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Traidora

Era un día espléndido y maravilloso, con un cielo azul, claro y despejado.

Había pasado un tiempo desde que Londres había sufrido el ataque de Isaac Beckford perpetrado por el grupo Twilight con Finis como su líder. Pero gracias a Cardia y al resto del grupo, no solo habían salvado el país, sino también el mundo entero.

Además, Cardia había sido capaz de convencer a Finis de que ellos dos no eran muñecas, ni monstruos, ni armas de guerra, por lo que su hermano menor se unió a ella y junto a Lupin derrotaron a su padre. Por esa misma razón, Finis fue perdonado de su ataque terrorista por la misma reina Victoria.

En ese mismo momento Finis estaba junto a Drácula, o Dellacroix II, tal y como prefería ser llamado, que observaba alegremente desde la ventana los últimos preparativos de la ceremonia, en la que Lupin y Cardia por fin se casarán, en el jardín de la mansión.

—¿No es genial, Finis? —preguntó alegremente —. Cardia se merece este día más que nada. Me alegro mucho por ella, y por Lupin también, claro. ¿Y sabes qué? ¡Hace poco me han prometido que si tienen un hijo me dejarán cuidar de él! ¡Sería como tener un hermanito!

—No sé yo, ¿crees que el cuerpo de mi hermana estará hecho para tener hijos?

—¿Y por qué no? Puede que no tenga corazón, pero tiene los demás órganos internos, puede comer y sangrar como cualquier ser vivo, igual que tú.

Iban a continuar hablando, pero divisaron a lo lejos una persona escondiéndose detrás de unos arbustos cerca de las mesas preparadas.

—¿Quién será? —preguntó Finis —. ¿Un ladrón, tal vez?

No sería de extrañar que fuera un ladrón, tendría la oportunidad de robar a la gente que se reuniría o de poder entrar en la mansión cuando nadie estuviera dentro, como si ya no fuese raro ver un ladrón robando en la boda del gran ladrón Arséne Lupin...

—Voy a ver, espera aquí y  llama a los demás por si acaso —avisó Drácula antes de salir corriendo.

Finis trató de seguir observando al intruso desde la ventana en un intento de identificarlo, pero no sirvió de mucho; fuera quien fuese se estaba ocultando bien y debía ser de baja estatura.

No pasó más de dos minutos cuando Drácula se abalanzó encima de la persona oculta. Harto de no poder ver nada, Finis decidió bajar para saber qué ocurría.

Caminó lentamente, si era un ladrón o un atacante no sería rival para la fuerza de un joven vampiro y se tomó las cosas con calma, seguramente ese intruso ya estaría noqueado y tirado en el suelo cuando estuviera allí.

Pero al llegar, lo único que escuchó fue a Dellacroix II gritar como si estuviera discutiendo con alguien.

—¡¿Y cómo sé que vienes sola?! ¿No habrás traído gente contigo para atacarnos?

—¡Que no, lo juro! ¡Me han invitado aquí formalmente! —chilló una voz femenina no reconocible para Finis.

—¡Me da igual! ¡Cardia nos lo contó todo y sé que le hiciste daño! ¡No voy a tolerar que aparezcas ante ella y le hagas recordar momentos dolorosos en el día de su boda!

—Drácula, ¿qué ocurre? —preguntó Finis, interviniendo en la discusión.

—¡Dice haber sido invitada, pero yo no me lo trago!

Señaló a la persona agazapada sobre el suelo y Finis pudo verla en condiciones: se trataba de una chica joven, más o menos de la edad de Drácula, su pelo corto era de un color castaño claro y llevaba puesto un vestido rosa pastel que sorprendía el hecho de no haberse ensuciado al recibir el placaje del vampiro.

—Un momento, me suenas de algo —dijo Finis con sorpresa mientras ella se levantaba —. Sí, eres esa niña de Gales, la de ese pueblo que insultó e intentó matar a mi hermana. Como líder de Twilight ordené la ejecución del sacerdote chalado y de la mayoría de los habitantes, pero veo que eres una de los pocos supervivientes. Te llamabas Etty, ¿verdad?

La chica asintió y se dio cuenta lo que dijo.
—Espera... ¿¡Fuiste tú el que provocó aquella masacre!? ¡Yo estaba escondida en el pueblo cuando aquello ocurrió! ¿¡Eres consciente de lo que hiciste!?

—¡Pero al menos él no traicionó a un ser querido! —intervino Drácula, igual de furioso —. ¡Por lo menos él salvó a Cardia!

Sin saber qué decir, Etty frunció el ceño.

La mirada de Finis indicaba que, al igual que Drácula, no soportaba la presencia de la intrusa en absoluto, pero rompió el silencio con una voz tranquila:
—Dices haber sido invitada, ¿por quién, si puede saberse?

—Por Su Majestad, he venido hasta aquí desde Gales acompañada por un soldado que se fue hace un momento, nadie del pueblo sabe que me he ido.

—¡No me importa que la reina te permitiera venir! —volvió a gritar Drácula —. ¡Hiciste daño a Cardia y no vamos a permitir que vuelvas a hacerlo antes de la ceremonia! ¡Ni siquiera aceptas que ella no tuvo la culpa de la muerte de Elaine!

La chica volvió a enfadarse al rememorar la pérdida de su ser más querido.
—¡Tú no estuviste allí, claro que lo fue! ¡Ella mató a mi madre con su veneno!

El vampiro le dio una fuerte bofetada en la mejilla izquierda que volvió a tirarla al suelo.

—¡Más te vale retirarlo, estúpida humana! —gritó —. ¡Eres igual que todos los monstruos de ese pueblo del que vienes! ¡Retíralo!

—¡Oye, oye Drácula! —exclamó Finis, sorprendido por la repentina acción violenta del joven —. ¡Aunque se merezca ese golpe no es propio de ti actuar de esa forma!

Como respuesta, él lo miró y suspiró con fastidio.

Finis se acercó a la adolorida chica, que parecía estar a punto de llorar.
—Escucha, puede que mi hermana no fuera consciente de la potencia de su veneno, pero tampoco fue la que incendió vuestra casa ni la que se encerró en aquella cueva con tu madre -ella lo miró sorprendida -. Sí, fue muy detallista al contárnoslo. Ella no hizo nada, fueron aquel estúpido sacerdote y su pueblo de fanáticos ignorantes, ¿tanto te cuesta comprender eso?

Etty no parecía convencida del todo.

—Podría haberla salvado, podría haber destruido la roca que bloqueaba la entrada desde el principio y salir juntas de allí —dijo con la voz rota.

—Ellas no sabían nada, pensaron que podían lograrlo igualmente, tu madre aguantó lo que pudo para protegerla y demostrarte lo que uno es capaz de hacer por un ser querido —adquirió un tono más sarcástico —. ¿Y que haces tú? No solamente traicionaste a mi hermana acusándola de ser un monstruo, deseándole la muerte y uniéndote al grupo de personas del que la estuviste protegiendo, sino que con todo aquello también traicionaste a tu madre. ¿Qué hubiera pensado ella si viera que su hija se dejó llevar por las supersticiones de un sacerdote manipulador?

Etty terminó por romper a llorar, nunca se le había ocurrido pensar en la situación de aquella forma.

Drácula sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió, ella lo miró con duda mientras sorbía por la nariz.

—Anda, cógelo —dijo, todavía con el ceño fruncido —. Siento haberte pegado, no estuvo nada bien por mi parte —le tendió la mano para ayudarla a levantarse —. Además —continuó —, sé lo que es ver morir a un ser querido, mi padre murió a manos de Van Helsing, que era amigo suyo. Eso sí que estuvo mal, pero él tampoco tuvo más remedio. Al principio yo quería matarlo para vengar a mi padre, pero con el tiempo vi que no hubiera servido de nada y acabé perdonándolo, e igualmente él perdonó Finis, que fue quien lo había obligado.

Miró de reojo a Finis, que bajó la mirada al recordar su orden de matar a la familia de Abraham Van Helsing a pesar de haber cumplido con su orden de traicionar y matar al rey de los vampiros.

—Siento tu pérdida... —murmuró la niña.

—Ya pasó hace mucho... De acuerdo —decidió Drácula —, puedes quedarte, pero no dejes que Cardia te vea, ella ya ha sufrido bastante.

Se giró y se marchó de allí, dejando a Finis con la chica.

—Disculpa las molestias —dijo Finis, que también se dispuso a irse —. Te aconsejo avisar a la reina cuando te vayas para tener otra escolta, no es seguro para alguien de tu edad ir sola por la periferia a pie.

—¡Espera! —lo detuvo.

Finis se extrañó, ¿qué quería ella ahora?

—Si eres el hermano de Cardia, ¿significa que eres lo mismo que ella?

¿Acaso iba a insultarlo ahora a él?
—¿Y qué? ¿Algún problema con eso? —preguntó a su vez con molestia.

—¡Vale, perdón! Entonces, ¿cómo te llamas? ¿Es ella feliz?

Calmó su frío semblante y la miró en silencio antes de contestar:
—Sí, y mucho. Mi hermana aprendió a quererse a sí misma gracias al resto, y ella me enseñó a mí a hacerlo —arqueó una ceja —. ¿Esas flores son para ella?

Se había fijado que detrás de ella había una corona de flores.
—Sí —contestó ella con timidez —. Antes hacía muchas y se las enseñaba a mamá y a Cardia.

—¿Piensas regalárselas? Ten cuidado y asegúrate de que no te vea, no querrás que Drácula vuelva a enfadarse —se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo abruptamente —. Casi lo olvido, mi nombre es Finis. Y si te interesa: su veneno desapareció por completo hace poco, así que no te extrañes de que no lleve guantes. En fin, que te vaya bien.

Se reunió con Drácula para continuar su extraña conversación sobre los hijos de Lupin y Cardia.

Unas horas más tarde, decenas de personas se habían reunido en la entrada de la mansión para recibir a los novios.

Cardia estaba preciosa con su vestido blanco, era sorprendente ver a Lupin trajeado del mismo color con su esmoquin.

—¡Felicidades! —exclamaron Víctor y Saint-Germain.

—¡Cardia, estás preciosa! —chilló Impey entre lágrimas de emoción —. ¡Eres un ángel! ¡No, una diosa! ¡Me alegro tanto por vosotros!

Sisi ladró alegremente entre los brazos de Drácula, que observaba la pareja con alegría.

Finis se acercó a Cardia.
—Hermana —dijo —, me alegro mucho de que hayas llegado tan lejos. Hace no mucho hubiera pensado que esto sería ridículo, pero agradezco haber vivido para verte así de feliz.

—Vaya... el hermanito se ha vuelto poético —bromeó Lupin.

Finis se cabreó.
—¡Oye, sólo digo lo que pienso! ¡Eres un idiota, Arsène Lupin! Hermana, ¿estás segura de haber elegido bien?

—¡Calma, calma! ¡Sólo bromeaba, Finis!

Cardia se rió, se alegraba se ver que se comportaran como la problemática pero divertida familia que siempre habían sido.

Pasó la tarde y llegó la noche.

Tras el banquete nupcial, los recién casados saludaron a los invitados y agradecieron su asistencia.

De repente, Cardia divisó sobre el suelo muy cerca de ella, una corona de flores. Las cogió con duda.

—¿Ocurre algo, Cardia? —preguntó Lupin mientras se acercaba a ella —. ¿De dónde has sacado eso?

—Estaban aquí, las flores me suenan de algo, pero no sé de qué.
—Es extraño —recalcó él mientras observaba a su alrededor.

No se hicieron más preguntas al ver que Van Helsing había golpeado a Impey una vez más por abusar de la tarta.
—¡Van! ¡Eres muy cruel!

Cardia y Lupin se rieron.
—¡Chicos, nada de peleas! —exclamó Lupin.

—¡Recordad que hoy es día de celebración! —añadió Cardia, sujetando las flores con delicadeza.

Se reunieron con los demás para seguir disfrutando de la fiesta.

Finis y Drácula supieron de inmediato lo que significaban las flores y divisaron a Etty escondida detrás de un árbol, que se alejó al darse por descubierta.

Había visto la boda y acababa de dar su regalo, ya no tenía nada más que hacer ahí.

Pensó en las palabras que le dijo al verla la última vez:

«Aún no te he perdonado por matar a mi madre, pero no creo que seas un monstruo»

—Con razón ese chico se enfadó tanto conmigo, tuvo razón al decir que ella no debería verme —pensó.

Por lo menos la había vuelto a ver por lo que era, pero se avergonzó de haber seguido acusándola de la muerte de su madre.

Cardia había sufrido la muerte de Elaine tanto como ella y no se había dado cuenta de ello hasta aquella mañana.

—Señorita, ¿nos vamos? —preguntó el guardia que la llevaría de vuelta a casa.

La chica suspiró y asintió. Siguió al guardia, deseando que los pueblerinos no se hubieran dado cuenta de su ausencia, aquel pueblo horrible que había matado a su madre, la única buena persona de allí, no volvería a permitir que nada ni nadie traicionara su memoria.

Miró atrás una vez más, acordándose de las palabras del joven:

«Que te vaya bien»

—Ya se ha ido —comentó Drácula.

—Seguramente no la volvamos a ver —suspiró Finis —. ¿No hubiera sido mejor dejarle decir a Cardia que sabe que es inocente?

—No, todos hemos tenido suficiente con ella. Pero admito que no es tan mala persona como pensé que era.

—¿De qué habláis, chicos? —preguntó Cardia al pasar cerca de ellos. Le alegraba ver que se llevaran tan bien

—¡De lo feliz que serás! —exclamó Delacroix II como excusa.

Aunque en parte era verdad, ella había tenido su merecido final feliz.

[Publicado el 14/2/2019]

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