25
Pese a que estoy 99.9% segura de que estoy alucinando y que esto no es más que producto de mi imaginación, decido callar y obedecer lo que Dwane ordena. Después de todo, ¿qué es lo peor que podría pasar si guardara silencio? ¡Exacto! Nada, el efecto de las drogas se pasa; sin embargo, si la situación se encuentra en ese 0.1% y resulta que esto es real, bueno... digamos que tengo nulas habilidades de combate y defensa, lo que en otras palabras se traduciría en una probabilidad del 0% de salir viva de esta.
El pelirrojo se incorpora con cuidado y cierta elegancia... extraña. Sus movimientos son sutiles, fríos y calculados, poco naturales. Nadie es tan felino tan letal. No digo nada, no obstante. Espero a que se incorpore, para después imitar tanto como es humanamente posible sus pasos.
No estamos erguidos por completo, tanto la espalda de mi secuestrador como la mía está ligeramente encorvada, ambos tememos por la serpiente del cielo. Y, en mi caso, estoy ligeramente fascinada por lo que mi cabeza es capaz de construir gracias a sustancias químicas poco saludables. Cojo la chaqueta de Dwane para evitar caerme mientras mi rostro está tan inclinado como puede hacia el cielo. Es aterradora... y es bellísima.
Mis ojos recorren todo lo que su movimiento me permite ver de su cuerpo. Su piel está cubierta de escamas verdes que poco a poco mutan a una tonalidad azul que desaparece en la parte superior de su cuerpo, brillan como si en lugar de simples plaquitas rígidas fueran esmeraldas y zafiros. La observo a detalle, asombrándome por cómo se ven bajo el sol y es entonces cuando descubro que no solo coruscan, sino también forman en conjunto alguna especie de símbolo o patrón escrito de negro.
De pronto, Dwane tira de mí con ímpetu, lo estoy retrasando; sin embargo, no me esperaba su fuerza y termino tropezando a la vez que de mi boca escapa una queja ahogada. El pelirrojo hace un gesto de exasperación que cambia a la urgencia con tal celeridad que resulta desconcertante. Cojo un puñado de hojas del suelo y se las lanzo. Él las esquiva sin complicaciones.
—De acuerdo —dice quedito—, quiero que te quedes quieta... y solo me veas a mí, mientras te acercas. —Abro la boca para protestar, pero su semblante me silencia—. Y... no voltees.
¡Por un demonio! ¿Acaso sabe la gente cuán difícil es no hacer algo que nos dicen exactamente que no debemos hacer? Ahora más que nunca quiero voltear y ver qué es lo que lo que lo hizo tomar esa actitud. No obstante, una parte de mí sabe muy bien la razón, es la misma parte racional e inteligente que me insta a obedecerlo. Por desgracia, la parte rebelde y tonta de mí gana.
Giro despacio y me encuentro con dos penetrantes ojillos rojos y de pupila alargada. Por un breve segundo me pierdo en la lava de su mirada, en los rayos dorados y naranjas que la decoran y en la luz que capturan del astro rey. Entonces, reacciono. No debo verla a los ojos, no si no quiero que me hipnotice y me coma, eso según una película que vi de niña. ¡Ay, diosa de Mad, ayúdame, por favor! ¿No ves que solo soy una criatura tonta e ilusa?
¿Nunca les conté de donde viene la expresión «Ay, por la Diosa»? Déjenme hacerlo rapidísimo. Mi mejor amiga tenía la teoría de que dios era mujer. No recuerdo ahora mismo la explicación con la que me convenció, pero es gracias a ella que yo busco siempre a una Diosa y no a un Dios. Si me acuerdo de los motivos, se los contaré.
Y bueno, volviendo al presente en donde estoy viendo a mi muerte directamente a los ojos, ahora les digo que si antes creí que sufriría de un paro cardiaco estaba loca, ese bombeo era el de una tarde entera comiendo cereal. Mis músculos se tensan y el corazón se me sube a la garganta. Quiero vomitar, y quiero orinar.
La serpiente sisea y su lengua de al menos 20 cm de anchura se acerca a mí durante el proceso.
—¡Karim! ¡Te dije que no vieras atrás! —me reprende Dwanel.
—¿En serio? —contesto en un susurro—. ¿Vas a regañarme un segundo antes de mi muerte?
Y, en un parpadeo, estoy en el suelo de nuevo. Esto ya no me hace gracia. Veo al causante parado en donde antes estaba yo, ha usado otra vez la fuerza bruta para someterme a su voluntad. No sé por qué, y aunque le agradezco, también estoy molesta. Me incorporo y lo empujo. Si vamos a morir lo peor que podría hacer es ser una cobarde y permitir que un extraño me trate así en los últimos minutos de mi vida.
—La próxima vez que me empujes —amenazo sin tener haber pensado previamente mis palabras— serás comida de serpiente.
—Esssso me complassseríiíííaaa musssshoo.
Mi cerebro sufre un corto circuito cuando escucho esa voz sisear... espesa, grave y escalofriante. Viro con rigidez hacia la serpiente.
—¿Puedes hablar? —Lo que sea que Dwane me haya dado debió ser demasiado bueno... o muy malo.
—Ssssolooo túúúú me esssscuchaaaaassssss.
Hago mohín. Tiene sentido que solo yo la escuche si está en mi cabeza. Aunque, eso contradeciría las acciones de Dwane. Bufo, no debo buscarle una explicación a lo que no lo tiene. Pese a que acabo de amenazar al pelirrojo, le extiendo la mano para ayudarlo a incorporarse. Sus ojos son dignos de una fotografía, la incredulidad hierve allí. Me siento un poco orgullosa de mí misma, sé que no se esperaba lo que hice así que eso me complace. Mucho.
—Nos iremos ya —aviso a la serpiente, siempre los modales—. No era nuestra intención molestar tu... paseo.
—Por favoooor, vuelveeeee. Y hassssssloo con mushooooosssss de ellossss.
—Claro... —Sonrío y entonces empujo a Dwane hacia cualquier dirección lejos de la serpiente—. Ya, vámonos.
Caminamos fingiendo tranquilidad, ninguno de los dos quiere ir a paso lento, nuestros sentidos nos urgen correr, pero siento que de hacerlo solo provocaríamos a la serpiente. Creo que él también lo intuye y por ello se acompasa a mi andar. Luego de muchos minutos y varios yo diría cientos de metros avanzados, él me toma de la mano y pierdo el suelo.
Suelto un gritito al no entender lo que está pasando, mas luego caigo en la cuenta con horror y angustia que estoy en los aires. Elevo mi punto focal para ver de qué o a quién se sujeta Dwane, pero solo lo veo a él, a él y dos enormes y rojas alas diáfanas. Me recuerdan... al fuego tranquilo de una chimenea, por ensalmo, una extraña y ajena sucesión de imágenes me atacan. Imágenes que no tienen sentido. Veo a una niña pequeña, veo sangre salpicando las paredes, veo lágrimas. Fuego. Destrucción. Muerte.
Duelen, duelen de una forma que nunca he experimentado. Me roban el aliento y profusas lágrimas caen de mi rostro. Comienzo por removerme, necesito estar en tierra, sentir algo real. En medio de mi dolor, no puedo evitar enojarme con mi cerebro. ¿Por qué le dio alas a él en esta visión de locos y no a mí?
A causa de la tormenta que he desatado, hago descender a Dwane, y una vez veo el suelo cerca mi necesidad incrementa. Me muevo con ahínco consiguiendo que el pelirrojo y perdamos altura de forma un tanto violenta. Pequeños gemidos escapan de mí. Él corre angustiado a donde estoy, sus ojos me escanean con premura y sus manos revisan mi rostro, mi cuello y mis manos.
—¿Qué tienes?
Un dolor profundo, una tristeza asfixiante.
—¿Dónde estamos? —pregunto en su lugar—. ¿Y qué ha sido todo eso? ¡Esa serpiente habló!
—Intento llevarte con un médico, precisas descansar y recuperarte.
—No quiero ir con nadie, necesito respuestas ya... por favor.
Dwane suspira y coloca mi cabello tras mi oreja. Su mano roza mi mejilla, no la aparto. Algo en su toque me da calma, quiero más, cierro los ojos.
—Estás en Eieno, el Continente Oculto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro