para impactar en el mío y mandarme metros atrás. Caigo de espalda, mi cabeza cruje. Me quedo impactado, sorprendido, y más cuando Perséfone se abalanza sobre ella. Muerde donde deje mi marca.

Suelto a la pelinegra y me siento a observar cómo se inclina sobre ella, como se pone en cuatro y devora no solo la sangre, también arranca piel y la mastica enseñando unos colmillos de serpiente combinando con unos dientes filosos como los míos.

El veneno de Demone y el mío está en su cuerpo.

Mi mente grita ¡peligro!

Pero otra parte de mi grita ¡es grandioso!, eh creado una Diosa mitad demonio mitad serpiente. Es más valiosa que Alicia e incluso que todos en el infierno.

Me conviene tenerla de mi lado.

—Bien, eso es. Esa es mi chica— le susurro mientras voy creando un plan perfecto.

Alza la cabeza y la sangre resbala por su boca. Me mira.

—Solo quería enseñarte— miento —No me siento nada a gusto viéndote morir de hambre. ¿Quieres más?

Jadea.

—Quiero de tu sangre— articula y una sonrisa escapa de su boca.

—Bien— muerdo mi muñeca y se la pongo en frente. Gatea hasta llegar frente a mí. Se lanza a beber. Trago saliva. Siseo. Un dolor punzante me recorre completo. Arde. Me está doliendo como el infierno, pero a la vez se siente tan bien. Con el otro brazo la acerco más. Junto las piernas para que se siente y lo hace de espaldas a mí. Se pega a mi torso. Jadeo.

Nadie debe saber de ella.

Ni siquiera tú. Pero aquí estas.

Alza la cabeza y veo su cuello de cerca. Me lamo los labios. ¿Y si...? Clavo los dientes en él. Ella gime arqueando la espalda.

—Más...— susurra en un tono sensual que me eriza la piel.

Bebo su sangre, su deliciosa sangre. Un poco más y juro que llego al orgasmo.

Balancea sus caderas mandándome calambrazos por todo el cuerpo y entonces pierdo la cabeza. La tomo de la cintura y me levanto con ella. Deshaciendo el enlace. Quito mi muñeca para alzarla y llevarla a la cama, la recuesto. Me meto entre sus piernas. Ella misma se alza el vestido y baja sus bragas, pero se quedan en sus rodillas así que me hago a un lado para sacárselas y mandarlas lejos. Acaricio su cuerpo. Jala mi cabello atrás para despegarme de su cuello y une nuestras bocas. El sabor es...indescriptible. Simplemente fascinante.

—Déjame ver tu forma humana— masculla en medio del beso. Lo hago. Acaricia mi espalda y va bajando hasta arañar mi abdomen, baja para abrir mi bragueta. Me estoy desesperando. Así que me bajo el pantalón junto con el bóxer y entro en ella de una estocada.

Gime. Embisto de prisa. Desgarrándola. Haciéndola chillar. Se agarra de las cobijas y busca mi cuello para clavar los colmillos. Le doy vía libre pero también ladeo su cabeza y muerdo. Arde su mordida y lo filoso duele un poco pero así me gusta.

Jadeo ronco. Maldición, es tan placentero.

Trago de su sangre. Se revuelve con gesto de placer. Es tan...caliente y.... joder, esto no está bien.

Debo alejarme.

Me separo, pero vuelve a atraerme con sus piernas. Envuelve sus brazos alrededor de mi espalda. Le abro más las piernas. Mis ojos arden al igual que mi cuerpo al ser inundado de placer.

Embisto más rápido, clava sus uñas en mi espalda. Me suelta para echar la cabeza atrás y soltar un fuerte gemido. Tapo su boca, no quiero oídos en la puerta ni visitas inesperadas.

Rasguña mi espalda, mis brazos, mi pecho, mi abdomen y las arrastra de nuevo arriba. Suspiro fuerte. Siento el sudor empaparme. Le destapo la boca.

Vuelve a clavar sus dientes, pero esta vez en mi hombro.

Le suelto el cuello. Alzo una de sus piernas para ponerla sobre mi hombro y muerdo su muslo. Disfruto sus gestos.

Su cuerpo tiembla y la veo respirar más agitado. Se corre. Sus labios vuelven a ser rosados y su piel naturalmente pálida.

Continuo follandomela de prisa. Viendo sus pechos saltar. Y después de unas cuantas arremetidas más me libero por completo sobre su vientre.

Me escanea con la mirada. Su cuerpo irradia tanto calor que me siento arder en llamas. También está sudando y su cabello se pega a su rostro.

—Ahora si ya obtuve lo que quería— suelta con una risita al final.

Me hago a un lado para sentarme en la orilla de la cama.

—¿Te has vuelto loca? —frunzo el ceño.

Se levanta y camina al baño con una sonrisa de oreja a oreja. Literalmente. Filosa y brillante.

Entiendo.

Voy a ella pero cierra la puerta y trato de abrir, está asegurado. Intento de nuevo y no obtengo éxito.

La puerta de la habitación es la que se abre y Alicia ensangrentada asoma la cabeza. Se acaba de dar un banquete.

—Te busca Carl.

—Dile que estoy ocupado. Ve tú en mi lugar— respondo preparándome para pegarle una patada a la puerta del baño y entrar.

Sé que el estruendo hará que vengan a revisar que sucedió así que debo darme prisa a sacar a Perséfone.

Quien estaba detrás de la puerta impidiéndome abrirla y saltó atrás cuando la abrí a la fuerza. Rápidamente la tomo del brazo y la pego a mí para abrir un portal directo a la tierra. Recuerdo la casa que me dio Carl entonces nos dirijo ahí.

Se retuerce para tratar de zafarse. Cada que me toca parece como si recibiera una descarga eléctrica. No me duele, ojalá lo hiciera. Sería divertido. Pero no hace más que enfadarme aún más.

La suelto en el piso. Me asomo por la ventana para que los que custodian la casa sepan que estoy aquí y no entren apuntando con sus pistolitas.

Chilla cuando la dejo caer. Y se levanta quitándose cabello rebelde que se queda en su cara. Me mira con ira.

—Oh, vamos. Quita esa cara que, mirándome así y desnuda me tientas. —sonrío— y demasiado.

Retrocede con vergüenza. Desvía la mirada y se cubre los pechos y la entrepierna.

Suelto una risita.

—Como si no te conociera completa. —camino a su alrededor comiéndomela con la mirada. —me gusta cuando te tratas de hacer la mala.

Se tapa las partes expuestas conforme voy pasando. Agacha la cabeza.

—Sé que tenías ganas de follar. Se me olvido contarte que yo también me alimento de eso y ahora que tienes parte de mi...—me detengo detrás de ella. Acaricio su hombro muy suavemente con los dedos. —...tendrás el mismo apetito.

—Yo no quería esto...—susurra.

—Yo tampoco. —me quedo absorto contemplando su pálida piel. Suave. Con ganas de marcar mi mano en ella hasta ver como enrojece. —yo solo quería absorber el veneno de ese demonio para evitar que te convirtieras, pero no pude contenerme tanto y....bebí demás. Lo siento.

Se da vuelta y me mira fijamente. Sin pizca de furia.

—Está bien. No te culpes. Así debía pasar, así lo quiso el destino. —enreda sus brazos en mi cuello y me abraza.

Sonrío para mis adentros. Funcionó.

—Entonces, ¿estamos bien? — se separa de mí. Asiente y una sonrisa florece de sus labios. Y de un momento a otro me pega una patada en la entrepierna que me hace inclinarme hacia adelante con gesto de dolor. Me punza mientras mis piernas tiemblan a punto de ceder. —¡Joder!

—Oh, ¿te dolió? ¿no era lo que buscabas?

Me quedo sin palabras.

—Hija de puta.

Se ríe.

—Te lo merecías.

Poco a poco el dolor va disminuyendo. Ahora yo me quiero reir y no se porque. Pero me entra una risa floja que tengo que apretar los dientes. La odio.

—Te odio.

—Es mutuo.

Pasan los minutos, ella no me quita la vista de encima.

—Debes evitar golpearme ahí, no querrás que te enseñe como...

—No seas llorón, no lo volveré hacer. No quiero lastimar mi juguete favorito.

No puedo evitar soltar una carcajada.

—Te enseñare...— y sin más la tomo de nuevo. La presiono contra mi cuerpo y le alzo una pierna para removernos la ropa y enterrarme en ella. Gemimos el unísono. Importándonos poco lo demás. La embisto rápido y ella gime en mi oído. Al terminar la suelto y ella se recarga en la mesa detrás de ella mientras se contrae varias veces.

—Vamos arriba a buscarte ropa. Hay que ver si Alicia tiene aquí. —la dejo y camino a las escaleras arreglándome la ropa.

—Ay, por favor. Que sea algo largo. —su voz me sigue. Sonrío.

—Veré que puedo hacer. —se ríe. Me toma de la mano. Se siente tan raro.

Llegamos arriba y buscamos en los closets. Solo ropa pequeña y alguna mía.

—Ponte algo de aquí. Al rato voy a comprarte ropa.

—Voy contigo.

Le paso una camisa mía y una falda de Alicia. La veo vestirse. Es cuando me doy cuenta de sus ojos, no puede salir así.

—¿Ya te enseñaron a volver tus ojos normales? ¿por si los humanos...?

—Sí, si —cierra los ojos, inhala y exhala. Los vuelve a abrir y van bajando su tonalidad hasta una humana. Me los señala con pregunta y yo asiento.

Salimos y busco mi auto. Suelo dejarlo aquí. Voy al asiento del conductor y se sienta a mi lado. Conduzco a la plaza.

Visitamos dos tiendas de ropa y a todas le huye. Quizás porque la tienda que elijo solo tiene ropa corta. Me encanta verla vestida así.

La siguiente tienda la elije ella y por fin saca varias prendas de los aparadores y va al vestidor.

Un molesto sonido me despierta. Lo detecto encima de la mesita al lado de la cama. Es el celular.

—Que hay— contesto la llamada.

—Maldita sea Alexander. Te quiero aquí ahora. —y cuelga.

Me quedo observando la pantalla. "Carl". ¿Pero que se ha creído ese idiota?

Dejo el celular y me levanto para vestirme. Veo a Perséfone aun dormida en el otro extremo de la cama. La sabana le cubre hasta el cuello, pero sé que apenas tres un vestido de pijama. A última hora le cambie los conjuntos de pijama de pantalón por vestidos. Al principio se enojó, pero después se rio en todo el camino.

Tomo ropa del closet y me visto. Abro un portal directo a la oficina de Carl, pero me sorprendo al no encontrarlo ahí. Atravieso el pasillo y bajo las escaleras. Están todos reunidos.

Me acuchilla con la mirada.

—¡Largo todos! — se levanta del sillón y agita los brazos, furioso. Incluso su rostro se ha puesto rojo.

Todos van a la puerta casi corriendo. Iván me hace señas que me espera afuera. A de querer decirme algo. Le doy un leve asentimiento de cabeza y me paro frente a Carl.

—¡Te dije que vinieras tan pronto como fuera posible! ¿¡sabes que ha pasado!? ¡han matado a mi equipo de seguridad! ¡se han adueñado de tres camiones de mercancía y han...!

Bla bla bla. Es lo que yo escucho.

Me cruzo de brazos. Frunzo el ceño. Se acabó. Me tiene arto.

—¿Y quién mierda te crees para gritarme? Porque te recuerdo que eres un simple mortal. —lo interrumpo. Se queda en silencio unos segundos, pensando.

—Y yo te recuerdo que hicimos un trato—me señala. Pica mi pecho con su dedo. Empujo su mano con enfado.

—Donde solo acordamos intercambio de ideas y trabajos a cambio de comida y dinero. En ninguna parte habla de que tengo que ser tu puto esclavo.

—¡Ya no me ayudas!

—¿Quién lleva la página?, Yo... ¿Quién te hace ganar en el casino?, yo, ¿Quién hace el trabajo sucio en misiones y frente a las cámaras de la página?, oh si, ¡yo! — lo empujo— ya me tienes arto con tus dramas. Esto se termina aquí. Ya no trabajaré más contigo. Me largo. Arréglatelas como puedas.

—Lo haces porque te gusta comerte todo lo que hay alrededor.

—Ese fue el trato ¿no? —me alzo de hombros. Avanzo a la puerta. Elevo una mano para apagar las velas del sótano, las que dejó en un altar hacia mí para cuando me invoque. Me siento más tranquilo.

Lo escucho moverse. Me mantengo alerta pero entonces un olor familiar llega a mis fosas nasales.

Mi sangre.

Cuando giro lo veo con el frasco de sangre en la mano. Me lo señala con una sonrisa socarrona.

—No te iras. No me obligues a usar esto.

—¿De dónde lo sacaste?

—Un pajarito me lo entregó. También esta arto de ti.

Y la única que sabe de eso es Alicia.

Mierda, Alicia.

"Los ubour son vengativos" recuerdo las palabras dela hechicera. Ya decía que era mucho que cambiara de un momento a otro cuando juró odiarme.

Bien jugado Alicia. Pero ahora va mi turno.

Saco mi daga y a la velocidad de la luz corto su mano. Retrocede sangrando a chorros. Por fin me demuestra miedo. Una vez que su mano cae. Aplasto el frasco. Así nadie lo tendrá jamás.

Su terror al verme avanzar hacia el mientras retrocede es magnífico.

—No puedes matarme, tenemos un trato...—masculla presionándose el brazo contra el abdomen. La sangre escurre por su ropa empapándola.

—Nunca preguntaste cuanto tiempo duraba el pacto. Ahora tu alma es mía y la quiero ahora. —y con un golpe certero al cuello, corto su cabeza y esta sale volando salpicando todo a su paso.

Esa mirada de horror es lo último que me llevo, además de su alma plasmada en uno de mis brazos. Inhalo y exhalo con orgullo. Estupendo plan.

Limpio mi daga con su saco y me la guardo en la cinturilla del pantalón.

Otro peso menos.

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