Capitulo 21. Azazel ha desaparecido
—Solo porque ella no puede estar tanto tiempo en tierra no significa que tengamos que aburrirnos en casa. Bien pudimos avernos quedado y a ella la hubieras mandado acá. —alega Alicia entrando a mi habitación.
Yo también me quería quedar en tierra, pero no puedo mandar a Perséfone sola a mi castillo.
Y pensar que ya hasta tenía la casa que me dio Carl preparada.
—Lo siento—murmura Perséfone bajando la cabeza, entrando detrás de Alicia.
—No es tu culpa— mascullo atrás de ellas.
Alicia se tira en la cama. Extiende los brazos y piernas. Me mira sonriente.
—Hoy me toca cama ¿verdad?
—Si.
Perséfone me observa de reojo.
—Alicia dijo que los gritos eran estremecedores, pero yo no los escucho, no tengo calor ni me siento mal por estar en el infierno—la miro y sonrío.
—Este no es el infierno, es el hades. No sientes calor porque aquí no lo hay, de hecho, aquí hace frio y no escuchas los gritos porque estamos bastante lejos de las almas solo que Alicia si los alcanza a oír.
— ¿El hades? ¿Y cómo puedo soportar entrar aquí?
—Por aquí es por donde paso a los humanos que se volverán futuros demonios, está acondicionado para eso.
Silencio de nuevo.
Se sienta en el sofá frente al ventanal. Su cabello de torna plateado de arriba hacia abajo. Se cubre de prisa, avergonzada.
—No me veas.
—¿Por qué no te gusta? Déjalo— me siento a los pies de la cama. Alicia se recorre un poco y se pone de lado con un brazo en la barbilla. Viéndonos atenta.
—Es horrible. Odio que esto pase— se levanta. Va a la puerta. La detengo tomándola del brazo.
—Y siempre pasará. Solo...déjalo pasar. Te ves...bien así— fija sus ojos en mí. Se queda pensando. Como me gustaría saber lo que pasa por su cabeza.
Me sonríe y le regreso el gesto.
Que mierda me pasa. Joder.
—Iré por algo al bar. Y te traeré algo para comer. —Desvío la mirada a Alicia— Alicia, vamos— le hago seña con la cabeza. Está a punto de reclamarme cuando la miro fijamente.
—Está bien—suspira resignada.
Baja de la cama y pasa por mi lado. La sigo y la puerta se cierra detrás. Bajamos las escaleras y vamos directamente a la cocina. Ella va mirando abajo, odia ver los cráneos, pieles y demás trofeos que he ganado en batallas.
Inmediatamente busco algo de beber. Algún día tendré un mini bar en mi solitario castillo, y quizás algunas súcubos bailando. Algún día tendré una Diosa bailándome con poca ropa. Perséfone es muy tímida, no creo que se atreva. Pero y, Alicia...
—¿Qué quieres comer? —pregunta metiendo mano en el congelador.
—A ti— cierro el congelador y la acorralo ahí, presiono mi cuerpo con el suyo. La beso violentamente. Casi enterrando mis colmillos en sus labios. Bajo por su cuello, beso, succiono y lamo. Necesito esto, de verdad que si necesito alejar de mi mente a la Diosa o terminare por volverme loco.
—Alexander...pero que haces, aún no termina mi...—suspira— transformación.
Sonrío de lado. No quiere, pero ya está bajando las manos.
—Averigüémoslo— clavo mis dientes y su deliciosa sangre sale disparada directo a mi boca. Ella sisea de dolor, pero se queda quieta.
—Sin dolor no eres feliz ¿verdad? — no me importa lo que diga.
Gimo de placer. Estoy en mi nube. Es tan deliciosa que... ¿y si creo más linaje solo para beberme su sangre?, sería algo grandioso ¿no?
Ando tan hundido en mis pensamientos que hasta después de un rato me doy cuenta que a mí ya no me pasa lo mismo.
Sonrío para mis adentros.
—¿Ya te disté cuenta? —me separo.
—Sí. Ya ha terminado —tuerce la boca.
—Te deberías alegrar. Los golpes disminuirán. Ahora te toca gozar. —sonríe. Es hora de cambiar a nuestra forma humana. Hay que celebrar. —subo y bajo las cejas.
—Hazlo—murmura. Me rio bajito. La hago rodear mi cadera con las piernas. Lame mis labios y luego nos une en un beso hambriento. cambiamos rápido a nuestros cuerpos humanos. La llevo a la mesa y le subo el vestido hasta sacarlo de su cuerpo. Me desabotona la camisa y abre mi pantalón. Quito su sostén. Me lamo los labios al ver eso. Hago sus bragas a un lado y entro en ella de golpe. Me recorre un escalofrío. Muerdo mi labio. Joder. Se siente tan bien.
Se afianza a la mesa, estrujo sus muslos para abrirle más las piernas y embisto repetidas veces. Echa la cabeza atrás y suelta un excitante gemido. Jadeo. Veo sus senos saltar. Sus pezones endurecerse y voy a ellos. Los lamo y succiono. Me jala del cabello para alzarme la cabeza. Entierra la cabeza en mi cuello y mordisquea mi oído. Siento mis piernas flaquear. Ok, ha descubierto mi punto débil.
—¿Te gusta papi?
—Cierra la boca— cubro su boca y la empujo contra la mesa. Gime adolorida y se arquea.
Alguien detrás carraspea. Le doy un rápido vistazo. Gruño al enterarme quien es.
—Alexander, tenemos que hablar.
Es mi padre. De pie en el marco de la puerta principal. Desvía la mirada al ver lo que estoy haciendo.
A diferencia de él, yo no me cohíbo. Podría follar a media calle mientras él se encerraría en una habitación. Obvio le encantan las orgias, lo he visto en más de una ocasión, pero solo a sus demonios los deja observar.
Ruedo los ojos y sigo, sin prestarle atención.
—Ven a casa.
—No puedo, tengo muchas cosas que hacer.
—No te pregunté, a casa, ahora—y desaparece en una densa neblina oscura.
Chasqueo la lengua.
Bueno, puedo pasar de rápido.
Alicia rodea mi abdomen y clava sus uñas en mi espalda. Jadea en mi oído y lame mi cuello.
Más le vale que sea importante.
Salgo de ella.
—Vuelvo en un rato— subo y cierro mi pantalón. Se baja el vestido y se pone el sostén con tranquilidad.
—Voy contigo.
—¿Y quién cuidará de Perséfone?
—Que se cuide sola— dice con gesto de asco.
—No sabe.
—Pues deberías enseñarle.
Sonrío.
—¿Por qué no le enseñas un poco de lo que te he enseñado? no estaría mal.
—No es como nosotros—se cruza de brazos.
—No, pero es una Diosa
—Una Diosa tan frágil que quisiera...romper— sonríe perversa. Me lamo los labios. Es el sueño de todo demonio.
—Si...—sonrío imaginándola rompiendo su estado físico mientras yo me centro en lo psicológico. Y así, tenerla para nosotros. Pero después mi angelillo interior dice que semejante Diosa no debe estar cautiva. Y la sonrisa se desvanece —...pero no podemos. Te propongo un trato.
Alza una ceja y deja caer su peso en una pierna.
—Me acompañarán, pero a cambio deberás enseñarle a defenderse.
Bufa y rueda los ojos.
—No me cae bien.
—¿Aceptas o no?
Suspira derrotada.
—Acepto.
Nos transportamos al infierno. Esta vez entramos por la puerta principal y no por el castillo familiar. Alicia me aprieta la mano, temerosa. Poco a poco tomo su forma original igual a la mía. Perséfone solo se pega lo más que puede a mí.
—No tengan miedo— avanzamos. Pasando entre demonios menores que dejan de follar o torturar para girarse a vernos. Me hace gracia como las ven de pies a cabeza. Creo que para la otra les daré ropa más grande y larga... ¡na! Por mí que anden desnudas.
Me muerdo los labios al imaginármelas.
—Camina—le doy un leve empujoncito a Alicia para que camine delante de mí.
Alicia ve todo con miedo y terror al ver los cubos, las almas y escuchar los lamentos. No parece la diablilla que hace unos momentos gritaba mientras me la follaba.
—Huelen tu miedo—le digo en el oído mirando a los demonios interesados en ella —deja de temer o te dejaré a su disposición.
Gira la cabeza y me mira.
—Esto no me gusta Alexander
—Acostúmbrate porque aquí es donde trabajarás dentro de poco—sonrío de lado —regresaré a custodiar las puertas y tú me acompañaras.
—No quiero—niega varias veces —no quiero venir aquí.
Frunzo el ceño y la vuelvo a empujar.
—Lo harás.
—¿Y yo que haré? — murmura Perséfone caminando cautelosa.
—Serás guardiana también.
—¿Qué? — Alicia se detiene y gira a verme con desagrado haciéndonos parar — yo tu asistente y ¿ella tu par?, no es justo, yo...
—Es por eso que Alicia te enseñará algunas cosas para tu defensa— le guiño el ojo a Alicia y entiende. Asiente y vuelve a caminar, nada contenta.
Llegamos al puente de los susurros.
—Es aquí donde yo voy para allá—señalo a la derecha — y ustedes van para allá— señalo a la izquierda. —sigan derecho y llegarán a las escaleras, que dan a las habitaciones.
—Pero...
Doy la vuelta dejando con la palabra en la boca a Alicia. Voy camino a la oficina de mi padre. Entro tranquilamente y frunzo el ceño cuando veo quien está sentada en el sillón cerca de la puerta.
Mi madre.
Me siento frente a su escritorio mirándola con fastidio y....y....la odio.
—Hijo— se acerca a mí. Va a tocarme la mejilla, pero volteo a otro lado.
—Qué quieres
Se ha cortado el cabello, ahora sus rizos caen hasta tocar sus hombros cubiertos por la toga blanca. Su piel es tan clara y brillante que me fastidia. Todo ese brillo que irradia me molesta.
Es por eso que apenas soporto un par de días en el cielo, de visita. O más bien cuando soy prácticamente obligado a matar ángeles que buscan rebelarse bajo la máscara de "limpieza anual". Y de paso termino con algunas angelitas en la cama. Me gusta hacer caer a los emplumados para que se apaguen.
Lucifer se quita de la ventana y se acerca para sentarse al otro lado de su escritorio.
—Belial, tu madre ha decidido quedarse algunos días— habla mi padre.
—¿Para qué? —lo miro apretando los dientes.
—Nos ayudará con los cazadores y además...
—¿¡Nos ayudara!? —la miro— ¿por qué mejor no traes a Azazel para que nos dé el contra de las armas que tienen aquellos? ¿eh?
—Azazel ha desaparecido.
—¡Oh, vaya! ¡qué coincidencia! Y solo así te dignaste a venir.
—Fui enviada a su rescate.
—¡Ah, claro! Pues me lo saludas y le dices que se vaya a la mierda— me levanto alterado. Lanzo la maldita silla al lado.
—¡Belial! — ruge mi padre, molesto.
Paso de él. Voy a la puerta.
—¿¡A dónde vas!?
—¡Tengo mejores cosas que hacer!
—Hijo...—camina a mí, me toma del rostro y me obliga a mirarla a los ojos. Le hago saber que estoy molesto mostrándole unos ojos rojos, inyectados de sangre. —vine aquí también porque quiero que tratemos tu problema.
—Yo no tengo ningún problema —trato de abrir la puerta, pero la cierra.
—Cada que mueres siento tu energía quedar atrapada en el limbo y eso me duele.
—Oh, ahora si te importa—fricciono los dientes.
—Claro, eres mi hijo y no quiero que sufras.
—Te recuerdo que yo...—le pego un tirón a la puerta y por fin me deja abrirla. —...no siento nada.
Voy por el camino dando fuertes pisadas. Furioso. A lo lejos escucho la voz de Perséfone maldecir y seguidamente soltar en llanto.
Voy allá. Es la taberna donde se reúnen los pequeños bichos recién llegados. Y me topo de frente con ella cuando sale corriendo. En frente, Alicia, que se encuentra bebiendo en la barra, rueda los ojos. Le hago señas que la siga y niega. Le vuelvo hacer seña y sale detrás de ella a paso forzado y con el ceño fruncido.
Me siento en un taburete y es cuando veo a la causante del llanto de la Diosa.
Morrigan, su hermana, que siempre la hace llorar.
Bebe tranquila a mi lado, con una sonrisa en la boca.
—¿Te diviertes haciéndola de menos? — pido un trago al ciclope que atiende.
—Es divertido— responde girándose a verme. Se le borra la sonrisa al darse cuenta con quien habla.
La miro de reojo. El ciclope me pone enfrente el vaso. Lo bebo sin importarme nada.
—¿No tienes una batalla pendiente? — me sorprendo, pero no lo demuestro. En su lugar, me rio.
—¿El ser segunda Muerte te ha hecho valiente? — pregunto con sarcasmo.
—No— se alza de hombros. Y luego balbucea algo que no logro entender. Y es ahí donde me doy cuenta. Está ebria. —te invito otra.
Le hace señas al bar tender y este asiente y me trae otro trago.
Entramos desvistiéndonos. Se alza y enrolla las piernas en mi cadera. Nos besamos hambrientos. La empujo en la cama. Subo su vestido y le abro las piernas. Jadea. Me atrae a ella y me envuelve haciéndome caer entre sus piernas. Me apoyo en la cama, a los lados de su cabeza. Me restriego. Se arquea.
Me suelta y aprovecho para cambiar mi forma humana y bajarme el pantalón. Entro en ella y embisto varias veces seguidas. Me acaricia la espalda y jadea mi nombre. Meto mi mano para bajar su sostén. Pellizco sus pezones y gime. Acelero.
La puerta se abre, rechina. Y un jadeo de sorpresa se escucha.
A Alicia no le importaría, es más, se uniría. Así que volteo. Y veo a Perséfone en vestido de pijama, con una lámpara de aceite. La cual cae cuando su mano tiembla. Su piel se pone pálida y sus piernas flanquean. Sus ojos se llenan de lágrimas y me da una mirada llena de dolor que me revuelve el estómago.
Da la vuelta y camina por el pasillo.
Miro a Morrigan, sonríe. Gruño. Ese era su plan.
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