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ALCIPE

Todos tenemos recuerdos de bien pequeños, mas lo único que yo recuerdo de mi vida anterior a mi adopción es estar llorando sola y con frío entre las ruinas de un antiquísimo templo de Ares, en Atenas. Mis padres adoptivos estaban de luna de miel por la Acrópolis cuando me encontraron a mí en lo que había sido el altar del templo del dios de la guerra, por eso me pusieron de nombre Alcipe, en memoria de la hija de Ares, por la que éste mató a su sobrino tras haberla violado, llamando así a esa zona el Areópago. Yo, cuando me encontraron, no sabía ni mi nombre, solo decía que esperaba a mi padre, eso y que me había perdido.

Creo que el hecho de faltarme esa parte de mí, hizo que me graduase como historiadora y de vez en cuando fuera a Atenas a supervisar excavaciones nuevas. Quizás entre las ruinas de una de las grandes civilizaciones humanas encontrase las piezas que me faltaban del rompecabezas que era mi pasado. Lo que está claro, es que no contaba con encontrar una verdad tan inverosímil. ¿Quién en su sano juicio sería capaz de llegar a creer que todos los mitos de la antigua Grecia eran ciertos?

Pero no seguiré yéndome por las ramas, empezaré a narrar ya la historia de cómo descubrí quién soy y la importancia de haberme mantenido a salvo entre los humanos. Mi nombre, como ya he dicho es Alcipe y nací en el Olimpo, sí, como leéis, en el mismísimo palacio del panteón griego.

Era una preciosa tarde de viernes cuando mi equipo y yo descubrimos un antiguo escrito tallado en el mármol de la que había sido la base de una de las columnas del templo del dios de la guerra en el areópago. En él se podía leer claramente la frase "O karpós tou polémou kai tis agápis tha férei eiríni ston Olympo"; algo así como que el fruto de la guerra y el amor traerán la paz al Olimpo. Como os podéis imaginar, encontrar algo tan enigmático y antiguo como intacto en el areópago, donde solo el suelo de mármol nos dice que hubo un templo, es algo completamente maravilloso y fantástico, algo así como uno de los grandes descubrimientos del siglo. O al menos eso creíamos.

La verdad es que no sé cómo ocurrió, qué fue lo que toqué o dije o que rayos hice, pero lo siguiente que soy capaz de recordar es que yo estaba delante de lo que parecía un palacio muy antiguo, por el estilo, habría jurado que era dórico, pero no estaba segura cien por cien. Lo que sí puedo asegurar es que yo conocía ese lugar, sabía que yo había estado ahí con anterioridad, pero no lo recordaba. Caminé hacia el edificio, pues no había nada más que nubes a mi alrededor, y fue entonces cuando vi a una hermosa mujer de largos y rubios cabellos de pie en la entrada del palacio esperándome con una amplia sonrisa en sus labios lo que le daba un aire angelical a sus delicados rasgos.

-Buenas tardes, Alcipe -me recibió una vez llegué junto a ella, tras lo que se acercó a mí y me abrazó igual que hacía mi madre adoptiva cuando hacía mucho tiempo que no me veía-. No sabes lo contentos que estamos tu padre y yo de tenerte de vuelta con nosotros, hija mía.

-¿Hija? -pregunté yo aún entre sus brazos- ¿Quién eres y qué hago aquí, esté donde esté este lugar?

-¿Aún no recuerdas nada? Tu abuelo tuvo que esconderte para protegerte de los demás dioses y de Hefesto, claro.

-Perdona, ¿dioses? ¿Hefesto?

-Sí, los dioses nórdicos, en especial Loki y Odín, intentaron destruirnos con la ayuda de Hefesto, por eso decidimos esconderte, por la profecía que Apolo vio sobre ti; que tú traerías la paz a nuestro hogar.

-No entiendo nada, me estás hablando de dioses, ¿tienes idea de lo absurdo que suena esto?

-¿Dónde te crees que estás, cariño? Esto es el Olimpo, y como bien sabes, solo los dioses helenos podemos entrar en los dominios de Zeus.

-Esto es surrealista. Y, ¿tú quién eres, Hera?

-Uff, no, cariño. Soy Afrodita, tu madre. Ven, entra conmigo, dentro te están aguardando los demás, incluido tu padre.

Esto no podía ser cierto, ¿de verdad los dioses griegos existían? ¿Y Afrodita, la diosa del amor, era mi madre? Entonces caí en un gran detalle del que antes no había sido consciente.

-Espera, ¿en verdad me llamo Alcipe? -ante eso, la bella diosa asintió con la cabeza mientras me guiaba a través de blancos y brillantes pasillos formados por enormes columnas dóricas- Entonces, eso quiere decir que mi padre...

-Sí, es Ares. Por eso tu familia adoptiva te encontró en el areópago. Fue un hechizo ideado por Zeus y llevado a cabo por Selene y las Moiras. Gracias a ese conjuro pudiste viajar en el tiempo y salvarte de la conspiración y traición de Hefesto. Para ti solo han sido unos pocos años, para nosotros han pasado milenios.

-Pero, ¿por qué? ¿Por qué Hefesto se unió a otro panteón contra su propia familia? Sinceramente, lo veo más propio del dios de la guerra que no del de las artes y las aficiones.

-Creo que eso es culpa de tu padre y mía. Se hartó de mis continuos escarceos con Ares y por eso la tomó contigo. Pero basta ya de cháchara, ven a ver de nuevo a tu padre y al resto de tu familia.

Y allí estaba yo, con el vestido largo ibicenco que me había puesto esa tarde en medio de una gran sala blanca rodeada por quienes supuse que eran los once dioses griegos que formaban el panteón helénico quitando a Hefesto. Entre ellos estaba un apuesto hombre, quien debo admitir que me recordó bastante a Gerard Butler en 300, que se me acercó a mí y, dándome un abrazo de oso, me susurró al oído:

-Por fin estás en casa, princesa.

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