Lapso 14
Aprieto la chaqueta negra polar entre mis manos y dejo que los guantes de motero se suelten un poco.
Damien.
Estoy seguro de que ha sido él. Ha sido el que ha puesto esa chaqueta en la puerta de mi habitación provisional...
Suelto la chaqueta y la dejo caer. El ramalazo de ira ha pasado.
Ésa chaqueta no es mía.
No sé qué me ha pasado. Por un momento, he pensado que ésa chaqueta era mía... y me ha venido a la mente un recuerdo.
Yo, con esa misma chaqueta.
Aunque, claro, debe hacer sido cosa de mi imaginación...
Debe haber sido eso.
Sólo eso.
—¿Estás bien? —pregunta Damien, mirándome fijamente mientras se apoya en el marco de la puerta.
Selenne sigue con sus arcadas.
—¿No lo ves? —pregunto—. Estoy bien. Vayámonos ya, por favor.
Damien me mira con los ojos entrecerrados y se coloca bien el sombrero.
—¿Por casualidad tienes alguna enfermedad? —pregunta, aún apoyado en el marco de la puerta.
—¿Qué?
—Ya sabes. Del sistema nervioso, concretamente. Creo que...
—¿Pero qué dices? —pregunto echando la mano al cinturón.
Selenne echa más aún la papilla y llama a Damien entre arcadas.
Él se debate entre quedarse o irse.
—Nada —dice, yéndose hacia el cuarto de baño para seguir ayudado a la chica.
¿Por qué diablos tendrá vómitos ahora?
Maldita comida en lata.
Seguramente sea el período.
***
Andamos por la calle, y le doy un sorbo a mi cantimplora. Hace frío, pero llevamos andando ya un buen trecho, y no me apetece morir deshidratado por una maldita caminata aunque la puta agua este helada y aunque no me sienta los labios.
Selenne está a mi derecha; aún algo pálida, con las mejillas undidas y con el pelo aplastado contra su frente sudorosa.
Tiene un grano pequeño en la mejilla izquierda, que contrasta en un color rojo sobre blanco.
Damien está a mi izquierda, andando con cierta amargura, haciendo que el rifle de caza que lleva a su espalda baile a cada paso.
Parece, en toda regla, un cowboy.
—Damien —digo, aún mirando al frente.
Él se gira hacia mí.
—¿Mm?
—¿Puedo preguntarte algo?
Vemos un coche en medio de la carretera. Sólo uno, cosa rara.
Lo rodeamos y seguimos adelante.
Más adelante la calle sigue, y también hay un giro hacia la izquierda. Supongo que será una calle comercial, debido a que hemos pasado ya por varias calles residenciales.
—Claro —dice Damien agarrando la correa del rifle con fuerza.
—¿Se puede saber por qué diablos vistes como un vaquero? —pregunto, quitándome la correa del revólver y lanzándola lejos.
Me encanta hacerlo, es mi nuevo mejor pasatiempo.
Al rato vuelve a mi cintura, como por arte de magia.
—Me gusta —dice—. Y para que sepas, en mi mundo, todos los caballeros tienen esta ropa.
—¿Caballeros?
—Guerreros. Soldados. Como prefieras llamarle.
—Oh.
Echo un vistazo rápido a Selenne, que sigue pálida.
—¿Qué le pasa? —pregunto.
—Náuseas —dice, y a juzgar por la velocidad de su respuesta sé que es mentira—. Ha comido algo en mal estado.
Asiento levemente y miro el giro de calles. Está literalmente a un par de metros, y veo... una tienda de dulces.
¡Una tienda de dulces!
Miro embobado la tienda. El azúcar es una comida muy preciada porque te acelera, te activa, y no tiene efectos secundarios... siempre y cuando no hayas tomado una gran cantidad.
Salgo corriendo. Damien me intenta agarrar el hombro, pero no llega a tiempo, y solo roza el borde de mi chaqueta.
Quiere gritar, pero... no lo hace. Por algo.
¿Por qué?
Aparto esa gilipollez de mi cabeza y sigo hacia la tienda.
Veinte metros.
Diez metros.
Cinco.
Me giro a mi izquierda, con intención de mirar a Damien a la cara para mofarme de él, cuando me quedo helado.
Mierda.
Mierda y más mierda.
Una montaña de mierda.
Hay un muerto echándome su aliento a menos de medio metro de donde estoy.
Y detrás otro.
Y otro.
Y otro.
Es un puto mar de muertos. Un océano.
—Hola —digo, y pongo mu mejor sonrisa.
Los muertos empiezan a andar.
Éstos no se tambalean, andan... completamente rectos.
Maldita sea.
Éso es imposible; él cartílago...
Uno me lanza una dentellada, a lo que me inclino a un lado.
Tengo el revólver en la pistolera.
Y el cuchillo.
La pistola queda completamente descartada; si disparo, el ruido atraerá más muertos de los que hay ya.
Maldita sea.
Saco el cuchillo y miro a Selenne.
Está... ¿Durmiendo?
—No me puedo creer que esté durmiendo —digo, y le clavo el cuchillo en el cráneo a un muerto que se me ha acercado peligrosamente.
El cráneo resiste con un leve "crack".
Por eso hay que saber matar de un golpe o de un cuchillo en la cabeza. Se necesita práctica... y saber dónde apuntar.
El cráneo, cuando somos bebés, se forma dejando una abertura en el centro de la cabeza para aliviar cualquier tipo de golpe que el bebé pueda recibir en ésta zona.
Pero... en mi caso, tengo que apuntar al centro de la cabeza, donde está esa misma unión de los dos huesos. Así, el cuchillo no rebota en el cráneo y el muerto cae... "muerto" al suelo.
Menudo lío.
Undo la hoja en la rodilla del muerto, haciendo que se arrodille (para tener un mejor ángulo de ataque), y desplomo el cuchillo con fuerza sobre la cabeza.
Bien.
El cráneo se parte en dos, dejando ver el cerebro putrefacto y asqueroso del ser, al tiempo que el mango de mi cuchillo se astilla en dos partes diferentes y se parte al final en tres trozos diferentes.
Miro mi mano.
La hoja aún está intacta, y puede servir.
La mantengo en la mano con la intención de guardarla más tarde en la mochila (no voy a abrir la mochila y a estar parsimonioso con un ejército de muertos a mis espaldas), cuando oigo un sonido leve, de Damien. Quizá me ha llamado, o quizá ha intentado gritar.
—No puede ser verdad —exclamo al girarme a verlo.
El revólver me pesa en la cintura, y me quema la pantorrilla derecha.
Se ve que reacciona de algún modo a... ésas cosas.
Damien está ahí, amordazado por uno de los mismos cara-gusanos que le atacaron el día anterior.
Selenne está... tumbada en el suelo.
Le van a hacer algo.
Son... tres. Tres de ellos. Y uno está justo delante de mí, de pie, observándome.
Sus pupilas se mueven dentro de los ojos.
Oigo un sonido de tela rasgada, y en cuanto me quiero dar cuenta ya han desnudado a Selenne de cintura para abajo.
Aprieto los dientes. No me doy cuenta de cómo mis dedos, extendidos y crispados por la ira, alcanzan el revólver y apuntan hacia el que tengo más cerca.
Un disparo.
El cara gusano lo esquiva.
—¡Serás...! —grito, y le disparó otra vez, apuntando a la cabeza.
Nada.
Lo esquiva siempre.
O más bien... su cara, o lo que la forma, se separa cada vez que la bala va a impactar, creando un agujero en medio de ésta que permite pasar al proyectil sin problemas.
Eso sí que es el colmo.
Aprieto la hoja del cuchillo.
Poco puedo hacer, dado que no tiene mango... pero sigue siendo un trozo de metal puntiagudo.
Oigo cómo cargan una especie de revólver, diferente al mío.
Es completamente de color negro, y tiene unas inscripciones... extrañas.
Se me ocurre una idea.
Me quito la pistolera.
El cara gusano me mira sin comprender. Cree que me rindo, seguro.
Pero yo nunca me rindo.
Ántes prefiero estar muerto.
Lanzo la pistolera al cara gusano y veo cómo este reacciona demasiado tarde.
Su cuerpo se estremece, intentando separarse por la zona en la que va a golpear la pistolera, pero no lo logra.
Cae al suelo como un peso muerto, con un sonoro "uff".
Atrás... sostienen un cuchillo en alto. Justo encima del vientre de Selenne.
—¡Seréis hijos de la gran...! —grito, y me llevo la mano hacia la pistolera.
No la tengo.
¿Por qué cojones no la tengo?
¡Siempre vuelve!
Aunque por lo que se ve, ahora no.
***
Lo siento por el retraso.
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