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Espero por Mad muchos minutos después de que el timbre de la primera clase haya sonado. Sin embargo, incluso media hora después ella no aparece y no es hasta que un guardián de la escuela me fuerza a ir a clase que yo me muevo... y solo para ir a la dirección. Al parecer mi conducta rebelde es meritoria de acciones punitivas. No me preocupo, ya he ido antes.

Bufo mientras espero sentada a que el director crea conveniente y suficiente castigo mi aburrimiento. Mientras tanto, reviso una vez más mi celular con la esperanza de encontrar algún mensaje de ella avisando que no podría llegar. No obstante, la bandeja de entrada continúa vacía y es con la vista fija en el celular como la voz del director me encuentra. Alzo el rostro.

—Atendía una llamada —dice y abre la puerta todo lo que da—. Por favor, pasa, debemos hablar.

De acuerdo, ahora sí que me preocupo. Sus palabras me asustan y mi pulso se acelera, la elección que hizo no corresponde a la que haría alguien que tiene que reprender a un alumno por no obedecer o no entrar a tiempo a clases, por el contrario, han sido cuidadosas y su semblante no augura nada bueno tampoco. Mi estómago se encoje a la vez que tomo asiento frente a su escritorio y él se acomoda.

—Sé que no debí responderle así al guardián, pero me preocupa mi amiga —empiezo la conversación luego de varios segundos de agónica espera.

Mejor explicarse que esperar el regaño. Mas mis palabras no funcionan, el director continúa con el semblante oscuro y las cejas fruncidas.

—Karim.

La lentitud con la que habla, la indecisión que sus rasgos reflejan me desespera, y ese sentimiento le gana al miedo de ser reprendida por un académico que deja de importarme lo que tenga que decir. No voy a perder el tiempo.

—Pero creo que tendrán que castigarme mañana o llamar a mi mamá porque ahora mismo voy a casa de mi amiga —digo y recojo mi mochila al pie de la silla.

—Eso no va a ser posible.

—Ah, ¿no? —Una pequeña furia crece en mi interior ante su autoridad.

Largos segundos pasan, estoy a punto de marcharme cuando el hombre encuentra su voz.

—Mad fue hallada muerta esta mañana.

Agua fría. Mi corazón siente el golpe, mi piel se eriza y mi cabeza se niega a aceptar lo que he escuchado. Es ridículo. ¿Mad? ¿Mad? No, claro que no. ¿Quién querría hacerle daño a la chica más bonita y amable de la escuela? Nadie.

—¿Qué? —susurro y mis brazos pierden fuerza, mi mochila cae al suelo—. ¡No! Eso es imposible. Está mintiendo. Y déjeme añadir que qué pésimo sentido del humor y terrible mentiroso es.

—Karim, no hay forma de que... —Suspira—. Se suicidó.

—¡Es que no tiene sentido! —Alzo la voz, el director se sorprende, pero lo deja pasar.

—Vendrán a interrogarte, o irán a tu casa; en cualquier caso, siempre deberá haber un adulto contigo. No puedes hablar con la policía a solas.

—¿Interrogarme a mí? Yo no he tenido nada que ver con su asesinato.

—Fue suicidio, Karim, y sé que no tuviste nada que ver con ello, pero necesitan rastrear todo sobre Mad, solo para corroborar la teoría.

Por unos segundos nos quedamos en silencio, y mi mente trabaja a toda velocidad. Necesito ir a casa de Mad, asegurarme de que no la estén confundiendo, que creo que es lo que está pasando. A lo mejor es alguien más, alguien con los mismos rizos juguetones. Sí, eso debe de ser. Seguro mi mejor amiga se enfermó y no encuentra el cargador de su celular y es por eso por lo que no ha venido ni tampoco me ha mandado mensajes. Debo salir ya para asegurarme y probarle al mundo que Maddlad está viva.

—¿Puedo retirarme?

—No, todavía no —dice el director.

Se gana mi ceño fruncido, y lo observo buscar algo entre sus muchas carpetas hasta que lo encuentra. Es un papelito, lo firma y me lo entrega.

—Sé que no irás a clase, pero por favor, ve a casa, estás dispensada por el resto del día.

—Gracias.

Abandono esa pequeña y asfixiante dirección. El individuo no peca de idiota, sabe que me será imposible retomar las clases como si nada; sin embargo, sí peca de idealista. No iré a casa, iré a la de Mad a verificar. El guardián del portón está por reprenderme cuando le enseño la dispensa del director, frunce los labios y ya no dice nada.

Entonces, tomo un taxi a casa de Mad, en el trayecto mi mente viaja al pasado. No éramos dadas a pasar tiempo en su casa, solíamos ir más a la mía, aunque desde Alexander ya casi no lo hacíamos. Mi remordimiento crece y las palabras del director vuelven. Si realmente se suicidó, ¿podría yo haberlo evitado, así como evité la muerte de Alexander? Entonces, algo que había obviado se hace evidente y me reprendo por no haber pensado en ello antes.

Los números de Mad nunca eran claros, fluctuaban más de lo normal y en ocasiones tenían símbolos que yo no entendía. Jamás presté mucha atención a ello, mi amiga lucía saludable y feliz... Las lágrimas se acumulan en mis ojos, mi pecho se hace pesado y comienzo a preguntarme si quizá si hubiese prestado más atención podría haber previsto su final. Diosa, qué difícil es lidiar con estos ojos que tengo.

No puedo contenerme, las lágrimas resbalan abundantes por mis mejillas. Es mi culpa, mi culpa, mi culpa. Debí haber estado con ella, haber estado para ella, no abandonarla... Entonces, las mil llamadas perdidas suyas de ayer se abren paso en mis recuerdos. Mi corazón da un vuelco y se desgarra de dolor. ¿Era Mad intentando pedirme ayuda? Oh, por favor, oh, Diosa mía. El dolor y la culpa se mezclan de tal forma que ya no sé cuál es más grande.

Para cuando llego a su colonia, estoy hipando.

—Llega... mos —anuncia el taxista desconcertado al caer en la cuenta de que el número de la casa que le he dado coincide con el del asesinato.

—Gracias. —Le pago y me bajo de inmediato sin darle la oportunidad de comentarios.

Me bajo del taxi y pago sin voltear a ver al conductor. Limpio lo mejor que puedo mis lágrimas. Una vez en el exterior, soy capaz de percibir un ambiente oscuro y lúgubre. Es evidente que sus vecinos ya se percataron o fueron testigos de su descubrimiento.

Espero el tiempo prudencial para que el taxista se vaya y doy un rápido vistazo alrededor solo para medio asegurarme que no haya nadie viéndome. Luego, allano la propiedad privada. Resulta desconcertante encontrarla casi inmaculada al inicio, no hay signos de lucha ni tampoco de huida lo que coincide con la idea del suicidio. Sin embargo, en la sala toda la limpieza acaba, sigue en orden, pero el piso tiene una enorme mancha rojiza. Mil preguntas atraviesan mi cabeza. ¿Por qué Mad haría lo que hizo en medio de la sala? ¿Estaba tratando de ser descubierta? ¿Quería vivir?

Mi cerebro comienza a reunir toda la información que ha obtenido a lo largo de los años al ver series policiacas. Si es suicidio suele ser en recámaras, en un lugar donde el suicida se sienta seguro, no a mitad de la sala; eligen métodos rápidos e indoloros, maneras que no ensucien demasiado, no quieren ser una carga, pero por lo que veo Mad no lo hizo. No tiene sentido, ella era alguien amable, cariñosa y siempre comprensiva, si eligiese suicidarse lo último que querría sería darle trabajo de limpieza a sus padres.

Es mentira.

No es suicidio.

Es imposible.

Mi mente comienza a quebrarse con un centenar de ideas, así que me fuerzo a recordar lo que debo hacer en situaciones como esta: concentrarme en el presente. Mis ojos se enfocan en el suelo y la habitación. Ya no está su cuerpo, tampoco hay marcas de donde estuvo; sin embargo, no lo necesito, ver su sangre es suficiente para romperme el alma. Mis antiguas ideas quedan olvidadas cuando el presente y la ausencia las opaca.

Caigo sobre mis rodillas, el dolor pesa, pesa mucho y se escapa de mí en forma de sollozos y lágrimas. No sé cómo alguien podría sobrevivir a la pérdida, es horrible, es algo que come desde dentro y te asfixia en cada respiración. Jadeo con fuerza, no quiero, no puedo aceptarlo. Por favor, por favor que alguien me diga que es mentira. Mi llanto se ha hecho más profuso, más audible. Mad se ha ido, Mad ya no estará más. Me acuesto al lado de la mancha como si fuera mi amiga, y la acaricio con los nudillos de mi mano, preguntándole sobre lo sucedido. Por supuesto, no responde.

De pronto, por el rabillo del ojo descubro una sombra acechándome. Me incorporo de inmediato, debería tener miedo, pero no. Voy tras ella... aunque realmente no la persigo, el dueño está esperándome con un rostro inescrutable.

El chico pelirrojo. El que atacó a Alexander. 

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