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Aleatoriedad 1: El árbol.

De él, sólo aquellos en su contra conocían su nombre. Todos los demás lo llamaban Sabio. Incluso desde antes de ser odiado recibía tal apodo, rara vez era mencionado de otra manera.

Desde niño poseía un poder mágico increíble, único en su pueblo de clase baja. Era asombroso excepto para su familia, pues era de esperarse dado su linaje religioso. Como cualquier mago, creer era lo primordial para obtener fuerza. Mientras más devoción, mayor magnitud. Ser un enorme creyente de nacimiento le brindó su alto dominio y ser un curioso empedernido le regaló su sabiduría. No sólo era un joven virtuoso, sino alguien con un ingenio inimaginable.

Él se consideraba como cualquier otro chico, aunque no desaprovechaba ninguna oportunidad de presumir sus conocimientos. Eso, en vez de tacharlo de presuntuoso, le dio la fama del hechicero más excepcional de la historia de Lowpoint. No fue cuestión de mucho tiempo cuando comenzó a recibir consultas de aquellos con inquietudes sobre algún conjuro. Algunos le ofrecían dinero de agradecimiento; él lo aceptaba, mas no lo exigía: solucionar problemas era un pasatiempo, no un trabajo. A medida que crecía, más y más personas solicitaban su ayuda, inclusive viajaban de otros pueblos para visitarlo.

Si se topaba con lo desconocido, no demoraba en descalificarlo como tal. Siempre hallaba la manera de averiguar lo necesario, jamás dejaba a un cliente insatisfecho. Él mismo se ponía a prueba cuando se proponía inventar algún aparato, así se crearon los muebles de temperatura adaptable al gusto del propietario y los tintes de cabello que cubrían la raíz del mismo para evitar retoques continuos. De nuevo, no tardó mucho en empezar a atender a mentes creativas que lo desafiaban con cada producto que ideaban.

Para los últimos años de su adolescencia, cuando ya era con mucha razón aclamado Sabio, los casos graves aparecieron: hombres y mujeres malditos llegaban entre nervios, rabia, miedo y tristeza con el anhelo de regresar a la normalidad. La primera vez quedó impactado, no se creía capaz de romper una magia tan formidable como lo eran las maldiciones. Además, la mayoría de esos individuos eran de clase media, lo que le impedía ayudarles según los mandamientos de los magos. Lleno de pena, cada uno se convirtió en un integrante de su lista de rechazados, algo que nunca pensó posible.

Por ser tan apegado a las reglas de su estrato era aun más admirado. Las maldiciones eran lo más cercano a la magia prohibida, de ahí que sólo estuviese permitida entre hechiceros manipularlas. Si un miembro de otra clase resultaba portar una, la ley establecía que debía valerse por sí solo. Si un mago apoyaba a un portador no creyente —también incluía a los que recién reconocían a la magia como algo real al descubrir que estaban bajo los efectos de ella—, era condenado por traición. El único motivo válido para maldecir era demostrar la existencia de la magia a los escépticos irrespetuosos, así que darles una mano era igual a ser un buen samaritano con los tiranos que se burlaban de los benefactores. No cometer sacrilegio por incluso enormes cantidades de dinero hacía al Sabio alguien honorable.

Sin embargo, la acumulación de nombres en la lista de rechazos era espantosa, ni hablar de los propios magos que preguntaban por lecciones sobre maldiciones para hacer sufrir a un desgraciado. Al principio era un tutor sin inconvenientes mientras no fuese un mal muy grave, uno que significara una muerte segura, no quería verse envuelto como cómplice de un asesinato. Las clases valían capital, por supuesto, no eran parte de sus servicios habituales ni un pasatiempo. De alguna manera debía obtener el dinero para pagar sus estudios superiores, ya que sus padres decidieron no mantenerlo cuando cumplió los dieciocho. El problema fue un poco después de su graduación como profesional.

El listado fue descontinuado por los innumerables casos que se rehusaba a atender y sus tutorías tenían una cláusula importante: no enseñaría más cómo maldecir. Hubo quejas, pero cesaron al exponer sus razones. Si un magnate se enteraba de sus andanzas, por más escéptico que fuera, lo mandaría a castigar en la cárcel en el mejor de los casos, todo por ser considerado una amenaza para el progreso de la civilización por el simple hecho de promover la vieja cultura. No obstante, calló su principal causa: detener el uso de las maldiciones. Si declaraba tal cosa en público, quizás lo despreciarían. El odio de cientos de magos no era algo que adoraría cosechar.

Funcionó para mantenerse sereno durante unos meses, mas la preocupación por los montones de personas que temían por sus vidas lo carcomía. Como el hombre acostumbrado a la caridad que era, desamparar a docenas lo hacía sentir una basura humana. Sabía que era probable que muchos merecieran su condición, al mismo tiempo, muchos otros eran inocentes que terminaron malditos por mala suerte. Se le partía el alma si escuchaba del segundo caso porque era una total injusticia. Su fachada de incorruptible cedió a escondidas de su sociedad; socorrería a los condenados. Nadie aparte de los aliviados se puso al corriente de la novedad.

No daba soluciones definitivas, pues lo común era que las maldiciones fuesen rotas por el propio portador y sólo por el portador; la minoría que aprobaba la intervención de terceros era riesgosa para el voluntario. A pesar de esa limitación, la clientela era feliz. Sus consejos les abrían las puertas de la libertad. Jamás alguien había defendido a los malditos como él, y nunca se había sentido tan realizado como cuando salvaba a los condenados. Esa satisfacción derivó en un proyecto que debía llevar a cabo con suma precaución. Un error acabaría con su reputación.

Un día cualquiera él anunció sus vacaciones. Viajaría a otro pueblo cercano a Magnity, la ciudad capital, en busca de nuevas experiencias y un merecido descanso. Esa era la versión pública, claro. La versión oficial era más extensa, porque además de hacer turismo, se reuniría con algunos contactos para planificar la construcción de un establecimiento de inmensas dimensiones. Para los ajenos al asunto se trataba de una mansión, pero sólo los partícipes conocían la verdad. Luego de armonizar con los arquitectos, ingenieros y demás obreros, el Sabio dejó el trabajo en sus manos, además de solicitar una llamada tan pronto estuviese listo todo.

Aprovechó estar libre después de tantos años de servicio. En vez de devolverse a su tierra apenas partió de la primera población, se movilizó por todo el país, en especial donde era desconocido. Prestó atención a la capital, era una ciudad muy distinta a lo que antes había atestiguado. Moderna, avanzada, una mayoría de magnates y escasez de magos, entendió por qué era una potencia de inmediato. ¡Hasta provocaba vivir ahí! Casas monumentales, edificios altísimos, luces por doquier, autos lujosos, centros comerciales descomunales y tecnología de punta. Ahora que veía la inmensidad de Magnity comprendía lo mucho que la humanidad avanzó sin magia. ¿Cuánto tiempo debió transcurrir para tal progreso?

Se sintió un pobre parado en medio de una mina de oro puro, incluso cuando la pobreza se había erradicado siglos atrás. ¿Cómo hacían los magos que se rebelaban para sobrevivir en un mundo para nada semejante al que estaban acostumbrados? Sin contar que la mayoría acababa con una maldición de parte de un familiar que no aprobó la decisión, era complicado de por sí. No existía un lugar que les brindara el soporte necesario durante la etapa de transición, se valían de amigos que hubiesen pasado por lo mismo con anterioridad. Y si un solitario renunciaba a sus poderes, ¿estaba perdido? ¿Debía hallar la manera de continuar sin pistas?

Sonrió, una idea nueva en su cabeza se convertiría en una primicia. Tendría que modificar algunos aspectos, nada muy grande como para entorpecer el proceso. Un mensaje sería suficiente. Una vez enviado, se adentró a las calles de la metrópoli.

Forzado a regresar a Lowpoint al agotarse su dinero —no planeó un viaje tan largo, por lo que llevó consigo una cantidad pequeña—, el choque de culturas fue notorio. La realidad de su pueblo nunca le fue indignante hasta esa visita a la urbe. ¿Cómo, en un par de horas en carretera, se pasaba de una civilización majestuosa a un barrio simplón? Le enojó cómo la clase alta marginaba a la baja, sin embargo, no estaba seguro si eso le molestaba más que la pasividad de su gente ante aquella falta de respeto. Maldecir a todo ser de estatus superior no iba a cambiar nada, más bien, alimentaría el odio de ambas partes por la contraria.

El primer cliente que atendió acabadas sus vacaciones fue un muchacho que reconoció de inmediato como el novio de una amiga. Era cierto que entre los habitantes del pueblo se identificaban, pero que una persona con la que había interactuado bastante seguido fuese por sus consejos era poco común. Lo peor era que llegó hecho un desastre, tenía vastas razones para estar así. En lágrimas explicó que había decidido renunciar a la magia porque no soportaba lo denigrada que era su clase. Había preparado todo, sin embargo, su familia arruinó cualquier estrategia al borrarlo de la memoria de todas las personas con las que conversó, se encontró o siquiera escucharon su nombre en las últimas tres semanas. Su pareja ya no lo recordaba, por lo cual la idea de mudarse con ella lejos quedó descartada. No tenía amistades en otras partes, estaba atado a vivir en un hotel mientras tanto; permanecer en el vecindario repleto de magos enfadados por su traición era imposible.

Oír las súplicas del chico rebasó el límite de paciencia del Sabio. Si tan sólo los hechiceros supieran todas las maravillas que se perdían por su fanatismo y el infierno innecesario que expiaban los malditos por aspirar mejoras en el futuro.

—No te preocupes, ya estoy trabajando en eso. —Le sonrió reconfortante.

—¿Ah? —Elevó la mirada, confundido.

—¿Por cuánto tiempo más puedes mantenerte en tu posición? —inquirió sin aclarar.

—No lo sé, ya ni tengo empleo porque mis compañeros no me recuerdan y nadie contratará a un rebelde —sollozó.

—Dame un estimado —solicitó. De su respuesta dependería una llamada más.

—¿Dos semanas? —Jugó con sus dedos, inseguro—. Diría que en ese tiempo los del hotel ya sabrán de mi condición y me expulsarán.

—Entonces, en dos semanas estará listo. —Se levantó de su silla y dio media vuelta.

—Espera, ¿a dónde vas? ¿De qué estás hablando? —El joven no entendía a qué se refería.

—Ve a la plaza del centro dentro de catorce días, daré un comunicado importante —respondió aún sin intenciones de revelar datos.

Las dudas se extinguieron, sus miedos se esfumaron, su determinación prevaleció. No había marcha atrás. Aceleraría la construcción y adelantaría su declaración por el bien de los más necesitados. Tenía muchísimo que perder, pero lo valía.

Ningún rumor se esparció, su imagen era idéntica a la de antes del viaje. Eso lo alegraba, daba a relucir la confianza que su gente depositaba en él; pero de cierto modo hubiese preferido alguna que otra sospecha por ahí, así el día estipulado habría sido mucho más sencillo.

Si le preguntaran qué sentía cuando se vio rodeado por el público que convocó, contestaría que no era tan sabio como para saberlo con precisión. De un lado estaban aquellos que lo apoyarían sin condiciones, los que aseguraba que seguirían con él después de su confesión e incluso celebrarían las noticias. Por el otro y mayor de los lados estaban aquellos que lo despreciarían a muerte. Era consciente del final más probable y de las consecuencias que acarrearía, el temor fue derrotado semanas atrás, justo cuando decidió el giro radical de su carrera. Ahora que se erguía en el núcleo de la congregación no se acobardaría.

Miró, por lo que supuso sería la última vez, a los pueblerinos con los cuales creció y fue criado, a quienes lo admiraron desde su infancia y honraron orgullosos el fruto de su pequeña zona, a los que decepcionaría al concluir su discurso. Una sonrisa repleta de nostalgia decoró su rostro, extrañaría todo eso.

—Buenas tardes a los presentes —saludó firme y con una voz tan potente que el ser más lejano a él no tenía que estar muy pendiente para percibirla—. La razón por la que los he reunido hoy aquí es para anunciar mi próximo paso. Lamento adelantar que escasearán los felices por esto.

—¿Se irá por más tiempo? —preguntó alguien del montón a su derecha.

—Es posible que ni siquiera vuelva. —La multitud mostró signos de espanto—. Dependerá de ustedes. —Tragó saliva, la tensión del momento era inevitable—. Si toleran la noticia, podré quedarme. De lo contrario, esta será la última vez que me verán.

—Sabio, ¿qué trama? —La conmoción era muy notable. Ni un murmullo intentaba formar una teoría de lo que informaría.

—Mis motivos son diversos, los resumiré a uno solo: nos urge una revolución. —El silencio de los asistentes le indicó que debía continuar—. Durante mis vacaciones recorrí varias localidades del país, incluida Magnity. ¿Alguno ha visitado la capital? —Ninguna mano fue elevada—. Lo recomiendo, es un espléndido lugar.

—¡Pero si es una ciudad de impíos! —Quejas similares se unieron.

—Serán laicos, pero viven como reyes. Hay algunos magos, así que tampoco es la totalidad de los capitalinos la irreligiosa. El punto es que debemos avanzar y no estancarnos. Ahora entiendo por qué las otras clases nos llaman los atrasados, no es por nada.

—¡¿Le está dando la razón a esos infieles?! —Fue interrumpido por individuos que ya rabiaban.

—Debemos dejar de darles motivos para pensar así de nosotros. —Ignoró las vociferaciones enfadadas—. No digo que sea correcto unirnos a ellos y abandonar nuestras creencias porque esa no es la idea, no perderemos nuestra identidad. Lo que estoy por hacer tampoco es lo que deseo que hagan para lograrlo. Repito y agrego: mis razones para retirarme son diversas.

—¿Retirarse? ¿No seguirá las sesiones? —Las múltiples interrogantes de los espectadores llenaron sus oídos por unos segundos antes de completar la revelación.

—Aún atenderé casos, mas me retiraré de la magia a menos que sea un requisito inexorable para la situación que acoja.

Los ruidos ambientales reinaron por otros cinco segundos antes de la avalancha.

—¡Nos traiciona!

—¡El Sabio sucumbió al pecado!

—¡Se avergüenza de nosotros!

—¡Falso!

—¡Traidor!

—¡Tiene que ser una broma!

—No se trata de ninguna broma —sentenció inmune a los comentarios negativos—. No hace falta deducir que me rechazan, así que me marcharé de aquí en este mismo instante. Si tanto me odian ahora, no se preocupen, no volverán a saber de mí en sus vidas si no me buscan.

—No tan rápido, Sabio —masculló un hombre que se adelantó unos pasos de los demás, de modo que un par de metros lo separaban del mencionado—. Por más que te alejes de tus raíces, fracasarás cuando ellas sean todo lo que pises.

El noventa por ciento de los ojos en la plaza, incluidos los del Sabio, se abrió como si pretendiera salir de su órbita. ¡Alguien se había atrevido y lo peor fue que pronunció la rima como cualquier otro enunciado!

—¿Saben por qué los demás se preocupan tanto por mantenernos por debajo de ellos? —Continuó calmado a pesar de la carga pesada que le fue impuesta—. No es por pensar distinto, es porque tienen bien claro de lo que somos capaces. Saben que podemos ganar sin siquiera mover un músculo, ¿por qué creen que nuestro sueldo máximo es el veinticinco por ciento del sueldo mínimo de un clase media? Nos reponemos porque con nuestra propia magia obtenemos la mitad de ese dinero, por lo que, con un esfuerzo máximo, ganamos tres cuartos de lo normal. Imagínense, seríamos magnates de ser remunerados sin ninguna trampa. ¡Nos tienen miedo, eso es! Los de arriba son conscientes de que la magia es verdadera, sólo que se han encargado de inculcarle a su gente que es falsa para causar rechazo por estar "desactualizados" y no pánico por ser casi superiores. ¿Qué hacen ustedes para demostrar la mentira? Maldecir por ahí, maldecir por allá. ¡Ni siquiera se fijan si es un creyente no practicante!

—¡¿Eso es siquiera posible?! —replicaron. Escuchaban el discurso sin escándalo, aunque eso no frenaba a algunos de gritar.

—Portview, ¿sí han ido? —Esa vez sí hubo quien asintió—. Todos sabemos que esa es la población costera más lucrativa de Fayden, pero no muchos están enterados de que casi una quinta parte de sus habitantes son magos y que no hay ni un magnate residenciado allá. —Las reacciones de sorpresa lo hicieron sonreír—. Sí, es una ciudad de clase media y aun así vive como la clase alta en cuanto a comodidades, porque su mentalidad es más cercana a la nuestra. Entran en crisis cada vez que la pesca decrece, como sucedió hace unos seis o siete años, pero sobrellevan las dificultades con otras alternativas. Lo que diferencia a Portview de los demás es que conviven sin faltarse el respeto ni maldecirse. Hay excepciones, me contaron de un caso bastante triste de un padre que fue maldito porque el hechicero quiso y murió por ello, no detallaré porque no es lo que interesa ahora. ¿Cómo lo lograron? Casi toda la clase media de allá procede de magos que renunciaron mas no dejaron de creer, algo así como lo que seré de ahora en adelante; así uno se convierte en un creyente no practicante. A sus hijos se les enseñó la existencia de la magia sin profundizar en sus aplicaciones; así se cría a un creyente no practicante.

"Portview es el ejemplo perfecto de lo que quisiera para los magos. En vez de alimentar el odio y el miedo por maldecir a cualquiera que se les antoje, aprendan a aceptar que no todos tenemos los mismos principios ni la misma cultura. Por hacer esto es que nos tildan de locos fanáticos —justificó mientras se quitaba los zapatos para mostrar sus pies, donde la piel de los dedos fue reemplazada por corteza escasos minutos atrás—. Sin miedo a que me lancen otra maldición, confieso que no están muy lejos de la realidad. El fanatismo es la cadena más dura de quebrar. Los hace ciegos, por eso no ven que la sociedad de verdad ha avanzado muchísimo desde que la magia no es lo principal en la vida. Tampoco es correcto despegarse de ella, lo ideal sería bajarle la intensidad a la devoción para que las creencias sólo brinden poder del bueno y los conozcan por las maravillas que se pueden hacer con él, no por las desgracias que origina. ¿No sería bonito que deseen recuperar los poderes que perdieron en el pasado? Piénselo. No los obligo a cambiar, es una sugerencia que espero que tomen en cuenta, nada más.

En esa oportunidad nadie intervino. Había una mezcla de expresiones reflexivas, enfadadas, confundidas, ofendidas e incrédulas que comunicaban lo que el Sabio necesitaba.

—Incluso si me llevaré un recordatorio amargo de ustedes por un buen tiempo, gracias, sería un don nadie de no ser por ustedes y su fe en mí. Sé que los traicioné de la peor manera, lamentaré eso un montón, pero deben abrir los ojos de algún modo. Si es que todavía queda quien me apoye, síganme. Quien me desprecie puede irse.

La plaza se vació en pocos minutos. Sólo cuatro personas se quedaron a su lado, las cuatro a las que les avisó por separado del anuncio importante sin especificar más que el lugar y el día. Tenían algo en común: fueron exiliados de sus hogares por proclamarse en contra de las costumbres fanáticas de los hechiceros. Impactados por las noticias y el suceso, le ofrecieron su ayuda para moverse y hallar dónde alojarse sin saber que él ya contaba con un resguardo. Lo único inesperado, pero se lo había imaginado como un escenario probable, fue la maldición, más cuando se trataba de una muy difícil de romper y de vida o muerte a largo plazo. Su caminar no fue afectado durante la fase inicial del árbol, así que aún se trasladaba sin problemas.

En caravana manejaron hasta una edificación amplia y nueva. Sobre su portón había un cartel cubierto por una manta. El Sabio sonrió al detallar la construcción, había quedado como la pidió incluso con el apuro de última hora que exigió a los trabajadores sin previo aviso. Reunidos los cinco a metros de la entrada, uno de ellos preguntó lo que de seguro estaba en la mente de sus similares.

—¿Qué es este lugar?

—La razón por la que hice lo que hice —presentó mientras alcanzaba las escaleras que reposaban contra la pared y las acomodaba para subirse. Continuó al estar arriba—. ¿Creyeron que cometería la locura de retirarme sin un as bajo la manga? Esto lo planeé desde antes de mi viaje, es más, viajé para quedar con los arquitectos e iniciar el trabajo. Eso sí, la idea original era distinta porque antes sólo estaba destinada a ser un refugio para los magos que quedaran desamparados al abandonar, pero decidí convertirla en una fundación para también formar a los nuevos miembros de la sociedad del medio y ayudarlos a adaptarse a ese nuevo mundo. Nosotros, ya que yo viviré aquí de igual manera, seremos los primeros habitantes de este lugar. —Apartó la tela y las iniciales "FNC" fueron vistas. Luego bajó y se unió a la admiración a un costado del grupo—. Bienvenidos a la Fundación de las Nuevas Clases.

Una chica tenía lágrimas en sus ojos, un chico cubría su boca abierta con ambas manos juntas, el otro par gritaba emocionado.

—Seguiré ayudando a los demás, sólo que ahora cambiaré el tipo de casos. En estos últimos meses me di cuenta de que los más necesitados son los que renuncian y los malditos, y ellos son los que menos apoyo reciben. Comencé a admitirlos también, varios lograron romper sus maldiciones por mí, eso me hizo sentir mejor que con cualquier otro cliente, por eso decidí que quería dedicarme más a ellos. De ahí vino esta idea. Puede que me cueste la vida dentro de unos años si no tengo suerte, pero no me arrepentiré de nada si esto salvará a más de los que destruiría si me mantenía al margen de las normas.

—No hace falta que se explique, Sabio. —Un abrazo lo interrumpió.

—¿Qué esperan para entrar? ¡Ya quiero ver cómo es por dentro! —El más joven del quinteto exclamó. Rieron, después ingresaron a las instalaciones donde pasarían todo el tiempo que fuese necesario mientras moldeaban sus nuevos rumbos.

Quince años transcurrieron desde la renuncia del que alguna vez fue el ser más respetado de Lowpoint. Sus dedos ya no eran lo único vuelto corteza, ni siquiera poseían esa apariencia, pues de su ombligo para abajo no era más que raíces y el nacimiento de un tallo. Ya era incapaz de caminar sin la asistencia de su bastón. Las venas cercanas a las partes transformadas estaban brotadas. Los dedos de sus manos empezaban a tornarse rasposos, señal de que no les restaba mucho tiempo antes de convertirse en ramas. Sus movimientos eran lentos, su voz era más profunda y ronca, pero su ingenio estaba mejor que nunca.

Nunca se enteró de cómo sucedió, mas su ubicación fue descubierta algo después de la década de haberse separado, por lo que tuvo que mudarse de un lado a otro muy seguido para huir de los rencorosos que deseaban arruinarlo. Por suerte, la fundación ya contaba con empleados capaces de suplirlo durante sus ausencias constantes.

En cuanto a ésta, fue un éxito total. Poco a poco se llenó de magos recién expulsados que recibieron el auxilio requerido y armaron sus propias vidas en las ciudades colindantes. Era muy feliz cada vez que alguien hallaba su propósito gracias a él. Era increíble cómo muchos se incorporaban hechos una miseria y luego egresaban con la frente en alto. Por su iniciativa era posible que el destino de miles no fuese incierto, sino lo que aspiraban en el momento de determinarse a ser independientes, y estaba más que orgulloso por eso. Incluso hubo quienes se abrieron paso al mundo de los magnates. Deportistas, empresarios, modelos y artistas salieron de sus esfuerzos para guiar a los más jóvenes a apuntar a la cima de sus sueños.

A sus treinta y ocho años, el Sabio era buscado también por situaciones como las del pasado, gente que esperaba romper sus maldiciones o aprender a sobrellevarlas si eran irrevocables. De lo solicitado que era, creó un dispositivo mágico de comunicación inmediata para aquellos que lo contactaban con más frecuencia y eran de confianza, pues no se arriesgaría a que lo localizaran por rastrear su celular si compartía su número telefónico.

Había vuelto a ser admirado por cientos de personas, desde los habitantes de la fundación hasta los amigos de los magnates desafortunados que resultaban malditos por un mago enfurecido; sin embargo, quizás nunca recuperaría el cariño de las otras miles. No le importaba, prefería el odio si el porcentaje de repudiados por los hechiceros que recuperaban sus vidas aumentaba.

Y si le preguntaran por su nombre, él sólo respondería: "Llámeme como le plazca".

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Y porque diciembre es el mes en el que más cosas se me ocurren, aquí vengo con un libro que llenaré de ideas sueltas, ya sean independientes o derivadas de mis novelas (pero aún comprensibles si no las han leído). Si alguien aquí llegó por mi anuncio en Condenados, sabrá de dónde salió este primer one shot, jaja.

La idea de este libro es retarme y variar, porque escribir corto es mi punto débil (vamos, esto es un OS y me salió el doble de largo que un capítulo normal de Condenados), así que no se extrañen si salgo con algo poco habitual en mí como un género que no suelo tocar o incluso un poema (? Literalmente, todo será aleatorio, lo que me dé por escribir en el momento.

PD: Para los que ya conocían al Sabio, ¿qué edad pensaban que tenía? Porque en el final esto está en el mismo tiempo de la novela, así que he revelado su edad aquí ;D



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