VII
Mu.
Me quedé completamente quieto. Aldebarán estaba ahí, frente a mi Casa, en ese preciso momento, ¡y no sabía cómo reaccionar! Sentí escalofríos, y deduje que me estaba sonrojando. Me giré bruscamente, intentando evitar que Kiki viera mi estado en esa situación.
- Dile que ahora voy, Kiki - titubeé - Solo hago algo rápido.
Caminé rápidamente hasta el baño, y permanecí ahí alrededor de dos minutos, o quizá fue más. Me limpié la cara con agua, y estuve inhalando y exhalando repetitivamente, intentando fallidamente tranquilizarme. Estaba completamente seguro de que venía a platicar sobre lo que había sucedido la noche anterior, y aunque el merecía disculpas y yo tranquilidad, estaba igual de nervioso o el doble que la noche anterior. Finalmente salí, directo a la puerta de mi Casa, dispuesto a ir afuera para encontrarme con Kiki y Aldebarán. ¿Todo saldría bien? Esperaba que sí. Di un último suspiro antes de empujar la puerta y toparme con algo inesperado: tanto mi alumno como mi amigo reían, y parecían estar platicando plácidamente en los escalones. Quizá podría regresar lentamente, volver a entrar al baño y...
- ¡Maestro Mu! Creí que no saldría.
Mi alumno se levantó y corrió hacia mí, para después abrazarme. Me agradaba abarcar su pequeño cuerpo con mis brazos, pero en esa situación habría preferido que no hubiera notado mi presencia. Sonreí forzosamente, y salí a regañadientes de mi Casa. Parecía tan acogedora, y aun así, tuve que soportar las ganas de regresar. Eso habría sido de mal gusto.
- Hola Aldebarán - dije a la vez que agitaba mi mano - ¿Cómo estás?
- Bien Mu. Gracias por preguntar. ¿Cómo estás tú?
El volteó a ver hacia los escalones, intentando decirme que me sentara junto a ellos. Correspondí a su gesto, y me senté junto a él, aunque no tan cerca. Kiki se sentó a mi izquierda
- Igual estoy bien - contesté evitando la mirada de Aldebarán.
- ¡Mire maestro Mu! ¡Hay muchas mariposas!
Kiki se levantó del escalón en dónde estábamos y salió corriendo hacia donde volaban los pequeños. De pronto se paró en seco.
- ¿Puedo ir a jugar? - preguntó. Era obvio que no soportaría quedarse sentado frente a muchas mariposas.
- Si, pero no te vayas muy lejos. - contesté.
De nuevo, Kiki me dejaba en apuros, aunque inconscientemente. ¡Ahora estaba completamente solo con Aldebarán! ¿Qué le impedía iniciar la conversación que tanto temía?
- Aldebarán, yo quiero discul... - pronuncié temeroso. El me interrumpió.
- No hace falta. - dijo a la vez que negaba con su cabeza. ¿Es qué no era sobre eso de lo que quería hablar? ¿Entonces por qué había aparecido ahí por sorpresa? - Kiki es muy parecido a ti.
Lo miré algo extrañado. Si, estaba nervioso por hablar sobre aquello, pero ¿no era necesario? Decidí seguir con la conversación. Quizá después platicaríamos.
- ¿Por qué lo dices?
- Tan solo míralo. ¡Es igual de inquieto que tú!
Él lo exclamó divertido, y yo, claramente, me avergoncé y sonrojé. ¿Por qué sucedía eso en ese preciso lugar? Ninguno de los dos pronunciamos palabra alguna. Mientras yo pensaba que era lo que pasaba por la cabeza de Aldebarán en esos momentos, el parecía admirar tranquilamente el Santuario y la Aldea de Rodorio. Él estaba sereno, y yo nervioso. El mantenía sus manos sobre sus piernas, mientras yo las tenía juntas y no dejaban de temblar un poco, a pesar de que no hacía frío. Kiki estaba varios metros abajo, y aunque se escucharía perfectamente bien lo que dijéramos, el no prestaba atención a nada más que a las mariposas. ¿Cuántas horas habrían pasado? Por lo menos una y media, y tanto el como yo seguíamos en silencio. ¿Quién se atrevería a romper esa incomodidad?
- Maestro Mu, tengo hambre - dijo Kiki acercándose. Creo que en muchas ocasiones me había salvado de aprietos... aunque en otras el era el que los causaba, involuntariamente, claro está.
- Ah...
Bueno, al parecer Kiki era más valiente que nosotros.
- Si quiere puedo tomar una fruta mientras sigue platicando con el señor Aldebarán. ¿Ustedes quieren algo?
Volteé a ver a mi amigo. Tenía los ojos muy abiertos, y sonreía alegremente.
- Yo no Kiki. Muchas gracias. - dijo sin dejar de sonreír.
- Aldebarán, tengo que ir a...
- ¡No maestro! Usted debe terminar de platicar con el señor Aldebarán. Yo puedo tomar una manzana solo. - exclamó mi pequeño alumno, y aunque no tenía ni idea, acababa de meterme en un aprieto de nuevo, por tercera vez en este día. ¿Es qué habían acordado no dejarme huir de aquella situación?
El salió corriendo hacia la Casa de Aries, dejándonos a mi amigo y a mi solos, de nuevo. Aldebarán reía. Por primera ocasión a lo largo del día me sentí tranquilo. El no parecía querer tener una conversación seria en incómoda. Por el contrario, deseaba que riéramos o por lo menos estuviéramos tranquilos. Quizá por eso no había mencionado nada antes. Inhale y exhale, y finalmente volteé a verlo a él, quién pareció entender que ahora estaba listo para hablar. El asintió.
- Empecemos de nuevo, ¿sí?
Asentí. Sería extraño, pero tal vez era necesario. Decidí ser yo quién hablara primero, pues al fin y al cabo él había estado esperando.
- Bien. Yo no sabía nada a cerca de esto. Me di cuenta hace un mes, o tal vez dos, justo antes de que decidiera regresar al Santuario. Una de las razones por las que vine de vuelta, además de querer ayudar a los Santos de Bronce, fue porque comprendí que me gustabas. Siempre pensaba en ti, incluso, antes de dormir, recordaba tu nombre. Ya se había vuelto común el que tu invadieras mis pensamientos, y, sin embargo, no fue hasta que Shiryu llegó a mi torre que me di cuenta de lo que sucedía. Reparé en que en vez de alegrarme de que ayudaría a cuatro chicos, me emocionaba reencontrarme contigo. Pasé semanas sin poder creerlo, ¿sabes?, y finalmente lo acepté. ¿Qué más podría hacer? Tan solo fui con Shaka para que el me dijera lo mismo que yo había concluido, además de que yo te gustaba. Ayer, cuando finalmente iba a atreverme a contártelo, tú te adelantaste a mí, y no sabía qué hacer. No quería arruinar el momento, y fue lo que hice al salirme. Ahora no sé qué va a suceder.
- Entiendo - contestó Aldebarán.
Esperaba que el dijera algo más, pero se limitó a simplemente levantar su rostro hacia el cielo. Estaba dispuesto a levantarme y entrar a la Casa de Aries, después de todo, ¿por qué debía permanecer ahí si Aldebarán no quería hablar? ¿Cómo es que amas a alguien y no lo demuestras? Me paré del escalón, y justo cuando me giré, Aldebarán tomó mi mano izquierda, y me detuvo en seco.
- ¿Estás seguro de que quieres tener una relación conmigo, Mu? - preguntó.
Ahora si estaba más que confundido. ¿Es que si me amaba o simplemente jugaba? Me soltó, y fue que me vio directamente a los ojos.
- Lo sé. Es extraño, pero pienso lo mismo que tú. ¿Cómo estoy seguro de que no estás mintiéndome, y tú, como estás seguro de que no te miento? Tan sólo siéntate, por favor.
Es qué no podía. Había un choque de emociones en tan solo minutos. Estaba desconcertado, nervioso, alegre, sensible, enfadado.
- Quiero estar contigo Mu, pero me es difícil. Confío en ti, pues eres mi amigo desde hace demasiado tiempo, pero no me es fácil abrirme a las personas, y lo sabes. Entonces, p...
- ¿Por qué no querría estar contigo? - pregunté. Aldebarán estaba asombrado - Somos amigos desde hace años, y te conozco perfectamente bien como para decirte que eres buena persona. Por eso quiero intentar tener una relación contigo.
- Yo también quiero estar contigo Mu, pero como ya te dije, me es complicado - dijo mientras se levantaba. Quedamos frente a frente - Yo...
- Entonces yo estoy dispuesto a ayudarte.
De nuevo, Aldebarán estaba muy sorprendido. Permanecía con los ojos extremadamente abiertos, y no dejaba de mirarme fijamente.
- ¿Enserio? - preguntó titubeante. Estaba avergonzado.
- Por supuesto que sí. - respondí.
Antes de que pudiera decir algo, Aldebarán me abrazó. Desde niños esa era nuestra forma de terminar alguna conversación, o incluso llegar a un acuerdo.
- Deberíamos entrar. Kiki nos está esperando.
- ¿Quieres que me quede? - preguntó sorprendido.
- Si- contesté.
En lugar de movernos y entrar, seguimos en la misma posición. No dejábamos de vernos. Quizá ambos leímos o entendimos el pensamiento del otro, o por pura coincidencia adivinamos que era lo que queríamos en ese momento. Aldebarán llevó su mano a su frente, tal vez avergonzado por lo que quería hacer, y yo ya no controlaba el sonrojo de mis mejillas. Finalmente acercamos nuestros rostros poco a poco, claro, sin dejar de lado el nerviosismo, y cuando estábamos a menos de un centímetro de distancia, ambos cerramos nuestros ojos. Sentía un leve cosquilleo en mi abdomen, y la piel de mis brazos se había tornado fría de repente. Finalmente mis labios encontraron los de Aldebarán. Tal vez había aceptado muy rápido tener una relación con el, y aunque no sé qué había sido, quizá mi intuición, algo en ese instante me hizo creer que estar junto a mi amigo sería bueno, y fue que decidí obedecer ese pensamiento. Además, esa sin duda alguna, sería la señal de la hermosa y larga relación que ambos tendríamos por el resto de nuestras vidas. Al menos había aprendido algo nuevo: "A veces había que dejar que todo fluyera de acuerdo con la situación en la que te encontrabas. Todo ocurría por alguna razón, y si estabas dispuesto a que las cosas se fueran por el camino correcto, entonces así iba a suceder".
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