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9





Abro los ojos y reviso la hora en mi teléfono. Frunzo el ceño, qué extraño. Me he levantado mucho más temprano de lo habitual. Quisiera volver a dormir, pero lo cierto es que no siento el manto del sueño pesando en mis párpados. Me desperezo y comienzo a hacer mis deberes.

Como tengo tiempo de sobra decido prepararme un sándwich para comer, y estoy en ello cuando mi celular vibra. Es una llamada entrante. Lo tomo y cuando veo el nombre por poco cae a mis pies. Alexander. Una sola palabra, un nombre, 9 letras que alteran al parecer no solo mi vida diaria sino también mi raciocinio. Los recuerdos de ayer me invaden, aún no termino de creer lo que hice. Respondo.

—¿Hola?

—Karim, hola.

—¿Qué pasó? —La desconfianza en mi voz es evidente.

—Pensé en pasar por ti, dijiste que debíamos compartir el mayor tiempo posible.

Las mentiras que he dicho ahora vienen a cobrar factura, de todos modos, era lo que quería. Incluso así no soy capaz de calmar a mi acelerado corazón.

—Claro, dame unos minutos y salgo. —Cuelgo.

Termino de hacerme el emparedado y lo guardo en la mochila. Luego de cepillarme, salgo.

Por unos segundos, la imagen del exterior que me recibe me deja sin aliento. No es que caigan estrellas del cielo o que del suelo emerjan preciosos árboles de troncos malva, no. Lo que hace que mi corazón se acelere es ver a Alexander esperándome recargado en el auto con las piernas cruzadas y una sonrisa en los labios. Luce completamente arrollador, su belleza es algo que alcanzaría sin esfuerzo lo divino. Si no es que lo hace.

Por supuesto, mi estupefacción no dura mucho y es que es imposible ignorar los números sobre su cabeza. 4 días. Me devano los sesos pensando en las posibles formas en que él podría morir. Accidente automovilístico, asfixiado por la comida, ahogado en la alberca por un calambre, ¡incluso muerte de cuna! Porque la muerte de cuna es simplemente muerte súbita, ¿verdad?

Siento que no habrá forma de que yo pueda salvarlo. No puedo estar con él 24/7, incluso si por alguna extraña razón lo consigo, qué podría hacer yo a las 3 am ante una emergencia. No sé de enfermería, ni siquiera primeros auxilios, lo único que poseo es esta extraña visión que tampoco sirve de mucho. ¿A quién se le ocurrió dármela?

—¿Estás lista? —inquiere Alexander.

Solo muevo la cabeza a modo de «sí». Me dirijo al asiento del copiloto y no entiendo por qué él imita mis movimientos hasta que me rebasa por medio segundo y abre la puerta del auto para permitirme entrar. Frunzo el ceño, desconcertada.

—¿Gra... gracias? —murmuro al entrar.

—Es mi placer —responde antes de cerrar.

Durante el trayecto, él intenta entablar una conversación, pero yo soy todo monosílabos y asentimientos, mi mente está concentrada en analizar los peligros del trayecto que llevamos. Mis ojos escanean casi desesperados.

—¿Buscas algo? —pregunta de repente—. ¿O a alguien?

Creo detectar una nota de... ¿enfado? ¿irritación? ¿celos? Frunzo el ceño, no tiene sentido, pero es gracias a esto que puedo regresar a él, a la conversación.

—No... bueno sí —termino por admitir—, es solo que no quiero morir.

No había pensado en la posibilidad de que, por estar a su lado, la muerte decidiera cargar conmigo también. Ya saben, en un accidente automovilístico es un poco difícil salir ileso, y no solo eso, si decidieran asaltarnos a mano armada, lo cual es probable considerando lo visiblemente rico que es Alexander, sería a mí a quien tomarían como rehén y de puros nervios seguro que me matan, y luego a él...

—¿Temes que nos estrelle? —Hay estupefacción y una risa contenida en sus labios.

—¿Sabes? Una gran de los accidentes automovilísticos son causadas por personas beodas, pero eso no libra de sus estragos a aquellos otros coches en donde los pasajeros iban sobrios.

El semáforo se pone en rojo y él me toma por el hombro, sus topacios abriéndose paso a través de mis ojos a mi alma.

—Te lo aseguro, Karim, tengo unos reflejos excelentes.

Sonrío, intenta tranquilizarme, pero su exceso de confianza tiene el efecto contrario.

—¿Siempre te asustas al subir al autobús? ¿Te gustaría que pase por ti incluso después de finalizado tu proyecto?

—No, sí, no. ¡Ay! —Intento serenarme—. No es necesario, gracias.

Alexander me evalúa con la mirada; sin embargo, lo deja estar. De repente, dos cosas suceden por la diferencia de menos de un segundo; uno, hay un gran estruendo y sonido de neumáticos derrapando; dos, mi cara está por estrellarse con el cristal, cierro los ojos y siento cómo un brazo me devuelve a mi lugar. Recupero la vista apenas después y un gemido de consternación brota de mis labios. Frente a nosotros hay tres autos enccimados, uno rojo y dos blancos. El rojo está casi destruido, humea y entonces estalla. Ahogo un gritito y el dolor de la empatía me embarga. Los números que flotan sobre el auto rojo aún son mayores que cero.

—Está vivo —susurro y me doy cuenta de que estoy llorando cuando mi voz se rompe.

Volteo a las otras víctimas, uno de los blancos está en ceros, el otro... no alcanzo a distinguirlo. Alexander me jala hacia sí y me atrapa con brazos fuertes y acérrima voluntad. Mis lágrimas brotan con mayor celeridad.

—Tranquila, todo está bien. —Su voz es suave, casi arrulladora.

—Oh, por la Diosa, pudimos haber sido nosotros.

Decirlo hace que la realidad golpee una vez más, de no haber sido por Alexander habríamos sido el cuarto auto, su reacción ha sido más que rápida, tuvo que haber decidido en menos de lo que dura un latido, y lo que es más sorprendente, no solo supo controlar el auto, también detuvo el destino y evitó que yo saliera despedida. Me aferro a él y mis lágrimas empapan su ropa. Él me ha salvado. Ahora más que nunca, necesito regresarle el favor.

—Gracias —le digo entrecortadamente.

—¿Me estás agradeciendo por someterte a este momento tan estresante? —Ríe.

—Has salvado mi vida.

La vibración en su pecho disminuye hasta ser el suave compás de su respiración.

—Por favor, la próxima vez usa el cinturón de seguridad —murmura.

No hay reclamos ni molestia en su voz, tan solo genuina preocupación. Me hace sentir culpable y con el deseo de complacerlo en todo. Me alejo y antes de que yo pueda limpiarme las mejillas él lo hace, borra la prueba tangible de mi miedo y dolor, de mi agonía. Luego me pasa un pañuelo desechable para mi nariz. No siento vergüenza, no después de que me ha visto romperme.

—Vayamos a la escuela —digo.

—¿Segura? También podríamos tomarnos el día —me sugiere con una cálida sonrisa.

Me niego. Hoy ha muerto gente frente a mis ojos, lo último que deseo es tener tiempo libre para pensar en ello.

Es la última clase y una pequeña parte de mí lo lamenta, durante el día no he pensado en el accidente de la mañana, pero tan pronto acabe y vuelva a casa mi mente traicionera me lo hará revivir. Respiro profundo para tranquilizarme y entro al salón. Al lado de mi lugar ya se encuentra Alexander, quien me sonríe apenas me ve entrar, le devuelvo el gesto.

Es mi clase favorita, así que el tiempo pasa volando. Antes de que la hora termine, el profesor aprovecha los últimos minutos para dejar tarea.

—En parejas, deberán analizar un poema a libre elección y presentarlo a la clase. El análisis tendrá que responder a las siguientes preguntas: ¿Qué quería el autor decir? ¿Qué transmite?...

Anoto con prisa las instrucciones, y ni bien ha terminado de hablar, tengo a Alexander más cerca de lo normal.

—¿Quieres se mi pareja? —pregunta con una tierna sonrisa.

Mi corazón se detiene y mi cerebro sufre un corto circuito al mismo tiempo, apenas atinado a pensar en que sus ojos son preciosos y sus labios un pecado hecho realidad. Sé que se refiere al trabajo, pero es imposible no imaginar esta situación en una un poco más personal...

La fantasía explota con violencia cuando veo una vez más su tiempo de vida. Reacciono.

—Sí, claro. —Mis labios se estiran sin mostrar mis dientes.

—Genial, así podremos estar en mi casa toda la tarde.

¿¡QUÉ!?

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