Capítulo 10. El secuestro de Perséfone
Todo marchaba bien. Todo iba de acuerdo al plan.
Pero un día algo lo volvió más increíble cuando una conocida voz clamó por un pacto. Hasta Ares se regocijó de alegría.
Todo ocurrió cuando hacíamos apuestas. En el casino, claro. Por cada mil dólares que le hiciera ganar, Carl me daba el 30 por ciento y una rubia despampanante. Solo tenía que cambiar unos simples dibujos por otros a discreción de la gente.
Recuerdo que incluso ese sábado nos habían dado la noticia del gran éxito de las salas en vivo. Muchos maliciosos pagaban por verme cortar humanos en pedazos.
Cuando acudí al llamado, no pude evitar una esplendorosa sonrisa de oreja a oreja.
"Por fin"
"Es hora, Ares"
Aparecí a su lado. Sin dejarme ver por nadie. Se iba a casar en un primaveral bosque. Se veía esplendorosa con su vestido de novia solo que ella lucía agotada y derrotada, desesperada. Iba caminando agarrada del brazo de su orgulloso padre al altar donde un joven príncipe la aguardaba con gesto de grandeza.
"Por favor" esta vez escuche su delicada voz en mi cabeza.
"¿Estas segura"?
"Si"
"¿Que estas dispuesta a hacer a cambio?"
"Lo que sea"
Esas eran las palabras mágicas.
Aparecí mi espada a mi lado. La tomé calculando y planeando bien sin dejar de ver la escena. Sus padres también son dioses, aunque su madre, que yacía sentada hasta en frente, no parecía muy convencida. ¿Por qué la casarían con un semidiós?
"Eso lo averiguaré yo" ruge Ares.
Cuando llego al altar ya tengo un plan. Hago salir humo del infierno. Así, todos se levantaron confundidos. Con mi espada empecé a cortar cabezas, cuellos y lo que se atravesara en mi camino. Solo se escuchaban los gritos y la espada al cortar. Muchos corrieron, sus padres trataron de protegerla, pero la confundieron con otra chica que pasaba. Y esa, esa fue mi oportunidad.
Perséfone corrió por el bosque. Y yo la seguí, manchado de sangre y cubierto por la energía del infierno. Miraba atrás varías veces y yo solo sonreía de oreja a oreja enseñando mis filosos dientes hasta que tropezó con la raíz de un árbol y cayó. Me dejé ver y me observó entre confundida y angustiada. Abrí una puerta en la tierra directo a mi castillo y la cargué en mi hombro. Se revolvía entre mis brazos así que la paralicé y la llevé a mi hogar no sin antes dejar salir a Ares. Quién me dio una sonrisa lobuna antes de desaparecer entre los árboles.
Él tendría su venganza y yo a la mujer.
La tumbo sobre mi cama. No parece nada contenta. He atado sus manos y su boca esta sellada. Llora constantemente. Sus ojos no paran de lagrimear. Y me está gustando.
La tomo del cabello y la obligo a hincarse frente a mí.
—¿Qué pasa? tú dijiste que harías lo que sea. ¿Te salvé no?
—¡Mataste a todos! —me recrimina alzando la voz. Me tiembla el labio. La voy a matar. —¡estaban mis amigas y mi nana ahí!
—Atenderemos eso en un rato. Ahora, descúbrete el cuello.
—¡No! — suena enojada. Se está poniendo difícil ¿eh?
Entonces, yo le arranco la tela de encaje que cubre su cuello. Casi babeo.
—¿Qué haces? —se revuelve. Forcejeamos. Sujeto sus manos arriba de su cabeza y me subo en sus piernas.
—Cerraremos el pacto—mascullo lanzándome a su cuello. Mordiendo con saña y disfrutando de sus gritos de dolor.
Ya es mía. Ahora puedo hacer lo que quiera con ella.
Bebo hasta dejarla inconsciente, solo con la suficiente sangre para despertar. La acomodo en la cama. La observo. Su ligero maquillaje la hace ver inocente. Esa pálida piel me provoca marcarla a base de golpes, y ese apetitoso cuerpo me grita "¡follame!". Aunque el horrendo color del vestido sobre su piel le quita lo especial. Quiero arrojarme sobre ella. Ese color me provoca desangrarla. Siempre ocurre así. Me recuerda tanto a los emplumados que...
Ufff. Suspiro contando hasta diez y de regreso.
Me reconforto imaginando su cabeza rebotar seguidamente sobre el suelo, la sangre salpicando, su cuerpo bañado en fuego, su sangre hirviendo...sus gritos.
—hmm —echo la cabeza atrás, mordiéndome el labio. Me acomodo la entrepierna. Duele de lo dura que se me ha puesto.
¿Qué no la había traído para eso? ¿No era su sufrimiento el que me llamaba? Además, es mía. Mí pacto. Ella pidió ser liberada de aquel y lo cumplí así que...pacto cumplido.
Arranco su vestido y lo lanzo lejos. Lo veo volar y caer sobre la chimenea. Mis ojos vuelven hacia ella y me siento muy bien al verla en ese ligero oscuro. Se ve magnifica, ese color le pega genial.
Mis garras la tocan. Delinean sus largas piernas. Juego con las ligas, acaricio el borde de sus bragas. Quiero tocarme. Quiero correrme sobre ella.
Que me detiene. ¿¡Que mierda me detiene!?
Nadie se enterará que ella está aquí. Nadie viene a mi castillo. Nadie me visita, todos huyen.
Y así, babeando y jadeando como un perro la pongo boca arriba, me deshago del pantalón y trepo hasta su entrepierna. Me restriego como animal. Me pone hacerlo. Eso la despierta. Abre los ojos poco a poco y despabila. Se trata de levantar, pero le inmovilizo las manos arriba de la cabeza.
—Estate quieta —las lágrimas vuelven a sus ojos y siento que ronroneo. Llevo una mano a su boca —chupa —niega —hazlo, no me hagas enojar. —vuelve a negar. La ira se hace presente tanto en ella como en mí. Me mira con rencor y siento su energía acumularse. Le dejo juntar toda la que tiene y antes de un posible ataque, muerdo mi muñeca y la pongo sobre ella. Murmuro un hechizo y todo su poder es absorbido por mí. La poca sangre que me escurre la hago beberla. Alguna queda pendiente sobre sus labios y se ve increíble. Se la esparzo por las mejillas. Se ve magnifica. Una obra de arte.
—Te dejaré hablar, pero si gritas te cortaré las cuerdas bocales ¿entendiste? Ya no eres una diosa, ahora eres una simple humana inmortal.
Asiente de prisa. Le quito el sello de la boca y rompe en llanto.
—Sería bueno torturarte para que llores de verdad.
—¿¡Te parece poco lo que has hecho!?
Y le rompo el labio, la ceja y le dejo la mejilla marcada a base de golpes. El sonido me produce tanto placer que me levanto de la cama temblando de tanta adrenalina que recorre mi sistema.
—Tú solita te lo has ganado.
Silbo llamando a mi perro. Unos gruñidos espeluznantes resuenan por todo el lugar. Se van acercando. Perséfone se encoge en la cama, me mira suplicante. Cerberus aparece en la puerta. Le ladra. Arrastro a Perséfone al suelo. Se agarra de la cama, lleva la cobija consigo. Desgarro el ligero y le arrebato la cobija, la dejo totalmente expuesta. Se cubre inmediatamente la entrepierna y los senos.
—Cerberus, ataca.
Y el perro se le lanza, mordiéndole los muslos. La sangre mancha el suelo y los gritos no se hacen esperar. Ella trata de ir hacia mí, pero niego divertido.
—Ah ahm, ¿Ves lo que pasa si no me obedeces? —voy hasta mi sofá y me siento a admirar la escena. Me acaricio la polla. Esto me excita demasiado. Me acaricio cada vez más rápido conforme la sangre va tapizando el suelo.
—¿Qué se te perdió? — Ivory, quien se quedó de pie en la puerta me observa negando con expresión divertida. Camina y se sienta a mi lado.
—Te he traído a Muerte.
En ese momento las antorchas que iluminan mi habitación revolotean a punto de apagarse.
Una sonrisa de oreja a oreja se cruza en mi rostro. Esto se pone cada vez mejor.
O eso creía.
Porque corre de prisa hacia ella y le pega una patada a mi perro alejándolo metros adelante. Y este se detiene gruñéndole. Me levanto furioso.
—¿¡Que mierda haces!?
—¡Estás loco! ¡Es una Diosa! —la ayuda a levantarse y, pero le pego un manotazo antes de que se ponga de pie.
—¡ahora es mía!
—¡te has vuelto loco! No deberías ni si quiera tocarla —Perséfone mira alternadamente entre ella y yo. Se cubre las heridas con las manos temblorosas.
—¡estoy harto de que me digas que sí y que no puedo hacer!
—¡pues quizás eso necesitas para no cometer estas estupideces! —camino hacia ella. Ivory se hace a un lado. Tomo del cabello a Muerte y la jalo atrás. Las antorchas se apagan y el frío espectral comienza a disiparse.
—Estoy harto de ti. No te quiero volver a ver. ¡Lárgate! ¡nadie me va a volver a decir que hacer y que no! —la empujo hacia la puerta, pero se queda mirándome con los ojos llorosos.
—¡Alexander!
—¡largo!
—¡No, ayúdame! — grita Perséfone airándome aún más. La observo y quiero matarla con la vista.
—¡te voy a matar! — le grito. Se arrastra hasta Muerte y es cuando le pateo la cara y cae desmayada.
Jaloneo a Muerte hasta la salida y le cierro la puerta en las narices.
—Tú no me vas a desobedecer ¿verdad? —le pregunto a Ivory y ella niega rotundamente. —Perfecto. Ahora arrodíllate y lame la sangre.
Vuelvo a mi sofá y la observo hacerlo. Me vuelvo a acariciar despacio. En completa oscuridad.
—Y a ella también —me deleito viendo la escena.
Esto me encanta.
PERSÉFONE
Ya no me importa sentir dolor en todo el cuerpo por estar en esta postura desde hace... no sé cuánto tiempo llevo así; sentada sobre el suelo con las manos atadas a la cama, la cabeza me da vueltas de vez en cuando. La necesidad de comida se había ido. No puedo parar de llorar al recordar la escena una y otra vez. La muerte de mi nana, mis amigas, todos...yo solo pedí no casarme con un hombre que en mí nunca había visto. Solo me dijo mamá que era un hombre poderoso, pero no especificó mas. Yo solo quería alejarme de él y ahora no sé qué he hecho...
Mis manos siguen encadenadas a la cama del hijo de lucifer y continúo sangrando intensamente, pero creo que alguno de mis poderes me mantiene con vida y recuperándome poco a poco. Aunque no sé cómo controlarlos y eso me pone aún más nerviosa.
Él es malvado, él es imponente, él es sádico. El solo pensar en él hace que tiemble, me da miedo su simple presencia. Con una sola mirada ya me tiene temblando de pies a cabeza. Es tan...alto y oscuro que me da pánico que de un momento a otro salte sobre mí para matarme.
La sangre de la chica a la que descubrieron entrando sin permiso y a la misma que le lanzaron un perro rabioso, sigue delante de mí, ella ya no, hace poco entro el demonio con cuernos, por ella y se la llevo como si fuera una bolsa de basura. Solo me miró advirtiéndome con un <<no lo hagas enojar>>.
La puerta se abre haciendo que me ponga tensa. Es él.
— ¿Qué miras? —pregunta agresivamente. Bajo la mirada.
Camina a la cama y se recuesta. No puedo evitar verlo de nuevo. De pronto se vuelve a levantar, lo que me hace sobresaltar, "me va a pegar, me va pegar", me encojo en mi lugar, pero él solo se saca la playera, dejando ese torso color crema cubierto de tatuajes con símbolos raros muy marcados en negro.
—Sube— su voz grave me hace pegar un brinco. ¿Pero cómo? si no puedo ni moverme a menos que...
— ¿No me has oído? — clava sus fríos ojos negros sobre los míos. Mis ojos arden.
—Sí, pero... ¿Cómo? — frunce el ceño y se acerca a mí, su gran figura musculosa me hizo sentir como una hormiga. Arranca las cadenas rompiéndolas, me toma del brazo y me tumbo sobre la cama.
—De todos modos, no tienes a donde ir— sonríe con malicia. Me recargo sobre mis codos para estar el pendiente de lo hace. Clavo mi vista en uno de sus tatuajes. Uno en especial llama mi atención. Es un hombre en llamas, pero lo atemorizante es que es un hombre joven.
—Que miras— me empuja y clavo mi cabeza en la almohada.
— ¿Que me vas a hacer? — sonríe y sus dientes puntiagudos relucen espeluznantes.
—Voy a comer— se abalanza sobre mi cuello y clava todos sus dientes mientras gruñe como un lobo cuando se lanza sobre su presa. Un fuerte alarido de dolor explota desde mi garganta al sentirlo desgarrarme.
Despierto encontrándome unos ojos negros y sin brillo mirándome fijamente lo cual me hace querer salir corriendo, pero sus brazos me sujetan fuertemente y él sonríe de lado al sentir mi temor.
— ¿A dónde vas nena? — empiezo a empujarlo para lograr zafarme, pero apenas y se mueve.
Ahora su aspecto humano me está dando más miedo que su aspecto diabólico.
—Suéltame— sonríe y se relame los labios. Clavo mi mirada en sus puntiagudos dientes y esos largos colmillos que sobresalen.
—No me hagas daño— suplico.
—No me hagas enfadar— responde en tono burlón. Me observa analizando mi rostro —ah, te da miedo mis dientes de bebé— lo veo confundida.
— ¿Eres un bebé?
Y su carcajada resuena en todo el lugar— no, pero me da risa que me lo creas... — su tono de voz baja, pasa a ser ronca y seductora — ¿no te he demostrado que soy bastante grandecito? — Imágenes de su miembro y a él tocándose me llegan a la mente y creo que me sonrojo.
—Me gusta la sangre acumulada en tus mejillas, me da ganas de morderlas— se va acercando con los ojos clavados en mis mejillas mientras yo retrocedo, aunque sea la cara.
—No, no, no.
—No te dolerá... o bueno, solo un poco— instintivamente me llevo la mano al cuello donde me había mordido y me encuentro con un líquido. Miro mi mano y.... sangre...
—Humm no me provoques nena— gimo ronco.
— ¡Estoy sangrando! — me revuelvo, pero el aprieta cada vez más,
— ¡Alexander! — la voz de Lucifer lo detiene. Me quedo quieta con el pánico subiendo por mi cuerpo.
—hum jum, así que te da miedo mi padre ¿eh? — ríe bajo y medio voltea la cara a la puerta — ¡entra!
Trago saliva, creo que el color se me fue.
— ¿Ya tienes información de...? — clava sus ojos en nosotros, luego, fijamente en mí. Escalofríos me trepan por la espalda.
— ¿Qué haces? ¿Porque la abrazas? — Belial rueda los ojos.
—Quería esca...—me tenso, lo observo suplicante — ...estaba comiendo— sonríe con malicia.
Lucifer nos escanea fijamente y después asiente.
—Y con respecto a tu encargo déjame decirte que está en proceso.
—Yo te veo aquí— sus colmillos crecen sobresaliendo de sus demás dientes puntiagudos— no quieras engañarme Alexander, que...
—Me estoy haciendo cargo —Lucifer entrecierra los ojos.
—Date prisa.
—Aja— se fue azotando la puerta. Mis músculos medio se relajan, ahora solo necesito liberarme de él.
Me suelta por fin y lo primero que hago es alejarme. Moviéndome de prisa al otro lado de la cama. Aunque parece que deja de importarle mi presencia cuando se sienta a la orilla y se peina el cabello para atrás soltando un suspiro de cansancio. ¿El sentirá eso? ¿Cansancio?
—Ponte esto— camina a la cama y deja varias prendas de ropa encima.
Lo observo curiosa. ¿A qué se debía ese repentino cambio de querer darme ropa?
Le insinúo que me quite las cadenas, alzándole las manos en la cara.
Asiente y le quita el seguro. Muevo las manos en círculos. Veo, casi con tristeza como tengo varias marcas moradas y gruesas en las muñecas. Tanto cuidarme la piel y...
—Auch ¡oye! — me había jalado de las manos para sentarme en la orilla.
—Ponte... — elige un conjunto negro con encaje rojo. Una minifalda negra y lo que se supone que es el sujetador, resulta ser unos hilos entrelazados apenas tapando lo justo. —...esto— mira el conjunto como si fuera una rica comida después de años de no consumir nada.
—Ni loca— me echo atrás negando con la cabeza.
— ¿te estas negando? — entrecierra los ojos.
<< No lo hagas enojar >>
Paso saliva. Los ojos le empiezan a cambiar, pero esta vez con un toque negro rodeando la pupila roja. Se me acerca lentamente, colocándose entre mis piernas. Y de pronto con una velocidad increíble me toma del cabello y me levanta.
—Tienes cinco, para ponértelo— susurra en mi oído— o te ira muy mal— me empuja a la cama. Sonríe malicioso.
Clavo la mirada en el conjunto que traíe todavía en la mano. <<Te ira muy mal>>
—Pero es que eso es de...
—Exacto— sonríe de lado— ahora póntelo— se pone serio. Camina al sofá negro y le pega una patada el señor de mediana edad que sustituye una mesa. El señor se levanta lo más que puede para parecer una.
Alexander se tumba y pone sus pies en la espalda del señor.
Y eso me pone de malas. Ver el sufrimiento de las personas.
— ¿Podrías bajar tus pies? — le exijo seria, sentándome en la cama de nuevo.
Me observa fijamente y el señor me voltea a ver con gesto suplicante.
— ¿A ti que te importa? — gruñe Alexander frunciendo el ceño.
— ¿Te gustaría que te hicieran lo mismo? — y a la velocidad de la luz ya lo tengo enfrente.
— ¿Que te crees para hablarme así? — habla cerca de mí, haciendo que cierre los ojos y me encoja un poco.
—No me gusta el sufrimiento y es un señor mayor de edad—evito su mirada, me da escalofríos. Me toma del cabello. Me está empezando a doler la cabeza de tantos jalones.
—Bien, tú te lo has ganado— susurra malicioso cerca de mi mejilla. Me arrastra por un pasillo lleno de puertas con adornos rojos, abre una y me suelta por fin.
Está completamente oscuro. Lo volteo a ver y el solo me señala adentro con la cabeza mientras se recarga en la puerta y se cruza de brazos.
Vuelvo a mirar la habitación y de un momento a otro estoy sobre una cama de piedra. Una chica de piel blanca, de cabello y ojos negros totalmente, sale de entre las sombras y yo como tonta busco a Alexander en busca de alguna respuesta.
— ¿Cómo la quieres? ¿En trocitos pequeños o solo la despedazo? — aquello me pone los pelos de punta. Me levanto dispuesta a salir corriendo, pero se escucha una puerta azotándose y enseguida Alexander aparece a mi lado.
—Oye yo...
—Da igual, solo hazlo— abro los ojos sorprendida. Me bajo de la cama, pero él me vuelve a subir. Comienzo a temblar y sudar. Desesperada forcejeo con él. Aunque claramente es en vano.
Él es más fuerte que yo.
—No, por favor no, déjame ir—me encadena las manos y pies a la cama con ayuda de la chica.
Me recorre de pies a cabeza con la mano derecha. Me trato de apartar sin éxito. Delinea mi cuerpo con una mirada cargada de deseo. Y mi mente solo piensa "mejor que nos toque a que nos torture".
—Hazlo— la chica asiente y unas agujas se clavan en mi cuerpo mientras la cabecera y los pies de la cama se abren lentamente estirándome.
— ¡Ahhh! ¡Ya basta por favor! —Alexander gime y se relame los labios. Arqueo la espalda y jalo las manos tratando de zafarme. Me revuelvo luchando por liberarme.
Le suplico y el ensancha la sonrisa. Luego abre la boca y me quedo congelada al ver una mandíbula con largos dientes puntiagudos acercándose a mi cuello. Después... todo negro.
Despierto sintiendo algo en mis entrañas y movimiento a mí alrededor. Los párpados me pesan y el cuerpo lo tengo medio dormido. Poco a poco siento unas manos en mi cadera y pronto descubro que es Alexander quien me embiste.
Entonces abro los ojos completamente encontrándolo detrás de mí y yo a cuatro sobre la cama donde antes había sido torturada. Abro la boca para hacer o decir algo, pero solo sale un jadeo.
Él se detiene y se queda quieto unos segundos. Sale de mí y me da la vuelta.
Esta sudado, con el cabello revuelto, desnudo de la cintura para arriba, el pantalón hasta las rodillas, el cual se sube enseguida.
—Me cabreas y sobrevives—se ríe. — tienes un puto aguante genial.
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