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Lapso 12

Echo un vistazo a la habitación y paseo los dedos por la estantería de libros, tamborileando el índice y el corazón con un ritmo bastante pegadizo.

Leo un montón de titulos que nunca antes había leído; la mansión encantada, la isla fantástica, 20.000 leguas de viaje submarino...

Bah.

Me alejo de la estantería y reviso los videojuegos, apilados toscamente en una estantería, cuando veo una imágen que me nubla la vista por un segundo.

Un póster.

De un vaquero, con su sombrero y su revólver en primer plano. Y, en el fondo, una aguja negra que se erige desde el suelo hasta el cielo. Una especie de columna, monumento o torre.

Meh.

Abro la puerta, aún cojeando y preguntándome cómo hice para matar a aquél lobo, cuando Damien me pone un plato de huevos fritos en la cara.

Otra vez los malditos huevos.

—¿Cómo consigues huevos que no estén podridos o con salmonela? —pregunto apartando un poco el plato de mi cara con el dedo índice.

Damien guiña un ojo.

—Secreto de oficio. Y ahora... ¡Bone apetit!

Selenne me mira con una sonrisa socarrona y me da un codazo en el brazo.

—Qué estés lisiado no significa que no puedas poner la mesa —dice.

La miro extrañado.

—¿Poner la mesa? —le pregunto a Damien, pero se desentiende encogiéndose de hombros.

Miro la estancia; es un salón, o una especie de sala de estar, y en una de las mesas de cristal que están dispersadas por éste hay encima un mantel y unos cuantos platos.

No me lo puedo creer.

¿Poner la mesa, en el post-apocalipsis?

Éstas mujeres... nunca cambiarán.
Y supongo que los hombres tampoco.

Me encojo de hombros, medio enfadado, y voy a la cocina a por los cubiertos.
Damien está cogiendo los vasos de un armario que no alcanzo.

—Caíste al suelo como un saco de patatas —dice Damien mientras sostengo un tenedor limpio e inmaculado—, creí que te habías muerto.

—Pues ya ves que no —digo moviendo el tenedor entre mis dedos sin la ayuda del pulgar.

Damien me mira la mano, interesado. Al rato, reprime una risilla y se encamina a la mesa.

Agarro un puñado de cubiertos con las dos manos (aunque una extrañamente me duele) y me encamino a la mesa.

—¿Qué tiene tanta gracia? —se adelanta Selenne.

Damien la mira sorprendido. No se esperaba esa reacción de ella.

—Nada señorita. Una cosa que... Una cosa que ha sucedido. Nada más.

Me siento en la silla (de metal) y veo cómo Damien, al sentarse en la suya (que es de madera, y podrida), se cae de culo al suelo, destrozando la silla y haciendo que su gabardina y su sombrero vuelen por el aire.

—Aquí Marte comunicando con la Tierra —digo mirándole mientras asomo la cabeza por el lateral de la mesa—, Tierra, conteste. ¿Ha habido un aterrizaje inminente?

—Ja ja —masculla recogiendo y recolocandose su sombrero—. Muy gracioso.

Selenne nos mira a los dos y entrecierra los ojos.

—Os parecéis demasiado. Sois... como hermanos —dice.

La miro extrañado y pongo una mueca.

—¿Yo hermano de éste? Ni hablar —decimos los dos al mismo tiempo.

Me levanto de la silla y lo miro, deseando que se disuelva en polvo... pero no lo consigo.

—O sois hermanos o yo estoy ciega —dice Selenne.

—Seguramente lo segundo —digo colocando bien mis cubiertos.

El cuchillo a la derecha.

El tenedor a la izquierda.

—¿Comemos ya o qué? —pregunto mirando mi plato de comida.

Tengo hambre. Mucha hambre. Y sed. ¿Hay algún zumo de naranja por ahí?

Damien se sienta otra silla (de metal), y en cuanto me llevo un trozo de huevo frito a la boca veo cómo cruza las manos.

Selenne hace lo mismo.

Están... ¿Bendiciendo la mesa?

Dejo el tenedor a regañadientes y miro por el ventanal del salón. Me encantaría salir a la calle, ponerme mi música, pasear...

—... Amén —oigo detrás mía.

Miro, y veo que han empezado a comer.

Suspiro y me como el trozo de huevo frito que tenía pinchado en el tenedor.

"Calma" me repito.

***

Estoy hecho una mierda; me duele el pecho al respirar, la vista se me nubla a veces, la cabeza me duele casi todo el rato, el estómago me hace ruidos raros, mis piernas y brazos están repletas de hematomas...

Y lo que es más raro.

Tengo cicatrices.

Por los brazos. En el torso. En la espalda. En las piernas. Tengo cicatrices en todos esos lugares.

Aunque hay algo que no me explico.
Yo siempre he evitado cualquier tipo de enfrentamiento físico contra cualquier ser humano... y lo he conseguido desde la primera temporada.

En ella, salí a por comida (era inexperto aún) y me topé con una panda de adolescentes, que me dejaron tirado en una habitación cerrada de un supermercado.

Lo que no sabían era que activé la alarma antirrobos, y que centenares de muertos vivientes empezaron a colarse por las entradas del local.
Recuerdo estar sentado, masticando una barrita de sésamo, y oyendo cómo uno de ellos aporreaba la puerta de la habitación donde yo estaba gritando: "Déjame entrar, déjame entrar, por el amor de Dios déjame entrar".

Claramente no le hice caso y seguí a lo mío.
Tengo que admitir que fue gratificante oír cómo lo devoraban vivo.

Pero ese no es el tema.

Me vengo a referir a que, resulta, que nunca ningún humano me ha hecho una herida desde la primera temporada. Nunca.

¿Cómo es posible que tenga tantas cicatrices?
¿Cómo cojones me las he hecho?

Miro la calle. Está despejada, a excepción de dos muertos.

Avanzo hacia ellos y me muestro amable. Intento entablar conversación, y uno parece interesarse por mi voz, mientras que el otro se abalanza contra mi brazo.

Noto la mordedura. Aprieta mi chaqueta, y hace algo de daño, pero ni de coña es peligrosa.
Si no llevara chaqueta, vale, la mordedura sería peligrosa... pero yo llevo chaqueta. Y además, para evitar incidentes, siempre llevo los antebrazos vendados con tiras de tela dura.

Le golpeo con mi puño en la cara, y noto cómo mi guante de motorista se impregna de fluidos.

Otro golpe.
Pústulas, granos y demás cosas asquerosas explotan. Sonrío al ver al otro muerto mirándonos debatirnos entre la "vida" y la muerte.

Tercer golpe.
El muerto cae al suelo, y le sujeto la cabeza con fuerza con la suela del zapato.

Descargo una patada sobre el cráneo.
Y luego otra.

Y otra.

Y otra.

Y otra.

Joder, que bien sienta.

—Hey —dice el muerto.

Lo miro estupefacto.
Tiene la mandíbula inferior desencajada.

—Despierta Shooter, tenemos mucho que hacer —dice el muerto.

Y, de un movimiento rápido, unde sus incisivos en mi cuello.

***

Me levanto agarrándome el cuello y miro a Damien, el cual está observandome desde el otro lado de la cama.

—Me encantaría arrancarte la cabeza y jugar al fútbol con ella —digo ante la perspectiva de estar corriendo con su cabeza entre brazos, huyendo de unos quarterbacks muertos.

Damien sonríe y mira por la ventana.

—Llevamos ya dos días aquí —dice—. Y yo sigo teniendo que... entrenarte.

—No me vengas con ese tema —digo mirando mi cintura.

Aún con pijama, ésa puta pistolera nunca se me quita. Estoy un poco hasta los cojones de ella.

Suspiro y miro mi muñeca.

El reloj, resquebrajado, anuncia que son las dos de la tarde.

—Tenemos que irnos. Como mucho, hoy por la noche —dice Damien.

—¿Y eso por qué? —pregunto—. Estamos muy bien aquí. Selenne tiene agua caliente, tú gas para cocinar, y yo una cama en la que dormir. ¿Por qué irnos?

Damien abre la ventana y asoma su sombrero por ella.

—Radiación —dice—. Nubes enteras de ella. Y, dentro de poco, ésta ciudad no será más que arena y nieve.

—¿Pero qué tonterías dices? —pregunto.

—El invierno atómico —dice Selenne desde la puerta, a lo que doy un brinco—, o una versión parecida.

—Exacto —dice Damien.

Me levanto de la cama y suspiro.

Toca irse.

Hacemos el "equipaje", llenando nuestras mochilas con lo que podemos cargar, y miro los libros de la estantería.
Sonrío.
En este mundo, los únicos pasatiempos que quedan de lo que fue la sociedad son; los juegos de mesa, los naipes, y los libros.
Los videojuegos se descartan. Son un despilfarro de electricidad.

Meto algunos libros en mi mochila, admirando que aún hay espacio y organizando las cosas por orden de importancia, cuando oigo una sonora arcada que resuena por toda la casa.

—¿Sucede algo? —pregunto dirigiéndome al cuarto de baño.

Selenne está arrodillada junto a la taza, echando la papilla.
Damien, a su lado, le aparta el pelo de la cara.

En serio, hay veces que dudo seriamente de que sea un tipo cualquiera que finge ser mi yo del futuro.

Me giro, y palidezco al ver una prenda colgada del pomo de mi puerta.
No puede ser.
Hace años que no... que no...
Me... deshice de ella... la lancé lejos hace muchísimo...

¿No?

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