Capitulo 24. Confesión
Guardo mi dinero en el asiento trasero, pensando en cómo gastármelo, cuando Alicia toca mi hombro angustiada.
—Mira.
Alzo la vista y veo dos camionetas negras derrapando en la entrada de la bodega de Carl. Dejando atrás a hombres heridos. Corro adentro. Y lo encuentro en el piso, sangrando. Me acuclillo a su lado. Se toca el pecho inhalando con dificultad. Los demás se arrastran para levantarse. No están graves.
—¿Quiénes eran ellos? —pregunto airado —¿¡y cómo es posible que hayan burlado a tus hombres!?—volteo alrededor. Bola de incompetentes.
—Exacto. ¿¡Cómo es que los burlaron!? ¡si tú me proteges! ¿no? ¡tú maldito deber es protegerme y mira ahora! —se encoge con gesto de dolor.
Espera ¿qué? ¿¡me ha gritado!?
—Los mandó Martí. Dijo que ya tenía los ojos sobre esos rubíes—contesta Iván levantándose, sangrado por la nariz.
Trata de desviar el tema.
—¿¡Mi maldito deber!? ¿¡ahora me exiges!?—ruedo los ojos. —pues para que conste que les he dejado una serie de indicaciones pero que no las hayan cumplido al pie de la letra solo demuestra lo inútiles que son y que tú mismo elegiste.
—Supongo que ellos activaron la alarma—opina Alicia y todos asienten dándole la razón.
Siguen tratando de distraernos.
—Los quiero muertos Alexander—me mira molesto. —y si es necesario contrata a otros.
—Será lo mismo mientras te creas invencible y no los quieras cerca de ti.
—No los necesito pegados como una lapa.
—Eres necio, joder.
—Mátalo. Haz lo que tengas que hacer.
—Así será...pero este dramita—me levanto. —te costará.
Voy entrando a la habitación que siempre uso en el club con la caja en mis manos. Primero quiero ver que es.
—¿Dónde nos quedamos? —veo a Alicia en un precioso baby doll negro, acostada en la cama, con pose sexy. Se lame los labios, me mira...uff. Sonrío. Se ve apetecible. —¿Qué es eso? —ve la caja.
—No sé. No la he abierto, solo dice...—me siento en la cama con la caja entre mis piernas— ...la sangre de Belial— se mueve y de pronto la tengo pegada a mi espalda acariciando mi pecho.
—Y hablando de la exposición, mira esto. — me giro a ver que es. Me muestra su puño y lo abre lentamente.
La esmeralda.
—Tú la tomaste.
—Sí. ¿no es preciosa? — la contempla fascinada. Sus ojos brillan avariciosos. —quisiera ponerla en un collar, pero es demasiado grande, aunque no me importaría...
—Alicia.
Se calla y me mira.
Saco la plaquita de descripción de la caja. Me siento sofocado.
"Cuenta la leyenda que el primer hijo de lucifer fue asesinado a manos de su padre y este se hizo de una porción de la sangre de su hijo para poder controlarlo sin que estuviera vivo"
Un escalofrío recorre mi piel. Se me erizan los vellos.
Alicia me mira sorprendida y dudosa a la vez.
—No, no creo. —pero mi padre si es capaz. De eso y mucho más. El control y poder por miles de años a formado parte de su ser.
Me quedo absorto. Pensando en ello.
¿Será capaz?
Miro el pequeño frasco. Lo destapo y el olor tan característico llega a mis fosas nasales. La toco con mi dedo y pruebo un poco. Me sorprendo a descubrir que si es mía.
Guardo todo rápidamente. Como si fuera a quemarme. Y la arrojo a la cama. Me pongo de pie.
—Guarda eso. Guarda eso muy bien. ¿me oyes? Entiérralo lejos de todos y nadie debe saber de esto.
Alicia asiente repetidas veces.
—¡Ahora!
Lo toma entre sus manos, toma su ropa de la silla frente a la cama y sale corriendo.
Doy vueltas por la habitación caminando de un lado a otro.
Esto es increíble.
¿Qué mierda hago ahora? Me siento confundido y....dolido. Pero a la vez la ira recorre mi sistema.
Maldito hijo de puta. Esto no se quedará así. Creo que tendré que usar mi as bajo la manga.
Giro la perilla de la puerta despacio. Los gritos son ensordecedores. Golpes de pared a pared y pasos corriendo por toda la habitación. Parece un animal herido y enjaulado y eso me revuelve el estómago. La culpa trepa por mi garganta y se forma un nudo en ella. No debería sentir eso, de hecho, no debería sentir nada pero...mierda. Que esta ves si ha sido por una estupidez.
Trago saliva fuerte. Debo enfrentar las consecuencias.
Abro la puerta despacio. Me recibe un fuerte olor a sangre y enseguida su mirada. Llena de odio. Se detiene a media habitación con postura de ataque. Hasta que sabe que soy yo y se relaja, un poco. Me recorre con la mirada. Hay charcos de sangre en el piso y salpicaduras por las paredes y parte del techo. Supongo que le dieron de comer y al ser novata no sabía cómo.
Me quedo sin palabras. Ojos de serpiente, piel pálida, labios morados y colmillos largos. Unas largas garras negras descansan a los lados de su cadera. Su figura me resulta desconocida. No parece ella.
No puedo. No.
Cierro la puerta de golpe quedándome afuera. Respirando agitado como si hubiera corriendo un maratón.
Mejor si continuo mi recorrido hasta Lucifer.
—Soy un imbécil. —golpeo la pared. Me jalo el cabello hacia atrás. —debí haber actuado más rápido. Debí imaginar sus pasos, hubiera adivinado sus intenciones. ¡joder! Ahora todo el mundo se me echará encima...
La puerta se abre de golpe y ella se asoma. Me detengo a medio pasillo.
—Si eso es lo que te preocupa entonces di que fue mi culpa. No les caerá de sorpresa, siempre soy la niña inútil que se mete en problemas. —masculla, sin expresión.
—Te ves tan...—me rasco la cabeza pensando cómo decírselo sin que suene tan mal —...diferente.
—Sí, eso también debería ser mi culpa. —desvía la vista a la ventana.
Suspiro.
—Escucha —me recargo en la pared. —mi deber era protegerte. Y ahora no solo eres una de ellos, también es mi culpa que estés ligada al infierno. —trago saliva. — Parece que estoy fallando últimamente. Me tomo las distracciones muy a la ligera. —avanzo hasta ella—esta vez no te fallare. Diré la verdad y...
—También mentí acerca de la granada. —la observo confundido—dije que yo la había comido por curiosidad, aunque sabía lo que implicaba.
—¿Es decir que sabias que tendrías que regresar aquí? —cuestiono sorprendido. Asiente.
—¿Qué no entiendes, Alexander?
—¿Que?
—Me he...enamorado de ti.
Retrocedo frunciendo el ceño. Todo rastro de "simpatía" desaparece.
—¿Te has enamorado? —se me escapa una risa— ¿de verdad te has enamorado de... mi? —me burlo.
Doy la vuelta. Me largo.
—¡Belial!
—¿¡Que!? ¡¿qué quieres!?—
Nos quedamos en silencio. Mirándonos. Sin saber que decirnos. No entiendo cómo pudo pasar esto. No debí dejarla acercarse desde un principio. Se ha hecho ilusiones y a pesar de que en otra ocasión me encantaría alimentarme de eso ahora me resulta aborrecible.
La tomo del mentón y le alzo la cara.
—Teniendo tantos a tus pies te decides por el cabrón que te hizo daño— murmuro.
—No es por eso.
—¿Entonces?
Se queda callada. Una idea pasa por mi cabeza. Y una sonrisa ladina se dibuja en mi cara.
—Oh, entiendo. Te gustó mi forma humana, lo recuerdo bien. Babeabas al verme. Incluso mi forma original. Solo que, a diferencia de ti, yo si hago caso a las que tengo a mis pies. Quizás...—retrocede asustada y camino junto con ella. Acorralándola entre la pared y mi cuerpo —...lo que quieres es que te folle para quitarte las ganas. Si es así...
No me deja continuar. Plasma la palma de su mano en mi mejilla. Me voltea la cara. Tenso la mandíbula y rechino los dientes. La tomo del cabello y hago su cabeza a atrás. Gime con dolor. Sisea mostrándome una lengua de serpiente.
—No sé si eres estúpida o valiente, pero cualquiera de las dos, no te va. Si quieres desquitarte con algo hazlo contigo misma porque como dices, eres una niña estúpida que se mete en problemas. No les caería de sorpresa.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Eres un maldito imbécil. ¡renuncie a mi vida por ti! ¡a mis padres, a mi fortuna, a mi ser, por ti! ¡Incluso yo...! —grita en la cara. Y no hace más que irritarme aún más.
Nos quedamos viendo, espero que termine de hablar. Pero se queda callada de pronto. Me debato en si molerla a golpes o follarmela para que aprenda a mantener la boca cerrada...u ocupada.
—Yo no te lo pedí. —la suelto y me separo. —lo que sea que hayas echo me da igual.
—Renuncie a todo por un demonio. Tienes razón soy una estúpida. —se limpia las lágrimas con enojo. Me mira decepcionada.
—Sí, lo eres. Y por ello, puedo aprovecharme. —me lanzo sobre ella. La beso a la fuerza. Forcejea. Se revuelve furiosa. Angustiada y temerosa.
—¡No! ¡Belial, basta! — meto mi lengua en su boca. Me intenta morder, pero la muerdo primero, con saña. Hasta sentir su sangre...oh, deliciosa sangre. Casi gimo de gusto al saborearla.
Me empuja, pero no me mueve. Estoy decidido. Solo así me la sacare de la cabeza.
Alzo sus piernas y batallo para subirle el vestido. Me araña la cara.
"Alexander...está todo listo" interrumpe la voz de Iván en mi mente.
Sé que me invocó. Imposible que sirva el celular estando en el infierno.
La suelto. Me alejo, alterado. Limpiándome la boca. Me la como con la mirada.
Ya no tendré piedad, ni paciencia, ni nada. Esta vez no dudare en follarmela. En hacerla llorar. En verla suplicar.
Se acabó su demonio simpático. Estoy harto de fingir.
—Sabrim vendrá dentro de poco.
Desaparezco de su vista.
Atravieso el portal y me siento en mi trono. La corona negra aparece en mi cabeza como de costumbre.
—¿Qué haces aquí? — Lucifer mira por el espejo que da hacia la tierra. Con los brazos sobre la posa brazos de los lados, y una pierna sobre la otra.
Me mira de reojo.
—Nada. Visitándote.
—Deberías estar trabajando.
—Oh, lo estoy, pero...—deshago el puño. Primero ve mi mano llena de lodo. Alicia no lo escondió bien. Tuve que castigarla. —...me he encontrado esto.
—¿Cómo lo has encontrado? ¿Dónde estaba? — parece sorprendido y a la vez, feliz y dispuesto a tomarlo.
—¿Entonces es verdad? — se lo quito de vista. No se lo daré. Me quedo en silencio. En blanco. Tratando de recordar. — ¿Tu...me mataste? —desvía la mirada. No sabe que decirme. Y las fuerzas se me están yendo. El mismo nudo me ataca de nuevo el estómago. Mis labios tiemblan y mis colmillos lastiman mi labio inferior.
—Era necesario...yo...
—Cuando...—los señale furioso— ¿¡cuando!? ¡No lo recuerdo!
—Eras muy pequeño...—parecía que le costaba hablar. Traga saliva y evita mi mirada.
Un escalofrió me recorre. Mi podrido corazón rebota en mis pulmones. Parece que quiere escapar. Al igual que yo.
—Por qué...—susurre sin aliento.
—Tu...es que...—sopla como si hubiera estado conteniendo el aire —Alexander...tu...—aprieta los labios y mira nervioso alrededor—estabas incontrolable.
Un molesto pitido me aturde. Parpadeo varias veces.
—Solo venia decirte que ya todo está listo. Reúne a todos.
Me levanto y cuento mis pasos al portal que me deja en una habitación del club.
Debería regresar con Perséfone para decirle que pudo más mi necesidad de respuestas que decir la verdad. Pero no puedo. Verla es como atarme a su sangre. Su apetitosa sangre.
Llego en silencio y me encierro. Me siento en la cama, colocando los codos en las rodillas y me dejo vencer.
¿Por qué me siento así? ¿Para qué mierda ordenó que me salvaran entonces? ¿Por qué no me dejo morir? ¿Por qué...?
— ¿Alexander? ¿Qué pasa? —escucho a Alicia al otro lado de la puerta.
— ¡Fuera! ¡Quiero estar solo! —me dejo caer de espaldas y extiendo mis brazos.
Escucho el insistente movimiento de la perilla al tratar de abrirla. Y cuando creí que se había dado por vencida, veo un pequeño resplandor cruzar la puerta y de ahí se forma la figura de Alicia frente a mí. Se sube a horcajadas a mi cuerpo.
— ¿Qué pasa? —me acaricia los labios. Importándole poco que los suyos estén partidos y sangrando.
—Ve a cuidar a Perséfone— es lo único que se me ocurre decir. Rueda los ojos y bufa.
—Sabrim la puede cuidar. Ahora dime que pasa contigo—me pica el pecho con su dedo.
— Nada—me cubro los ojos con el brazo.
— ¿No me dirás? —se revuelve.
—No.
Se bajó de mí y alza mi playera. Da pequeños besos y baja mi bragueta
—Ve afuera. Y quiero que escondas muy bien esto, que lo vuelvo a ver y te jodo. ¿Me oiste? —Le doy el frasco.
—Entendido—lo deja a un lado y mete la mano dentro de mi bóxer, saca mi polla. No estoy listo. Vaya decepción se llevaría. Pero en vez de eso, se la mete a la boca y la ensaliva, masajeándome alrededor.
Suspiro.
—Se cómo me dirás lo que te pasa—murmura. Yo solo cierro los ojos y siento sus caricias.
—Tengo un revoltijo en la cabeza.
—Dejar hacer algo por ti.
—¿Cómo qué?
Sonríe perversa. Me encanta.
— ¿Esto te gusta? — arranca el corazón del viejo. Uno que creemos no extrañaran, estaba merodeando afuera del club. Esperando entrar. Parecía vicioso.
Se deja caer en la cama boca arriba. Veo, desde el sillón frente a la cama como se lo restriega por los senos, baja por su abdomen y termina sobre su sexo. Yo solo me le quedo viendo, inhalando líneas de cocina, una por una, sin perderme detalle. Casi babeando.
—Si— me lamo los labios y camino a ella. Bajo a morder el corazón aprovechando para lamerla a ella. Me abraza con las piernas.
—¡Alexander! — gime alto.
Esto me ha dado una idea.
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