Capítulo 14. La granada
—Lilith— ambos cruzaron miradas. Frías y rojizas miradas. —Te ves mejor en tu cuerpo.
—Ya lo sé, no hace falta que me lo digas— clava la mirada en Perséfone quien duerme en mi cama de espaldas a nosotros.
—Me entere que estuviste a punto de morir, ¿es cierto? —afirmo con la cabeza— ¿no tienes hambre? —sonríe de oreja a oreja.
Algo extraño me ocurre al ver como Lilith mira a Perséfone. Lilith no sabe controlarse cuando tiene a una humana cerca y más si esta humana tiene una parte de Diosa.
— ¿Has follado con ella? — pregunta burlona. — ¿qué tal si la compartes? ansío su sangre—rodea la cama hasta llegar a su lado. Me levanto de prisa sin despertarla, le coloco algunos cojines simulando ser yo y tomo a Lilith del brazo para llevarla al baño.
Cierro la puerta con seguro. Apenas doy la vuelta y ya la tengo lamiéndome el cuello mientras me desabrocha el pantalón.
—Lilith...
—Play with me—susurra hincándose y metiéndose mi miembro a la boca. Echo la cabeza hacia atrás. Joder.
—Yo también tengo hambre, pero se puede escapar— la tomo del cabello haciendo que me mire.
—Eres un demonio infiel, — se levanta y murmura cerca de mis labios — pero te asusta que se escape una niña ¿para que la quieres? — Niego.
Es imposible hablar con ella enserio. De nada sirve explicarle.
La tomo de la cintura y le doy vuelta para morderle el cuello. Un hilo de sangre escurre hasta su pecho y termino apoyándola sobre el lavamanos de espaldas a mí. Pone las manos alrededor para sujetarse, le subo el vestido y bajo sus bragas, se la meto sin miramientos. Gime alto mientras yo echo la cabeza atrás disfrutando de su calor.
—Eres un bestia—jadea.
—Has despertado mi lado bestia—gruño con la voz ronca. Le doy varias nalgadas mientras entro y salgo.
La jalo del cabello y pego su espalda a mi pecho, la sujeto de la cadera.
—Joder—gruño. Solo se escuchan jadeos y gemidos. De pronto las imágenes de los labios y piernas de Perséfone me llegan a la mente. Su cuerpo sudando restregándose junto al mío. Sus suplicas se mezclan con gemidos de placer y dolor. Su desesperación, sus ansias, me está volviendo loco.
De pronto ya no es a Lilith a quien tengo en brazos, es a Perséfone.
Le bajo el vestido a la altura del abdomen dejando botar sus pechos. Termino aferrándome a ellos. Minutos después lanza un gemido cuando se corre. En ese momento hundo mis colmillos en su cuello y su sangre sale disparada a mi boca. Mis ojos arden, Lilith toma mi brazo y se lo acerca a la boca para morder mi muñeca y después lamerla. Esto me estaba poniendo cachondo de nuevo.
Regresamos ya vestidos, me siento completamente relajado, como nuevo. Perséfone continúa dormida.
— ¿Te gusta? — señala a Perséfone con la cabeza. Se sienta en la cama cruzando las piernas.
—No sé por qué preguntas eso— me quito la playera y la dejo sobre el respaldo de una silla.
—Te corriste pensando en ella— me detengo y la observo serio. —Escuche tus pensamientos, sabes que si son muy fuertes los puedo oír ¿la deseas? — Me dejo caer en la cama.
No respondo, me quedo pensando. ¿La deseo? Por supuesto que sí. Pero que me guste más que para otra cosa ya es otro tema.
—Tómala antes que lo haga lucifer.
—Hablas de ella como si fuera un objeto.
—Lo es.
—No lo es.
—Oh lo siento cariño ¿te recordó algo? — la sangre me hierve. Gruño y me lanzo sobre ella. Quiero morderla hasta dejarla marcada y luego beber su sangre hasta matarla.
De nuevo mis instintos no me permiten controlarme.
Pero ella astuta sabe cómo detenerme o por lo menos que no la mate. Me rodea la cadera con las piernas, jala mi cabello para que deje su cuello y le dé la cara y me besa.
Follar estando envuelto en ira no era la mejor opción teniendo a una humana cerca pero así fue esa noche entre gemidos bajos y metidos debajo de la cobija.
Esto no puede ser posible...
Esto tiene que ser una maldita broma.
El bosque...parece que hubiera pasado aquí una catástrofe. Y yo necesito las ramas fuertes. ¡Joder! Pero si se están cayendo a pedazos.
—Quiero a mi hija de vuelta —una voz varonil me exalta desde atrás.
Volteo a verlo. Furioso. Es el padre de Perséfone. Cruzado de brazos, tratando de verse imponente con su alto y musculoso cuerpo. Me río de él. Soy igual de alto y musculoso solo que con miles de años menos y sin barba. Y no necesito de mi cuerpo para imponer, basta con mirarme a los ojos y las piernas te temblarán.
—¿Qué te hace creer que yo la tengo?
"déjamelo a mí"
Ares sale de detrás de mí y se pone en medio. Comienzan una batalla de miradas hasta que Ares sonríe.
—Jaque mate— dice en tono burlón. —ya sabes que tienes que hacer. —añade imitando su posición. Zeus retrocede sorprendido. Se quedan en silencio unos minutos hasta que por fin habla.
—Conmigo no quieras jugar.
—No estás en condiciones de ponerte así.
Me mira. Le muestro mis ojos negros y afilados dientes. Quiero que note que no se la pondré tan fácil.
—No quiero que le hagas daño a mi hija.
—Tendrás que darte prisa— casi puedo saborear su desesperación. Está atrapado.
—No me rendiré tan fácil —entonces saca su espada y Ares se le echa encima.
Forcejean y ruedan un par de metros.
"Irán por ella, esto es sólo la distracción, ve"
Le doy un último vistazo al sitio donde surgiría mi ejército y abro un portal directo a casa, arranco el fruto y lo llevo conmigo.
Subo las escaleras de prisa.
Espero que funcione...
Perséfone, si algún día llegas a leer esto quiero que sepas que era necesario...soy egoísta...te quiero a mi lado, para mí solo.
Cuando llego a ella. La muevo despacio. Abre los ojos y sonríe.
—Belial, volviste...
—Siéntate... —la ayudo— llevas mucho tiempo dormida, supongo que tendrás hambre...pero no tengo nada humano que darte.
—No te preocupes...
—Solo sé que la granada... —se le doy en la mano—...también la consumen los humanos.
Se queda observándome unos segundos para después de asentir.
— ¿La abres? —la pone delante de mí.
La tomo, le entierro las garras y la abro. Se la vuelvo a dar. Toma un granito y me sonríe antes de comerlo. Trago saliva. Lo lamento Perséfone.
Justo a tiempo, un querubín se trata de acercar a Perséfone, pero esta ha estado demasiado tiempo aquí que su aura le impide saber si es ella en realidad. Puedo reconocerlo, es Hermes. Ares de habló de él.
—Tus padres me enviaron por ti—le explica.
—Ella se quedará conmigo—miro desafiante al querubín. —ella es mía.
—No querrás hacer enojar a los dioses—dice Hermes.
—Ya lo he hecho—Perséfone tiembla mirándonos alternativamente.
—Perséfone tu madre está destrozada por tu partida y no solo eso. Ha descuidado su deber con la tierra. Si no vuelves morirá junto a ella.
Gruño.
—Ella se queda y punto.
—Alexander...por favor—alza la cabeza para lanzarme una mirada suplicante. Normalmente me encanta esos ojos suplicantes...pero ahora, me revuelve el estómago. —regresaré.
— ¿Y si te retengo aquí? ¿Si te encierro? —me mira asustada.
—Jamás te lo perdonaría. Jamás estaría bien contigo. Por favor, quiero ver a mis padres, les explicaré todo.
— ¿Perséfone? —vuelve a intentar Hermes. Detrás de él, viene caminando con el cuerpo ensangrentado el papá de Perséfone. No temo que algo le pase a Ares, porque el susodicho también viene detrás, con los mismas cortadas y golpes.
—Padre—murmura Perséfone y corre a abrazarlo.
—He venido por mi hija—dice retándome.
—Ella no se va— afirmo.
—Se irá conmigo— debatimos con las miradas. Volteo a ver a Ares. Este asiente despacio.
"Objetivo logrado"
"La chica es mía"
"La tendrás"
Me guiña el ojo. Entiendo. La granada fue su idea.
—No puedes...regresar —retrocede el querubín con gesto de sorpresa mirando el fruto en su mano.
— ¿Qué? —pregunta Perséfone confundida.
—Por qué te dio de comer el fruto del infierno...la granada— lo señala. Perséfone voltea a ver el fruto y me mira con tristeza.
—Ese fruto, Perséfone, te impide volver a casa con tus padres. Estas atada al infierno. —añade Ares.
— ¿Eso es cierto? — lagrimas inundan sus ojos y por primera vez siento culpa al verla así. Un nudo se queda atorado en mi garganta.
—Perséfone...—Las lágrimas bajan por sus mejillas. Aprieto los labios. No quiero verla así, pero a la vez sí quiero. Es tan contradictorio.
Joder.
"Quiero que vaya" declaro.
"A veces no te entiendo"
"Ella nos salvó, ¿lo recuerdas?"
"¿Te preocupa lo que pueda pensar de ti?, ¿te importa ella? Porque sería a la primera que dejas ir viva"
"Cierra la boca. Solo serán un tiempo en lo que organizo mi mente."
Ares se queda pensativo.
— ¿Cuántos granos comiste? —le pregunta a Perséfone.
—No lo sé—responde con la voz temblorosa.
—Es un mes por cada grano. Recuerda cuantos comiste
Perséfone se queda en silencio mirando al suelo.
—Seis. Fueron seis granos—atestiguo.
—Entonces puedes estar medio año con tus padres y medio año aquí.
Perséfone lo mira con esperanza. Suspiro.
—Ve a casa—clava la vista en mi— pero prométeme que volverás...
Asiente repetidas veces sonriendo.
—Sabes que lo haré...—y une nuestros labios. Un pequeño beso de despedida. Me quedo en shock, sin saber que hacer o cómo reaccionar. Algo pica mi podrido corazón. Algo me presiona el pecho. Me siento molesto porque se va, pero a la vez, estoy seguro que es la mejor opción. Cuando nos separamos me quedo sin palabras y ella simplemente sonríe. Permanezco inmóvil. Hasta la respiración se me detuvo.
—Vete antes de que me arrepienta—asiente y sale de mi vista junto a su padre y el querubín.
Ares se acerca a mí.
—Tendré mi cuerpo de regreso— pero me quedo inmerso en las retorcidas fantasías que corren en mi cabeza.
—¿En cuánto tiempo el bosque volverá a florecer? —susurro.
—Esperemos que no mucho ¿por qué?
—Iré a comer — y a desahogarme. Pienso para mí mismo.
— ¿Dónde está la cantante? — alza la cabeza de entre los documentos y clava sus ojos negros en mí, con expresión seria.
— ¿Para qué quieres saber?
—Curiosidad —me alzo de hombros. No voy a decirle que quiero matarla. Es mi oportunidad de irme para siempre.
—Está en casa. La ayudarán en su transformación —dice mirándome fijamente.
Me quiere leer la mente. Obvio no le será tan fácil.
—Yo quiero ayudar en eso.
— ¿Tú? No me hagas reír.
—Sí, es mi convertida después de todo ¿no?
—Hmm...—me escanea —está en la habitación de tu madre —responde aún no muy seguro.
— ¿Por?
—Ella la cuida.
— ¿Ella? ¡Ja! No es cierto —me cruzo de brazos.
—Si lo es, pero le diré que tú la cuidaras por que la si la cuidaras ¿verdad? Si le pasa algo te pasará a ti hasta que termine su transformación.
—Sí, sí, yo la cuido. Dile que me la de —pongo los ojos en blanco, fastidiado.
—Le diré —me sigue viendo atentamente y eso me está empezando a enfadar.
—¿sabes dónde puedo encontrar bosques frondosos? —alza una ceja. —necesito ramas fuertes para abrir el portal hacia mi ejército.
—¿Qué ha pasado con el que está ahí?
—Hubo ciertos problemas —ruedo los ojos.
—¿Ahora qué hiciste? —se toca el punto de la nariz.
—Pues... —le doy un resumen rápido. Se exalta.
—¡Carajo, Belial!
Me río a carcajadas y alzo los hombros.
—Ya pasó.
Inhala y exhala. Cierra los ojos tratando de tranquilizarse.
—¿Y cómo cuanto tiempo tardarás en tener todo listo? —pregunto con ansias.
—Lo que tenga que tardar— dice apretando los dientes.
—¿Y eso es en....?
—¡De acuerdo! La llamaré y le dices tú.
—¡Oh, entiendo! ¿problemas en el paraíso? —me acuchilla con la mirada.
—Vale, llámala y dile. Mientras iré a la tierra, tengo cosas que hacer.
—Más te vale que sean pactos.
—Sí, sí. —agito la mano. Doy media vuelta.
—¿Y cuándo regresarás al trabajo? Hay demasiadas cosas que hacer —me detiene.
—en cuanto tenga a mi ejército. —sonrío— y a la diva.
Suspira fastidiado. Salgo inmediatamente de ahí.
La única forma de entretenerme y desahogarme es con Carl y el fantástico club similar a casa solo que mucho más divertido.
Me paseo entre las mesas con un trago en la mano. Mirando los sugestivos bailes. Busco a Iván y el maldito polvo maravilla. Las mujeres danzan abriéndoles las piernas a los humanos descarriados.
Veamos, de que alma me podré alimentar hoy...
Y en ese preciso momento entra Margaret con una pelinegra más joven que ella. Ninguna trae sostén porque de inmediato se le marcan los pezones en la tela del vestido.
Margaret se acerca a mí, contoneando la cadera.
—Te quiero presentar a alguien —le tiende la mano a la mujer que entró con ella. Esta la toma y avanzan hasta ponerse en medio de mí y la escena. Las observo curioso. —es mi hija, Karen.
Alzo las cejas. ¿Su hija? Vaya, no me lo esperaba. No parece una mujer con hijos. Su hija debe de tener unos dieciocho recién cumplidos, si no es que menos.
—Quiero que te la folles— mi entre pierna salta emocionada. Siento un calambrazo al escuchar eso. Esta vez solo alzo una ceja. —Quiere conocerte y que mejor que un acostón.
Una sonrisa cruza mi rostro y se borra al recordar el "Te enseñare que hay otro camino". Me frustro. Maldita Diosa.
—Desnúdala —les brillan los ojos. Obedece inmediatamente. La desviste frente a mis ojos. Puedo ver su joven cuerpo. Me agrada al instante, pero el cuerpo de la Diosa se posa en mi mente y me pone de malas. —ponte en la cama, en cuatro, ahora. —le ordeno a su hija y esta, sonrojada y casi babeando, lo hace. Ya solo me acerco por atrás bajándome el pantalón junto al bóxer y entro en ella sin miramientos. Se tensa y gime con dolor. Era virgen, ups. Me gusta que sienta dolor. Mi alimento.
Esto es magnífico.
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