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XXIX

Mu.

Todo lo que intentábamos hacer por destruir el Muro de los Lamentos parecía inútil. Era la única manera de lograr nuestro cometido. Se decía que el verdadero cuerpo del Dios Hades se encontraba en los campos Elíseos, y solo lograríamos llegar hasta ahí cruzando la enorme pared que se alzaba ante nosotros. El problema es que solo éramos cinco Caballeros Dorados, y aún con nuestro gran poder, no lograríamos reproducir las misma fuerza que tenía el brillo del Sol. Ese era el plan del Maestro Dohko.

- Maestro Dohko, ¿estás diciendo que con nuestra fuerza... - empezó Aioria.

- ... haremos que aquí brille la luz del Sol - terminó Milo.

El asintió.

- Las doce constelaciones que nos representan se encuentran en la órbita eclíptica por la que el Sol se mueve alrededor cada año. Gracias a ello, desde la era mitológica, las Armaduras de Oro han recibido la luz solar en grandes proporciones. Si aplicamos esa leyenda, nuestras armaduras han acumulado una gran cantidad de energía solar en su interior.  Por esa razón, aún tenemos oportunidad de seguir luchando.

Todos estábamos impactados. No lo creíamos aún cuándo el relato había sido por parte del maestro Dohko.

- ¡Exacto! ¡Solamente así podremos derribar este muro!

A cada uno de nosotros nos entregó una de las 12 armas que contaba su Armadura. 

- ¡Es hora de proyectar la luz del Sol y destruir este muro!

Estábamos en posición. Elevábamos nuestros cosmos.

- ¡Es hora de derribar el Muro de los lamentos! - expresé. Había perdido mucho. No permitiría que Hades se saliera con la suya. Daría mi vida solo para lograr lo que me proponía. 

- Para derrotar finalmente a Hades! - gritó Shaka

- Para proteger a Atena - dijo Aioria.

- Para detener la destrucción del gran eclipse - continuó Milo.

- Y para proteger nuestro planeta y a todos sus habitantes - terminó el maestro Dohko.

Seguíamos en espera. Lanzamos al mismo tiempo cada una de las armas, con toda nuestra energía reflejada en ellas, y, sin embargo, todo había fallado. Los objetos que habíamos utilizado regresaban contra nosotros, y terminaron tirándonos al suelo. Nuestras esperanzas se estaban yendo a la deriva. ¿Eso era todo? ¿No podríamos cumplir con nuestro deber como Caballeros Dorados?

- De estar los doce sería diferente - dijo desanimado el maestro Dohko. ¿Ahora qué?

Seiya había tomado una de las armas de Libra. ¡No podía arriesgarse de tal modo! Ya estaba ardiendo su cosmos. Justo corría hacia el muro, y... una extraña y resplandeciente luz dorada había aparecido de la nada. Derribó a Seiya, y provocó que todos dirigiéramos toda nuestra atención al brillo. ¿De dónde había salido? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Acaso alguien había llegado a defender el muro? ¿Ahora que podríamos hacer? Lo extraño es que ni siquiera se percibían cosmos. Tan solo había luz. ¡Las Armaduras Doradas estaban ahí, justo frente a nosotros! Pero, aún con todo eso, serían inútiles sin sus portadores. Necesitábamos a Aldebarán, a Saga, Death Mask, Aioros, Shura y Afrodita, pero ya no estaban con nosotros. Nuestra Diosa, Atena, estaba muriendo. ¿Cómo lograríamos vencer a Hades con lo poco que teníamos? Las Armaduras poco a poco bajaban hacia el suelo.

- Casi completamos las doce. Solo falta la de Kanon - dijo Shun.

De repente, todas las armaduras empezaron a brillar y resonar al unísono. Se estaban uniendo. Pedían estar juntas de nuevo. Igualmente, por sorpresa, la de Géminis apareció dónde nosotros. Eso significaba que... ¿Kanon había perdido? 

- Finalmente están todas - dijo el maestro Dohko.

De nuevo estábamos en posición para atacar, pero otra sorpresa nos sucumbió. Las Armaduras Doradas empezaban a tomar forma. Se estaban desprendiendo, y al final, aparecieron nuestros compañeros de armas. ¡¿Cómo era posible?! ¡¿Habían revivido? Aioria saludaba a su hermano, Aioros. Hyoga a Camus. Shiryu a Shura. Luego los demás dimos la bienvenida a los que restaban. Seiya fue enseguida con Aldebarán, y luego... el volteó a verme. 

- Sus espíritus han regresado a este lugar para luchar por Atena. No nos podemos rendir hasta lograr nuestro objetivo: proteger la Tierra hasta el final.

- Tenemos que abrir el camino hasta los campos Elíseos- dijo Saga.

Difícilmente habíamos logrado que los cuatro Caballeros de Bronce que estaban ahí con nosotros se fueran. Todo iba a ser destruido. Nosotros moriríamos. Ellos serían quienes salvarían a Atena. Nos despedimos de todos ellos, y mientras empezábamos a formar una media Luna, corrí hacia Aldebarán. Me contuve, y no lo abracé ni bese. Sin embargo, de nuevo tenía ganas de llorar. 

- Creí... creí que no volvería a verte - dije tartamudeando. Mi voz estaba muy entrecortada. El me sonrió.

Ya estábamos listos. Aioros lanzaría una flecha, y todo nuestro poder estaría proyectado en dicha arma dorada. El dio la señal, y entonces elevamos nuestro cosmos. Le dio al muro, y en cuestión de segundos se escuchó como los ladrillos empezaban a quebrarse. Había funcionado. Volteé a mi derecha. Aldebarán también me veía. Eso era lo último que recordaba hasta que una brillante luz limitó mi vista.

- Te amo - alcancé a escuchar a pesar de todo el ruido que provocaba la caída de los escombros.

- Y yo - susurré.




- ¿Están bien? - expresó Shaka. Ambos nos sobresaltamos. 

- Ah, si, si - expresó Aldebarán.

Habíamos decidido ir a visitar el Santuario antes de partir. Obviamente, nadie nos veía. Tan solo éramos espíritus.

- ¿Qué hacían ahí parados?

- Pensábamos - dijimos mi novio y yo al unísono. Shaka nos miró con extrañeza.

Yo me sonrojé. Por lo menos ahora sabía que no había sido el único en el que pensaba en aquello. ¿Sería normal recordar tu historia de amor en un momento como este?

- ¿Dónde está Kiki? - pregunté.

- Allá - contestó Aldebarán - . Ayuda a los Caballeros de Bronce contra uno de los Dioses gemelos.

Asentí lentamente.

- ¿Nos vamos? -preguntó Shaka.

- Si - contestamos los dos.

Empezamos a caminar sin dirección alguna. Simplemente poco a poco desaparecimos. No sabíamos que nos deparaba, o que tendríamos que hacer después. Ni siquiera si seríamos recordados u olvidados. De lo único que estaba consciente era que el amor entre Aldebarán y yo sería eterno. Siempre encontraríamos la forma de permaneces juntos. ¿Y qué cuál es mi legado para las futuras generaciones? Lucha por lo que quieres, expresa lo que sientes y jamás te rindas. Yo había seguido aquellas tres pequeñas acciones, y me habían permitido ser novio de Aldebarán. Pasé los últimos meses de mi vida junto a el y Kiki, y había que admitir que no me arrepentía de nada. Ahora que entrábamos al otro mundo, tenía claro que pasara lo que pasara, yo no dejaría de amar a aquel hombre que había conocido cuando niño, y que había permanecido junto a mi hasta el último momento.

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