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27





Caminamos hacia lo que supongo es el norte. Uso el verbo "suponer" porque no veo ni una pizca de nieve. En la escuela me enseñaron que las tierras al norte siempre son frías, y si te ibas lo suficiente al norte todo comenzaría a ser blanco. Aquí, en cambio, veo verde, verde con ligeros toques de morado. Miro con recelo al individuo que camina a mi lado. El rojo oscuro de su cabello pareciera irse aclarando conforme avanzamos, un efecto del ambiente. Brilla también con los rayos del sol. Qué curioso.

Intento no pensar en el sitio en donde estoy y me distraigo adrede con los paisajes que la droga ha creado en mi cabeza. Sí, todavía no renuncio a esa teoría. ¿Puedes culparme? ¡Claro que no! Solo intento conservar mi cordura intacta. Oh, Diosa, ¿pero en qué lío me he metido?

Espero que este viaje termine pronto. No la ida al médico, me refiero a este viaje demencial. Al conjunto de cosas que están sucediéndome y que alteran mi ritmo cardiaco a niveles increíbles. Necesito regresar, quiero volver a casa. Me pregunto cuánto tiempo llevaré tirada en el patio trasero de Mab. ¿Habrá ya alguien visto el par de cuerpos casi inertes sobre la yerba? ¿Estaré en el hospital con mi madre esperando a que laven mi estómago o limpien mi sangre? No lo sé.

Suspiro. Esta marcha comienza a hacerse cansada. No soy una atleta, aunque admito con vergüenza que no hemos caminado mucho que digamos. En fin, un par de alas me vendría bien o un caballo. Vamos, que me conformo con un burrito. Pero mi cerebro no ha pensado en ello. Grandioso. Simplemente perfecto.

—La verdad compartida es la mejor forma de hacer amigos... —dice el pelirrojo a mi lado.

—¿Qué? —Frunzo el ceño.

—Pregunto por lo que piensas.

—¿Qué? —Ahora estoy desconcertada, no solo por lo que pregunta sino por la manera tan extraña de hacerlo—. ¿En serio? ¿En qué parte del mundo dicen eso?

—Depende... —Una sonrisa coqueta se despliega en sus labios—. ¿Hablamos del humano o de este?

—En nada en realidad —miento a su pregunta y él enarca una ceja, entonces recuerdo que las mejores mentiras siempre llevan algo de verdad—. Dijiste que iríamos al médico, así que estaba imaginando cómo sería y las similitudes que podría tener con los hospitales en mi mundo. —Hago un mohín.

Por ensalmo, más rápido de lo que me toma reaccionar, él está revisando el lado izquierdo de mi cabeza. Palpa y tal vez soba, no sé bien debido a la fuerza con la que lo hace.

—¿Estás bien?

Asiento, pese a que de la nada mis párpados han comenzado a pesar kilos.

—Ya estamos por llegar, ¿no? —Me alejo y pierdo el equilibrio.

Rayos, ¿con qué me he tropezado? No tengo tiempo de pensar en ello porque todo se hace oscuro.







Abro los ojos con lentitud y me veo forzada a cerrarlos casi de inmediato. El aire corre demasiado fuerte y está helado. Mi mente está embotada, mas me obligo a ubicarme, a saber qué está pasando. Entonces, caigo en la cuenta de que no estoy usando mis pies. No estoy caminando, ni corriendo. Mis manos a tientas exploran el calor que hay a mi derecha. Proviene de un cuerpo. Mi primer instinto es patalear, pero lo silencio recordando qué sucedió la última vez.

—¿Por qué estamos volando?

—Te desmayaste.

—Ah... —Aferro su ropa entre mis manos, imaginar la altura a la que estamos no es difícil y hace que mis nervios se disparen—. Pues ya desperté, ahora volvamos a tierra.

—No.

—¿Qué?

—La herida de tu cabeza es más grande de lo que creí. Está sangrando mucho.

—Las heridas hacen eso. Sobre todo, las de la cabeza —respondo con parsimonia.

—Estamos a unos minutos.

—Dijiste que estaba cerca.

—Y lo está. —Lo golpeo en el pecho y el ríe—. Volando, al menos.

Intento pensar en algo más, y no sé en qué momento pierdo la consciencia que lo siguiente que sé es que estoy recostada y hay alguien limpiando mi herida. Abro los ojos con lentitud, ajustándome a la luz. La persona en cuestión es un señor cerca de... ¡no es un señor! ¡Tiene cuernos y la nariz como un venadito! ¡Hay pelo por toda su cara!

Me alejo por instinto y me incorporo dando un salto fuera de la cama. ¿Es que acaso no el pelirrojo dijo que veríamos a un médico?

—Está despierta —dice con voz profunda y calmada.

Por un instante creo que me habla a mí con un exagerado respeto; sin embargo, cuando el pelirrojo se incorpora al fondo de la habitación sé que no es así. Lo cuestiono con la mirada y él alza las manos para intentar calmarme.

—Karim, él es el médico.

—Pero, pero...

—No es como en el mundo humano, lo sé.

—No me digas, ¿eh? Pudiste haberme advertido —reclamo.

—¿En qué momento? ¿Cuando dormías o cuando decías estar alucinando?

Abro la boca sin articular palabra. He de parecer una tonta. Tiene muy buenos argumentos.

—Estás a salvo, estarás bien. Déjate tratar, por favor.

Con una herida en la cabeza y a mitad de un viaje no es que tenga mucha opción en realidad. Luego de unos segundos, me resigno y regreso a la camilla. Dejo que el curandero termine de hacer lo que debe en silencio, incluso cuando sus emplastos no me dan confianza. Tienen colores extraños y olores poco agradables. Al terminar con la cabeza, continúa con los brazos.

—Puede sentarse si lo desea.

Más que de un deseo, lo siento como una necesidad. Asiento y me incorporo. Creo que es el turno de las rodillas. Dicho y hecho, lava las heridas y luego las desinfecta con alcohol. Arde, pero si no me he quejado antes no voy a empezar a hacerlo ahora. El médico de ojos pequeños me observa cada tanto, hay en sus ojos miedo y tal vez admiración. ¿Las razones? No puedo descifrarlas. ¿Qué amenaza o presencia podría representar yo a él?

Mis ojos comienzan a divagar para evitar los suyos. Me olvido de las pastas y hojas y me concentro en la habitación. Austera y de madera. Grandes ventanas y pocos adornos. Hay un par de retratos hechos con hilos y un pequeño mueble repleto de botellitas de cristal de todos los tamaños posibles. Segundos después, decido que estar en un viaje como este debería ser una oportunidad para conocerme mejor a mí misma. Mis ojos se clavan en los del fauno.

—¿Cómo te llamas?

—Siriel.

—¿Sabes quién soy yo?

—¿Perdón? —El fauno está desconcertado, sus ojos brillan.

Quizá mi pregunta no fue la mejor.

—¿Por qué estás ayudándome?

—Es mi deber... —responde y sus ojos vuelven a la tarea.

Silencio. Intento interpretar su pregunta; si él es alguna versión mía, o extensión, eso significa que el amor por mi misma debe ser grande. Cuido de mí, al menos.

—¿Te gusta?

—Ayudar a que otros sanen es una virtud.

—¿Pero te gusta?

—No tiene que ver gustos.

—¿Si pudieras estar en otro lugar ahora mismo, dónde estarías?

—Con mi familia...

Vaya. No lo entiendo, nunca me he considerado particularmente cercana a mi familia.

—¿Qué te lo impide?

—La muerte.

Abro la boca en reflejo. Lo que dijo no hay manera en que se refleje en mí.

Mi corazón se acelera. Sus palabras no son un insulto, ni tampoco fueron empleadas con un tono acusador, pero de alguna forma me siento culpable. Es un sentimiento que se aleja del hecho de que pregunté por algo primado y se acerca a la responsabilidad, como si hubiera sido mi mano quien sesgó esa o esas vidas.

Espero largos minutos antes de volver a hablar.

—¿Sabes cuánto duran los efectos de la droga que usa Dwane?

—¿Droga?

—Es claro que estoy en un viaje psicodélico. Solo quisiera saber el tiempo. —Mi voz es un susurro.

—No entiendo. —El fauno luce un poco incómodo—. No está en un viaje, pero puedo conseguirle unos hongos que la ayudarían con ello...

—¿Son los mismos que usa él? —Con la cabeza señalo al pelirrojo.

—No tengo constancia de que Dwane emplee alguno.

—¿De casualidad...? —No termino mi pregunta.

—Soy perfectamente capaz de escucharte, Karim —interviene el pelirrojo.

Bufo y el fauno retoma su tarea. No digo nada hasta que termina sus curaciones y luce orgulloso de su trabajo.

—Gracias.

Siriel mueve la cabeza hacia los lados con suavidad.

—Ha sido un honor servirla.

Vaya. Sonrío y, me alejo al ver que tiene asuntos pendientes con el pelirrojo. Tres minutos después, él me alcanza, me incorporo y avanzo a la par. He estado fuera de la cabaña sentada como niña buena. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que mi cerebro empezó a gastarme una broma, pero empiezo a preocuparme por mamá. Entre que, si este es otro mundo o es producto de mi imaginación, la cuestión sigue siendo la misma: no le he avisado dónde estoy. No me he comunicado con ella. 

—¿A dónde vamos? —inquiero.

—Te dije que te mostraría qué es lo que puedes hacer. Y allá vamos.

—No es por presionar, pero ¿qué hay de mi mundo? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Podrían estar preocupados por mí.

El pelirrojo frunce el ceño como si de verdad no hubiera pensado en ello. Sus ojos brillan y su cabello revolotea a la par que el viento, sus labios se aprietan.

—Además, si abriste un portal para llevarnos a la serpiente, ¿por qué no abriste uno hacia el lugar a donde vamos? —Decido seguirle el juego.

—No funciona así.

—¿No?

—Los portales no se pueden abrir donde sea y tampoco cuántos queramos. —Suspira y cierra los ojos por casi un segundo, cuando los abre la intensidad en su mirada es casi asfixiante—. ¿Prometes que cuando yo te llame para venir de nuevo, atenderás a mi solicitud?

Sus palabras me confunden. Suenan... demasiado formales, casi como si estuviera firmando un contrato. De todos modos, y como parece una costumbre al estar con él, no tengo otra opción más que aceptar.

—Lo prometo.

Entonces, algo tira de mí desde el centro de mi pecho. Mi corazón retumba y es como si una finísima capa de seda caliente me hubiese cubierto por un segundo... luego, desaparece.

—Bien, tendremos que caminar para llegar al portal que nos llevará de regreso.

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