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17



Después de clases, decido pasar un rato en la biblioteca. Y no, no me malinterpretes, no es porque yo sea de lo más aplicada del mundo, sino porque Alexander me ha dicho que tiene práctica de natación y me ha pedido que lo espere... Claro que, lo habría esperado incluso si no me lo hubiese pedido.

Dibujo una palomita en la lista de tareas por hacer y paso a la siguiente. Química, vaya, para esta necesitaré un par de libros. Camino hacia las computadoras para buscar la clasificación y una vez la obtengo busco los estantes. No es un sistema de clasificación muy complejo de usar, así que pronto doy con ellos, acomodo el primero en mi brazo y estiro la mano para tomar el segundo... Sin embargo, no llego a hacerlo porque una manaza lo toma primero. Mis ojos viajan hasta el ladrón de libros y lo que veo inunda mis sentidos de forma asfixiante.

Mi ritmo cardiaco se dispara a los cielos y mis piernas se contraen, como si quisieran salir corriendo... que es justo lo que deseo yo. Frente a mí está el mismo muchacho que vi al lado de las gradas en la competencia de Alexander. Es imposible no observarlo a detalle; no viene con el uniforme, trae pantalones oscuros, camisa roja de cuadros grandes y una chaqueta de cuero; su cabello es de un rojo profundo que contrasta de forma abrumadora con el hielo que hay en su mirada... Entonces, mis ojos suben para encontrarse con lo que más temen, me esfuerzo por verlos, como si estuviera mi mirada empañada.

—No intentes ver mis números —dice con una sonrisa taimada—, no los verás.

Pese a que todos mis instintos gritan que escape, me quedo. No estoy dispuesta a darle la satisfacción de verme una segunda vez huyendo.

—¿Por qué? —Mi voz es un graznido.

—Porque... —Frunce el ceño—, al parecer no hay nadie que haya decidido matarme.

—El asesinato no es la única forma de morir.

—Para no nosotros sí, Karim.

Un escalofrío recorre mi columna ante la mención de mi nombre, y por alguna extraña razón pienso en Alexander, en su mirada tierna y en alguien arrebatándole las estrellas. Mi corazón se contrae, ya no de miedo sino de dolor verdadero.

—Tal vez debería devolver el favor... —sentencia—, ya que parece no estar interesado en lastimarte. Después de todo, estamos en la primera fase: la observación. —Deposita el libro que me robó en mi regazo.

—¿Quién quiere lastimarme? —inquiero, olvidándome sin querer de sus números—. ¿Y de qué fases hablas?

—Hoy no te explicaré mucho, Karim, aún es muy pronto.

—¿Eso que significa?

Sin embargo, el joven pelirrojo sonríe en lugar de responderme, y luego da media vuelta para marcharse. Estoy a nada de volver a la mesa para continuar con mis tareas cuando mi celular vibra en el bolsillo de mi falda. Reviso el mensaje de texto. Alexander ha terminado y espera por mi a la salida de la biblioteca.

Recojo mis cosas y solicito un préstamo en la biblioteca; al salir, sufro de un acceso de culpa. Alexander todavía es amable conmigo, pese al bochornoso momento de la mañana. Al parecer ha perdonado mi horrible comportamiento, es eso o bien le preocupa demasiado morir que prefiere soportarme.

Todas mis inseguridades se borran en cuanto su mirada cae en mí y una genuina sonrisa se extiende por sus labios, corre a mi encuentro y me quita la mochila de la espalda para colgársela, aun si lleva consigo la maleta de su club.

Caminamos en silencio hasta su auto y cada tanto volteo a su cabeza, esperanzada por que los números cambien, pero no es así. Siguen bajos y descienden a cada segundo. Una vez Alexander echa las mochilas en los asientos traseros, me acomodo en el asiento del copiloto y espero... pero luego de diez segundos sin que Alexander encienda el auto, viro hacia él.

Tiene la mirada en sus manos que sujetan con firmeza el volante. Frunzo el ceño y pienso que quizá está estresado, pero luego descubro cuando me mira que sus ojos lucen apagados, casi tristes. El peso de la muerte en él debe estar asfixiándolo... me siento de algún modo culpable porque lejos de aligerar su carga emocional no he hecho más que cargarla. Desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco para abrazarlo.

—Lo siento —murmuro—, lo siento mucho.

Una vez más, el dolor ajeno se vuelve mío y esta vez por cuenta doble, no solo sufro por él, sino también duelo por él.

—Escucha —empieza Alexander—, lo que pasó con Cameron...

—Está bien —lo interrumpo—, no tienes por qué explicar nada, no me debes nada.

Entonces, él me aleja con fuerza y suavidad en sus manos.

—Te debo todo este tiempo que has pasado conmigo intentando descifrar qué es lo que va a matarme, te debo el esfuerzo y la compañía... y también la intimidad con la que me recibiste.

Sé que sus palabras no tienen significados ocultos, pero hacen que mis mejillas ardan.

—¿Por qué tardaste tanto en chocar conmigo? —pregunta en un susurro.

—En realidad, fuiste tú quien chocó conmigo.

Ríe...

—¿Pasarías esta tarde conmigo?

—Claro que sí —respondo quizá con demasiada prontitud.

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