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Capitulo 19. El instinto me llama (Maratón 3/4)

Observo embelesado como dos pelinegras de poca ropa le bailan a Ares en la mesa contigua.

Frente a mi tengo a Alicia y a Perséfone, la última bebe de su vaso de agua y evita mirar a las bailarinas, Alicia ve todo con diversión y bebe de mi cerveza.

Menos mal que Alicia le prestó ropa que si no se hubiera visto muy raro una mujer con un vestido griego en un club nocturno.

—¿Podemos irnos ya? — pregunta enfadada Perséfone.

—¿Qué?, pero si es divertido, aquí me quiero quedar. —alega Alicia.

Las miro alternativamente. No sé qué hacer.

Suspiro.

—Te llevaré a una habitación y me esperarás ahí un rato ¿vale? —le digo a Perséfone. Frunce el ceño.

—Por favor Belial, vámonos.

Le hago seña con un dedo en los labios que guarde silencio y se acerque.

—Aquí, en la tierra, llámame Alexander. —le digo en el oído.

Asiente y vuelve a enderezarse.

—Vámonos a casa, Alexander.

—Te llevaré a una habitación y no quiero que salgas para nada, ni abras la puerta. Un rato más y nos iremos

Asiente no muy convencida.

—Tú espérame aquí—señalo a Alicia y ella asiente animada.

Perséfone y yo nos levantamos de la mesa, atravesamos los revoltosos y subimos las escaleras hasta llegar al pasillo, busco la puerta de la habitación al fondo, donde casi nadie va y la abro. Entramos y me aseguro que esté libre y sobre todo limpia.

—Aquí espérame—cierro la puerta sin darle tiempo a contestar. Guardo bien la llave en el bolsillo del pantalón y vuelvo a la mesa. No veo a Alicia. Me altero. Maldición, ¿Dónde se metió esa diablilla?

La busco con la mirada. Suspiro aliviado cuando la veo arriba de la barra bailando sensualmente a los hombres que la rodean. Me acerco. Se ve magnifica. Me mira y me hace señas que me acerque más. Llego a la barra y se agacha poniéndose en cuatro hasta hacer tocar nuestros labios. Nos devoramos la boca al instante. Me empuja y me lanza una mirada juguetona. Se alza y continúa bailando. Me hago a un lado para pedir una cerveza más y seguir viéndola bailar. Se mueve tan bien.

Pierdo la cuenta de cuantas cervezas me tomo y veo a uno de los distribuidores al otro lado que, aparte de Iván, siempre llevan coca encima. Le hago señas y viene a darme una bolsita, a discreción me la pasa por debajo de la mesa y le regreso un billete.

Me hago más a la orilla, un lugar donde no me vean tanto las cámaras, donde me cubran lo suficiente los humanos. Es solo por tema legal, el "Black light" solo es un club de bailarinas y fiestas swinger, no hay comercio de drogas...o bueno, esa es solo la fachada.

Me preparo líneas sobre una barra y esnifo una por una. El efecto no es inmediato, pero cuando ocurre solo me veo bailar con varias mujeres en la pista de baile mientras bebo una y otra cerveza. El ambiente es tan excitante que me duele la polla, quiero descargar.

Una de ellas se acerca a mi tan provocativamente que me hace ir tras ella. Le rodeo la cintura y bailamos tan pegado que con cada restriegue siento que ardo. Beso su cuello.

—Vamos arriba.

—Si—jadea.

Me guía. Estoy perdiendo el sentido. Subimos entre tropezones y entramos en la primera puerta que no tiene el tarjetón de "ocupado". Apenas cerramos la puerta y nos devoramos la boca con lujuria. Me baja la bragueta y le subo la falda camino a la cama. La empujo y caigo entre sus piernas. Me introduzco en ella y suelta el primer gemido tan alto que creo se escuchó en la habitación de al lado.

Embisto sin delicadeza, me agarro de la cabecera con una mano para darme más movilidad mientras que con la otra mano la tomo del cabello y la jalo hasta alcanzar su boca y meterle la lengua. Aumento las arremetidas. Estamos sudando. Me alza la playera hasta sacarla de mi cuerpo y lanzarla lejos. Acaricia mi torso. Araña mis brazos. Muerde y lame mis labios. Pellizco sus pezones. Se arquea aullando como perra en celo. La tomo de la cintura y acelero. Y así seguimos por varios minutos. Me salgo de ella y le hago dar vuelta, acaricio sus nalgas y me hundo en ella. Jadeamos. Clavo mis uñas en sus nalgas y echo la cabeza atrás. Esto es la puta gloria. La jalo del cabello atrás. Gime. Minutos después se tensa y termino dentro de ella.

—Maldita sea Perséfone— ella me mira confundida y poco a poco se va transformando en enojo. Mierda, que mierda. —Olvida eso. —la nalgueo.

Pero yo vuelvo a estar duro y aún tengo energía para saltar de un lado a otro.

Algo huele bien en el otro cuarto.

Me levanto despacio, camino metiéndome la polla al bóxer y abrochándome el pantalón. Voy a donde me llama el exquisito olor. Me doy cuenta que es la habitación donde dejé a Perséfone.

¿Estará dormida?

Busco la llave y abro. La escena me deja boquiabierto.

Ella duerme con medio cuerpo destapado. Solo deja ver su delicada espalda y su silueta curvilínea me llama, en especial ese apetitoso culo redondo y cuando menos lo pienso ya estoy acariciándolo. Ella despierta asustada.

—Me asustaste—se sienta tocándose el pecho. —¿Beli...Alexander?

No puedo quitarle la mirada de encima. Esa ropa ajustada le hacer ver un cuerpo espectacular.

—Álzate la blusa—con un dedo alzo su blusa, pero salta atrás antes de dejarme ver lo esperado.

—¡Alexander! —se cubre con los brazos.

—Déjame ver.

—¡No! ¿Qué te pasa? ¿Estas ebrio?

—Hazlo—subo a la cama me siento en sus muslos antes de que salga corriendo. —quiero follarte.

La tomo de la nuca y la pego a mí. Uno nuestros labios. Tarda en reaccionar. Mueve los labios un poco nerviosa, pero lo hace. Quito sus brazos poco a poco y alzo su blusa. Me separo para ver un par de senos grandes y suaves.

—No me veas así— me enciende verla sonrojada.

Me lanzo otra vez a su boca y bajo por su cuello hasta ellos. Remuevo el sostén con ansias y me divierto mordiéndolos. Gime bajo. Los amaso, son tan suaves.

Me bajo de la cama y lanzo la cobija al piso. La jalo del brazo y la tumbo boca abajo.

—¡Alexander!

Trepo en ella y poso mis piernas a sus lados. Me restriego en su culo como un animal. Estoy tentado a gemir como loco. Coloca las manos en la cama y quiere darse la vuelta, pero le hundo la cabeza en el colchón. Entierro las uñas en sus nalgas y rompo el pantalón desde el centro.

—¡Alexander!

Alicia me va a matar, era uno de sus pantalones favoritos. Le encantan estos que son de cuero negros. Ya le comprare más.

Abro sus nalgas y escupo. Meto los dedos. Oh, joder, Esta mojada. No pierdo más tiempo y me desabro el pantalón para sacarme la polla. La entierro en ella y ¡mierda!, es tan estrecha. Un espasmo me recorre completo. Muerdo mi labio y echo la cabeza atrás. Me muevo despacio, no quiero terminar nunca.

La escucho gemir bajito. Se aferra a las sabanas.

—Hum, joder— la tomo de la cintura y sigo embistiendo.

—Alex...—jadea suspirando.

—¿Quieres más? —le pego una nalgada.

—Sí, mas, más fuerte.

—Niña mala—sonrío y me paso la lengua por los labios.

Cada que choco con su cuerpo hace un excitante ruido.

Acelero un poco. La veo revolverse de placer. Me mira de reojo. Suelto su cabeza y se alza para ponerse en cuatro. Tengo una vista perfecta. Me meto entre sus piernas y acelero el ritmo.

—Si...así—gime y voltea a verme. Nuestras miradas se conectan y.... no hay más historia.

No recuerdo más.

Despierto agitado. Mi cabeza punza y tengo sed. Me levanto de la cama. Alguien se mueve al lado y clavo la vista en su cuerpo. Es Alicia. Está dormida encima de las cobijas.

Me visto de prisa. Bajare al bar a ver que me zampo.

—Hey, te andaba buscando— también va bajando Iván. —en una hora llegan.

—Vaya, eres rápido. —me dirijo a la barra. Me siento en un taburete y llamo al barman.

—Lo soy cuando me conviene—hace señas de "dinero". Asiento.

Busco en los bolsillos y saco un par de billetes.

—No cargo mucho, siento que lo voy a perder. Deja me alivio la resaca y voy a mi casa por el resto.

—Ok— se sienta a mi lado. —¿Qué vas a pedir?

—Agua, tengo sed.

—Yo tengo el remedio perfecto— saca una bolsita de coca del bolsillo detrás del pantalón. La agita frente a mí. —¿Qué dices?

—Qué esperas—sonrío.

—¿Lo has conseguido? —entro a su oficina. Alza la mirada de los documentos.

—Sigue sin haber respuesta, ¿Qué te ha pasado?

—¿Dónde? —me siento en la silla frente su escritorio. Señala mi mejilla y parte de mi cuello.

—¿Qué tengo? —me toco. Arde.

—Una rajada ¿acaso no la sientes?

—Estoy bien anestesiado—rio a carcajadas. Se me une negando con la cabeza. Vuelve a clavar los ojos en el documento —¿Qué hay?

—Un par de terrenos en venta, solo que no me gusta el precio, es demasiado alto. —me enseña el precio. Es una suma exagerada, pero me parece justa por la ubicación.

—Tu cómpralos, yo te doy el dinero.

Me he comprado un carro, ropa y estupideces, ha sobrado bastante todavía. Que mejor que invertir.

—¿De verdad? —alza las cejas.

—Claro, mientras más se expanda el negocio, más dinero tendremos.

—En uno podríamos hacer una casa de seguridad y en el otro una casa para las grabaciones.

—Me parece bien. Pero a cambio...quiero el control sobre la casa de grabaciones

Tuerce la boca. Se rasca la barbilla, analiza el terreno. No parece muy convencido, pero asiente.

—Y además necesito la camioneta grande, uno de tus hombres para que la conduzca y un cuarto rojo.

—¿No te parece demasiado? — noto cierto toque de molestia

—Es un precio justo.

—¿Pues qué vas a hacer?

—Ya verás.

—Súbelo— el demonio de la ira lo arroja al piso de la camioneta y se trepa en él. —arranca— le ordeno al conductor. Se escuchan las llantas rechinar al salir del lugar.

Me acomodo bien la máscara blanca. Solo Ira y yo llevamos mascara, los demás un pasamontañas negro. No puedo descuidarme y que vean mi rostro, no debo quemar la imagen de este cuerpo, es el único que tengo y me gusta, me niego a poseer otro. El pasamontañas lleva descubierta la boca y ojos y la máscara solo lo justo para ver.

El anciano nos mira temblando de pies a cabeza.

—¿Qué quieren? ¿Quiénes son?

—Cállate—le pongo el arma en la cabeza.

Siento que la camioneta va demasiado rápido. Veo, a través de los vidrios polarizados como pasamos a la gente y los autos de prisa.

—Mayk baja la velocidad o llamarás la atención de algún...—y parece que los invoqué porque se escucha la sirena —policía...

Mayk baja la velocidad. Estoy tentado a dispararle en la cabeza.

—Déjamelos a mí— dice Cruell, casi babeando. Como yo, le encanta masacrar humanos.

El uniformado le ordena detenerse a un lado y Mayk obedece.

—No debemos llamar la atención o vendrán más. —me paso a la parte de adelante. Detrás del asiento del conductor. —atiéndelo y dile que ibas rápido porque tu mamá se ha caído o tu estas enfermo— le murmuro en oído mientras vemos como viene caminando hacia nosotros. Mayk baja el vidrio. Rápidamente me aseguro que no huela a marihuana. Lo dejo salir por el otro vidrio.

—No nos creerá.

Tengo una idea. Me paso al asiento del copiloto y me transformo en una frágil señora cuarentona. Trato de aparentar una piel enferma.

—Buenas tardes joven, va a exceso de velocidad.

—Sí, es que mi madre esta grave.

El policía se le queda viendo fijamente y me mira, toso. A como no le crea y le ordene bajar, tendré que arrancarle la cabeza. Miro a Cruell y sé que entiende. Asiente. Me revuelvo en el asiento, fingiendo dolor.

—Llevo prisa. —insiste Mayk. El policía mira hacia los asientos traseros. Oculto a los demás con un simple hechizo. — Señor, mi madre...

—Sus vidrios están muy oscuros ¿no cree?, ¿por qué no baja del....?

Le disparo y su cuerpo cae como saco de papas al piso.

—¡Avanza! —le ordeno a Mayk y este pisa el acelerador.

—Mierda.

Me rio viendo su cara de frustración y miedo.

—Creí que estabas a acostumbrado. Además, fue tu culpa, ibas demasiado rápido.

—No en la vía pública. Y es normal ir rápido, tenemos un padre secuestrado— voltea carias veces atrás. Muchos se han detenido a socorrer al uniformado y otros más observan asombrados la escena.

Ruedo los ojos. Valientes les decían.

—Es un sacerdote y no solo eso, alguna vez fue ángel y eso nos será de mucha ayuda.

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