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Prólogo

Los pesados pasos resonaron en el almacén con fuerza pese al sonido profundo de la lluvia afuera. Los pasos eran lentos, deliberados. El aire frío se colaba por las ventanas rotas dejando entrar lluvia, así como el sonido de los rayos y el viento exigente. Gotas caían al suelo con cada paso, cayendo desde la gabardina húmeda a la pálida mano y finalmente al cañón del arma que apuntaba al suelo.

Profundos ojos grises igualaban al cielo sobre el almacén, tormentoso y lleno de agresiva pasividad. Miraban alrededor buscando a su presa, quien se ocultaba detrás de alguno de los viejos aparatos como el cobarde que era.

Aparto el flequillo de cabellos de oro con un movimiento de cabeza, los cabellos mojados se hicieron a un lado dejando ver con libertad los ojos vacíos. El rostro en forma de corazón podía engañar a miles, así como el cuerpo flexible y delgado, la baja estatura hacía creer que se trataba de un ser común y ordinario. La realidad es que se trataba de un arma humana.

Un arma asesina en el cuerpo de un ángel.

Una mirada que no mostraba sentimientos ni remordimientos se removió sobre la vieja maquinaria, los rayos destellaban en las ventanas y en la puerta entreabierta. Las luces parpadeaban dándole un toque terrorífico al espacio lleno de cajas y paredes de plástico.

Las gotas de lluvia dejaban su rastro sobre el suelo de cemento, así como gotas carmesí. La crueldad era clara en los ojos grises, pero más importante, la decisión clara de matar. Cualquiera era consciente que era mejor quitarse del camino, cuando esa mirada estaba sobre ellos, era un preludio de un futuro fallecimiento. La única emoción que se podía notarse era exasperación, en la mueca de los labios pálidos casi azules por el frió y la humedad. La perlada piel un poco más opaca de lo saludable, la ropa oscura por la sangre en el costado de la estrecha cintura debía demostrar la razón de su palidez.

Los pasos deliberados no mostraban la debilidad de la herida, ni la ansiedad de encontrar a su presa.

Nunca demostraría debilidad frente a su enemigo. Su expresión, sus hombros rectos y su rostro impasible solo resaltaban lo que era evidente por la Walther PPK con silenciador en su mano zurda. Era un hombre al que no debían subestimar, aunque ese era después de todo, su trabajo. No tenía el arma lista para disparar porque no deseaba asustar a su presa, no, quería que fuera lo suficiente estúpido para creer que le tenía con la guardia baja. Así podría terminar con el juego del gato y ratón.

Perseguirle entre los edificios abandonados había perdido su interés. Era hora de terminar con ese juego.

No tuvo que esperar mucho.

El hombre podía ser dos veces su grosor y unos veinte centímetros más alto. Lleno de fuerza bruta por el pánico bombeando su sangre, mientras se lanzaba sobre él de entre los viejos aparatos de impresión. Alzó el rostro en su dirección, los ojos atormentados le vieron con júbilo de poder atraparlo con la guardia baja.

Miró la acción con ligera indiferencia, ver al hombre lo suficiente desesperado para lanzarse de manera tan imprudente, debería tenerle riendo a carcajadas. ¿Realmente creía que podía atraparlo? Se permitió embozar una ligera sonrisa. Sin mucho más que dos pasos a un lado dejó que el estúpido, muy estúpido hombre cayera al suelo de un solo golpe.

Ladeó su cabeza al oírlo gemir, seguramente había caído sobre las contusiones en su costado. Las que él había causado antes de que corriera como el cobarde que era. Negó. Los seres humanos podían ser tan ineptos cuando se lo proponían.

—Levántate —le ordenó en su baja voz.

La cabeza del idiota se alzó de golpe, los ojos negros estaban llenos de lágrimas no derramadas. Le importaba muy poco que el miserable llorase y rogase por su vida. Muchos le habían rogado y nunca perdonó una sola vida. Para ese momento el hombre debería saberlo ya, pero como siempre, nadie creía que fuera capaz de acabar con sus vidas sin un parpadeó.

Una vez más, ese era su trabajo. No deberían de dudarlo.

—¡Por favor! Te lo ruego... te daré lo que quieras, te pagare el doble... ¡No! El triple... —El estúpido rogaba de rodillas casi besando sus húmedos zapatos.

Odiaba cuando un hombre que decía ser jefe de una organización criminal, que se afamaba de ser el más poderoso hijo de puta, se ponía de rodillas y suplicaba por su vida como una de las muchas vidas que había tomado sin consideración. Además, lo hacía no de la manera correcta, sino prometiendo sobornos. Como toda una rata de alcantarilla. Algunas veces sus trabajos eran demasiado fáciles.

Aunque ese había tomado tres largos años de su vida. Apartó esos pensamientos de su mente, habría momento de removimientos después.

Volvió su mirada al hombre que rogaba a sus pies.

No era sobornable, eso no evitaba que cada "estúpido" intentase que aceptase dinero, joyas, mujeres, hombres o cualquier otra cosa que un asesino a sueldo podía desear. No deseaba nada de lo que podían ofrecerle, no solo no estaba interesado, sino que cada blanco traía consigo un pago considerable que mantendría cualquier cosa mundana que podría desear.

Sin mencionar que se trataba de un trabajo pagado con el dinero de los contribuyentes del país. Mataba con permiso, con una orden y por un bien común. Caer por un soborno era una verdadera estupidez.

El hombre suplicaba, trataba de sobornarlo, convencerlo con llanto corriendo por sus mejillas y sus manos aferrándose a sus pantorrillas. Lo miró con frialdad, odiaba la hipocresía humana.

Alzó la pistola y sin una clase de expresión la dirigió a la frente del tembloroso idiota, entonces finalmente cerró la boca.

Eso le calmo ligeramente, odiaba los ruegos que no llevaban a ni una parte. Él no lo hacía, no rogaba por su alma sentenciada cuando iba a santificarse, sabía que era un desperdicio de tiempo, aunque el padre de la iglesia decía que estaba intentándolo. No merecía perdón, sus manos estaban teñidas de rojo. Y ese estúpido a sus pies, tampoco.

Pese a ello, iba a ser su verdugo y en cierto punto, eso mismo le complacía. Librarse de la porquería en la tierra seria su única forma de salvar su cordura, aunque sabía que eso no le daría puntos extra al morir, al menos sabía, que podía lidiar con lo que vendría. No como el maldito a sus pies.

El miserable miraba el cañón del arma con pavor, pero cuando alzó la vista finalmente se dio cuenta. Iba a morir y no había palabras que pudieran salvarlo. Entonces el repugnante ser que había cazado por días finalmente apareció ante sus ojos, en todo su sucio esplendor.

—Te veré en el infierno —ladró con una mueca llena de desprecio.

Sonrió amargamente y apretó el gatillo. El estruendo resonó como los rayos en el cielo, así como el duro golpe cuando el cuerpo sin vida cayó contra el cemento. Miró el cuerpo en el suelo y como un charco color vino oscuro se formaba debajo del cuerpo. La sangre había sido rociada sobre el mueble cercano, así como pedazos de materia gris.

Miró la expresión vacía, los ojos volteados y el agujero oscuro.

Guardó el arma en su bolsillo y le dio la espalda.

—Nos veremos entonces —dijo caminando a la ancha puerta del sucio almacén.

Las luces finalmente se rindieron a la tempestad, apagándose de golpe. Los rayos iluminaban la oscura gabardina asilándose con cada paso.

Sacó el celular de uno de los grandes bolsillos y tras marcar el primer número de sus contactos esperó apoyado contra un lado de la puerta. Sus ojos se fijaron en el cielo tormentoso, casi como si reflejaran su alma más allá del color de sus ojos. Una mancha de sangre apareció en la pared donde estaba apoyado, podía sentirla latir fuera de su cuerpo pero en ningún momento mostró malestar a consecuencia.

Había cometido un ligero error, por lo que la herida era un buen recordatorio. Estaba perdiendo la paz que había tenido años antes al manejar sus misiones, lo sabía así como sus superiores lo habían estado diciéndoselo.

Al parecer era momento de tomar un caso menos difícil, matar a uno de los peores líderes de la mafia rusa había tomado mucho de él.

—Adelante —habló la voz casi mecánica después del primer timbre.

Acabar con una banda completa. Asesinar al enlace con el que había entablado una relación para su fachada. Cerró los ojos y pegó la cabeza al hormigón, el peso de las muertes haciendo eco en su cabeza. Había acabado con las personas con las que había convivido por tres años, una misión completa y bien ejecutada, pero en alguna parte del camino se había perdido.

Ahora estaba pagándolo caro.

—Agente 03, Alden Morgan, blanco liquidado —murmuró con perfecto ruso, aunque ya había terminado con esa fachada. Lamió sus secos labios cuando agregó —solicito una extracción.

Ser re-posicionado. Cambiar la forma de sus trabajos y ver a sus hermanos de armas, todo podía hacerlo regresar a su anterior yo. El ver sobre su hombro al hombre al que había matado con mucho más trabajo del que usualmente tendría era un mal recordatorio de sus pobres habilidades.

El silencio siguió sus palabras. Unos segundos después escuchó la respuesta que necesitaba.

—Vamos por ti agente 03.

Asintió a lanada apagando el aparato. Había mucho que arreglar, documentos que afinar y pruebas que convalidar con hechos. Nada de eso le importaba en ese momento, solo la idea de regresar a casa era alentadora.

Había perdido mucho en Rusia, no solo su cordura sino una parte de su pecho.

Había hecho su infierno personal.


La Walther PPK (del alemán Polizei pistole Kriminal model (Pistola Policial modelo Detective) es un variante más corta de la PP. La PPK también conocida como PP Compacta, fue introducida en 1931. Wikipedia

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