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Parte/42/Partida de doña Celia.


La partida de Rafaela y sus nietos fue un golpe muy duro, para Juana fue como si hubieran muerto, lloraba por todos los rincones.

Por favor Juana, contrólate, tu hija y tus nietos no se han muerto cuando todo esto pasé ellos volverán.

―No, no Dios no me puede castigar de este modo, primero me quita a Martina y ahora a Rafaela y a mis niños.

―Cálmate mujer lo que habías de hacer es acercarte más a Eva, ¿Qué tal si vamos a la ciudad y te quedas con ella unos días?

No ella no me quiere, no me perdona todo lo que le hice, además no me puedo ir, mi madre no se ha sentido bien. No vaya hacer el diablo y se me muera y yo no esté a su lado.

Tres años más tarde la guerra de los cristeros dio fin, se terminaron las persecuciones, los sacerdotes y las religiosas volvieron a sus conventos y los rituales católicos volvieron a la normalidad. Aparentemente todo volvía a hacer como antes, pero después de una guerra ya nada es igual, mucha gente perdió la vida y otras más emigraron a otro país, Alejandro visitaba a Eva en la ciudad y aprovechaba para pasar a visitar a doña Celia.

―¡Alejandro que gusto verlo, pasé vamos a la salita!

El gusto es mío, la sigo.

Nos sentamos uno frente del otro, una empleada llevo la cafetera, tazas y unos panecillos, platicamos cosas sin relevancia, de pronto tomo mis manos y me dijo.

―Voy a morir.

Yo sentí un vuelco en el corazón.

―Pero que cosas dice doña Celia, usted se ve muy saludable además ...

―Mire Alejandro mis muertos ya me avisaron.

―No, no, solo Dios sabe cuándo...

Cálmese Alejandro no se angustie. La muerte es solo un paso a otro plano, uno no muere, mientras que los que nos quieren no nos olviden siempre viviremos, mis muertos me dieron un mensaje para usted.

―¿Un mensaje?

―Si amigo mío, usted está a punto de conocer a una mujer a la cuál usted va a amar tanto como amo a Lucia y ella lo amara a usted con la misma intensidad.

―Doña Celia, no se le hace que ya estoy viejo para el amor.

―Nunca se es demasiado viejo para el amor.

―Se olvida usted de Juana.

―No, pero ella comprenderá, usted solo deje las cosas que fluyan y ahora querido amigo...

Doña Celia desvió el tema poco después me despedí, estaba preocupado no me quise sugestionarme con las palabras de doña Celia con lo referente a su muerte y me decía una y otra vez, que ella solo había sido víctima de un mal sueño, pero escasos quince días más Eva me avisó.

Papá doña Celia se nos fue.

Yo sabía a lo que significaban esas palabras, Doña Celia había muerto, tal como ella me lo dijo, sus muertos no se equivocan. Se arreglo el gran salón de la casona, como capilla mortuoria con cortinajes y crespones negros, cirios prendidos y un altar improvisado sobre el piano, vi a doña Celia en su ataúd, una leve sonrisa se dibujaba en sus labios más que muerta parecía que dormía. El funeral de la señora fue un gran acontecimiento. No me pude explicar de donde salió tanta gente dolida por su muerte, desfilaron procesiones interminables estrechando la mano de don Silvestre y sus hijos, una cola de coches siguió el cortejo fúnebre hasta el cementerio, entre la gente vi a casi todos los antiguos trabajadores de la hacienda, que viajaron en tren algunos, por primera vez en su vida. Vi descender el ataúd. Me acerque a la tumba abierta y arroje sobre el ataúd un ramo de flores, no pude evitar las lágrimas, unas religiosas exaltaron las virtudes de doña Celia, cuando todo terminó salí del panteón con el corazón consternado.

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