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Me despierto con alegría inusitada. Pienso en que hoy será un buen día, en que veré los números de Alexander ascender a por lo menos un mes más, o una semana. Incluso si solo se retrasara 1 día no podría hacer sino bailar de felicidad. Pasos pequeños recorren todo un camino y llegan a la meta.

Me preparo para ir a la escuela y fiel a mi costumbre solo bebo algo de leche y meto un par de frutas a mi mochila antes de partir. Espero a Mad en la entrada y cruzamos la reja juntas. Hablamos un rato sobre la fiebre de las competencias, y es que no solo se acerca la de natación, se acerca la de vóley y básquet. Mi amiga se toma largos minutos para hablar de Logan, uno de los chicos de vóley, en especifico, el que le gusta.

Me gusta ver cómo sus ojitos brillan y el rostro se le ilumina de tan solo mencionarlo. Eso parece magia, es amor, es innegable. Le he aconsejado acercarse, pero cada vez que lo insinúo ella responde tajante. No lo hará jamás. No comprendo esa inseguridad, ella es preciosa, tiene unos enormes ojos oscuros y unos bucles rubios que es casi como una muñequita de porcelana. Nadie podría rechazarla. De hecho, ahora que lo pienso, no ha tenido novio y eso que prospectos le llueven. Es extraño y admirable, está tan centrada en sus estudios que de verdad no tiene tiempo ni ojos para nadie que no sea un libro.

—Deberías... —Echo una moneda al aire.

—No, Karim, no. Ya te lo he dicho.

—Es que no entiendo, ¿por qué no?

—Está prohibido.

—¿En dónde?

—En mi mundo —responde categórica.

Sé que el tema muere allí. Sin embargo, no dejo de pensar en sus últimas palabras. Parecen tan firmes, como si se trataran de rocas imposibles de romper. Realmente cree que está prohibido, su mente la ha hecho presa con barrotes invisibles. Quisiera ayudarla, pero no puedo, no hasta que ella me explique qué es lo que la ata y por qué habla de ello como si le temiera. No presiono a mi amiga, no soy quién para ello. Yo también tengo secretos.

Las clases pasan lentamente, el tiempo lo hace cada vez que se espera algo. Cuando por fin suena la campana del receso, le mando un mensaje a Mad para vernos en un punto medio y comer en alguna banquita o jardín.

Como tan solo unos días atrás, mis ojos no paran de escrutar a las multitudes, no lo veo por ningún lado. Tampoco a sus números.

—No debes parecer desesperada o el chico huirá —me sugiere Mad y luego se lleva un trozo de brócoli a la boca.

Mad tiene un profundo respeto por los animales, y ese amor se ha traducido en una vida consciente y libre de crueldad. No usa nada derivado de animales o de empresas que los usen, por supuesto, tampoco come carne. Es algo que admiro también de ella.

—No estoy desesperada —digo y agacho la mirada.

Esa no es una mentira, al menos no completamente. Sí lo estoy, pero por razones muy distintas a las que Mad insinúa.

Comemos en silencio por unos minutos más hasta que levanto la mirada y un doloroso jadeo escapa de mis labios, alertando a mi amiga. Veo a Alexander, lo veo y va con Cameron prensada de su brazo.

—Oh, Karim —lamenta Mad a mi lado—. Está bien, ya habrá otros prospectos.

Mi corazón late con temor y dolor, cada bombeo escuece y en mi pecho se forma un agujero negro. De repente, tengo frío. Mad me toma en sus brazos y me abraza. No obstante, la compañía de Alexander es lo último que me interesa... es decir, veo a Alexander y luego me veo a mí y no hay manera, simplemente no es posible en este mundo, así que bien podría estarla besando y esa no sería la razón de mi congoja.

Sus números, los dígitos no han cambiado en absoluto: 4 días. El alma se me cae a los pies. ¿No ha llamado? ¿Y si lo hizo eso significa que su muerte no es por suicidio? Mil preguntas se arremolinan en mi cabeza. Necesito respuestas. El timbre de fin de receso suena, y Mad corre a su salón mientras yo avanzo a Literatura.

Voy sin ánimos, es una de mis asignaturas favoritas, pero después de lo que he visto no encuentro la energía para vivirla. Los chicos entran uno después del otro, hasta que Alexander cruza el umbral no dejo de voltear a la puerta. Tenía la esperanza de haber visto mal, pero no. Los números son cada vez más bajos. Él me descubre y me sonríe, le devuelvo el gesto, aunque estoy segura de que no ha sido muy convincente. Alexander termina por sentarse a mi lado.

Pronto, la literatura consigue envolverme en sus mágicas líneas, en sus mundos y cristales de sentimientos, y en lo que los autores querían plasmar en sus letras. Dejo que me arrastre a ese mar de infinitas esferas, al menos en lo que acaba la clase. Cuando lo hace, sé qué debo hacer y mi corazón se acelera entre la emoción, la adrenalina y de nuevo el miedo.

Voy a seguir a Alexander. 

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