Capítulo Cuatro
Podía sentir el miedo brotar de cada poro, como el corazón latía salvaje mientras la mente humana trataba de encontrar una respuesta coherente para defenderse o aplacar a quien le atacaba. Nunca se le podría considerar como una persona imprudente, pero Naoe Mitchell había provocado que perdiera la paciencia, por mucho que disfrutará el reto, no disfrutaba de las farsas. Tenía un archivo llenó de todo lo que Naoe era, todo lo que se suponía debía ser en persona y... no era nada de lo que aparentaba en persona. Los ojos oscuros le miraban nerviosamente, aunque nunca apartó sus ojos de los suyos, era un cobarde alrededor de una pequeña multitud de personas pero cuando estaba frente a los ordenadores era un hombre completamente diferente.
No era nada de lo que se suponía y eso ponía sus nervios de punta.
—Señor Sloan, no entiendo lo que está diciendo. —Las palabras sonaron suaves ante el sonido fuerte de los truenos. No importaba las ventanas reforzadas, el sonido seguía siendo escandaloso.
Pero Alden solo estaba concentrado en esa voz, que temblaba ligeramente así como el delgado cuerpo desbaratado que sostenía por las muñecas. Nunca había encontrado una persona que provocará en él el más bajo de los instintos. Era un asesino, no tenía los sentimientos a flor de piel como los demás, él no buscaba encontrarlos tampoco, siempre era mejor mantener su mente fría y fuera del tacto. Por lo que ahora no entendía cómo es que Naoe Mitchell estaba provocando que lo atara a la silla y jugará con él, lo malo del asunto es que no creía que fuera a jugar al torturador, casi podía verse atándolo desnudo para descubrir cada secreto que guardaba esa mente.
Porque Naoe Mitchell temblaba, tenía miedo y sus ojos estaban llenos de aprehensión; sin embargo, no rogaba misericordia o gritaba escandalizado.
Cuando la vida corre peligro es exactamente cuándo puede descubrirse cuan bajo puede llegar esa persona, rogando e implorando por vivir. Los sucios salían a la luz y los nobles lloraban desconsoladamente sabiendo que habían perdido la oportunidad de seguir compartiendo su vida con sus seres queridos.
Naoe no demostraba ser uno u otro.
—Creo que lo haces —dijo—, lo que no logro entender es porque sigues jugando alrededor... tan inocente y al mismo tiempo pareciendo culpable. —Ladeó la cabeza observando las expresiones pasar a través del pálido rostro y luego como las cejas se unían en un entrecejo.
—No lo entiendo, —repitió Naoe. —Usted dice que he traicionado al señor Wayne y a la compañía, pero eso no tiene ningún sentido.
Los dos hombres se observaron fijamente tras las duras palabras saturadas de un tono veraz que no podía ser refutado. El agente era un especialista en descubrir mentiras, un detector humano, y podía ver claramente que Naoe Mitchell no estaba mintiendo e incluso se sentía ofendido por las palabras que Alden había dicho señalándolo de un crimen que nunca podría cometer.
Naoe era incapaz de hacerle daño a su jefe, tanto como Alden se consideraba incapaz de tocar un cabello de Darius.
Sin embargo, la verdad en su tono no era suficiente para cerrar un caso, incluso cuando Alden intuía que Naoe no tenía nada que ver. —¿Me estás diciendo que no eres capaz de vapulear tú propio sistema?
—¡Por supuesto que no! —Gritó ofuscado—, no sería capaz de hacer algo tan ruin con algo que me ha tomado días, noches y años en construir. —Sus palabras se silenciaron cuando sus ojos se desorbitaron con la sorpresa. —Estás... ¿estás diciendo que alguien está invadiendo en mi programa y truncando las misiones de la empresa?
Alden contempló como los ojos marrones se volvieron hacia las pantallas, la mirada perdida mientras se movía de una a otra. El miedo había sido remplazado por la inseguridad y de alguna manera eso le desconcertaba mucho más. ¿Cómo el hombre podía estar tan tranquilo cuando un asesino lo tenía sujeto? Eso era lo que más le intrigaba sobre ese hombre, tan descuidado y tan ingenuo, como un niño ciego. No entendía la razón por la que le atraía, porque no era lo suficiente tosco como para no darse cuenta de lo atractivo que era el hecho de que Naoe no demostrará su miedo aún sabiendo que él era capaz de matarlo.
Era estúpido también, había perdido un marido –aunque falso-, había sido un hombre que le había dado las estrellas si las hubiera pedido pero el problema siempre había sido que Alden no había sido un chico americano normal. Un agente federal con la misión de acabar con esa mafia tenebrosa que estaba causando problemas y ahora no era mucho diferente a aquella situación, él nunca sería más que una cascara contratada con una misión fatalista.
Soltó las muñecas de Naoe y dio un par de pasos atrás. Su retirada atrajo los orbes marrones en su dirección. Naoe tenía una expresión desconcertada pero él no tenía el ánimo de explicarle al hombre las razones por las que no era buena idea acercársele o como la idea de sostenerle por más tiempo era tentadora. Ser bisexual nunca había sido un problema en su trabajo, por el contrario, siempre había sido una ventaja en sus misiones. Pero ahora mismo, cuando su cabeza no estaba en su lugar... él debía alejarse de ese hombre ingenuo que le tentaba de una manera inconcebible.
Manteniendo la máscara imperturbable en su rostro, se alejó. —Es más que eso, —dijo viendo hacía las ventanas. Le dio la espalda, alejándose un par de pasos. —Quieren la cabeza de Alec Wayne.
Su mirada siguió las escurridizas gotas que caían por los grandes ventanales, él casi podía sentir el frío y la humedad perforando el ventanal. Era hermoso, él adoraba la lluvia, siempre la había sentido como una parte de sí mismo. Sonrió amargamente, estaba volviéndose sentimental, si alguno de sus hermanos de armas lo supiera, era seguro de que lo internarían o lo mandarían a una selva con tal de que recuperara su testosterona. Aunque nada haría que cambiará, lamentablemente él era quien era, frío y distante, un asesino no podía cambiar quien era tanto como un leopardo no puede borrar sus manchas.
—¿El señor Wayne está en peligro? —Naoe preguntó asustado. —¿Porque? Él no le ha hecho nada a nadie, nuestro trabajo no es más que proteger a los que nos pagan... ¡no tiene sentido!
Nada lo tenía, pero Alden no iba a decirlo en voz alta. Metió sus manos en los bolsillos de su gabardina, tenía otras cosas que hacer y tal como parecía necesitaba buscar a otro al que vigilar. Porque era claro que Naoe Mitchell no era su blanco, ahora el trabajo duro comenzaría, necesitaba encontrar quien era el que estaba infiltrando información y quien lo había mandando en dirección de Naoe. Hablar con Darius sería lo primero en su lista.
No respondió las preguntas que flotaban aún en el aire, no tenía con que responder, además, no tenía porque seguir perdiendo su tiempo con Naoe. Tenía suficiente equipaje sobre sí mismo para lidiar con asuntos de su libido, cosa molesta a la que prefería ignorar.
Caminó hacia la puerta, una sonrisa apareció en sus labios al ver como el asistente se volvió sorprendido hacía donde ahora estaba. —No necesitas saber nada Naoe Mitchell, solo... que estaré vigilándote.
Con esas últimas escuetas palabras se fue.
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Las heladas gotas cayeron sobre su rostro, sobre su cabello y sobre su ropa. En pocos minutos estaba empapado, pero eso estaba bien. Su mente estaba llena de temores y pensamientos incongruentes que golpeaban uno contra otra. Abrió los ojos y miró el nublado cielo oscuro, las luces de la ciudad no dejaban ver las estrellas pero era igualmente hermoso. Las nubes grises le recordaron al hombre que había invadido en su oficina y que había pasado un mes en sus pensamientos, mucho más de lo que se permitía tener cualquier otro pensamiento que no fuera trabajo o programas.
Alden Sloan no era un hombre convencional, no necesitaba leer su expediente para saberlo, sin embargo, haber sido víctima de su superioridad como agente de campo, era demasiado y no sabía cómo lidiar con ello. No era solo el hecho de que había sido amenazado por el hombre, sino que la forma con la que lo hizo, tan tranquilo y letal. Naoe nunca había temido por su vida, ni siquiera cuando había sido intimidado en la escuela, cuando el hombre sostuvo sus muñecas tuvo miedo, pero nunca creyó que fuera a ser herido o lastimado.
No, era más que eso, él no temía ser asesinado, en algún momento tendría que pasar. Él moriría, claro que su madre decía que él era un morboso por pensar de esa manera, pero no tenía miedo de morir más de lo que tenía miedo a no poder ver nunca más. La vida le había enseñado que no todo se puede controlar y por mucho que él fuera un obsesivo compulsivo tenía claro que no podía controlarlo todo y su vida, bueno, él no era indestructible y había visto a muchos luchar por tener protección por el terrible miedo a la muerte.
Él no iba a temer a la muerte, aunque había tenido miedo de Alden.
Miedo de que ese hombre pudiera destruir todas las paredes que había construido a su alrededor, miedo de que pudiera notar todas las pequeñas cosas que hacía a Naoe ser quien era. Había tenido miedo de que ese hombre pudiera poner su vida de cabeza y lamentablemente, lo había logrado con su sola presencia. Cosa que odiaba y al mismo tiempo le entristecía, no había un futuro para él al lado de un hombre que prácticamente no existía. Alden Sloan era un hombre misterioso al que Naoe nunca podría entender, por más que sus pensamientos no lo entendieran, él era consciente de que Alden. Estaba muy lejos de su alcance.
Caminó bajo la lluvia hasta llegar a su parada, se refugió debajo de los paneles de la parada, pero era por gusto, estaba empapado. Como autómata subió al autobús, ignorando las miradas apenadas que le daban los demás pasajeros al verlo estilando agua. No pasó mucho tiempo para que llegara su parada y sin importarle mucho dejó que el agua fría volviera a empapar su ya cálido cuerpo, un escalofrío lo caló de pies a cabeza, la sensación de hundimiento golpeó nuevamente su pecho pero se negó a pensar en ello. Tenía días malos como todos y ese día parecía haber sido el peor de todos, la idea de que le creyeran culpable de las pérdidas de la empresa no era tan malo como el que le creyeran capaz de matar a su jefe.
Alec Wayne era la única razón por la que él coexistía con los demás, su jefe era su mayor refugio y su mejor amigo, lo conocía como nadie más podría y disfrutaba de sus conversaciones incongruentes sin molestarle por ello. Nunca podría si quiera pensar en hacerle daño, Alec Wayne era la única persona en la que –aparte de su madre- confiaba ciegamente.
Subió las escaleras y metió su tarjeta en la rendija, entró al lobby del edificio donde vivía sin detenerse a ver su correo o saludar al conserje. La verdad es que estaba demasiado metido en sus pensamientos para si quiera tratar de entablar una conversación.
Sin embargo cuando llegó finalmente al tercer nivel, donde estaba su apartamento y se encontró con que había alguien esperándole, inconscientemente una sonrisa triste tiró de sus labios. Suaves ojos cielo se volvieron hacía él, una sonrisa amigable y una bolsa de comida china alzada como ofrenda.
—¡Gregory! —gritó caminando hacía su amigo.
—Hey... pensé que sería buena idea venir, ya que hemos tenido un par de semanas duras, —se encogió de hombros sonriéndose mientras se abrazaban. —Creí que sería una buena forma de terminar la semana.
—Me alegra verte, vamos, entremos —dijo sonando lo más animado que podía sin sonar falso.
Naoe sonrió algo tímidamente, su rostro parecía demasiado duro forzándose a parecer normal y no revelar sus sentimientos dispersos. Lo que menos quería era que su amigo notará lo mal que se encontraba o que empezará algún interrogatorio por lo que en vez de verlo a los ojos metió la llave en su puerta para entrar en su pequeño pero cómodo apartamento. Le hizo pasar primero y ambos dejaron sus chaquetas mojadas y maletines en la pequeña entrada. Naoe encendió las luces, dejando sus zapatos y dando paso a su pequeña sala amueblada que comunicaba a la cocina/comedor.
Gregory le siguió con la costumbre que solo un amigo de años podía tener. Ellos se conocían desde la universidad y trabajaban en el mismo lugar, solo que Gregory era uno de los operadores. Los ojos verdes brillaban animadamente mientras podía la bolsa sobre el mostrador y Naoe buscaba los platos para servir. Ambos sacaron la comida en un cómodo silencio, Naoe aún tenía la ropa mojada y estaba seguro de que pronto sería enviado a cambiarse, esa calma y amistad era la que a veces extrañaba. Gregory trabajaba en una rama totalmente diferente a la suya por la que se miraban muy poco, su amigo viajaba constantemente con su equipo de protección por lo que era difícil que se sentaran en el almuerzo los dos juntos.
Una mano se posó sobre la suya deteniéndolo de sacar el pollo agridulce. Se encontró mirando directamente a los ojos amables de su amigo. —¿Vas a decírmelo?
Naoe bajo la mirada. —Es complicado —dijo con cierto pesar. Mucho más lejos del pensamiento de ser acusado de intento de asesinado, lo que estaba comiéndole la mente era las reacciones que lograba sacar de él, Alden Morgan.
Gregory sonrió. —¿Qué en la magnífica vida de Naoe Mitchell no lo es?
Naoe solo pudo sonreír ante la ocurrencia de su amigo, tenía razón después de todo, nunca nada en su vida había sido fácil. Pero ¿explicarle sobre lo que había pasado con Alden sería buena idea? No estaba seguro pero él no tenía muchas personas en las que podía confiar.
Iba a dar un pequeño salto de fe por una vez en su vida.
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