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La operación "Salvar al niño bonito de una muerte anticipada" comienza desde muy temprano. Esta vez hago caso desde el primer timbre de la alarma. Salto de la cama y me baño tan rápido que por un segundo creo que no lo he hecho bien, pero no hay tiempo para darse una segunda ronda. Mamá ya no está, trabaja desde muy temprano y sus descansos son los lunes y fines de semana. Siento alivio. Si no me ve toda alterada, no sabrá que lo estuve.
Bebo un vaso de leche y me cepillo los dientes antes de salir. En mi afán de asegurar una buena limpieza me lastimo y cuando escupo hay sangre en el lavabo. Por alguna razón, ese rojo en apariencia insignificante me recuerda que la vida de un muchacho está en peligro. Niego. No debo distraerme. Salgo de prisa al terminar. El trayecto en autobús a la escuela no dura más que de costumbre, pero para mí sí que lo hace... Ya saben, tener solo 5 días para salvarle la vida a alguien no ayuda mucho a esto de la ansiedad y nerviosismo.
Cruzo la reja de la escuela y reviso mi horario en el celular. La primera clase es química en el laboratorio 32-B. Me dirijo hacia allá y conforme pasan las horas cambio de salón para tomar mis clases. Qué día tan largo. ¿Por qué justo hoy decidió el mundo girar más lento que de costumbre? Pese a que intento disimular mi zozobra, apenas suena la campana, salto de mi asiento y recojo mis cosas.
Pronto me encuentro con Mad, ella enarca una ceja al verme, pero no hace comentario alguno. Por supuesto, mi amiga es una persona de lo más observadora y solo le lleva 5 minutos darse cuenta de que algo anda mal en mí.
—¿Buscas a alguien? —pregunta y sigue la dirección de mi mirada.
No he parado de otear los pasillos buscándolo. Me reprendo, qué discreta he sido.
—No.
—Luces ansiosa.
—Ah, ¿sí? A lo mejor es que he bebido mucho café en la mañana.
Mad me escruta, es obvio que no me cree, mas lo deja pasar. Pocos minutos después, el descanso termina y yo no puedo evitar sentir que he fracasado. No lo he encontrado. Estoy tan lejos como al principio de descubrir la causa de su muerte. El corazón me perfora las costillas y de nuevo el regusto amargo de la culpa inunda mi paladar, solo les concedo unos segundos, luego fuerzo a mis negativos pensamientos a alejarse y dejarme trabajar.
Mientras Mad se marcha a su salón y yo al mío, continúo buscándolo. ¿Cómo alguien de su tamaño y siendo tan llamativo puede no ser visto? Alexander es alguien que sí o sí reconoces. Es imposible no saber de él, incluso si no comparten clases. A mi cabeza acuden los recuerdos del receso pasado. Mi memoria revive la cercanía a la que estuvimos, el brillo de sus ojos y esa amable sonrisa que usa para casi todo. No lo quiero admitir y jamás lo haré en voz alta... así que solo lo confesaré una vez; ¿de acuerdo? Verlo es embriagador...
De verdad, es más que guapo, es... ¡casi como un hada! Perfecto. Rio y agacho la cabeza para que nadie me vea y crea que estoy más loca de lo usual. Retomo mi idea, solo le faltan las alas y quizá una pequeña corona en ese cabello oscuro y rizado que luce tan suave a la vista.
Al llegar al salón, descubro que el profesor no ha venido y varios de mis compañeros están saliendo ya. Suspiro, haría lo mismo, pero mi tragedia es que la clase que le sigue después sí que la tendré. Es una optativa, Textos españoles, así que no puedo irme sin más. En su lugar, cojo mi mochila y voy a la biblioteca a pasar el rato y quizá para avanzar un poco con mis tareas.
Ni bien entro, mis ojos dan con él a una velocidad casi inhumana. Está sentado al lado de un ventanal con la mirada fija en un libro de pasta azul. Me digo que es porque lo he buscado la mañana entera, pero ni yo me creo mi propia mentira. Tengo que aceptar la verdad: lo encuentro porque lo necesito salvar. Él elije ese momento para levantar el rostro y cuando da conmigo, sonríe y alza la mano a modo de saludo.
Mis mejillas arden a la par que devuelvo el gesto. Solo para ganar tiempo y tener algo que hacer avanzo hacia la computadora de consulta y tecleo el nombre de un libro que necesitaré para un proyecto que en definitiva esta semana no empezaré.
Mi pulso se acelera conforme avanzo por los estantes buscando el libro y, mi mente no para de señalar que no conseguiré salvarlo si no soy capaz siquiera de acercarme a él. Sé que debo hacerlo, que para conocerlo y descifrar la razón de su muerte debo hacerme su amiga... pero mis nervios no lo permiten, y mi temor no deja de repetirme que, aunque lo intente cinco días son muy poco tiempo. Además, mi dignidad y orgullo no han acabado de sanar después de los golpes mortales que recibieron el día de ayer.
Por fin doy con el libro en cuestión, lo tomo y decido que me sentaré con él. Avanzo con seguridad hasta que estoy a solo tres metros de él; entonces, la cobardía en mí toma el control de mis acciones. Termino por acomodarme en la mesa de costado. No tengo ni tres segundos en mi lugar, cuando él gira su silla y me habla.
—¿Por qué no te sientas conmigo? —me invita.
Jesús, María y José.
—Ah, yo... —Mi boca se seca, intento hablar, pero mi voz huye por completo.
Tampoco tengo tiempo de aceptar su invitación. Mis ojos viajan a la esbelta silueta que se ha colocado a un lado de Alexander. Cameron. La chica más popular del instituto, ella me dedica unos segundos, los suficientes para determinar que no soy ninguna amenaza a su conquista. Es casi imposible para mí no salir huyendo.
—Alex, te estuve buscando —le reprocha con cierto aire pueril.
—Disculpa, estuve ocupado. —Usa una voz afable, aunque no sonríe. Al volverse a mí sus labios esbozan una—... Lo siento, ya no te distraeré.
Las mejillas de Cameron se encienden. Mis ojos no paran de ir del uno hacia la otra. Alexander se voltea cuando la rubia exige su atención.
—Está bien, te perdono —dice Cameron y endulza su voz hasta el nivel nauseabundo; luego se sienta en el lugar frente a él—. ¿Qué tal si avanzamos con el proyecto? Tenemos que hablar de las principales causas de muerte en jóvenes, y ya estuve leyendo sobre el suicidio. El tema en el que sugeriste nos enfocaríamos...
¡Suicidio! Mil alarmas rojas se activan en mi cabeza y repaso lo que sé acerca del suicidio. Muchas veces la víctima intenta hablar de ello con las personas, muchas veces piden ayuda de formas que si el resto escuchara con atención sería más que obvio. Mi corazón late acelerado, y me embarga una pequeñísima pizca de esperanza. ¡Tengo que buscarle ayuda!
—¿Qué? ¿Necesitas algo? —Esa la voz de Cameron, suena molesta.
Tardo en unos vergonzosos segundos en caer en la cuenta de que me habla a mí y su mirada destila fastidio. Niego confundida.
—Entonces, deja de vernos.
—¡Cameron! —interviene Alexander.
Debo haberme quedado pasmada, diablos. Comienzo a recoger mis cosas.
—No tienes que irte, Karim —me pide el chico de ojos ámbar.
Pero sí que tengo, debo buscarle ayuda.
—Está bien, ya tengo clase.
Al final, decido saltarme las clases. Es por una buena causa, callo a mi consciencia y abandono la escuela minutos después de la biblioteca. Me dirijo a un centro de apoyo con férrea resolución: voy a salvar a Alexander.
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