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Capítulo 2. Las Diosas

El cielo rugió, sus ojos se apagaron y por fin los gritos se dejaron de escuchar. La dejé caer al piso, sin vida. Escuchando como su cabeza rebotaba contra el frio y mojado pavimento.

La lluvia siguió empapándole la poca ropa que ocupaba su delicado cuerpo, algunos cabellos le cruzaban el rostro simulando cortadas.

La Muerte, a mi lado, sonrió con placer. Tendría que tachar otro nombre de su lista.

—¡Belial! —alzamos la cara y ambos vimos como Ivory, mi demonio personal, corría hacia nosotros. Conforme salía del portal iba tomando forma humana: una pelinegra de ojos verdes, piel bronceada y escultural cuerpo.

—Te...—llegó frente a mí, jadeando agitada —...están buscando.

—¿Quién? —pregunté, extendiendo las manos para que la lluvia terminara de quitar la sangre de ellas.

—Lucifer.

Mi padre, si, ese del que todos hablan, el ángel caído.

Tomé por los pies a la mujer y la acomodé completamente bocarriba para después silbarle a mi perro de tres cabezas; cerbero. Quién estaba sentado al lado de Muerte, observando la escena, esperando por su cena, se abalanzó sobre la mujer desgarrándole el torso para devorar sus entrañas. —Buen chico—le palmeé el hocico.

—Iremos, dense prisa— caminamos rápido desvaneciéndonos poco a poco para bajar al infierno, a casa. Saliendo de aquella deshuesadora de autos que ya nadie visitaba.

Los gritos, las llamas y el calor nos reciben. Caminamos por el puente de las almas perdidas y atravesamos el pequeño jardín de las flores marchitas de había cosechado mamá. Todo sigue igual, el cielo naranja y los castillos de mármol de los demás demonios importantes alrededor del de la familia; el único de piedra oscura adornado con obsidiana. Pronto llegamos hasta el castillo familiar, los guardias me hacen reverencia y abren la gran puerta, entramos a paso lento y veo un gran séquito de legiones recibiendo ordenes de mi padre.

Como siempre.

La puerta se cierra tras de mí y en ese momento todos callan y giran las cabezas a ver. Miles de ojos negros iguales a los míos se clavan en nosotros y de inmediato hacen reverencia. Los ignoro y sigo caminando hasta la plataforma donde se encuentran los tronos y tomo asiento en el mío. La corona negra que nos distingue hace su aparición en mi cabeza. Le hago seña a mi padre para que continúe hablando y él vuelve a lo suyo.

Cuatro tronos, cuatro coronas y solo tres ocupadas además del mío. Dos son más altos que los otros dos. Uno es donde se supone debería ir mi madre que seguramente está en el cielo guardando la calma mientras nosotros nos la arreglamos solos. El otro es donde mi padre está sentado con pierna sobre la rodilla contraria mandando y ordenando a sus legiones dar pelea, y a su lado, de pie, Adramelech, el demonio más longevo de la historia, el primer residente del infierno, el anterior guardián, él fue quien me enseño algunos trucos, digamos que es algo así como mi abuelo paterno.

En el otro está mi hermano; Asmodeus es el único idiota que cree que tendrá recompensa por salvar nuestro patrimonio. No sé qué espera si sabe lo que obtendrá: larga lista de espera para recibir algo por parte de nuestro padre.

Yo solo quiero acabar lo más pronto posible para regresar a casa y desangrar a quién se me ponga enfrente.

Así que me recargo en el respaldo, me apoyo en la posa brazos, estiro los pies y que el mundo gire.

—Pensé que no vendrías—susurra mi hermano y no hago más que voltear los ojos hacia él. Sigue viendo al frente, inclinado ligeramente hacia mi lado.

—¿Dónde están los demás? —murmuro. No queremos interrumpir a Lucifer, se pondría gruñón.

—En lo suyo—ruedo los ojos. Me acomodo de nuevo.

Bufo. Vuelve a su posición. Observo con atención a todos. Mismos soldados, mismas armaduras plateadas, mismas expresiones vacías y mismas figuras sombrías. De repente todos voltean a mí, incluso mi padre.

—Tu presencia es necesaria aquí, ya que se han unido ejércitos en nuestra contra y lo peor es que planean arrebatarnos el trono. — anuncia mi padre.

—Mi deber es custodiar las entradas, no cuidar de ustedes. —aclaro enfadado.

—No me has entendido, quieren derogar nuestra existencia para quedarse con los tronos.

—Es imposible— suspiro fastidiado —las puertas están selladas— afirmo irguiéndome en mi lugar, cruzando los brazos y relajando la postura, volviendo a esa pose chulesca y despreocupada de siempre.

—Han abierto nuevas y han empezado a atacar reinos, tus hermanos están reteniéndolos lo más que pueden, ya hemos mandado por ayuda...pero no nos damos abasto, tienes que ayudar.

—Estoy esperando por toda la información. —mi padre suspira con alivio y ordena a todos abrir paso a los reinos aledaños dando por finalizada la reunión.

—Ahí vienen.

Veo como las grandes puertas se vuelve a abrir.

Muerte llega a mi lado, susurra algo en mi oído y yo solo puedo esperar por más información para el ataque.

Primero entran los demonios de mayor jerarquía. Viene la malcriada Allaton con almas afligidas encadenadas de pies y manos, los arrastra tirando de sus cadenas detrás de ella. Lamo mis labios, me encanta el sufrimiento que emanan. Ella clava sus ojos violetas en mí, me sonríe, pero no me importa, no está a mi nivel, es solo una demonio "importante" porque heredó el lugar de su padre asesinado por humanos. Después sigue Bilé, un demonio cambia formas, detrás de él vienen sus legiones cargando un ropaje hecho de piel humana. Sigue Elerie con su ejército de demonios con forma de vikingos que desprenden hierro incandescente.

—Todos con sus entradas triunfantes y tú solo entraste como cualquiera — murmura Asmodeus con burla a mi lado. Ruedo los ojos.

—Yo no doy circo.

Mi sangre hierve cuando veo entrar a dos Diosas de la guerra. Morrigan y Atenea hacen que todos observen sus majestuosas apariciones. Mi estómago se revuelve.

—Qué es esto, yo soy suficiente para terminar con lo que sea que nos quiere destronar. —aprieto mis puños. Miro furioso a Lucifer, pero este me ignora.

Y la entrada de Mammón con sus cabellos dorados es la gota que colma el vaso. Ese idiota avaricioso me debe miles de almas doradas.

Me levanto de inmediato, gruñendo por lo bajo, bufando cuan toro. Voy a cobrarle y a cortar cabezas a diestra y siniestra.

—Pasemos a la sala de reuniones. —habla Lucifer.

Muerte me toma del brazo y le pego un manotazo, mis ojos arden de ira, mis dientes pican mis labios.

—Lucifer tenemos que hablar. —gruño.

—Primero la reunión —y se aleja con los representantes de cada reino. Entran a la sala.

No voy a entrar, que se joda, que se jodan todos. Voy a hacer un gran alboroto y así hablara conmigo.

—No, no, no —Muerte me sonríe con sus labios pintados de carmín. —Vamos adentro y escuchemos. Después iremos a donde quieras.

Me frustro.

—Sólo obtendremos información, lo demás lo haremos nosotros. —continúa.

—Tienes razón —asiento despacio. Solo información. Solo eso y nos largaremos.

Entro a la sala, guardándome el enojo en las entrañas, voy al asiento al lado de mi padre y escucho con atención su relato.

—Todo comenzó cuando el lado noreste comenzó a enfriarse cuan congelador y a caer nieve tapizando los bosques de los castillos que ahí residen, acto seguido estos fueron atacados y poco supimos de ellos hasta la fecha. Tiempo después nos llegó una nota que dejaron al pie del castillo donde decía que había surgido un nuevo conquistador y que venía por los tronos. Como las puertas están selladas deducimos que han abierto nuevas.

—¿Y por qué no me he enterado de esas nuevas puertas? — cuestiona Adramelech.

—Eso tenemos que averiguar y para ello deberás ir allá—demanda mi padre exigiéndome con la mirada, como es su costumbre.

—Bien, necesito mi ejército.

—No lo necesitas. Ve pronto, ese es tu trabajo. —vuelve la vista al frente, ruedo los ojos con fastidio — Los hechiceros contendrán y ubicaran los puntos débiles mientras los demás refuerzan la seguridad, en cuanto Belial tenga la información será más fácil ir por el líder.

Ahora resulta que seré el informante. Hasta donde he llegado. Brávo Belial.

Me levanto. Esto es deplorable. Camino a la salida. No soporto ni un minuto más.

Apenas cruzo la puerta y la mano de Lucifer me sujeta del brazo.

—No hagas una estupidez Belial—me advierte.

— O qué—respondo retante.

—Te vas a arrepentir — canturrea.

—Yo iré por mi lado y te aviso que iré por mi ejército quieras o no. —me doy la vuelta dispuesto a irme.

—Tú no harás nada de eso.

—¿Quieres ver que sí? —lo reto. Mi furia crece, a este paso terminare con los invitados.

—Hem, lamento llegar tarde— una delgada voz femenina nos interrumpe. Volteo a ver de quien se trata y me topo con unos ojos verdes como los bosques. Su olor es suave, su oscuro cabello y su agitada respiración delata que corrió demasiado. No me importa, pero su delgada y delicada figura humana no hace más que airarme más. Y lo peor es que también lleva en el brazo la marca que distingue a los Dioses.

Es alguna Diosa, pero no recuerdo cual.

—¿A ti quién mierda te dejo entrar? — rujo desfundando mi espada rápidamente y poniéndosela debajo del mentón.

Su piel pierde color, su mirada y su rápido palpitar hacen saber que está asustada. Y me gusta, me gusta que me tenga miedo.

—Belial basta — exige mi padre avanzando hacia mí.

—Yo debería saber quién entra y quién sale, por eso soy el guardián ¿no? —lo miro de reojo.

—Compórtate o dejarás el puesto libre.

—Esto no se quedará así— amenazo. Muerte me sujeta el brazo y tira de mi hacia atrás.

—Más te vale que lo dejes así—responde Lucifer.

Doy media vuelta. Los descuartizo con la mirada a todos y camino a la salida.

—Muerte, requiero tus servicios.

—¡Ella no está disponible!

—¡Belial basta! — Lucifer ruje y todos guardan silencio. Se deja de oír hasta el mínimo respiro. El ambiente se torna tenso. Muerte se queda en medio sin saber qué hacer. Observa a mi padre y después a mí, luego viceversa.

—¿Sabes qué? quédate —guardo mi espada y salgo de prisa del castillo, pensando, planeando una estrategia.

Atravieso los sitios de castigos, saboreo las almas. Imaginando comerlas todas. Imaginando nutrirme con su sufrimiento y desgracia. Se ven jugosas.

—Qué gusto verte por aquí — la rubia reina de las súcubos me recorre con la mirada con una sonrisa de oreja a oreja.

Lilith, la actual amante de Lucifer.

Dije que me las iba a pagar y la oportunidad esta frente a mi dejando ver sus duros pezones a través de la delgada y ajustada tela del vestido que cubre su curveado cuerpo.

—¿Damos una vuelta, Lilith? — sus rojizos ojos toman brillo.

—Claro.

Sube sus piernas a mis hombros y rasguña mi espalda, gime alto y cubro su boca. Me muevo cada vez más rápido.

No pensé que el sexo con súcubos fuera tan satisfactorio, van tres rauns y casi me termino su sangre.

Y pensar que iba a contarle a Lucifer para terminar mi venganza.

Sus grandes pechos suben y bajan. Los amaso y pellizco los pezones. Lame mi mano sobre su boca. Me deshago en temblores. Ya casi me corro.

Vuelvo a clavar los dientes en su cuello y su dulce sangre sale proyectada a mi boca. Me deleito con su sabor. Algunos hilitos escurren por las comisuras. Apenas escucho que se corre y salgo de ella de inmediato para correrme afuera.

—Quizás deberíamos hacer esto más seguido— dice jadeando.

—Yo creo que no— bajo de su cama y comienzo a vestirme.

—Lucifer no se enterará.

—Debo irme— salgo a la velocidad de la luz. Guardaré este as bajo la manga por si lo necesito de verdad, ya pensaré que otra cosa hará a Lucifer revolcarse de rabia.

Observo como los ejércitos salen por la puerta principal. Ya debe haber acabado la reunión.

Voy a buscar a ese rufián.

Camino de regreso hacía la sala a ver si lo veo y no sucede así. Lo busco entre los demás. Me sorprende cuando lo veo subir hacía la azotea. Mira a todos lados y camina casi de puntitas como si tratará que no lo descubran.

Pero yo ya te vi Mammón.

Voy detrás de él. Desenfundando mi espada. Subo a paso lento escuchando susurros.

Cuando estoy cerca, rio para que se asuste más y así lo hace. Entro alzando la mano, lanzándolo por el aire. Me mira horrorizado al aterrizar y corre a esconderse detrás de otro demonio igual de avaricioso que él: Zauron.

Ambos parecen congelarse ante mi presencia.

—Quiero mis almas ahora.

—No tengo nada, deja buscarlas, no he tenido tiempo —responde apenas asomando la cabeza.

—Estas linduras te atravesaran y sabes que su veneno es letal para ustedes— le advierto. Sus ojos dorados me miran con miedo.

—Te las pagaré lo juro, solo dame más tiempo.

—¿¡Más tiempo!? ¡Van más de diez mil años!

Me acerco más. Zauron alza las manos y retrocede.

—Tal vez hay una forma mejor de pagarle, háblale de lo que te conté— le pide a Mammón.

—¿Qué? — pregunto. Ambos se quedan quietos aún con pánico en los ojos.

—¡Mammón! — Zauron le llama a tierra, pero él otro se ha quedado petrificado del pánico. —Agh, bien, yo le diré— me clava la mirada tratando de aparentar seguridad cuando todos sabemos que casi se está cagando en los pantalones. — En la tierra hay un grupo de humanos que han cerrado pactos con nosotros y tienen muy buenas cosas, les llegan buenas mujeres con almas tan sucias y otras tan puras que te derretirán la boca, muchas joyas, hay mucha diversión. Todo lo que te gusta. Tu solo pacta con uno de ellos y disfrutaras de lo que quieras.

Me lo pienso. Hmm, podría probar.

—Primero veré y si me conviene tal vez acepte unas cuantas.

—Sí, hazlo— Mammón vuelve a asomar la cabeza.

—Pero si no, me darás las almas que me debes y lo duplicarás por el tiempo que me haces perder ¿entendido?

Ambos asienten rápido.

¿Joderle la existencia a mi padre y arriesgarme a que vuelva a desaparecer este imbécil por otros diez mil años más ó ir con ellos y hacer esperar por mi presencia a mi padre?

Hmm ellos se las apañaran, tiene Diosas para entretenerse, yo puedo acabar él trabajo en un pequeño momento.

—Bien, vamos.

—Em sí, pero, debes portar piel humana, si nos ven así podría causarles conflictos mentales. Yo tengo....

—Tengo la piel que me obsequió mi padre. La que uso cuando voy a la tierra, a Alexander.

—Hecho.

Mammón sale de detrás del otro y pasan por mi lado oliendo a miedo puro.

Río bajo siguiéndolos hasta la puerta principal donde empiezan los crudos y más crueles castigos. Ahí, abrimos un portal rumbo a la tierra...

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