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Alejandro

Toda mi vida había pensado que mi hermano mayor era la mejor persona del mundo. Su fachada de seriedad era simplemente para esconder lo amable y cariñoso que era en el fondo, siempre cuidando de mí, siempre al pendiente de todos, especialmente de mamá. Aún recuerdo que cuando él estudiaba la secundaria se despedía de mí a gritos desde la planta baja a pesar de saber que los vecinos y yo aún dormíamos; la bonita sonrisa pícara cuando al regresar le reclamaba inevitablemente me hacía sonreír a mí también.

Yo quería ser como él, Ale era una persona dulce, atenta, amable; una maravillosa persona. Era el orgullo de papá y la alegría de mamá. Aún después de tanto tiempo no comprendo cómo pudo cambiar tanto.

Recuerdo que un día llegó con una actitud poco usual: no contestó cuando papá lo saludó ni nos dio a mamá y a mí el habitual beso en la frente con el que anunciaba su llegada. Como era de esperarse, mamá se preocupó, pero papá la consoló diciendo que tal vez solo había tenido un mal día, aunque ni el peor día lo había hecho ser tan apático con nosotros.

Tiempo después entendí todo: Ale era homosexual y temía decirla a mis padres.

La noche en la que me lo confesó no pude más que apoyarlo. En ese entonces no entendía muy bien qué significaba, pero si mi hermano estaba bien con eso entonces yo también lo estaba. De antemano sabía que mis padres no se molestarían por eso, ellos siempre nos han apoyado en todo, especialmente mamá, quien sabía que el primo Ángel y lo había aceptado así tal cual.

A la mañana siguiente, un domingo, aún lo recuerdo, Ale confesó a mis padres sus preferencias y como esperaba, lo aceptaron. Después de eso las cosas siguieron bien por un tiempo, hasta que Ale cambió radicalmente.

Todo comenzó una noche cuando, por primera vez en la vida, llegó borracho a casa. Recuerdo que apenas podía mantenerse de píe y decía cosas sin sentido, el chico que lo trajo a casa lo subió a su habitación bajo la atenta mirada de mi padre, mientras mi madre, aun regañándolo, le cambiaba la ropa y lo acomodaba sobre su cama. Ninguno dijo más sobre el tema esa noche.

A la mañana siguiente me despertaron los gritos de mamá y Ale discutiendo. Jamás lo había oído pelear así. Me asomé por las escaleras justo para ver a Ale pasar al lado mío y encerrarse en su habitación con un fuerte portazo. Horas más tarde me vi llevándole una pastilla por pedido de mi padre para que no sufriera de resaca.

– ¿Estás mejor ahora? – Pregunté cuando lo vi terminarse el vaso de agua en el que había echado el alka seltzer, ahora sabía que se llamaba así.

–Lo estaré en unos momentos, gracias mocoso– Sonrió. Esa fue una de las últimas sonrisas sinceras que le vi.

Después de eso sus salidas aumentaron eventualmente y las peleas con mamá lo hicieron también. Varias noches incluso no llegaba a la casa hasta la mañana siguiente o incluso demoraba días fuera de casa. Nadie, ni siquiera sus amigos sabían dónde era que Ale se metía. Días después me enteré que se iba con su novio, el mismo chico que lo había llevado a casa tras su primera borrachera.

Según una amiga de Ale el tipo de alguien de fiar, al parecer tenía mala fama en la universidad y aunque se lo habían repetido hasta el cansancio mi hermano había preferido confiar más en el chico que en sus amigos y yo quería confiar en el buen juicio de mi hermano.

No debí haberlo hecho.

Mi hermano cada vez dejaba de ser la persona que toda la vida había admirado, la persona que recordaba me trataba con amor y ternura; ahora era una persona fría y apática. Lo pude notar cuando, en una visita a la casa de la abuela, mi primo Ángel anunció que se casaría con Luis, el hermano de mi mejor amigo; yo lo felicité, estaba muy feliz por ellos, sin embargo, Ale se portó como un idiota.

–Si fuera chica pensaría que estás embarazada, Angelito– Ángel frunció el ceño por el tono burlón que usó Ángel.

–Ni porque fuera una chica, imbécil. Luis y yo no nos hemos acostado, la noche de bodas será nuestra primera vez– Luis era de piel clara, más clara que la mía y la de Ale y un bonito sonrojo se marcó cuando habló, aún me pregunto si fue de coraje o vergüenza – Seré homosexual pero no ando zorreando con quien se me cruza en frente.

Ale se notó molesto por lo que dijo Ángel – Pues las zorras tenemos mucha más diversión que las pequeñas mierdas que se hacen las mustias como tú; con Luis no pero seguramente ya has de haber probado varios, se ve que eres uno de esos que fácilmente abren las piernitas, Angelito– La cachetada que Ángel le dio a Ale aún resuena en mis oídos.

Ale estaba listo para regresarle el golpe a Ángel, pero afortunadamente papá y Luis los detuvieron. Después de eso la relación entre ellos se volvió muy tensa hasta el final.

Días después entendí por qué Ángel estaba tan enojado con lo que Ale le dijo, Beto me lo explicó. Él siempre me aclara mis dudas, ser unos años mayor le hacía mucho más listo que yo; por eso no dudé en preguntarle cuando descubrí moretones en el cuerpo de Ale un día mientras se cambiaba de playera; me explicó que se hacían con la boca, que él le había visto unos a Luis en el cuello y le dijo que Ángel se los había hecho sin querer, que no me preocupara, que era cosa de cuando los novios se querían mucho, que podía preguntarle a mi hermano. Ale me dijo nerviosamente que se había golpeado en un descuido cuando le pregunté, pero eran demasiados, como si se hubiera caído por las escaleras, también me dijo que no le dijera nada a mis papás. Supuse que le daba pena admitir que su novio le había hecho esas marcas con la boca, así que lo dejé pasar y hacerle caso a Beto. Aún me lamento el no haber podido distinguir entre los que estaban hechos con la boca y los que no o si le hubiera dicho a mis papás tal vez ahora estaría junto a mi hermano todavía.

Recuerdo como la peor noche de mi vida empezó con un grito de mamá pidiendo ayuda a papá cuando Ale apareció inconsciente y sangrando por una golpiza en la puerta de la casa. El camino al hospital fue tortuosamente largo mientras vía a Ale vomitar sangre y a mi madre llorar desconsolada desde el asiento del copiloto. Podía ver a mi padre tratando de mantenerse sereno aún con lágrimas empapando sus mejillas. A los 10 años no comprendía bien lo que pasaba, lloraba desconsoladamente al no saber qué era lo que iba a pasarle a mi hermano.

Al llegar al hospital, el primo Luis fue quien nos recibió, él sería el que atendería a Ale. Mi hermano seguía perdiendo sangre a borbotones mientras Luis y otras personas lo llevaban en una camilla tras una puerta a la que nosotros no pudimos pasar. La sala de espera se volvió un calabozo para todos, los minutos parecían detenerse mientras aguardábamos por noticias de mi hermano, pero cuando las tuvimos deseé no haberlas sabido.

Ale estaba vivo, pero en estado de coma.

Supe que era algo malo cuando mamá comenzó a llorar en los brazos de papá tras la noticia. Beto, quien había llegado unos momentos después con Ángel, me explicó de qué iba todo y yo también rompí en llanto.

Recuerdo ser el único que no pudo pasar a su habitación a verlo por ser muy pequeño. Beto, quien apenas alcanzaba la edad mínima, tomó una foto para mí. Ver a mi hermano con cables y rodeado de aparatos fue algo muy impactante; no pude evitar preguntarme si no le resultaba doloroso.

A mí sí me dolía verlo así.

Todos los días saliendo de la escuela iba al hospital y acompañaba a mamá un momento, se había vuelto una agonizante rutina hasta que un día simplemente dejamos de hacerlo. Ale, mi hermano mayor, había muerto.

Luis me explicó de la forma más simple que pudo que solamente dejó de respirar, su cuerpo no pudo sopórtalo más. Cuando pregunté si le había dolido me contestó con lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro que no, que no le había dolido.

Mamá lloró una semana después de que fue el entierro. Hoy en día sigue llorando a escondidas cuando se conmemora su nacimiento o su muerte. Papá trata de aparentar tranquilidad pero he visto la tristeza en sus ojos cuando algo le recuerda a Ale.

Después de tantos años aún hay momentos en los que pienso que Ale llegará un día como si regresara de vacaciones, discutirá con mamá y después todo volverá a ser como antes. Lamentablemente eso no sucederá.

No puedo dejar de pensar que si en ese entonces hubiera distinguido las marcas de golpes que Ale tenía en el cuerpo tal vez seguiría vivo, papá y el tío Juan podrían haber intervenido para que dejara a su novio y ahora estaríamos en casa celebrando mi compromiso y no yo aquí parado frente a su tumba.

–¿Estás bien? – Luciana pregunta mientras toma mi mano.

Yo solo hago un asentimiento con la cabeza – Lo extraño.

Siento su cuerpo junto al mío y sus brazos envolverme en un dulce abrazo queriendo consolarme. –Está en un mejor lugar– Le sonrío en respuesta y beso sus labios para tranquilizarla y tranquilizarme.

Sé que Ale nunca va a regresar, que las cosas pasan porque así tienen que ser, pero también sé que nunca voy a dejar de amarlo; siempre será mi hermano mayor y espero que donde esté me vea y se sienta orgulloso de mí así como yo siempre lo estuve de él.


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