Acepto su ayuda con torpeza. Sé lo que él está pensando, que he quedado hechizada por su belleza, lo cual es cierto, pero no la principal razón. La razón de mi embelesamiento es una muy diferente, una torcida y muy oscura... Lo cierto es que comienzo a preguntarme cuál será su desenlace. ¿Lo asaltarán? ¿Lo secuestrarán? Es obvio que se trata de un niño rico, su seguridad lo dice a voz en grito, y su ropa parece ser un letrero de neón. Suspiro sin poder evitar sentir que él es la reafirmación de que a veces la vida suele dar todo solo a unas pocas personas.

Él es rico y muy bien parecido, alto, blanco, delgado, pero marcado y dueño de unos enormes y expresivos ojos ambar. Además, es amable, respetuoso y dicen que también muy inteligente. No tengo clases con él, pero es lo que las chicas cuentan. Algo de verdad debe haber en sus palabras. Es entonces cuando reacciono.

—No importa, estoy bien —respondo y finjo sacudir la falda del uniforme.

—¿Segura? ¿No quieres que te lleve a la enfermería?

Frunzo el ceño sin entenderlo, solo me he caído de sentón. No es como que me haya roto un hueso.

—¡Karim, por la Diosa! ¿Qué te ha pasado? —Mad hace acto de presencia y corre a mí a la par que extrae de su bolsillo un paquetito de pañuelos desechables.

—Nada.

—Estás sangrando, por favor, permíteme acompañarte a la enfermería —insiste el chico nuevo.

Sé que su nombre es Alexander. Sé que va en el mismo grado que yo solo que diferente grupo. Sé también que está en el equipo de natación, lo sé, pero no quiero pensar en él con un nombre porque eso sería involucrarme más, más de lo que ya lo estoy... Ver sus números ha sido como sumergirme en su alma y privacidad. No quiero que su inminente muerte me afecte más de lo que debería. Es más, ni siquiera debería causar reacción en mí.

Tener esta maldición implica siempre, siempre sin excepción, sentir demasiado con los fallecimientos que tengo la desgracia de anticipar. Por eso evito ver a la gente. Ver sus ojos, ver sus rostros, porque entonces es inevitable ver sus números, sus muertes y, una vez lo hago y sé que perecerán en cuestión de días, horas o minutos, no puedo evitar autoflagelarme por no hacer algo para evitarlo. Mi mente comienza a imaginar cantidades ingentes de tal veces que pudieron demorar sus partidas... Sus muertes se vuelven mías. Detesto eso.

—No, no —repito y el suelo comienza a girar.

Oh, rayos, parece que el golpe ha sido más fuerte de lo que pensaba. Todo se oscurece.

La consciencia regresa y los rostros de Mad y el chico nuevo son lo primero que veo, pero luego cierro los ojos una vez más. Cuando despierto por tercera ocasión lo hago en completa soledad en una camilla. Reconozco la enfermería, aunque es la primera vez que vengo aquí. En primer grado nos dan un recorrido por la escuela para conocer los servicios y las áreas. Bufo y busco mi celular. Está en mi bolsillo y en el proceso advierto que mi mochila está al pie de la cama. Sonrío y pienso en Mad mientras reviso la hora, faltan 30 minutos para el toque de salida. Decido que es el momento perfecto para irme.

Estiro las sábanas y me cuelgo la mochila a la espalda. Avanzo hasta donde la enfermera espera, casi a la salida.

—¿Ya te sientes mejor Karim?

—Sí, me voy a casa.

—Entonces, llévale esto a tus padres. Es una serie de estudios que deberían hacerte, no es normal que desfallezcas por un golpe.

—¿No es normal? —Enarco la ceja.

—Es decir, sí, pero dormiste mucho. A lo mejor es que te has desvelado y ha sido por ello; lo que me preocupa es que volvías, pero decidías irte. En cualquier caso, llévaselos por favor.

—De acuerdo.

Tomo el sobre que me extiende y lo guardo en la mochila. Antes de abandonar por completo la escuela, le mando un mensaje a Mad agradeciendo su preocupación y avisándole que decido irme antes, alegando dolor de cabeza.