36
Me quedo sin palabras, aun si quiero refutar y darle mil argumentos de que eso es imposible, lo único que hago es agachar el rostro y llorar. No sé si es de culpa o vergüenza, tal vez ambos. Que alguien con esa apariencia me señale sin tapujos hace que duela.
—Es tiempo de volver —indica.
Una vez más, lo sigo al agua y tomo su bracito hasta que llegamos al pelirrojo de nuevo. En todo el trayecto, Deas no dice nada. Voy a él y esta vez soy yo quien toma su mano.
—Tienes mi respaldo, Karim. Solo debes ver al guardián del norte y entonces podrás visitar al oráculo. Después, el Consejo de las Almas te explicará qué es lo que está sucediendo.
Consigo asentir e imito la reverencia que Dwanel le hace. En el trayecto, informo al pelirrojo de esto último, todavía estoy procesando la acusación de Deas. Al volver a la orilla del lago, me alejo un poco. Necesito aire. Mi cuerpo tiembla y no es por el frío, es por lo que el guardián me dijo. Más lágrimas abandonan mis ojos, comienzo a sollozar.
—¿Karim? —Dwanel se acerca y toma mi rostro para obligarme a verlo—. ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?
Rechazo su toque y pongo distancia de por medio, un metro. Limpio mis mejillas. Hay dolor en mi interior, pero también hay necesidad de saber. Tengo que hacerlo.
—¿Qué es el Consejo de las Almas?
Dwanel no responde, eso logra encender una pequeña llama en mi interior.
—¿Por qué debo ver al oráculo?
Una vez más, silencio de su parte. La llama se hace un incendio. Estoy furiosa, así que sin esperar por él decido comenzar a caminar de regreso. Me llevará un siglo regresar, pero no me importa, no lo quiero ver.
—Espera, Karim —grita metros atrás.
Sigo caminando hasta que su brazo me detiene.
—¿Qué está sucediendo? —exijo por tercera ocasión.
—No debo decirte, Karim.
Al menos a hablado.
—¿No debes o no quieres?
—Karim...
—Suficiente, me voy.
Doy media vuelta dispuesta a continuar, mis pies se mueven con celeridad. Todavía no conozco bien este lugar, pero prefiero perderme antes que quedarme con él. Las palabras de Deas todavía resuenan en mi cráneo y no sé si puedo confiar en Dwanel, pese a que hasta ahora no haya hecho nada para perjudicarme, ocultarme la verdad sabe a traición. Es traición.
—¡Espera! —grita.
No escucho y continúo alejándome de él.
—No debo decirte tu verdad. —De pronto, está tras de mí, sujetándome para evitar que me vaya, sus brazos me rodean como si me abrazara—. Pero puedo decirte la mía.
Acto seguido, me libera y consigo dar la vuelta. Sus ojos lucen suplicantes.
—¿Y bien?
Por un breve segundo, él hace una expresión de incomodidad, estoy a nada de dar media vuelta otra vez. Se negará a hablar de nuevo.
—Soy un hada de la corte de fuego, fui el guardian de la reina Evanna muchos siglos atrás y ahora estoy intentando expiar mis pecados.
Las palabras desaparecen de mi boca, mis pensamientos se quedan en blanco. Quisiera decir que estoy conteniendo la risa ante su revelación, pero la verdad es que no, que le creo. Después de que me ha mostrado este mundo, sería risible y de necios seguir pensando que me droga cada vez que viajamos. Por otro lado, sí que hay algo que grita en mi cabeza... Algo hizo clic.
—¿También soy un hada? —inquiero al tiempo en que pienso que, de serlo, le faltó a la naturaleza darme la belleza de una y las alas.
Dwanel ríe, es un pequeño golpe a mi autoestima. ¿Me sobrepasé? ¿Si no soy un hada qué soy y por qué estoy aquí? Más importante, ¿por qué les interesa si me gustaría o no vivir aquí?
—No. Eres algo más poderoso, más fuerte.
—¿Qué soy? —insisto.
—Karim... aún no es tiempo, ni me corresponde a mí decírtelo. Por favor —ruega—. Hagamos lo que pidió Deas, entonces, si el oráculo y el Consejo de las Almas no bastan para ti, responderé a todas tus preguntas.
—¿Trato?
—Trato.
Leo las sinopsis de una película de terror mientras espero a que mi nov... Alexander regrese de los servicios. Es un poco difícil llamarlo mío, todavía no me acostumbro y, lo que es más, todavía no lo creo. Han pasado tantas cosas en mi vida en tan poco tiempo que a veces creo que todo es un sueño. Lo sé, es estúpido, pero a veces pensarlo me ayuda a sobrellevarlo.
Como decía, ya que no habíamos podido ir a cenar, optamos por una sencilla salida al cine, al final de cuentas lo que importaba era pasar tiempo juntos. De pronto, por el rabillo del ojo veo que alguien se posiciona a mi lado para leer. Probablemente esté buscando opciones, Alexander y yo habíamos elegido una película de comedia. Fue divertido, escucharlo reírse fue musical y pensar en algo más que no sean Dwanel o Mad ha sido liberador. Lo necesitaba. Ahora solo espero por él antes de irnos y mato el tiempo leyendo sinopsis para otra ocasión.
—¿Crees que esté buena? —inquiere el extraño a mi lado.
Frunzo el ceño, no me ha hecho una pregunta prohibida, pero no estoy acostumbrada a que gente desconocida me hable. Viro hacia él para verlo mejor, es un muchacho joven, aunque sin duda me sacará un par de años. Tiene el cabello rubio y los ojos marrones.
—No lo sé, no soy mucho de películas de terror.
—¿Por qué?
—Soy miedosa —digo sin tapujos y me encojo de hombros.
—Quizá es que necesitas la compañía adecuada —murmura con una sonrisa.
De acuerdo, eso sonó muy fuera de lugar y mi mente tampoco puede encontrar una respuesta a su comentario para hacerlo menos extraño. Lo veo extender una mano hacia mí, como si quisiera tocarme, aunque no estoy segura; sin embargo, no llego a descifrarlo ya que su mano se queda a mitad del trayecto. Otra mano se lo ha impedido al sujetarlo por la muñeca. Mis ojos caen en Alexander. Abro la boca para decir algo, mas nada emerge de mi garganta.
—No vuelvas a intentar tocar a mi novia... a menos que estés preparado para las consecuencias.
El extraño sonríe burlón; no obstante, sus ojos llamean mientras sostienen la mirada de Alexander. Por un breve instante, creo que me estoy perdiendo de algo, pero antes de que pueda saberlo, el rubio da media vuelta y se va.
—¿Qué fue eso? —pregunto.
—Lo mismo iba a preguntar —responde Alexander y estira su brazo para tomarme de la mano—, ¿lo conoces? Parecías incómoda, así que simplemente actué. Lo siento si era algún amigo tuyo.
—No, en realidad no. En fin, la gente está cada vez más loca.
El chico dorado sonríe, y me conduce de ese modo a un pequeño restaurante de hamburguesas que está en la misma plaza.
—Imagino que tienes hambre.
—Mucha.
Pide una mesa para dos y después de ordenar, nos zambullimos en comentarios acerca de la película, en las partes favoritas, las más graciosas y también las que menos disfrutamos. El tiempo pasa, cenamos y emprendemos el camino a casa. Para cuando llegamos, mi madre nos espera en el umbral de la puerta, no puedo decir que no esté avergonzada. Revisa la hora en cuanto nos tiene enfrente.
—Eres puntual —reconoce.
—No quisiera faltarle al respeto en ninguna forma —responde Alexander.
—Les daré unos minutos para despedirse, te espero dentro, Karim.
—Claro.
Los topacios de Alexander se clavan en mí, sus iris brillan con mil estrellas resguardadas. Puedo ver la felicidad en su rostro, tiene las mejillas sonrojadas.
—Gracias por hoy —susurra contra mi boca.
—Te veo en unos minutos.
Recibo como respuesta un tierno beso en la frente y el brillo de sus ojos al marchar a su auto. Se ha vuelto un secreto y una costumbre, compartir cama en cualquiera de las casas. En la mayoría es en la mía, entra en cuanto mi madre se va y sube a mi habitación. Tenerlo allí... me hace sentir segura. Desde el último viaje a Eieno, mi corazón ha latido intranquilo y mi mente me juega malos ratos cuando duermo. A veces solo es una intranquilidad constante la que no me deja dormir, otras veces son pesadillas que olvido apenas abro los ojos, una parte de mi agradece no recordar, pero otra desearía hacerlo para saber a qué me enfrento.
La tercera mentira no sabe tan mal. Cancelar mis planes con Alexander o posponerlos se ha vuelto casi una costumbre. He viajado a Sìorraidh en más ocasiones, aunque no he podido todavía que conocer al último guardián. Así que, de nuevo, siento el aire en mi rostro mientras me aferro al cuerpo de Dwanel al viajar en su motocicleta. Nunca les he encontrado el atractivo, ni siquiera como accesorio en un hombre; es decir, se ven bien, eso es innegable, pero en mi caso y si me preguntaran no sube ni resta puntos tener una. Minutos después llegamos a la casa de Mad.
Me he acostumbrado a visitarla y, aunque el dolor sigue presente, intento que no me paralice ni me rompa. La extraño y lo haré de por vida, quizá en eso radica el por qué continúo accediendo a las peticiones de Dwanel, él dijo que Mad me lo habría dicho y que como no pudo él me lo mostraría. Espero que al final de este viaje logre comprender lo que mi visión y Mad significan en mi vida.
Los viajes se han vuelto más sencillos, los mareos casi se han ido. Dwanel dice que llegará el punto en el que desaparezcan por completo, que solo debo acostumbrarme. Pese a que disfruto los viajes, hay algo que todavía no entiendo en la configuración de Sìorraidh: el clima y las equivalencias del tiempo. Hay veces en las que nos hemos ido por casi un día entero, pero al volver solo han pasado unas pocas horas. En cambio, también ha habido ocasiones en las que para mí solo han pasado unas horas y al regresar ya es de noche. El clima tampoco parece tener más coherencia. Dwanel solo murmura que ha sido así en los años recientes.
—¿A dónde vamos? —pregunto en brazos del hada de fuego.
Veo el cielo desde las alturas y siento el frío del aire en mis mejillas, es emocionante. Empecé a traer unos visores de aviador para evitar que algo entre a mis ojos y poder apreciar el lugar. Sìorraidh es más hermoso de lo que alguien podría imaginar.
—Es una sorpresa.
—Siempre dices eso.
—Es que todas las visitas son una sorpresa para ti.
El silencio nos envuelve, pero no es incómodo o molesto, en realidad, me da paz y me tranquiliza. Minutos después, llegamos al lugar indicado. Es un amplio lago de agua azul, rodeado por altas montañas. Dwane me deposita a la orilla con suavidad. Mis ojos escanean el lugar en busca de criaturas o el último guardián; sin embago, no descubro nada.
—No las verás, no salen de día —me advierte.
Viro hacia él y me encuentro con su mano extendida. Son algas de sal, como había dicho que se llamaban esas que permitían respirar bajo el agua.
—¿Por qué me enseñas a los habitantes?
—¿Por qué no? Te gusta Sìorraidh, conocerlo es conocer a su gente también.
Tomo las algas y las llevo a mi boca sin mayor ceremonia. Entonces, Dwane ltoma mi mano y me conduce al lago. El agua no está helada, pero tampoco tibia. No protesto y dejo que me guíe al interior, es mientras hago esa pequeña marcha que veo a lo lejos un par de cabecitas sobresaliendo en la superficie del agua.
—¿Qué son? —pregunto antes de que el agua me cubra por completo.
—Asrai, hadas de agua.
—¿Cómo tú?
—No... —Frunce el ceño ante la dificultad de explicarme—. Ellas son elementales, viven en agua, respiran agua y son de agua. Si se exponen a la luz del día mueren. Las hadas como yo controlamos algún elemento, pero no vivimos en él, tampoco morimos sin él.
—¿Hay más hadas como tú?
—¿De fuego? ¿O que controlen los elementos?
—Ambos supongo...
—Sí, muy pocas, el clan de fuego es el más pequeño en la Corte de Aotrom.
—¿Cuántas cortes hay? —No sé por qué pregunto esto hasta ahora, quizá porque es la primera vez que me lleva a ver a más hadas.
—Dos, la Corte de Aotrom y la Corte de Dorchadas.
—¿Cuál es el clan más pequeño?
—El de las hadas de hielo.
Frunzo el ceño.
—¿No serían como hadas de agua?
Dwane ríe.
—Dentro de cada elemento hay subclanes.
—¿Tú perteneces a alguno?
Sin embargo, antes de que pueda responderme, nos vemos rodeados por pequeños seres de dos piernas y no más de veinte centímetros de altura. Son tan traslucidos que puedo ver las venas de su cuerpo, tienen un ligero color azulado en la piel y las alas que gastan son como pequeños pétalos de flor. Las mujeres llevan suaves vestidos, mientras los hombres solo pantalones; ambos van descalzos.
—Bienvenida, Karim —me saluda una mujer de ojos amables y arrugas en el rostro, está en el crepúsculo de su vida—. Mi nombre es Tarisha.
—Gracias por recibirnos.
—Es un placer, por favor, sígueme.
Tarisha va por delante de nosotros, el resto de su comitiva nada a nuestros costados. Puedo sentir su mirada curiosa en mi piel y cada tanto volteo para sonreírles. Ellos hablan entre susurros y se ríen, no sé si eso es bueno o malo, pero al menos ir acompañada por Dwane hace que se sienta menos extraño. Luego de quince minutos, llegamos a lo que parece ser su aldea.
Sus viviendas son como pequeñas colmenas apiladas, tienen un campo redondo en el centro en donde crecen corales de diversos colores, brillan y su luz ilumina todas las casitas. Más Asrai salen a nuestro encuentro, hay niños incluso. La diferencia de estaturas entre un adulto y un infante es evidente, los niños miden entre cinco a diez centímetros, según la madurez en la que se encuentren.
Al principio solo veo a Tarisha dar algunas indicaciones, no entiendo todavía que hacemos aquí, así que solo observo y espero, espero a que la verdad sea revelada.
—Hoy las dos lunas serán llenas, hoy ascenderemos a la superficie —explica al volver a Dwanel y a mí—, esperamos que puedas estar con nosotros en la celebración.
—Sería un honor.
Veo a las haditas reunir varios artefactos que desconozco, algunos parecen cuencos, otros tubos y paraguas. Me acerco a ayudar, mi tamaño en comparación evitaría que carguen mucho.
—Yo los llevo, si quieres —murmuro a una hadita macho.
Es un adulto, sus alas rebasan su cabeza y tiene ojos astutos.
—Gracias —dice al entregármelos.
Los acuno en mis brazos, mientras él apila varios más. Por un instante, temo que sobreestime mi fuerza, mas luego se acerca Dwanel a ayudarme y él lleva la mitad.
—¡Es hora! ¡Es hora! —Un grito infantil rompe con el ruido de los preparativos, el niño acaba de llegar—. Matriarca Tarisha, la luna comienza a ascender.
La susodicha asiente y luego se dirige a todo el pueblo.
—Muy bien, el momento ha llegado. Pueden subir. —Así, con esas simples palabras da inicio una pequeña marcha de hadas hacia el exterior.
Dwanel me sonríe y la hadita a mi lado también, este último me indica con las manos que me dé prisa.
—Voy, voy... —Rio.
Puedo sentir la emoción en el ambiente, están eufóricos por lo que sea que esté a punto de suceder. Dwanel parece compartir el sentimiento y yo solo puedo sentirme ansiosa por descubrirlo. La ascensión dura mucho menos de lo que el descenso lo hizo, pronto el aire frío y la noche nos reciben con miles de estrellas en el firmamento. Mi mirada se clava en el firmamento y mi boca forma una pequeña "o" al ver, tal como había dicho Tarisha, dos lunas brillar en el centro.
La hadita macho a la que había ayudado a cargar los artefactos se acerca con un pequeño pelotón atrás de él. Más hadas de ambos géneros. Comienza a repartir lo que sea que me ha dado. Lo observo y a la par descubro la utilidad de cada uno, algunos son canoas, pequeñas como para su tamaño, solo caben dos haditas, y a veces solo una. Los demás son instrumentos, flautitas diminutas y pequeñas conchitas que van extendiendo en la superficie, me lleva más tiempo comprender para qué sirven y lo hago cuando un grupo de siete hadas toman las flautitas y comienzan a tocar. Me quedo sin nada en los brazos.
El resto de las hadas empieza a bailar sobre las tablitas. Es una danza complicada concluyo luego de unos segundos, no saltan de tablita en tablita en desorden, lo hacen con disciplina y precisión. Llegados a un punto, la danza continúa en el aire.
—Ven a bailar —grita la misma hada macho a la que ayudé.
—Ah... ¡Ay! —Mi negación se ve interrumpida cuando descubro que Dwanel me eleva en el aire—. ¿Qué haces?
—No puedes volar, así que pensé en ayudarte. Sostente. —Toma mis brazos para llevarlos a su cuello y sus manos se posicionan en mi cintura.
De ese modo, comenzamos a movernos al ritmo alegre de la música. Pese a mi carencia de alas, Dwanel me ayuda a seguirles el paso. Las hadas bailan entre risas y grititos de júbilo, algunos niños nos rodean y bailan a nuestro alrededor, nos ven de tanto en tanto y se ríen. ¿Acaso lo hacen de mí?
—¿De verdad lo hago tan mal? —le pregunto a Dwane.
—Un poco, sí. —Reprime una risa.
—Oh, venga ya...
Estallamos en carcajadas, pero el baile no se detiene hasta que bajo la mirada y veo nuevas canoas, son hadas que reposan y cuyas alas lucen quebradizas y frágiles; sin embargo, sus pieles no delatan signos de la edad.
—¿Están bien? —Con la mirada le indico al hada de fuego a qué me refiero.
—No realmente, están enfermas.
—¿De qué?
—Ya no hay tanta magia y vitalidad en Sìorraidh como antes. Eso afecta a todo ser mágico.
—¿Por qué?
—Hacen falta algunos ajustes... pero no es momento para hablar de ello. Te explicaré después.
Incluso así y pese a las risas y baile, durante toda la noche, no soy capaz de olvidarlas. No es la primera vez que veo a seres enfermos, tampoco lo único que parece estar mal en este continente. El clima y las alteraciones en la equivalencia de tiempos indican que hay algo que no está funcionando bien y por la manera en que Dwanel ha hablado de la carencia de magia en Sìorraidh, podría decir que es un problema acuciante. ¿Es por eso por lo que me muestra el mundo? ¿Por qué quiere saber cuánto tiempo de vida le queda? Es verdad que todo este tiempo he visto los relojes de las criaturas que he conocido, algunos son muy cortos, otros descienden con celeridad anormal y unos más parpadean como si de pronto fueran a quedar en ceros, no lucen bien.
Algo dentro de mí me dice que debería advertirle que no puedo hacer tal cosa, que no sé cómo ver el tiempo de vida de un planeta, tierra o continente. No obstante, otra parte de mí, la ilusa y egoísta, me obliga a quedarme callada, porque quizá él ya lo sepa y su objetivo sea enseñarme a expandir mi habilidad para poder ver el tiempo de un planeta. Me aferro a esa idea, me aferro, aunque sé que es tan sólida como las alas de una mariposa.
Horas después, él y yo observamos a las hadas desde una orilla del lago, las vemos ascender de manera ordenada, creando espirales y salpicando gotas de agua en todo momento. Estoy agotada, mi cabeza cae en el hombro del hada de fuego, es cálido.
—La siguiente visita será al cuarto guardián —murmura contra mi cabeza.
—¿Y entonces? —Mi voz es suave, estoy a nada de quedarme dormida.
—Entonces, sabrás quién eres en realidad y de dónde proviene tu habilidad para ver los relojes de vida.
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