11
Es viernes y paso el día entero con Mad y Alexander, ellos ríen y bromean como si fueran amigos íntimos. Me sorprendo riendo también y por lo mucho que me gusta la familiaridad con la que nos llevamos, se siente mágico, se siente bien. Entonces, a mitad de nuestra convivencia, el timbre suena y Alexander se despide con prisa, alegando que tiene un examen al que no puede llegar tarde. Mad y yo le deseamos suerte.
—Te gusta Alex —sentencia unos segundos después de haber emprendido el camino a nuestro salón.
Siento mi rostro hervir y no soy capaz de negarlo, ella ríe. Estoy a nada de callarla cuando algo me empuja y caigo al suelo, Mad hace amago de ayudarme, pero otro par de chicas se lo impide. Cameron me observa como lo haría una serpiente a su presa. Luego se coloca en cuclillas para estar a mi altura.
—Recuerda tu lugar, maldita rara. Déjalo en paz.
—¿Qué? —Estoy tan conmocionada que no soy capaz de carburar lo que dice.
—Sé que eres estúpida, pero no pretendas serlo más de lo que en verdad eres. —Me toma del cabello y tira de él—. Aléjate de Alexander.
Siento sus uñas enterrarse en mi cuero cabelludo antes de que me suelte. Arde y mis ojos escuecen, no sé si por el dolor, por miedo o por enojo. Entonces, sueltan a Mad y mi amiga corre a ayudarme. Cameron y su séquito se marchan.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me ayuda a levantarme.
—Sí, sí, solo ha sido la sorpresa.
—Esa zorra —maldice—, estoy segura de que en lugar de sangre es veneno lo que corre por sus venas.
—Está bien, no importa.
Vamos a nuestro salón.
Al final del día, Mad se despide de mí antes de abordar su camión y yo me quedo en la parada por unos segundos más. De repente, Alexander aparece en mi campo de visión. Se ve agitado, ha corrido y el cabello se le desordenó por lo mismo. Incluso así, es innegable esa belleza sublime que se gasta. Llega a mí.
—Disculpa, el profesor se tomó unos minutos extra —me explica.
—Ah, claro... Lo bueno es que ya estás libre. —Frunzo el ceño, no entiendo de qué va.
Entonces, casi por arte de magia, la agitación de la que parecía presa desaparece.
—¿Nos vamos?
Imagino que me llevará a casa. Por el rabillo del ojo, veo a Cameron observarme. Lo sano y lógico sería rechazarlo amablemente, pero ni yo estoy sana ni soy lógica, asiento y le sonrío a consciencia de que el hígado de la rubia se retuerce. Bueno, tendrá todo el fin de semana para que sus celos se calmen y no tome represalias muy feas. De momento lo único que quiero es anticiparme a la causa de muerte de este chico perfecto.
El trayecto a casa es silencioso al principio hasta que Alexander decide poner algo de música, es una canción viejita y que yo me sé. Habla de un niño enamorado y que no sabe cómo expresar sus sentimientos, así que solo imita a los adultos, pero al final termina castigado por comprar flores. Empiezo a cantarla y me callo cuando Alexander se une a mí.
—¡Oye! —me reprende fingiendo indignación—. Se supone que estábamos cantando ambos.
—Tienes una voz preciosa —le digo.
Mi observación no es incorrecta, ni tampoco con dobles intenciones, pero pronto descubro que, aunque solo pretendía hacer un cumplido, este abre el camino a la intimidad entre dos personas. Nuestras miradas se encuentran y esa estúpida sonrisa suya encuentra respuesta en mi rostro.
—Tú no lo haces tan mal. —Enarca una ceja.
Niego y me rio, luego volteo a la ventana y presto verdadera atención a las calles. ¿Por qué no reconozco ninguna?
—¿A dónde vamos?
—A la competencia de natación.
—¿Ya empezaron los juegos?
—No, es solo un encuentro amistoso. Los oficiales comienzan el lunes —responde, y luego añade con voz insegura—, pensé que querrías venir, pero si gustas te llevo a casa.
—No, no. Vamos.
Alexander asiente y su mano se dirige al volumen de la música, lo incrementa. Ahora suena otra canción en donde un niño cae enamorado por el beso de una chica. También me la sé, y él igual. Los clásicos.
Minutos después, llegamos a la escuela que es anfitriona de este encuentro. Alexander baja con una maleta y nos guía hasta el gimnasio, mis ojos van de un lado para otro en busca de alguien conocido. Sí, esa es la estupidez humana, sé que Mad no vino y aun así la busco. En mi infructífero sondeo veo que el equipo de mi escuela ya ha llegado.
No me doy cuenta de que me he detenido hasta que la enorme mano de Alexander cubre la mía, la envuelve por completo.
—No te quedes, no quisiera que te perdieras. —Me conduce al espacio destinado a los participantes.
Mi pulso se acelera y mi juicio se nubla por lo mismo. No es que me intimide el hecho de sentarme junto a ellos, sino el modo en que podría interpretarse la forma en que Alexander me lleva... porque yo también podría malinterpretarlo y pensar que hay algo floreciendo entre nosotros, y eso no es verdad, no podría serlo ni en un millón de años.
Para evitar que la vergüenza se refleje en mis mejillas, hago lo que me prohíbo a mí misma por respeto a otros. Me enfoco en sus números. No hay nada fuera de lo normal que llame mi atención o me distraiga, pero la familiaridad que ofrece la vista consigue tranquilizarme. Me pregunto si eso no implica cierto daño psicológico en mí... ya saben, encontrar paz en la certeza de la mortalidad ajena no es lo que se dice sano.
—Ven, espérame aquí en lo que me cambio —me indica mientras me acomoda al lado del equipo.
Por un breve instante pareciera que quien cuida del otro es él, y no yo. Sin embargo, aquí la guardiana es Karim Dumas, es decir, yo. Por supuesto, me limito a asentir y agacho la mirada hacia mi celular. Incluso antes de que se vaya, puedo sentir las miradas curiosas de sus compañeros en mi nuca y rostro. Pretendo no ser consciente, pero es casi imposible.
—¿Qué haces aquí?
Mi cuerpo se pone rígido, en alerta. Conozco esa voz, es una muy poco grata debo decir. Alzo la mirada solo para encontrarme con los asesinos ojos de Cameron, probablemente pensó que Alexander me llevaría a casa, yo igual lo pensé. Por breves instantes no hago más que observarla, viene con una playera blanca con todos los nombres del equipo de natación; no obstante, el de Alexander sobresale, está más grande y tiene ciertos adornos en la tipografía. Quiero decirle que se joda, que no tengo por qué darle explicaciones, pero cuando abro la boca otra cosa muy distinta sale de ella.
—Apoyar al equipo.
—Yo también. —Una ácida sonrisa se desliza a sus labios—. Te haré compañía.
Estoy a nada de caer en esa falsa amabilidad, cuando ella entierra sus uñas en mi pierna derecha.
—Le pediste que te trajera, ¿cierto? —inquiere.
—¿Qué?
—No te hagas la tonta. Alexander. No sé qué sucia artimaña habrás empleado para que él esté contigo, cuán sucia debes de ser al aprovecharte de su amabilidad, pero él es mío.
Antes de que pueda responder, el susodicho se hace presente. Sería imposible para cualquier humano no perderse admirando su deslumbrante ser, y yo como soy la más humana de todos, caigo más fácil en sus encantos. Aún no se ha colocado el gorro de natación, pero ya tiene los googles colgando en su cuello, los resortes son plateados con líneas azules, mientras la parte plástica tiene reflejante como algunos lentes de sol, y no puedo evitar pensar en que sus topacios no deberían nunca ser escondidos.
A juzgar por la humedad en su cabello, se ha dado un regaderazo. Mis ojos recorren su cuerpo, gotas de distintas pequeñeces adornan su piel, la hacen parecer más brillante y también más tersa, aprieto las manos en mi regazo, temerosa de que caiga y estire una para tocarlo. Continúo con el recorrido visual hasta su traje de baño, es de la cadera hasta los tobillos. Sonrío. Siempre he pensado que es el más atractivo, incluso más que esos diminutos que suelen ponerse en nombre de la economía de movimiento.
—¿Guardarías esto por mí? —Me tiende una pequeña esclava dorada.
—Claro.
Entonces, se dirige a Cameron.
—Cam, qué bueno que vinieras.
—No podía faltar. —Sonríe y agita sus enormes pestañas, todo su rostro se ilumina—. Después de todo, tú me invitaste, así que vine a apoyar. —Coge su playera por debajo de los hombros y la alza para enfatizar su punto, tiene una porra para los delfines de la Prepa 6.
—Gracias. —La sonrisa que Alexander le dedica podría opacar al sol.
Mi estómago se aprieta como si hubiera recibido un golpe y un vacío profundo en mi pecho amenaza con tragarse a mi pobre corazón. Desvío la mirada, sé lo que estoy sintiendo, sé que me duele esa sonrisa que le ha obsequiado y sé también que no debería, esto último es lo peor. Así que hago lo que siempre ha conseguido arrebatarme las esperanzas, veo sus números y lo que veo consigue alarmarme.
Los números de Cameron no son muy grandes, de hecho, son bastante pequeños, aunque no tienen parangón con los de Alexander. Él morirá el lunes si no consigo detener su muerte. Aprieto mis manos. Pese a que he pasado la mayor parte del tiempo posible con él, lo cierto es que no estoy más cerca de averiguar qué es lo acabará con su vida.
Por ensalmo, la mano de Alexander envuelve con ternura uno de mis puños. Volteo para verlo, sus ojos brillan y me aprieta la mano.
—Tranquila, vamos a ganar.
Ha malinterpretado mi desazón.
—Claro.
El peso de la esclava en mi mano despierta mi curiosidad, así que me dedico a examinarla por unos minutos. No es un diseño común, ni siquiera tiene parecido con las habituales argollas que se engarzan, es muy diferente. Son como hilos que se entretejen entre ellos, pero de tal manera en que puedes ver el inicio, mas no el final o viceversa. Aunque los hilos están apretados los unos con otros, hay pequeños espacios entre ellos en los que una diminuta hoja se cuela y... observo con más atención, los hilos no son hilos, son lianas con espinas. ¡Esta pequeña esclava debe ser un pequeño tesoro!
Tengo en mis manos lo que podría ser un objeto de mucho valor, mi pulso se acelera ante semejante responsabilidad. Quiero devolverla, pero no encuentro el coraje para hacerlo, y una pequeña parte de mí se siente especial por haber sido confiada con tal obra de arte.
De fondo ha estado el altavoz anunciando a los participantes de cada ronda, el nombre de Alexander Graham consigue atraer mi atención. Volteo hacia él, se ha puesto el gorro, es de hule negro con el logo de la marca en plateado, me sonríe antes de ir para la línea de salida.
—Dame suerte —me susurra al oído y luego se despide de Cameron, ella le sonríe con coquetería.
Sin embargo, la intimidad entre Alexander y yo la hace enfurecer y tan pronto se va, ella entierra una vez más sus uñas por encima de mi falda escolar.
—No quiero destruirte, Karim, pero voy a hacerlo si me obligas.
—Él no es un objeto —respondo molesta, descubriendo que no quiero alejarme de él—. No es tuyo ni mío, él es una persona.
—No me hagas reír. —Sonríe con acritud—... Yo ya cumplí con advertirte.
Decido no dotarla de mayor importancia y me concentro en seguir con la mirada a Alexander. El pitido de salida tiene lugar y él se lanza a la piscina con la misma elegancia de un tritón, apenas salpica agua. Mientras están sumergidos, es casi imposible saber quién va a la cabeza para el común de los mortales... No obstante, yo puedo saberlo con certeza por los números que flotan en el agua. Doy un fugaz vistazo al resto y luego regreso al único que me importa. Emergerá primero, ve a la delantera.
Mis pensamientos se hacen realidad y el gorro negro con plateado sale a la vista. Las brazadas son tan rápidas y certeras que siento que mis ojos lo pierden. Los demás contrincantes intentan alcanzarlo, pero es evidente que él les lleva la ventaja y como es de esperarse, termina en primer lugar. Lo hace en cada ronda que tiene que participar.
—Voy a ducharme, ya regreso —me informa Alexander al terminar.
—Aquí estaré.
Siento la rabia de Cameron hervir a mi lado, pero no la encaro, me repito que no tiene por qué importarme y que tampoco voy a pelear por alguien que no debería, si ella fuera más inteligente también lo sabría... Yo no represento ninguna amenaza, ella solo tendría que esperar y pronto Alexander estaría a sus pies. Es una verdad absoluta que no debería ser tan difícil de deducir. Sin embargo, parece que sus sentimientos le impiden cavilar con normalidad.
Es durante el ajetreo de despedidas y el flujo de personas que se dirigen a la salida que yo descubro lo que pensé que no existía. Mi corazón se detiene y algo similar al miedo me embarga. Él me sostiene la mirada con petulancia y tal vez algo de burla, tiene los brazos cruzados y está recargado sobre las gradas del otro lado de la piscina.
No tiene números, no hay muerte cercana ni lejana para él. Mi pulso comienza a golpear con tal fuerza mis sientes que el dolor de cabeza se hace presente. Intento tranquilizarme y volteo hacia otra persona a la misma distancia que él, y obtengo el efecto contrario al ver que sí puedo ver sus números incluso si se ha alejado dos metros hacia la salida en el proceso.
Entonces, el sujeto da un paso hacia mi dirección y juro que mi corazón va a estallar, es en ese preciso instante en donde una pared humana se rompe el contacto visual entre él y yo. Alzo la mirada y el ámbar en los ojos de Alexander tiene un efecto anestésico en todo mi ser.
—¿Quieres ir a comer antes de ir a casa?
—Claro.
Me levanto y cuando él se quita entre el desconocido y yo, descubro que ya no hay nadie.
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