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Una vez en casa y en mi habitación, me dejo caer en la cama. En mi suave y conocida cama. Llevo las manos hacia las heridas en mi cabeza y en mis rodillas, duelen... lo que significa que son reales. Que lo que viví con Dwanel sí sucedió, o cuando menos una parte. Lo peor del asunto es que no sé qué fue verdad y qué mentira. Parte de mí quiere creer que todo ocurrió, que una serpiente me habló y que volé en brazos del pelirrojo; pero otra parte de mí, la racional, me insta a aferrarme a la explicación de las drogas.

Veo hacia la ventana y me paro por enésima ocasión. El cielo continúa claro como la última vez que revisé. Mi raciocinio no puede contra eso. ¡Me fui por horas! ¡Horas! No es posible que las drogas ralenticen el tiempo, es como si aquí no hubieran transcurrido más que unos pocos minutos. El efecto tampoco podría durar tan poco.

Regreso a cama después de bostezar. Mi cuerpo está cansado y solo quiero dormir.

***

Caminar sola por los pasillos de la escuela es una tortura. Y no, no estoy exagerando. Me hace falta Mad, Mad y su sonrisa fácil, y sus comentarios amables y graciosos. Pensar en ella duele, pero no dejo de hacerlo. Quiero revivir en mi cabeza todos los momentos que viví con ella, esos en donde reíamos, veíamos películas y comíamos chucherías. Pronto, un nudo se me forma en la garganta y conforme me acerco a mi salón se hace más grande. Necesito llorar, pero no puedo. Aún queda una clase.

Me acomodo en mi sitio y cuando Alexander atraviesa el umbral sus ojos caen en mí, sonríe y me esfuerzo en corresponderle. El chico bonito se acomoda en un asiento a mi lado y susurra algo que no entiendo, mas me limito a asentir.

La clase de literatura pasa en un parpadeo. Sin embargo, no he escuchado nada de lo ha dicho el profesor, es más, ni siquiera sé si ha hablado o solo han recitado algunos versos mis compañeros. Recojo mis cosas con parsimonia. En mi torpeza, uno de mis libros cae y dos papelitos salen de entre sus páginas. Me agacho para recogerlos, Alexander también me ayuda. Yo tomo el título y él los trozos de papel. Los lee y frunce el ceño.

—¿Vas a ir al cine?

—¿Qué? —pregunto todavía medio ida—... No.

—Tienes entradas para hoy, para ver el estreno de la nueva película de hadas.

Entonces, lo recuerdo y quiero golpearme contra la pared, ¿cómo pude olvidarlo?

—¿Con quién vas a ir? —inquiere Alexander en un susurro.

Mi atención estaba en guardar mis cosas, mas en cuanto he escuchado su voz levanto la vista a los topacios del chico bonito. Luce herido, aunque se esfuerza por disimularlo. Estiro una mano hacia la izquierda suyo y la aprieto, buscando darle seguridad.

—Con nadi... con Mad —respondo—. Voy a ir con Mad.

—¿Quieres que las acompañe también? —No me juzga.

Alexander sabe que mi corazón lamenta el asesinato de mi mejor amiga, que necesito tiempo y soledad para sanar.

—No, gracias. Estaremos... estaré bien.

De pronto, me abraza, sus largos brazos envuelven mi pequeño cuerpo y me acerca al suyo, brindándome un calor que no sabía necesitaba hasta este preciso momento en donde él me lo ofrece sin condiciones. Por un breve instante, me siento completa. Sin embargo, el abrazo no puede prolongarse por toda la eternidad y me toma de la mano mientras caminamos hacia el estacionamiento. Me lleva a casa.

—Cualquier cosa, no dudes en llamarme. —Sujeta mi brazo antes de que salga.

—Lo haré.

***

Horas después, cojo un pequeño bolso y me dirijo hacia la estación del metro. Solíamos ir al cine del centro pese a tener uno cercano, Mad decía que le gustaba caminar por esas calles y que además eran mejores las pantallas. El trayecto dura solo unos varios minutos. Yo no soy fan de caminar.

Salgo de la estación del centro y comienzo a caminar por las mismas avenidas que a Mad le gustaban. Lo hago con lentitud, como si realmente estuviera apreciando lo que fuese que mi amiga veía. No tengo prisa, esta salida no es para mí, sino para ella. En cuanto llego al cine, muestro mi entrada y me permiten el acceso.

Me acomodo en mi asiento y pocos segundos después los comerciales empiezan. Cuando la película comienza no me toma mucho seguir la trama. Es interesante, atrapante y quizá algo trágica. Mad la escogió, así que no me sorprende que tenga tan buenos adjetivos.

Al terminar, avanzo hacia la salida y reviso mi teléfono. Son cerca de las nueve de la noche y tengo poca batería, 5%. Tengo que irme rápido. En cuanto salgo, veo que la noche ya se ha hecho con el cielo y los faroles de las calles hacen lo posible por iluminar los caminos.

Camino a paso veloz hacia la estación más cercana del metro, pero cuando llego me percato de que es casi imposible abordar un tren. Está llenísima. Así que decido salir y caminar hasta llegar a la siguiente estación. Sí, sé lo que están pensando, que será lo mismo, pero aquí en la Ciudad de México no siempre la lógica funciona y, de verdad, espero que esta vez sea así.

Las calles están oscuras y los faroles se encuentran encendidos. Hay pocos transeúntes, todos regresan a casa ya como yo quiero hacerlo. Decido tomar un atajo, un par de calles solitarias y entonces habré llegado a la estación. Solo dos, me digo antes de girar en donde no debería.

Al principio lo único que me invade es la sensación de estar haciendo algo incorrecto, la del peligro viene segundos después, una vez me encuentro a mitad de la calle, imposible volver. Escucho pasos ajenos, el ritmo me indica que esperan mis movimientos. Me siguen, el corazón se me acelera. Aprieto en mis manos las correas de la pequeña mochila que uso como bolso de mano y acelero el paso. Sé que es una tontería, pero no quiero ni ser asaltada ni ser víctima de nada peor... aunque igual debería tirar mi mochila y fingir que no me doy cuenta para salvar mi pellejo. ¡Exacto! No lo hago.

Entonces, el miedo comienza a hacerse enojo. ¿Por qué existen personas amantes de lo ajeno? ¿Por qué no se dan cuenta de que todos estamos intentando vivir y no por ello lastimamos o robamos a terceros? ¿Alguna vez piensan? Miles de preguntas se agolpan en mi cabeza cuando, de repente, escucho un par de carcajadas. Mi molestia se hace agua, mi corazón retumba asustado.

—Hey, nena, detente —grita uno.

Por supuesto que no hago caso y acelero.

—¡Que te detengas, zorra! —Una voz diferente.

Giro la cabeza tan discretamente como es posible para comprobar cuántos son. Tres. Tres. Solo tres. Uso el adverbio para consolarme, pero la verdad es que no hay nada de bueno en él. Sería mejor que tras de mí no hubiera nadie.

Voy tan concentrada en los individuos detrás que cuando menos lo espero choco con algo... con alguien.

—¿Ya te ibas? —pregunta.

Trago con dificultad y caigo en la cuenta de que son más de los que había pensado. Se han sumado dos. Esquivo su cuerpo para alejarme, pero apenas he pasado su silueta cuando mi marcha se ve interrumpida y me encuentro al segundo en el suelo.

—Te estamos hablando —sisea el mismo con el que choque.

Me levando te inmediato, lo peor sería quedarme en el suelo a la espera de su voluntad. Aprieto los puños, nunca he peleado y jamás he tenido alguna clase de defensa personal, así que mi única esperanza es que mis dientes encuentren piel cuando ellos se acerquen. Eso y que mis uñas rasguñen tanto como sea posible.

El individuo da un paso en mi dirección y a la par una fuerte ráfaga tiene lugar. Es tan violenta que me obliga a cerrar los ojos. De pronto siento mojada la cara. Aguanto la respiración imaginando que es alguna clase de porquería, aun si la lógica lo contradice, y con la mano derecha me limpio. Es en ese instante cuando abro los ojos y veo que el líquido es casi negro. Bajo la luz de los faroles la sangre es negra. Sé qué es por el olor que despide. Mi estómago se aprieta.

Los hombres a mi alrededor se inquietan y empiezan a murmurar, uno de ellos a desafiar a quien sea que haya tomado a su compañero a voz en grito. Maldicen y gruñen, mas como pétalos de una frágil margarita van desapareciendo. Ver el miedo en sus rostros crecer conforme van desapareciendo me llena de un placer hasta ahora desconocido. Lamento lo que sea que les hagan, pero me alegra que se los hagan. Un poco contradictorio, lo sé.

Cuando solo queda un sujeto, reacciono. Lo mejor sería empezar a correr si no quiero una suerte similar a la de ellos. Mientras mis pies me conducen a la estación del metro que necesito, mis manos usan las mangas de mi playera para limpiar la sangre de mi rostro. 

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