Lapso 9
***
—El rapto, más conocida como el apocalipsis o La purga, es el fenómeno que nadie en todos los novecientos universos se esperaba. Pero claro, también nadie se esperaba que Dios creara una enfermedad divina capaz de matar a la gente y darle a un demonio un cuerpo no-vivo. Durante la duración de ésta, los seres humanos podrían encontrar la salvación divina a cambio de darle su cuerpo a un demonio ansioso. En parte el apocalipsis ha sucedido porque Dios está a punto de librar una batalla civil contra los ángeles caídos (antiguos compañeros de Dios), y no quiere que estemos de por medio. Al haber sobrevivido a la purga, la enfermedad no te afecta, y entonces, los humanos supervivientes serán los escogidos para luchar en los abismos del Dante junto con los caballeros sin alma. Así acaban los versos del poema teñido en sangre.
***
—Éso de poema tenía poco —digo con el ceño fruncido.
—¡Y yo qué sé! —farfulla Damien alzando los brazos—. Es lo único que me dijeron.
—¿Te dijeron? —pregunta Selenne—. ¿Quienes te dijeron todas esas barbaridades?
Damien le lanza una mirada un tanto sombría.
—Los ángeles —dice Damien mirando a Selenne—. Pero no los ángeles que tu conoces, no señor. Los ángeles que yo conocí eran ángeles caídos, exiliados de la corte de Dios o bien expulsados. Ellos sabían mucho, y dijeron poco, pero sí que me dijeron lo suficiente. Y no eran precisamente muy amigables que digamos...
—Lástima —digo mirando por la ventana.
—¿Lástima? ¿Por qué sientes lástima? —pregunta Damien con una mueca de incredulidad.
—Siento lástima porque resulta que yo no creo en Dios —digo gesticulando.
Damien abre los ojos como dos platos de porcelana.
Mi tía tenía unos platos así. Eran blancos, con dibujos grises en la superfície.
Siempre me sentía tentado a romperlos.
—Tranquilo —dice Damien mirando hacia otro lado—, él tampoco cree en tí.
—No hace falta que me digas eso para saberlo —susurro mirando por la ventana.
Selenne se da cuenta del tono de mis palabras y se acerca a mí.
—Sé que no fuiste tú el que disparó a... mi novio —dice poniendo su mano en mi hombro.
Está intentando consolarme. ¿Por qué está intentando...? Ah, ya.
Quito la mano con un leve empujón y me pongo mi mochila en la espalda.
Estoy listo para irme.
—Fuí yo —digo sereno—. Mató a mi amigo, así que lo maté a él.
Selenne niega con la cabeza.
—Ví cómo lo mataban los muertos. Tú ni siquiera tenías una pistola en la mano. ¿De veras creías que le acertarías disparando sin mirar si hubieras tenido una?
—Fuí yo —mascullo mirándome la mano derecha.
Dudo de mis palabras. Dudo de lo que sucedió. ¿De verdad tenía yo una pistola en la mano?
—No fuiste tú. Él se hizo el inconsciente, no sé por qué, y... los muertos lo devoraron.
—¡Fuí yo! —grito mirando a Selenne a la cara—. ¡Maté a ése tío porque creía que me iba a robar lo único que tenía! ¡¿Me oyes?! ¡Lo único que tenía!
—¿Lo único que tenías? —pregunta Selenne.
Suspiro y me acerco a la ventana. Ya han llegado. Los muertos han llegado. Han rodeado el edificio.
Giro la cabeza hacia un lado y la miro de reojo.
—La soledad. Me robó la soledad.
***
Los pulmones me arden.
Las piernas duelen.
Las deportivas habían sido una pésima opción para correr. Debería haber elegido las botas.
Había saltado del edificio (ya sé que parece una locura) hacia la azotea de otro edificio. Había una distancia de más de tres metros pero lo hice desde la azotea de la estación de bomberos. Estaba más alto, y cogí impulso. Supongo que eso me ayudó.
Salí corriendo en dirección al bosque, con un par de calzoncillos en la mochila, un poco de comida, una botella pequeña de agua, un mapa, y las pocas cajas que al final resultaron ser munición.
Dejando aparte el revólver "mágico" y el cuchillo de cocina.
No sé si Selenne o Damien me seguían. No lo sé, pero me daba igual.
"Que se pudran" pensé.
Me iba genial solo. No necesitaba a nadie.
Corro entre los árboles y esquivo las ramas una tras otra. Una tras otra. Una tras otra.
De repente una idea descabellada me ilumina la cabeza.
Ir a ver a mi madre.
Es una idiotez. Está muerta (o lo que quiera que signifique eso en estos días), así que no puedo utilizarla como soporte emocional o como madre, en general.
Me da igual. Todo me da igual.
Me giro, cuando noto cómo una bofetada me impacta en toda la mejilla.
No me muevo del sitio.
—¡Idiota! —grita Selenne llorando—. ¡Casi haces que nos maten!
Me acaricio la mejilla y miró detrás de Selenne.
Está Damien, fatigado y, por lo que se vé, dolorido.
Se lo habrán comido un par de veces para que Selenne pudiera salir de ahí.
—La luna.
Giro hacia atrás con el cuchillo desenfundado y frunzco el ceño.
Juraría que alguien ha hablado en mi nuca.
—¡Hey! ¿Me has escuchado? —grita Selenne mirándome.
—Te van a oír los muertos —susurro.
Los bosques son traicioneros. Hay veces que los muertos se descomponen hasta tal punto de que las semillas florecen encima de ellos así que se camuflan.
Por eso hay veces que veía muertos empalados "vivos" por árboles.
Se quedaban quietos un tiempo y... ¡Zas! Las semillas florecían, entre ellas una de un árbol, y el árbol crecía sin control con un fertilizante permanente. Si se daba el caso de que el muerto se quedaba quieto mucho tiempo, el árbol clavaba las raíces en el suelo y el muerto quedaba paralizado.
Por eso debía tener cuidado en los bosques.
¿Se nota que me aburría mucho en las temporadas? Unos buenos prismáticos y una lata de sopa son una buena manera de pasar una temporada.
Comías mientras observabas. Aprendí mucho así.
Soy un glotón. Aunque eso lo compensaba corriendo (cuando no había temporadas, claro) delante de unos cuantos muertos. Así los "familiarizaba" también.
Lizzie me persiguió durante dos temporadas. Fue la que más me costó "amansar".
Ahora se ha quedado en el pueblo.
Gruño por lo bajo y sigo andando. De noche estar en el bosque es peligroso.
Suena un ruido familiar y Selenne se agacha.
Me es familiar.
¿Qué es?
—Baja —susurra Selenne haciéndome gestos— te van a ver.
Me agacho y miro alrededor.
Lo sigo oyendo.
—¿De qué hablas? —pregunto.
—Los bandoleros —dice Damien—. Ésos cabrónes me intentaron robar nada más llegar a ésta dimensión. Imaginate el panorama.
—¿Bandoleros? —pregunto.
Nunca había oído hablar de ellos.
Aunque también es verdad que vivía tranquilo y feliz en mi pueblecito.
Estaba bastante aislado.
El ruido del motor se acentúa y veo cómo un vehículo atraviesa la carretera en dirección contraria, hacia mi pueblo.
O más bien, mi ex-pueblo.
Menuda sorpresita se van a llevar. Van directos hacia el mar de muertos.
Durante una milésima de segundo me imagino al coche impactando y volcando contra un mar de cadáveres (literalmente) y contengo una risa.
—La luna. Mira la luna.
Frunzco el ceño y me giro hacia atrás. Sé que he oído algo. Alguien me ha hablado.
Aunque el movimiento ha sido mínimo, y la noche se cierne sobre nosotros como un manto oscuro, oigo cómo alguien del vehículo grita algo.
Un disparo me roza el brazo.
—¡Corred! —grito.
Selenne no me discute. Huye y se marcha por detrás de los arbustos. En cambio, Damien se acerca a mí y me pone la mano en el hombro.
—Vete. Ya os alcanzaré.
—Pero...
—Que te vayas —dice con seriedad.
Frunzco el ceño. Quiero partir un par de cabezas, pero no me deja.
Bueno. ¡Qué se le va a hacer!
Me muevo detrás de Selenne, y oigo cómo detrás nuestra empieza un tiroteo.
Supongo que entre Damien y los tíos esos.
Bueno. Morirá, resucitará, y volverá.
Nada del otro mund...
Mejor me callo.
—¿Qué pensabas hacer? —pregunta Selenne enfadada.
—Huir. Correr. Hacer lo que el viento ne destine.
—¿El viento?
—Es una forma de hablar.
—Nunca he oído algo cómo eso.
—¿No lo acabas de oír? —pregunto sonriendo con sorna.
—Eso no cuent...
Le tapo la boca y la agacho de un empujón.
Ya en el suelo, se zafa de mi agarre y me mira, iracunda.
—¡¿Se puede saber qué...?! —empieza.
Le tapo la boca otra vez y pongo mi dedo índice delante de mis labios (de mi boca, no seáis malpensados).
Selenne se queda ahí, quieta, sin saber qué hacer o que decir.
De repente se ruboriza.
—¿Qué se supone que me vas a...? —empieza.
Veo que no capta el mensaje y le chisto en un tono bajo.
—Hay alguien —digo mirando por encima de la hierba seca y pajiza.
—Yo no veo a nadie —dice Selenne mirándome.
Le agachó la cabeza (no me gustaría que un francotirador le volara los sesos, ése derecho me lo reservo para mí) y miro alrededor.
El bosque está en calma.
Ahora que me doy cuenta, ya no se oyen disparos.
Algo no cuadra.
Demasiado... tranquilo.
Veo un destello entre los árboles, desenfundo el cuchillo y lo lanzo con un giro de muñeca hacia la copa de un árbol.
Está mal equilibrado, los cuchillos de cocina son mucho menos útiles que los forjados... pero son cuchillos. Con un poco de práctica, cualquiera puede lanzar decentemente cuchillos de cocina como si fueran arrojadizos.
Algo cae con un gemido al suelo.
Me levanto del suelo, manteniendo a Selenne agachada (por la cara que pone está bastante enfadada) y ahí, en el suelo, veo a un tipo con gabardina negra, con sombrero "vaquero" y el cuchillo asomándole por el gaznate.
Voy, se lo quito de un tirón (con algún chisporroteo del aire saliendo, puesto que el tipo aún respiraba, pero agonizante), lo limpio en su ropa y me lo guardo en un bolsillo.
Miro alrededor, y oigo el canto de un pájaro.
¿Un búho? ¿Una lechuza? Ni idea. Sólo sé que (no sé nada) es un ave.
Aunque sé lo que significa.
Las aves no cantan cuando hay humanos cerca, perturbando su reposo.
—Todo despejado —digo mirando la hierba amarilla.
Selenne se asoma, y veo cómo el pelo despeinado esta lleno de fibras pajizas.
Suspiro (por la cara que pone) y miro alrededor.
Es un sitio apartado. Tiene buenas vistas, el bosque detrás y un claro delante.
Buen sitio para acampar.
¿Por qué no? Estoy cansado, me apetece dormir a pierna suelta, y creo que serán ya las doce de la noche.
Un buen descanso es importante en el apocalipsis, así que... mins sana in corpore sano.
Dejo la mochila en el suelo, me tumbo en el suelo de espaldas a Selenne y me encojo para conservar el calor.
Lamento no haberme traído una manta.
—Tengo frío —dice Selenne mirándome.
Giro un poco la cabeza y la miro de reojo.
Está acurrucada, y se le ve...
Aparto la mirada y gruñó algo por lo bajo.
—Se supone que deberías hacer un fuego. ¿No? —pregunta ella.
La miro (ahora está en otra posición), y pongo una mueca.
—No entiendo por qué tu antiguo novio te quería. Eres una insufrible —digo mirándola.
Pone una mueca.
—Nos conocíamos de antes de todo ésto. Y ya está. ¿Vas a encender el fuego o qué?
La miro con el ceño fruncido y le lanzo mis calzoncillos (limpios, claro) junto con una bala.
Ella se aparta de la ropa interior y me mira, extrañada.
—Yo voy a dormir —digo—. Haz tú el maldito fuego. Tienes yesca y pólvora, úsalas.
Selenne me mira estupefacta y vuelvo a girarme, para acomodarme en una mejor posición.
Morfeo llega, me acuna, y todo se desvanece...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro