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35





No sé cómo puede ver en la oscuridad, incluso con la luna y el cielo despejado, yo no logro distinguir gran cosa; sin embargo, él se mueve como si fuera de día. Dwanel me lleva de nuevo es sus brazos, tenemos que deshacer el camino andado para poder ir al portal que nos conducirá de vuelta al mundo humano... Mundo humano, una parte de mí se sorprender por siquiera llamarlo así, y la otra se horroriza por lo que inconscientemente estoy haciendo: crear una división en mi vida. Alejo esa idea de mi cabeza y me obligo a pensar que voy de regreso a casa, porque esa es la verdad, sea lo que sea, esta tierra no es a donde pertenezco.

El tiempo que nos lleva volver a la casa de Mad me resulta más corto que el de partida, y no puedo evitar sentir una punzada de tristeza al pisar el patio trasero, no es porque esté en la escena del crimen, sino porque he abandonado esa tierra mágica que al principio me negué a creer. Está oscuro, solo haces de luz de los vecinos nos iluminan. No hay luna, aquí no al menos.

—¿Te gustaría regresar? —pregunta de repente Dwanel.

—Sí. —No puedo controlar la sonrisa que emerge de mis labios ante la idea—. ¿Tengo que prometer que volveré?

—No, confiaré en tu palabra.

—Gracias... La última vez, la sensación no fue muy agradable.

—Lamento eso, solo quería asegurarme.

—¿Qué fue lo que sentí? —pregunto, él parece saberlo mejor que yo.

—La magia de un contrato, si prometes algo tienes que cumplirlo, si das tu palabra tienes que atañerte a lo que dijiste.

—¿Yo... acabo de darla?

—No. La magia tiene sus reglas y así como tan estrictamente ata, también lo hace solo bajo ciertos términos.

Caminamos hasta su motocicleta, no me simpatiza la idea de montarla de nuevo, pero silencio mis pensamientos y permito que él me lleve a casa. Se despide con un beso en la mejilla que por largos segundos me deja sin la capacidad de habla y luego camino hacia la entrada. Él no se va hasta que no entro a casa.

No sé bien lo que estoy haciendo, ni a dónde me conducirá. Tampoco sé si Dwane es alguien en quien confiar o si es alguna clase de demonio, lo único de lo que puedo estar segura es que mi capacidad para ver los relojes de vida de las personas está relacionada con Eieno. Quiero averiguar de dónde proviene y la razón por la que se me dio a mí, si mis antepasados también vivieron con esta maldición o soy la única maldita en la línea familiar. En cualquier caso, haré lo que tenga que hacer para descubrirlo. Además, pasar tiempo en El Continente Perdido resulta agradable, es reconfortante saber que hay algo más además de la monotonía humana.

Hago mis deberes, me aseo y ordeno un poco mi cuarto antes de mandarle un mensaje a Alexander. Son cerca de las doce de la noche, pero estoy segura de sigue despierto. Lo saludo y él me responde casi de inmediato.

¿Estás bien? ¿Pasó algo?

Todo bien. ¿Por qué no vienes?

¿Segura?

Sí.




***


Mi madre no llegará hasta dentro de horas, así que incluso cuando a Alexander le toma media hora estar en la puerta, estamos a salvo. Mis ojos lo beben cuando lo ven y corro a abrazarlo, él me devuelve el gesto y me aprieta, como si en lugar de horas hubieran pasado meses desde la última vez que nos vimos. Su nariz está en mi cuello, su respiración me hace suaves cosquillas y lo invito a pasar.

Llevarlo a mi habitación se ha vuelto una costumbre, incluso si no hacemos más que compartir las sábanas, es un momento tan íntimo que se siente casi mágico. Hablamos un poco de todo, sus ojos brillan cuando me relata las mascotas que tuvo de niño. Perros. Sus labios se mueven con entusiasmo, y yo lo observo y escucho con atención.

—He hablado mucho de mí —finaliza su relato—, ¿hay algo de lo que te gustaría hablar?

Mi corazón se acelera, quiere contarle sobre Eieno. Narrarle el encuentro con la serpiente que hablaba o con el perro gigante; sin embargo, mi cabeza me dice que aguarde, que no es el momento. Escucho a esta última.

—No. —Finjo un bostezo y me acurruco en su pecho.

Pese a que Alexander ha probado tener una entereza inaudita a la hora de escuchar relatos increíbles, no me gustaría tentar a la suerte y que lejos de creerme y compartir el secreto conmigo, me tache de loca y se aleje. Todas las personas tenemos límites, actuar así sería natural en él; no obstante, como dije, no quiero llegar a tal punto.

Sus brazos me envuelven, su calor me llega y, de ese modo, nos quedamos dormidos.

Le dije a Alexander que me volvería a quedar a estudiar en la biblioteca. Esa fue una gran mentira, pero no encontré de qué manera explicarle que vería a Dwane para ir a un lugar que no aparece en ningún mapa de este mundo. Siento remordimiento, siento culpa al mismo tiempo que percibo el viento en mis piernas al ir sentada en la motocicleta del pelirrojo.

La casa de Mad nos recibe en silencio y soledad. Intento no pensar en ella mientras caminamos al patio trasero, allí, cruzamos el portal. He dejado de resistirme a la guía de Dwane, después de todo él conoce mejor esta tierra y sabe a dónde ir. Los paisajes cambian cada tanto, igual que lo hace el clima, aunque predominan los bosques y la frescura en el viento. Mi mente vuela y comienzo a preguntarme qué tan placentero sería vivir en una pequeña cabaña rodeada de la naturaleza. Mucho. Sin duda. De repente, el cielo se oscurece tan rápido como si hubieran apagado su luz, no tiene sentido.

—¿Qué sucede?

—A veces pasa, el tiempo en Eieno es... complejo.

Pese a que no me quedo satisfecha con su explicación, lo dejo estar y aprecio lo poco que mis ojos pueden ver. Una hora o dos después, nos encontramos frente a un lago con agua tan clara que pareciera no haber siquiera. Soy capaz de ver la flora y fauna perfectamente. Esto es extraño. Entonces, caigo en la cuenta de que el musgo bajo el agua brilla en la oscuridad. Sonrío maravillada y mi sonrisa se hace todavía más amplia al descubrir los peces dorados que refulgen bajo el agua.

—¿Todos los peces son así? —inquiero al tiempo en que me agacho hacia el agua, meto las manos.

—¿Especiales? Sí.

—Son hermosos.

—Es solo una parte de Eieno.

Dwanel me deja disfrutar unos segundos más del hechizo de este cuadro antes de acuclillarse a mi lado.

—¿Confías en mí? —pregunta y lo veo hundir un brazo hasta la cepa más fea de musgo que hay en el agua, arranca un trozo y lo saca.

—No estoy segura.

Sus músculos se tensan, su mirada se clava en la mía. Es evidente que mis palabras lo han herido, no entiendo muy bien la razón, solo he sido honesta. Él sigue siendo un extraño.

—¿Si te prometo que estarás a salvo, comerías un poco? —pregunta, extendiéndome un trozo del musgo.

Lo pienso un segundo. Él dijo que la magia lo obligaría a cumplir su promesa, eso ayuda un poco a la situación.

—Antes de aceptar, ¿podrías decirme para qué sirve?

—Te ayudará a respirar bajo el agua.

La sola ilusión de poder cumplir el sueño que cualquier niño llega a tener hace que me olvide de la promesa y tome sin mayor estímulo el musgo. El sabor es... diferente, no horrible, pero tampoco delicioso. Él sonríe y no logro descifrar la razón. Si es veneno, ya es muy tarde. Sin embargo, él también come un poco. Luego, me toma de la mano y se adentra al agua, lo sigo a pasos pequeños. Está fría. El agua pasa de mis pantorrillas a mis rodillas, de mis rodillas a mis piernas y así sucesivamente hasta que está en mi nariz.

—Juro por mis alas que no te sucederá nada —murmura antes de jalarme hacia abajo.

No me da tiempo de gritar, el agua me cubre por completo. Mis instintos despiertan, empiezo a luchar. Sus manos aferran las mías, el miedo crece. Voy a morir.

—Respira... —dice.

Su voz me obliga a tranquilizarme, y hago lo que dice. Mi sorpresa y asombro son casi iguales al sentir que sus palabras son verdad. ¡Estoy respirando bajo el agua! Llevo mis manos a mi nariz y frunzo el ceño, no hay nada diferente. Mis ojos se clavan en Dwanel y es allí donde descubro que es su garganta la que tiene branquias. Mis manos van a mi cuello, se siente diferente y no necesito ser un genio para comprender que las fisuras que percibo son branquias también. Mi corazón se acelera y decido dejar el descubrimiento al fondo de mi mente.

Dwanel me sonríe una vez me ve más tranquila y toma mi mano para comenzar a nadar juntos. Quiero decirle que puedo hacerlo por mi cuenta... pero él me roba la oportunidad.

—Veremos a Deas —informa.

—¿Otro guardián?

—Sí, el del sur.

—No es un tiburón, ¿verdad?

El pelirrojo niega con la cabeza, y eso me da un poco de seguridad. Él dijo, además, que no me pasaría nada. Por supuesto, es él quien me hace zigzaguear entre colares y cavernas, mientras mis ojos disfrutan de la luminiscencia del lago, y me asombro al ver cuán grande y profundo es en realidad. El camino es largo, mis piernas comienzan a resentirlo, el cansancio debe ser mayor para él, está jalando parte de mi peso.

Por ensalmo, se detiene. Nuestras figuras se enderezan y esperamos. Largos minutos pasan sin que algo ocurra.

—¿Él vendrá? —pregunto al pelirrojo.

—Veo que la paciencia no es una de tus virtudes —responde una voz masculina.

No pertenece a mi acompañante. Trago con dificultad cuando veo una nueva forma frente a mí. No es un tiburón, ni una orca, doy gracias al cielo y pese a la gravedad de la voz, no puedo evitar sentir más que ternura por el guardián frente a mí. Mis labios se curvan en una sonrisa. Es un ajolote rosa.

Sus ojitos negros y redondos me observan fijamente, es probable que me esté evaluando, pero la verdad no me importa. Lo único que puedo pensar es que lo bonito que sus branquias externas ondean en el agua, y en su colita que se mueve con suavidad como si en lugar de nadar estuviera volando. ¡Sus patitas son divinas! Al igual que todos, es enorme, mucho más que sus congéneres, rebasa incluso a Dwane.

—Espero compensarlo con otras —respondo.

—Espero lo mismo, Karim. Por favor, sígueme.

Volteo para ver al pelirrojo, sé que él no los puede escuchar. Así que le informo de los deseos de Deas, y él se limita a asentir.

—Te esperaré aquí.

—Agárrate bien. —Deas extiende una de sus manos hacia mí.

Hago lo que me pide, y él nada con suavidad a través del agua. No sé bien a dónde vamos, pero puedo percibir que ascendemos cada vez más, el agua empieza a aclarar. Al emerger, me percato de que ya no estamos más en el lago, hay una pequeña isla frente a nosotros. Vamos a ella y me deja descansar en la arena, él se queda a mi lado.

—¿Qué piensas de Eieno? —inquiere.

Trago con dificultad. Sé que es una pregunta capciosa, aunque desconozco en qué parte se esconda la trampa.

—Creo que es el lugar en donde la imaginación se hace realidad —contesto con sinceridad—. De donde vengo, imaginar a alguien con alas se queda solo en el plano de las ideas. Es un sueño, una ilusión, pero en Eieno es algo real, algo normal.

—¿Te gusta?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo podrías soportar estar aquí?

Abro la boca para responder que para siempre, que no es algo que soporte sino más bien algo que disfruto. Sin embargo, las palabras se atoran en mi garganta cuando el rostro de mi madre aparece en mi cabeza, no solo el de ella, el de Alexander también. La que ha hecho es una pregunta difícil de responder porque quiero hacerlo con la verdad. Mi mente empieza a sopesar las posibilidades y las pérdidas, las reacciones que podrían tener mis seres queridos ante mi partida o ante la invitación a venir aquí. Los segundos pasan y el silencio se hace cada vez más asfixiante, al final, cuando respondo no hay cosa más cierta.

—No lo sé.

—¿Te gustaría, al menos? —Deas me mira fijamente, mas antes de que pueda responder él me libera de la presión—. No tienes que responder ahora, sé que son preguntas complicadas y que, por desgracia, tienes una vida en el mundo humano.

—No es una desgracia —susurro.

—Lo es para Eieno. —El guardián comienza a caminar cerca del mar, las olas acarician sus patitas y yo me uno a él—. Este mar que hoy es azul, una vez fue rojo.

—¿De verdad?

—Sí, teñido por la sangre de los que murieron en la guerra, de los inocentes y culpables cuya garganta fue rebanada. No se permitía ninguna palabra en contra, no había felicidad, solo miedo y muerte, sonrisas y ojos rojos, fue una época de gran tristeza.

Sus palabras me llenan de ansiedad, mi corazón se acelera. Está narrándome un momento crucial en su historia, lo siento en su inflexión. Hay tristeza y respeto a cada segundo.

—¿Quién lo hizo? —cuestiono.

El guardián se detiene, me mira a los ojos y esta vez sí que llego a sentirme un poco cohibida.

—Tú. 

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