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Parte/43/El final


Domitila

Domitila era la menor, de seis hermanos, en esos años, por regla general la hermana menor no podía contraer matrimonio hasta que sus padres fallecieran. Todavía era una mujer bella, algo pasada de peso, aún se adivinaban las curvas de su cuerpo, de rostro agradable, piel blanca, en sus ojos se adivinaba la resignación. Domitila no le quedó más remedio que aceptar el papel de enfermera, primero de su padre y unos años después de su madre. Dormía en su misma habitación dispuesta en todo momento a acudir a su lado al menor movimiento, les daba sus medicinas, les ponía la bacinilla, les acomodaba las almohadas. Creía que iba a ganar el cielo, por el hecho de sufrir la cruel suerte de que había sido objeto. Al mismo tiempo, se odiaba a sí misma, por dar cavidad a pensamientos tortuosos de inconfesables sueños eróticos, odiaba a Dios por haber dispuesto que ella fuera la menor de las hermanas, por concederles larga vida a sus padres, de ver como su juventud desaparecía mientras sus padres gozaban de una excelente salud, a pesar de todo, cuando enfermaron, los cuido abnegadamente. Sus padres la dejaron protegida económicamente fue la única heredera de una cantidad de dinero y la casa donde vivía con todo su contenido, después de que sus padres murieron siguió conservando a las tres mujeres que se encargaban de atenderla. Un buen día se presentó en el domicilio de Juana.

―Perdone señora ¿aquí vive el señor Alejandro Buenaventura?

―Si, señora ¿Qué se le ofrece?

―A mí nada, pero traigo un encargo para él.

―Pos si me da a mí el encargo, yo se lo entrego cuando él llegue.

―Discúlpeme, pero me encargaron que se lo diera en propia mano.

―Bueno pos siendo así, si gusta pasar a esperarlo ya no ha de tardar.

―Gracias señora es usted muy amable.

―Ah, pero mire aquí va llegando―. Alejo aquí te buscan.

―Buenas tardes señorita ¿En qué le puedo servir? ―¿Juana ya le ofreciste a la señorita algo de tomar?

―Dispense señorita, que cabeza la mía, pero ahorita mismo le traigo una limonada.

―Señor usted no me conoce ni yo tenía el gusto de conocerlo a usted, mi nombre es Domitila Sotomayor, mi prima Celia me encargo que le entregué esta carta en propia mano.

―¡¡Doña Celia, pero eso no puede ser posible, ella está muerta!!

―Si ya lo sé, como no lo iba a saber si era mi prima, esta carta me la dio poco antes de morir, porque ha de saber usted que ella no hizo cama, dos días antes de que muriera fue a mi casa a llevarme la carta y me dio las señas de cómo llegar hasta aquí y me hizo prometerle que se la entregaría en propia mano.

Alejandro se guardó la carta entre sus ropas, en ese momento llegó Juana con un jarro de fresca limonada la que saboreo Domitila ya que hacía mucho calor, la mujer se quedó un poco más se despidió de Alejandro y de Juana.

Si alguna vez se pasan por la ciudad, pueden llegar a su pobre casa, aquí tienen mi dirección.

Cuando Domitila salió de la casa Juana le preguntó a su esposo.

―¿Y qué asunto quería la mujer?

Es algo referente al trabajo, está haciendo mucho calor me voy acostar un rato, me hablas cuando esta lista la comida.

Cuando Alejandro estuvo a solas se apresuró a leer la carta de doña Celia. No era muy extensa, le daba la gracias por su amistad y le agradecía toda la ayuda que le había dado cuando vivía en la hacienda, había una cálida despedida. pero el final lo sorprendió enormemente.

Le suplico que cuando vaya a la ciudad, pasé a visitar a mi prima, ella está necesitada de un buen amigo como usted.

Suya por siempre.

Celia.

Una lagrima corrió por su mejilla, estaba dispuesto a cumplir la última voluntad de su amiga y pensó.

Cumpliré su voluntad, mi amada señora.

Y así lo hizo, entre Alejandro y Domitila surgió una bonita amistad que luego se convirtió en amor, Alejandro tenía sesenta años Domitila cuarenta, comprendió que lo que había sentido por doña Celia solo había sido una bonita amistad entre dos buenos amigos. Lo que sentía por Domitila era el mismo sentimiento que sintió por Lucía su primera esposa, amistad, amor, pasión todo junto, Domitila sintió lo mismo, al año de comenzar su amistad, Alejandro habló con Domitila.

―Domitila yo te quiero y sé que tú también a mí, yo soy consciente que son muchos años de diferencia entre tú y yo, que no tengo derecho de sentir esto que estoy sintiendo por ti, sin embargo, lo siento, y también sé que no tengo derecho a pedirte que vivamos juntos ya que como sabes, no soy libre, ya te he contado lo que me llevó a casarme con Juana y no sería justo para ti...

―No sigas Alejandro, creo que ya estamos grandecitos como para preocuparnos por el qué dirán, ve arregla tus asuntos con tu esposa, yo te estaré esperando.

Alejandro no cabía en si de gusto, inmediatamente se fue al pueblo a hablar con su mujer.

―Juana necesito hablar contigo.

―Me quieres dejar ¿Verdad?

―Si, pero no te preocupes, yo voy a seguir cumpliendo con mis obligaciones.

―Con eso quieres decir que me vas a seguir manteniendo.

―Claro, claro a eso me refiero.

Está bien, con decirte, que me extraña que hayas esperado tanto tiempo para irte, tú nunca me quisiste a pesar del tiempo que hemos estado juntos, se bien que te casaste conmigo porque mi padre te lo pidió.

En eso te equivocas, me casé contigo porque quise hacerlo, tu padre nunca me pidió nada.

Juana guardo silencio, se sentía avergonzada, ahora comprendía que Alejandro se había casado con ella para que su hija no fuera una bastarda más en el mundo, aunque no dudaba que también lo hubiera hecho por la amistad con su padre.

―Te estoy muy agradecida por librarme de la vergüenza y darle un apellido a mija, además no tienes que irte esta es tu casa yo soy la que se va, voy a vivir con mis padres también ya quedaron solos.

―La casa es tuya, yo sé la compre a la viuda de don Teófilo, yo voy a vivir en la ciudad, mira aquí está la escritura de la casa está a tu nombre.

―¿Y cuando te vas?

―En unos días más.

Alejandro se despidió de Agapito y de Petra, los ancianos no le preguntaron el motivo, estaban muy agradecidos con su yerno como para atosigarlo con preguntas, él iba a seguir siendo su yerno se fuera del pueblo o se quedara, dos días más tarde, Alejandro partió del pueblo, por la mente de Juana nunca pasó la idea de que su esposo la dejara por otra mujer, ella pensó que Alejandro iba a vivir con su hija, ya que Eva siempre lo había querido como su verdadero padre aun después de saber la verdad. Y no se equivocó Alejandro si fue a la casa de Eva, pero para decirle de su separación y los motivos, después se lo dijo a Bruno y por último escribió una larga carta a su hija Rafaela contándole todo, Eva fue la única de los tres que acepto desde un principio la relación de su padre con Domitila, tiempo después sus hermanos lo hicieron y llegaron, si no a querer si a estimar a la nueva pareja de su padre.

Unos años más tarde regresó Rafaela al pueblo en compañía de los hijos de Martina y tres hijos más que engendró con Gervasio, después de que Agapito y Petra fallecieron Juana fue a vivir con su hija Rafaela y sus nietos.

Bruno fue un exitoso periodista se casó y tuvo ocho hijos.

Alejandro y Domitila pasaban el tiempo como dos recién casados. Pero con lo que la pareja no contaba, fue con la visita de la cigüeña, Domitila tenía cuarenta y tres años y Alejandro sesenta y tres cuando llego al mundo la pequeña Celia, la noticia le cayó a Alejandro como un balde de agua helada ya que éste, nunca pensó que a su edad volviera a engendrar a ningún ser humano, cuando Juana se enteró, estallo en fuertes carcajadas.

―¡¡Pero mira nada más a este viejo rabo verde!!

La niña fue la felicidad de sus padres, creció sana rodeada de cariño tanto de sus padres como de sus hermanos, ella al igual que su madre cuido de sus padres hasta su muerte, pero esta no repitió el rol de Domitila, Celia si se casó, tuvo varios hijos que alegres correteaban por la casa haciendo la alegría de sus abuelos, Alejandro murió a los ciento seis años de muerte natural. En su lecho de muerte le hizo prometer a su hija y a su mujer que llevaran sus restos mortales a él Colorado donde descansa junto a los restos de Lucia y su hijita.

Fin.

Que lastima, se terminó la historia de mi bisabuelo, le voy a pedir a mi hija Samanta que pase todo esto en limpio, quizá de aquí salga un buen libro. 

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