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La comida en mi boca pierde el sabor, no puedo disfrutarla y la verdad me cuesta tragarla. ¿El motivo? Alexander y esos enormes topacios que tiene por ojos que no parecen despegarse de mí. Pese a que es un gesto amable, no puedo sentirme bien porque no importa cuánto intente ignorar los números en su cabeza, no puedo. No puedo y la culpa se me atora en la garganta. Es casi como estar en asfixia constante.
—¿Te gusta? ¿Quieres algo más? —pregunta con suavidad una vez he logrado pasar el bocado.
—Estoy bien, gracias.
En este momento deseo con todo mi ser que Mad acuda a mi rescate, pero no. Ha elegido el peor día para retrasarse. Volteo hacia la puerta esperanzada y el deseo todavía no se cumple. Mi amiga no está cerca.
—Tranquila —dice el chico frente a mí—, no estoy interesado en ti de esa manera.
Mi mandíbula cae ante su comentario, y no sé exactamente cómo me siento. Una parte de mí sin duda está ofendida, la otra aliviada... por un carajo. No voy a mentirles, ¿de qué serviría? Sí que sé qué pasa en mi corazón en este momento. Me siento humillada. Hago el pobre intento de salvar mi dignidad.
—Ah, ¿sí? Yo tampoco.
—¿De verdad? El sonrojo en tus mejillas dice otra cosa. —La voz del chico en ningún momento ha sido burlona o de superioridad, por el contrario, pareciera ser la bondad en persona.
—Es que la comida pica —miento y hago un pésimo intento de sorberme los mocos.
—Son panqueques de mora azul con un montón de mermelada de mora azul. —Se ríe.
Es imposible sostenerle la mirada, me agacho y me concentro en acabarme el desayuno. Ya no tengo respuesta a su observación. Lo sé, mi excusa ha sido de lo peor. ¿Por qué no pude pensar en una mejor? Ah, sí, porque mi dignidad ya se encontraba en el suelo y yo hice el último intento desesperado de recogerla. Ojalá la tierra me tragara y me escupiera en mi cama, o en otro mundo, o donde fuera. Cualquier sitio sería mejor.
Comer se hace más difícil luego de semejante ridículo, así que los minutos se extienden a la eternidad hasta que una melodiosa voz se hace presente a un costado.
—¿Puedo sentarme con ustedes?
¡Es Mad! Estoy segura de que mis ojos deben brillar ahora mismo de alivio puro. Asiento y ella pronto se acomoda.
—¿Quieres algo? Iré por un batido —le pregunta el chico nuevo a la par que comienza a levantarse.
Mad asiente.
—También quiero uno de chocolate, por favor —responde.
El chico nuevo asiente y marcha hacia la caja. Entonces, mi amiga voltea a verme como si fuera yo la que tuviera tres ojos en la cara.
—Pensé que lo odiabas —susurra.
—No lo hago, solo... no estoy interesada.
—¡Oh, por la Diosa, Karim! ¿Él lo está?
Caigo en la cuenta de mi error.
—No, tampoco. Me he explicado mal —digo con torpeza—, esto es un gesto de disculpa por lo de ayer.
—Ay, ya quisiera yo chocar con el chico más guapo del instituto. ¿Por qué a mí no me pasa eso?
En este instante, Alexander regresa con un batido en cada mano, le alcanza el suyo a Mad. Mi amiga y él conversan acerca del club de natación y competencias mientras yo me ahogo con los panqueques sazonados con culpa. Sin querer, mi mirada cae una vez más en los días sobre su cabeza, seis. En menos de una semana Alexander morirá. El nuevo bocado en mi boca adquiere un nuevo matiz. Tristeza. Sabe a culpa, desconsuelo y mermelada.
Los escucho por los minutos restantes del receso. Alexander parece ser un buen chico, no lo conozco, tampoco puedo leerle el alma para aseverarlo, pero si me baso en el trato que me ha dado en los últimos días por solo un accidente y lo sumo a lo que los rumores dicen, el resultado es innegable. Es casi un ángel. Y les digo casi no porque no cumpla con todos los requisitos, sino porque... bueno, no puedo aseverarlo y no me gustan tampoco los absolutos.
La campana suena y su estridente aviso sirve también para darme cuenta de que ya he caído en la trampa. Estoy descendiendo por un abismo, uno cuyo final implicará lágrimas. Es demasiado tarde para intentar asirme a cualquier cosa y salvarme. En mi cabeza, ya no es el chico nuevo, es Alexander y voy a intentar salvarlo de una muerte prematura.
Maldita sea. Maldita sea yo. ¿Hacia qué lío estoy caminando ahora?
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